La judoca mexicana Prisca Awiti-Alcaraz no pudo superar la ronda de dieciseisavos de final. Su rival, Gankhaich Bold de Mongolia, le superó en la categoría de menos 63 kilogramos por 0-10, gracias a un ippon.
Pero no todo está perdido para Prisca en Tokio. En caso de que su rival pase a la final, ella podrá ir al repechaje y optar por la medalla de bronce. Planificado justamente para los atletas compitan más de una vez en los Juegos, el repechaje es una herramienta que garantiza al menos dos duelos para los competidores.
Awiti-Alcaraz ahora deberá depositar su apoyo en quien le ha derrotado para que pueda tener acceso a un enfrentamiento más. Su destino ya no le pertenece, al menos por ahora.
El combate fue sumamente disputado. Awiti logró llevar al suelo a su contrincante, que no encontraba salida ante la buena defensa de la mexicana. Las maniobras de contención por parte de Prisca, así como su arrojo al momento de buscar el ataque, pusieron en aprietos a Gankhaich, que incluso recibió una amonestación por parte de los jueces. La desesperación poco a poco comenzaba a hacer mella en la competidora de Mongolia.
Cuando las cosas parecieran cuesta arriba para Gankhaich, sacó un as debajo de la manga y derribó a Awiti con un ippon, la técnica más efectiva para vencer en este deporte, ya que otorga 10 puntos y la victoria definitiva. A pesar de haber resistido anteriores embates, la mexicana no pudo encontrar remedio ante el chispazo de inspiración de su oponente. Derribada, aceptó la derrota que le deja sin posibilidad de ir a la final.
Prisca tiene tres nacionalidades: mexicana por parte de su madre, keniata por parte de su padre e inglesa, por ser el lugar donde nació. Sus padres se conocieron en Londres. Ante la duda, decidió representar a México, el país de su madre, oriunda de León, Guanajuato.
El caso de Prisca es uno más entre tantos similares: atletas que por diversos motivos pueden representar a más de un país. La semanada pasada, con el arranque de los Juegos, México lo vivió en carne propia. Gabriela Bayardo, que en Río formó parte de la delegación mexicana, subió al podio del tiro con arco mixto. Esta situación es cada vez más común.
Si hace unas décadas esta historia se hubiera contado, habría resultado extraña. Pero la historia dice, con evidencias de sobra, que hay un paradigma claro: en cada nueva edición de Juegos Olímpicos, los atletas de múltiple nacionalidad aumentan. Consecuencia lateral del globalismo expresada en la máxima competición deportiva del orbe.
El judo forma parte intrínseca de la tradición olímpica y en los últimos años su práctica se ha extendido de manera fructífera en más rincones del mundo. Esta disciplina nació precisamente en Japón.
Forma parte del Programa Olímpico desde Tokio 1964. Y a partir de Barcelona 92 se integró la categoría femenil a las competencias. En total hay 14 competencias (siete femeniles y siete masculinas). Los países con mejor desempeño histórico son Japón (como no podía ser distinto), Francia, Rusia y Corea del Sur. Los anfitriones aspiran a seguir marcando la pauta.
México no cuenta con una gran tradición en este deporte. En el medallero histórico, el país azteca no se ha hecho de ninguna presea. Es justamente en esa escases de éxito en donde radica la selección de Prisca Awiti Alcaraz, una atleta que se formó principalmente en Inglaterra. Durante los anteriores ciclos olímpicos, el rostro más representativo del judo azteca fue Vanessa Zambotti, competidora en la categoría de +78 kilogramos, que asistió a tres Juegos en los que no pudo subir al podio.
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