Lo hizo un tanto tarde, pero al fin lo hizo. El salto de Lionel Messi del Barcelona al Paris Saint-Germain le permite al argentino unas cuantas cosas: extender su carrera, soñar con más fuerza con el título en Qatar 2022 y perfilarse para jugar el Mundial de Estados Unidos/México/Canadá 2026. Y una cosa más, tremendamente importante: recuperar la alegría por jugar, volver a divertirse.
Suele esgrimirse como objeción que el PSG se pasea sin rivales rivales por la Liga francesa, y que esa superioridad se potenciará con la llegada del argentino. Nada muy diferente a lo que sucedía con el Barcelona, que en sus buenos tiempos jugaba el 90 por ciento de sus partidos con una superioridad que aburría. Que al Barcelona decadente de los últimos años todo se le hiciera más difícil no es argumento: ese aura pesada de un equipo sin rumbo solo servía para hundir anímica y futbolísticamente al “10”, desde este miércoles nuevamente el “30”.
A sus 34 años, Messi ya no era feliz con la camiseta del Barcelona, por más que hace unos días llorara diciendo que esta vez no quería irse. Dentro de unos años, cuando eche la vista atrás, se dará cuenta del favor que le hicieron Joan Laporta, presidente del Barcelona, y Javier Tebas, jefe de la Liga española. Un futbolista infeliz tiene una vida deportiva más corta: ese era el gran peligro del actual Barcelona para Messi.
Por otra parte: ¿para qué se juega al fútbol si no es para ser feliz? Vale para todos, también para Messi. Y además de eso, ¿para qué juega hoy Messi? ¿Para ganar la Liga española o ahora la francesa? No, para ganar la Copa América como lo hizo en julio, para volver a alzar la Champions League y, sobre todo, para conquistar el Mundial, el último gran torneo que le falta.
Un ejemplo: Josep Guardiola entendió en su momento muy rápidamente que el Messi feliz es mejor futbolista. Por eso le dijo en 2008 a Laporta, joven presidente por entonces, que lo dejara ir a los Juegos Olímpicos de Pekín, pese a que el Barcelona tenía recursos reglamentarios para impedirlo. Messi fue, así, campeón olímpico. Y dentro de poco más de un año tendrá razones para soñar con ser campeón mundial, porque la selección argentina llega con una inercia positiva, a diferencia de lo que venía sucediendo en los últimos Mundiales.
Pero, además, Messi pasa a ser desde ahora parte de ese enorme y poderoso “equipo” de fútbol que es Qatar. Tiene relación directa con los organizadores de la próxima Copa del Mundo, y también intereses comunes como nunca antes tuvo con los “dueños” de un Mundial.
Argentina es una selección más popular que la de Brasil en los países árabes, también en otros cercanos como Bangladesh o Pakistán. El de Qatar será, como nunca, un Mundial hecho a la medida de Messi: la selección argentina ya no lo hace sufrir, sino disfrutar, y Qatar 2022 será para él, en muchos aspectos, una continuidad de su vida con el PSG.
Messi se liberó de un Barcelona que lleva seis años de pavorosas frustraciones y debacles en la Champions League y se suma a un equipo que, efectivamente, puede ganarla tras haber estado bastante cerca esta última temporada.
Si el rosario suma su quinta Champions tras las de 2006, 2009, 2011 y 2015, será la primera vez desde el Mundial de Alemania que llega a una Copa del Mundo con ese envión ganador. En aquel 2006 José Pekerman optó por no hacer jugar al entonces joven Messi en el momento decisivo de los cuartos de final con Alemania. Impensable en Qatar 2022, que podría ser el Mundial de su vida, aunque no el último.
El contrato con el PSG es por dos años y con opción a un tercero. Lo lógico sería que, así como Messi llegará a Qatar 2022 formando parte de la galaxia qatarí, para 2026 encare el proceso previo como estrella del negocio del fútbol en los Estados Unidos. ¿Inter de Miami? Sí, es la gran posibilidad, aunque no la única.
¿Un Mundial a los 39 años? No se avizora razón física ni anímica hoy para que Estados Unidos y ese Mundial no lo motiven. Pregúntenle a Roger Federer, que acaba de cumplir 40. Y, si hubiera alguna duda, la montaña de billetes verdes y la perspectiva de negocios futuros serían tan grandes, que se disiparía rápidamente. Aunque no es ese el asunto principal: a Messi le gusta sobre todo, divertirse jugando al fútbol. El Barcelona de estos años, amargo y victimista, no se lo permitía. París, en cambio, sera una fiesta.