El rostro de Iván García lucía desencajado. Las sonrisas de cuatro años antes habían mutado en una profunda amargura que quedaba evidenciada en cada palabra que pronunciaba. La mirada perdida, la incomprensión absoluta. Su amigo y compañero de hazañas, Germán Sánchez, se había colgado la plata. Ambos había llegado a Río con la ilusión de repetir el podio de Londres y de pelear por medallas de manera individual. Pero él se iba con las manos vacías. Antes, el júbilo compartido. Ahora, la soledad absoluta.
Todavía tenía rostro de niño cuando asistió a sus primeros Juegos Olímpicos en Londres. La energía que transmitían él y su compinche Germán Sánchez era única. Algo de optimismo contagioso había en esos dos. Habían ganado su derecho a estar en Londres en el Campeonato Mundial de Shanghái, un año antes. Pero en el Grand Prix de Rusia dejaron constancia de que estaban para algo más. Ahí terminaron segundos en clavados sincronizados en plataforma. En los Panamericanos de 2011, disputados en su tierra, Guadalajara, Iván ganó dos medallas de oro. Su prestigio iba en ascenso imparable.
En Londres, cuando Pollo y Duva se instalaron el a final, ya todos sabían que esa dupla iba en serio. Con sólo 19 años, Iván se subía al podio y volvía casa con al augurio de una carrera brillante. También se calificó para la final individual, en la que terminó en la séptima posición. Qué mejor prólogo para una carrera. Juventud, talento, proyección. El futuro parecía sonreírle. Le quedaba todo por delante, un futuro lleno de éxitos.
En los años siguientes, Iván siguió afianzándose como un atleta de primera línea. Sus medallas en las Series Mundiales y en Juegos Panamericanos ratificaban la intuición londinense: México estaba ante un atleta diferente, uno que garantizaba grandes resultados allá donde fuera. Llegó Río 2016 y los recuerdos se mantenían frescos. Para el gran público, Iván García seguía siendo el mismo. Cuatro años pueden ser mucho o poco tiempo, dependiendo de las perspectiva desde la que se mire.
La cámaras le enfocaban, igual que cuatro años antes. Pero ahora por otro motivo. Había terminado décimo. Encerrado en sus pensamientos, con la cabeza gacha y el rostro cubierto entre los brazos. Cada segundo que esa imagen se mantenía en las pantallas se hacía eterno. Los dos extremos. De la gloria al inferno en apenas cuatro años. Así de injusto es el deporte al máximo nivel. El duro tropiezo en Brasil y las constante intervenciones en las rodillas pusieron en entredicho su carrera. Pero abandonar el camino no era una opción. Iván García hurgó en sus entrañas y siguió adelante. Posee el material del que están hechos los campeones. No había tiempo para más lamentos. Había que apuntar hacia Oriente, hacia Tokio. La medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Lima y la de plata en el Mundial de 2021 fortalecieron su etiqueta de ganador nato.
En Tokio el curso de las cosas puede cambiar para siempre. La experiencia está de su lado. Sabe lo que es triunfar y fracasar a partes iguales. Ya no es aquel joven que irradiaba esperanza en Londres, pero los golpes que ha tenido que soportar le han llevado a un grado de madurez necesario para pelear por lo más alto en tierras niponas. Si la exigencia para los clavadistas siempre es máxima, para él lo es más. La gran tradición de México en la disciplina pone en sus hombros la esperanza de traer una medalla. García es uno de los grandes herederos de Joaquín Capilla. Ya cuenta con un legado. Dependerá de él agigantarlo o no.
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