Jaime Lozano era un jugador discreto. No hacía alardes ni le gustaba el protagonismo. Pero ese perfil no lo hacía intrascendente. La calidad que destilaba su botín zurdo le permitió jugar 15 años en Primera División, ser bicampeón con los Pumas y vestir la camiseta de la Selección Nacional. Las pelotas paradas eran una garantía con él. Los rivales temían cuando el Jimmy fijaba su mirada en el arco, con la meditación que antecedía a un fiero golpeo de zurda.
Lozano se formó en Universidad Nacional, una de las canteras más distinguidas del país. No era gambeteador ni le eran atribuidas características distintas. Pero el compromiso colectivo que demostraba le hacían válido para conformar cualquier plantilla. Los jugadores solidarios suelen encajar casi siempre en todos lados. Era normal escuchar su voz en las conferencias de prensa. Una voz tenue, apenas audible en ciertas ocasiones, pero que desmenuzaba con puntualidad aspectos generales del juego. Su forma de ser se correspondía con su forma de jugar.
La simpleza suele gozar de cierto desprestigio en el mundo del balón. Se le confunda de manera muy recurrente con la pusilanimidad. El ejemplo de Lozano, sin embargo, deja claro que a ambos términos los separa una distancia sideral. El bajo perfil de ciertos personajes funciona, en realidad, como muro de contención frente a la estridencia desbordada que caracteriza al mundo del balón. Jaime Lozano jugó quince años a un gran nivel y su nombre siempre fue sinónimo de rentabilidad.
La segunda vida de Jaime Lozano
El camino de Lozano con la Selección Olímpica comenzó en 2018. La designación entrañaba un mensaje claro: la apuesta por el talento joven también en el banquillo. Para el Jimmy, la oportunidad era un bálsamo después de una agridulce primera experiencia en Primera División con Querétaro. El entrenador de este equipo gozaría, en teoría, de una autonomía superior a la que tuvo Luis Fernando Tena en 2012.
El Flaco formaba parte del cuerpo técnico de la Selección Mayor, dirigida por Chepo de la Torre. Además, el apoyo de la Federación y los clubes en este nuevo proyecto olímpico sería firme, a diferencia de lo sucedido con Raúl Potro Gutiérrez en Río 2016.
Pero la ruta resultó sinuosa: Lima 2019 fue un duro tropiezo para Lozano. México cayó eliminado por Honduras en semifinales, aunque ganó el bronce contra Uruguay. En descargo suyo, en aquel plantel no figuraban los mejores jugadores sub-23 de los que podía disponer.
Pero la crítica fue inclemente, como suele suceder con cualquier descalabro. Las credenciales de Lozano para estar al frente de un equipo cuya aspiración era alcanzar el podio olímpico fueron cuestionadas. Su inexperiencia, su bajo perfil, sus decisiones. Se le miraba con un escepticismo infundado.
Al tiempo que Lozano estructuraba al equipo y lo dotaba de herramientas tácticas, muchos jugadores manifestaron un crecimiento optimista en su rendimiento. Charly Rodríguez y Sebastián Córdova se afianzaban como algo más que solo buenos jugadores en Monterrey y América. Alexis Vega y Uriel Antuna, a pesar de sus escándalos fuera del campo, cargaban con toda la responsabilidad ofensiva de un equipo siempre tensionado como Chivas.
El Preolímpico resultó un ejemplo clarividente de las intenciones de Lozano. El entretejido armónico del equipo manifestó que las piezas podían ofrecer múltiples soluciones para cada momento del partido. Un conjunto claro en la salida de balón, gracias a los trazos quirúrgicos de Johan Vásquez, con solidez en el mediocampo y creativo para atacar el rival con las incorporaciones al área de Córdova y Rodríguez.
Por otro lado, la explosividad de Antuna y Vega por los costados. A la expedición nipona se unió Diego Lainez, el jugador con más talento natural del equipo, cuyo crecimiento ha sido notable en Europa. Además de los refuerzos: Guillermo Ochoa, Luis Romo y Henry Martín.
La declaración de intenciones siempre ha sido firme por parte de Lozano. Le gusta asumir el protagonismo del juego y que su equipo sea agresivo. Los aspavientos no le van. Siempre se le mira tranquilo, ante la victoria y ante la derrota. Su liderazgo invisible ha llevado a México a pelear por el podio contra Japón, después de la dolorosa caída contra Brasil. La discreción de Lozano está a un partido de su triunfo más ilustre.
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