Roberto Mancini, el entrenador fashion de la selección italiana que con la Eurocopa consiguió revertir su historia en Wembley

Es en Wembley donde la Sampdoria de Mancini, Vialli, y sus también hoy colaboradores Attilio Lombardo y Alberigo Evani, perdió la final de la Champions League de 1992 ante el Barcelona de Johan Cruyff. Allí mismo, se consagró campeón ante Inglaterra

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Cuando Gianluiggi Donnarumma atajó el penal decisivo y la selección italiana se consagró campeona de Europa en Wembley, Roberto Mancini, el entrenador de la selección italiana que acababa de ganar la Eurocopa se abrazó con su amigo y asistente Gianluca Vialli, que está saliendo de un cáncer. Se trató de la imagen más conmovedora para los tifos, mientras de fondo sonaba “Un estate italiana”, la canción fetiche del Mundial de Italia 1990.

Nada de esto parecía casualidad. Es en Wembley donde la Sampdoria de Mancini, Vialli, y sus también hoy colaboradores Attilio Lombardo y Alberigo Evani, perdió la final de la Champions League de 1992 ante el Barcelona de Johan Cruyff con un emblemático tiro libre de Ronald Koeman a ocho minutos del final del alargue. En el mismo escenario, ahora lograban revertir la historia con un éxito notable para el fútbol italiano apenas tres años después de uno de los momentos más duros, el haber quedado fuera del Mundial de Rusia 2018, eliminado por Suecia.

Tampoco es casual la referencia a “Italia 90” en la tantas veces repetida canción de Gianna Nannini, que entonaban los jugadores en los festejos, porque Mancini no tuvo demasiadas chances de ser titular en la selección de su país y es acaso la gran deuda de su prolífica carrera en títulos. En cierta forma postergado por haber coincidido como número “diez” con Roberto Baggio pero también por haber sido un jugador de carácter muy duro y de haberse enfrentado con cuanto director técnico tuvo en los equipos que jugó.

Mancini, ya desde sus tiempos de jugador, pero acentuado en los de entrenador, siempre fue considerado fashion por su apostura, por encarnar en los italianos el ideal de la belleza, por lo que es convocado por las grandes marcas de indumentaria y suele pasearse en su velero, que utiliza también para convencer a sus jugadores cuando necesita conversar de algo importante con ellos en privado, fuera del mundanal ruido.

Roberto Mancini, entrenador de la
Roberto Mancini, entrenador de la selección de Italia campeona de la Eurocopa (REUTERS/Alberto Lingria)

Nacido en Lesi, Ancona, una ciudad de colinas el 27 de noviembre de 1964, Mancini, también conocido como “El Bello”, o “Mancio”, se crió en el seno de una familia trabajadora (su padre, Aldo, era carpintero, y su madre, Marianna, ama de casa) y siempre soñó para Reyes con una pelota de cuero y con botines de fútbol. Cuando a los seis años recibió una camiseta con el número diez, decidió que ese sería su número para siempre.

Hincha de la Juventus, su ídolo era Roberto Bettega, fino y elegante cabeceador (autor del tanto con el que Italia venció a Argentina en el Mundial 1978), jugaba para el Aurora de Jessi, su ciudad, cuando en 1977 consiguió una prueba en el Milan en la que gustó y le ofrecieron que formara parte de la “Primavera” (divisiones inferiores). Sin embargo, la carta nunca llegó a su club porque hubo un lamentable error, y el club del norte italiano la envió al Real Jesi y no al Aurora.

Fue entonces que sus padres acordaron llevarlo al centro de entrenamiento de Castelbote, en Bolonia, para satisfacer su deseo de ser futbolista, y un año más tarde se fue a probar al Bolonia y encantó inmediatamente, al punto de que decidieron pagarle quinientas mil liras al Aurora y era el más chico de todos en su grupo. Le llevaban dos años de diferencia o más y fue cuando le pusieron el apodo de “Bimbo”. No lo pasó bien y le hacían bromas pesadas. “Me pasaba las horas encerrado en mi habitación elaborando planes de fuga pero al escuchar a mis padres por teléfono intenté con todas mis fuerzas pensar que no había pasado nada. Había llegado hasta allí y tenía que soportarlo”, señaló años más tarde.

Quien lo rescató de esas garras fue Tarciso Burgnich, aquel jugador de la selección italiana al que Pelé le ganó en el salto en su gol de cabeza de la final del Mundial de México 1970 y que ahora dirigía al Bolonia, que se dio cuenta de que con apenas 16 años, ese chico estaba ya para dar el salto y debutar en Primera en la Serie A. Era una temporada difícil para el club y el presidente Fabbretti tenía muy poco dinero para invertir y era mejor recurrir a las divisiones inferiores.

Mancini tenía edad de “Primavera” pero en vísperas de la primera fecha del campeonato italiano de 1981/82, le dijeron que no se fuera a Rímini con sus compañeros. Burgnich le dijo que se tenía que quedar porque estaría a disposición del equipo de Primera para el partido contra el Cágliari. En verdad, el chico tenía que ir a préstamo al Forli en esa temporada pero el entrenador le echó el ojo y pidió que lo dejaran, que le podía ser útil.

Roberto Mancini durante un entrenamiento
Roberto Mancini durante un entrenamiento de la selección de Italia en la Eurocopa (REUTERS/David Klein)

El 13 de septiembre de 1981, con 16 años, se produjo el debut de Mancini y su padre llegó justo porque ya viajaba a Rímini para verlo allí, aunque entrara sólo 17 minutos. Al final de ese torneo convertiría 9 goles en 30 partidos y sería considerado el joven más valioso de la liga.

Burgnich lo había colocado como segundo delantero. No duró mucho allí porque enseguida apareció un dirigente visionario como el presidente de la Sampdoria, el petrolero Paolo Mantovani, adelantándose a la Juventus y convenció a Paolo Borea, director deportivo del Bolonia, para lo que pagó 2500 millones de liras más los pases de Galdiolo, Roselli y Logozzo, cifras astronómicas para un joven de casi 18 años que no estaba ni enterado, acampando con su familia en Senigalia. Borea lo mandó llamar y le contó la novedad: “Mantovani quiere construir un gran equipo y vos podés ser su bandera”. Tuvo que firmar su padre porque aún era menor de edad. Era un contrato por cuatro años comenzando por cobrar 40 millones, para ir subiendo de a 20 por cada temporada cuando en el Bolonia cobraba 90 mil liras al mes.

Sin embargo, al tiempo que comenzaba a demostrar sus condiciones, su entrenador, al mismo tiempo aparecería lo que luego sería una constante en su carrera, sus problemas con los entrenadores y en los vestuarios. El director técnico, Renzo Ulivieri, detestaba a las estrellas. “Conmigo jugarás como delantero central porque es lo que eres”, le dijo, aunque Mancini no estaba de acuerdo con esa posición y explicaba que él rendía más detrás del nueve.

No hubo, precisamente, amor a primera vista. “Roberto era un niño, un futbolista en formación. Sé que la carrera que hizo después parece darle la razón, pero sigo convencido de que como atacante puro podía haber hecho algo más”. Luego lo criticó como entrenador: “Es demasiado espontáneo y en este trabajo, hay que saber fingir”.

“Nunca dudé de que Mancini tuviera cualidades raras desde el punto de vista técnico –insistió Ulivierfi- pero sostuve que había que canalizarlo desde lo táctico. Salí de mi camino para sacudirlo y se resistió y se cerró cada vez más”. “Perdí dos años con él –afirmó Mancini- y al final le pedí a Mantovani que me prestara al Bolonia. Un entrenador tiene que dejar huella en el equipo y no se puede cortar la imaginación de ciertos jugadores”.

A Mancini lo salvó Mantovani, que se enamoró de su juego y de su forma de ser. Lo trataba como a un hijo al punto de que el chico le pidió a él, su empleador, que le administrase sus ganancias. Era el único que sentía que podía retarlo sin dar contra una pared y las invitaciones a comer se fueron multiplicando, y los sermones terminaban siempre igual: “Roberto, vaffanculo”, pero era capaz de ofrecer tanto dinero por un premio, que el muchacho a veces se sonrojaba y le decía “presidente, hagamos un poco menos”.

Poco tiempo después, la Sampdoria se fue convirtiendo en lo que se llamó “Blancanieves y los Siete Enanitos” por la contextura de sus jugadores como Lombardo, Vialli, Mancini, Mannini. Se reunían en el restaurante de “Edilio” y confraternizaron hasta conseguir grandes cosas para el club en una época dorada. Ganaron un Scudetto (1990-91), cuatro Copas italianas y una Supercopa de Italia y perdieron de ganar una Recopa europea y la Champions League en la final de Wembley ante el Barcelona en 1992.

Por ese vestuario llegaron a pasar figuras como Ruud Gullit, Toninho Cerezo, Juan Sebastián Verón, Sinisa Mijailhovic, Vincenzo Montella, Gianluca Pagluica Clarence Seedorf, Amedeo Carboni, Enrico Chiesa o David Platt. Y entrenadores que fueron fundamentales para Mancini como Vujadin Boskov, una especie de filósofo balcánico (autor de la frase “fútbol es fútbol”) que hablaba con dificultad el italiano pero de gran sentido del humor, y especialmente, el sueco Sven Goran Ericksson, que se transformó en una especie de guía y que lo adoraba.

Fueron 566 partidos y 173 goles entre 1982 y 1997 para convertirse en el gran ídolo de los tifosi del Luigi Ferraris y en los mejores años del Calcio, los de la Juventus de Michel Platini, Michael Laudrup y Zbigniew Boniek, el Nápóli de Diego Maradona, o luego el Milan de Arrigo Sacchi, pero la Sampdoria presentaba batalla, hasta que Mancini comenzó a necesitar una salida.

¿Cuándo es que comenzó el final? Algunos lo citan en el 20 de mayo de 1992, con aquella derrota de final de Champioins ante el Barcelona cuando dejó Wembley llorando, que pareció el final de un ciclo y la salida de muchos de sus compañeros. Le dijo a Mantovani: “Presidente, yo también me voy porque sin ellos no podemos ganar”. Sin embargo, el dirigente no permitió su salida y con su chequera trajo a David Platt, Jugovic, Gullit y a Alberigo Evani. Otros creen que el mayor bajón fue cuando su compadre Vialli (con el que se peleaban a cada rato en los vestuarios y en los partidos, en los que lo trataba por el apellido y le decía “o me pasás la pelota o te mato”) se marchó a la Juventus (y pudo ganar la Champions allí), o cuando se fue Boskov, aunque muchos también creen que fue el 14 de octubre de 1993, cuando se enteró de la muerte de Mantovani, al que le dedicará palabras llenas de nostalgia y gratitud en su autobiografía: “Estimado presidente, gracias una y otra vez por tratarme como a un quinto hijo y por decirme el mejor cumplido que recibí en mi vida, cuando dijo ‘Espero que pueda tener un hijo como usted’. Gracias por comprenderme más profundamente que nadie”.

Mantovani llegó a ser tan cercano a Mancini que le consultaba hasta los diseños de las camisetas y hasta se le atribuye al “diez”, en una reunión jugando a las cartas, la idea de colocar unas delgadas líneas blancas entre las dos líneas azules horizontales y la roja central para diferenciarse del clásico rival de la ciudad, el Genoa.

Ya Mancini y Vialli se pensaron como estilistas, pero al poco tiempo tuvieron que jugar contra el Grashoppers Suizo (cuya camiseta es albiazul) por la Recopa y al no podían usar la habitual, tuvieron la idea de una roja (que se sigue usando). Pasaron esa instancia de los cuartos de final y ganaron el título.

El entrenador de Italia, Roberto
El entrenador de Italia, Roberto Mancini, celebra tras ganar la Eurocopa 2020 en el Estadio de Wembley, Londres, Reino Unido, el 11 de julio de 2021. Pool via REUTERS/John Sibley

Tras la muerte de Mantovani, se descubrió que Mancini ya no era el mismo. Tuvo un choque con Gianluca Pagliuca –su arquero- en un partido y se le notaban los nervios al límite. Se quitó la camiseta, se arrojó al suelo, le pidió a Ericksson que lo cambiara, pero el árbitro lo expulsó y salió gritando a todo pulmón que está harto del fútbol y de los jueces. Meses más tarde, otra pelea igual y ya su propio DT se queda sin palabras. Sólo en su defensa al sostener que “hay que aceptar que hay algo en él que está roto”.

Massimo Moratti, presidente del Inter, le hizo entonces una oferta a Enrico Mantovani, ahora a cargo de la Sampdoria ante la muerte de su padre, pero es rechazada al hacer cumplir el contrato existente. Mancini se presenta ante la prensa con un papel arrugado en el que escribió “Estoy decepcionado”, la situación era insoportable. Hasta que en el verano de 1997, meses más tarde, Ericksson se fue a dirigir a la Lazio, tentado por los millones de Sergio Cragnotti. Roma era una fiesta, se acercaba el Año del Jubileo, en el 2000, y había demasiado dinero en la ciudad y los dos equipos de la capital italiana comenzaron a ganar títulos. Era inevitable que el crack se fuera acompañando al DT que mejor lo había tratado, aunque Mantovani hijo se decepcionara. “Nuestra relación entró en crisis cuando lo empecé a tratar como una persona adulta después de años de trato paterno exagerado. Es un niño mimado al que todo se le debía. Quería elegir a los jugadores, al entrenador y muchas más cosas que no puedo decir”. Pero Mancini no responde. “Si de verdad quieres ser entrenador el día de mañana –le aconsejó Ericksson- tenés que ser frío y saber gestionar la situación”.

En la Lazio ganó un Scudetto (1999-2000), dos Copas Italia y dos Supercopas italianas, una Recopa europea (98-99, al Mallorca de Héctor Cúper) y una Supercopa de Europa (1998/99, al Manchester United), y compartió equipo con Marcelo Salas, Dejan Stankovic, Matías Almeyda, Hernán Crespo o Pavel Nedved, con 87 partidos jugados y 15 goles. Fue tal su influencia que fue quien sugirió a Ericksson de traer a Lombardo, su viejo compañero en la Sampdoria, y aunque se le explicó que ya era veterano, insistió porque, sostuvo, era un gran componedor de los vestuarios. Fue aceptado y salieron campeones.

El 30 de marzo de 2000, cuando ya contaba con 36 años, Mancini se apareció en el entrenamiento ya como asistente de Ericksson, algo que fue aceptado y comunicado por el club, aunque no había dejado su carrera como futbolista y seguía perteneciendo al equipo. Fue cuando salieron campeones y aunque luego el sueco se marchó a la selección inglesa y se dijo que él lo podía reemplazar, apareció una oferta del Leicester y la chance de ir a la Premier League. Jugó allí cinco partidos, y ya regresó como entrenador. Se terminaba una carrera con 13 títulos oficiales.

Si su carrera está repleta de éxitos y polémicas en los distintos clubes, no lo fue menos en la selección italiana, en las que participó entre 1984 y 1994, siempre teniendo que disputar el lugar con ídolos como Giuseppe Giannini o Roberto Baggio, aunque pudo formar parte del plantel en un solo Mundial, el de 1990, en el que no jugó ni un solo partido por una dura discusión con el entrenador Azeglio Vicini –también muy orgulloso-, al que jamás le pidió disculpas, y en la Eurocopa de 1988, con 4 goles. En 1994 tampoco fue convocado por Arrigo Sacchi para el Mundial de los Estados Unidos al no hacer las paces luego de otra pelea, y para España 1982 estuvo entre los cuarenta del primer corte pero en 1984 participó de una fuga para irse de paseo con otros jugadores en un viaje por los Estados Unidos, y al regresar, el entrenador Enzo Bearzot le dijo “terminaste conmigo” y no volvió a convocarlo.

“Con (Marco) Tardelli y (Claudio) Gentile fuimos a ‘Studio 54’ y otros lugares de moda. Tenía veinte años y estaba viendo los estados Unidos por primera vez. Al día siguiente regresábamos a casa y pensé que un paseo por el centro no le haría daño a nadie. Pero Bearzot noi se lo tomó igualmente bien y yo era el último en llegar y quizá se esperaba de mí respeto por las reglas más elementales –recordó Mancini- y al día siguiente me hizo una escena cuando con una llamada telefónica tal vez lo hubiera solucionado todo. La idea de haber sido el único en pagar, me carcomió”.

Era extraño. Mancini había formado parte del sub-21 de la Eurocopa de 1984 que fue eliminado en semifinales por Inglaterra, y de 1986, que fue subcampeón y como el entrenador era también Azeglio Vicini, se pensó que le guardaría un importante lugar en el equipo nacional absoluto. Una vez más, sus reacciones y resistencias le jugaron en contra.

“Después de diez años de intentarlo, me di cuenta de que nunca sería lo que imaginé con la camiseta azzurra. Mi culpa, mi carácter tan particular, o tal vez que no haya tenido la confianza que necesitaba sentiré, jugaron su papel. Todavía lamento no haber encontrado un entrenador que me dijera que apostaba por mí de todos modos y darme la titularidad por diez partidos pero no tengo resentimientos. Sacchi me enseñó mucho y es el mejor entrenador del mundo en la presión al adversario aunque estoy menos de acuerdo con él cuando la pelota la tenemos nosotros porque un guión preestablecido le quita la libertad mental que genera el pase inesperado o el disparo repentino”, indicó.

Giorgio Chiellini y Roberto Mancini
Giorgio Chiellini y Roberto Mancini posan con el trofeo de la Eurocopa junto con el primer ministro italiano Mario Draghi (REUTERS/Yara Nardi)

Como entrenador, Mancini siguió siendo una mezcla de virtudes como la de ser un líder nato y al mismo tiempo, un modelo por su elegancia (al punto de haber aparecido en infinidad de publicidades de indumentaria, coches o el Correo Italiano –que marcó la diferencia con Gian Piero Ventura, su antecesor, con el que Italia se quedó fuera del Mundialk de Rusia 2018-), y defectos por sus polémicas con colegas, como con Luciano Spaletti o con el izquierdista Maurizio Sarri.

“¿Qué haré cuando sea mayor? Seré entrenador. Y lo haré donde me permitan trabajar sin asistir al curso. Si me permiten entrenar con un director técnico cercano, me quedaré aquí y si no, me iré al exterior”, afirmó en una entrevista con la revista oficial de la Sampdoria en 1996. Terminó haciéndolo en la Lazio cuatro años después.

En 2001, el presidente de la Fiorentina, Vittiorio Cechi Gori, lo convocó para dirigir al equipo, reemplazando al turco Fatih Terim y se encontró con lo que ya avisaba en 1996: no tenía el carnet habilitante y tuvo que dar indicaciones desde las tribunas, ayudado desde el campo de juego por Luciano Chiarugi y Angelo Gregucci. Así ganó una Copa Italia aunque se fue después de 17 partidos porque al mismo tiempo el equipo ocupaba puestos de descenso. Al final, los violetas tuvieron que jugar en Segunda con un club en estado de quiebra.

En 2002/03 volvió a ser requerido por la Lazio, con el que llegó a semifinales de la Copa UEFA (cayó 4-1 ante el porto de José Mourinho) y al mismo tiempo fue cuarto en la Serie A, lo que le permitió al equipo ir a la previa de la Champions. En la temporada siguiente ganó la Copa Italia a la Juventus y se clasificó a la Copa UEFA.

También el club de la capital italiana empezaba a pasar por dificultades económicas y se fue en 2004, cuando apareció el Inter, que no ganaba un título desde 1988/89 y ya al llegar puso las cartas sobre la mesa: “Quiero un Inter que gane y divierta porque jugando bien es como llegan los títulos”. Y enseguida puso paños fríos con el delantero Christian Vieri, al que se llevó para charlar a solas en su yate “Firefly”, que acababa de comprar. Se discutía si podía seguir en el club y Mancini aseguró que “puede jugar en dupla con Adriano sin problemas porque es uno de los mejores delanteros del mundo” y también sostuvo que esperaba mucho del uruguayo Álvaro Recoba.

Tras un tercer puesto en la primera temporada, terminó ganando tres ligas seguidas, aunque una de ellas en los escritorios porque se la desojaron a la Juventus por corrupción. Con la deuda de los torneos internacionales, se fue en 2008 cuando ingresó en su lugar José Mourinho, que acaso pudo tapar estos éxitos al ganar el Triplete en 2009/10, en especial, la Champions League al Bayern Munich en Madrid. El balance de Mancini en el Inter es de tres ligas, dos Copas de Italia y dos Supercopas italianas.

Un año y medio más tarde fue contratado por el Manchester City para reemplazar en diciembre de 2009 a Mark Hughes y con un ambicioso proyecto. De movida, tuvo un choque con Carlos Tévez (que luego sería más fuerte cuando el argentino se negó a seguir calentando como suplente en la Champions y fue apartado del plantel y acabó yéndose a la Juventus), que respaldó al entrenador saliente. Ganó la FA Cup al superar al Stoke City 1 -0 en 2011, en lo que fue el primer título del club en 35 años, y un año más tarde pudo ganar la Premier League al remontar en la última fecha un 1-2 ante el Queens Park Rangers con dos goles sobre la hora, especialmente el de Sergio Agüero en el minuto 93. También ese año ganó la Supercopa inglesa pero en mayo de 2013 fue destituido al quedar el equipo fuera de toda posibilidad de conquistas.

Roberto Mancini y Carlos Tevez
Roberto Mancini y Carlos Tevez en el Manchester City (AP)

Después tuvo un breve paso por el Galatasaray, con el que fue subcampeón de la liga turca y ganó la Copa turca para irse a mediados de 2014 de mutuo acuerdo, regresó al Inter cinco meses más tarde y aunque llegó hasta 2016, no pudo repetir los títulos conseguidos en la primera etapa. En 2017/18 recaló en el Zenit de San Petersburgo, cuando coincidió con los argentinos Leandro Paredes, Emiliano Rigoni y Matías Kranevitter, hasta que rescindió el contrato por ser convocado para dirigir a la selección italiana desde el 14 de mayo de 2018. El vicepresidente de la Federación, el ex jugador del Milan Alessandro Costacurta, estaba entre él y Carlo Ancelotti (que acaba de regresar al Real Madrid para una segunda etapa) pero entendió que el ex entrenador del Everton era más para el día a día en un club. Incluso Mancini contó con el aval del experimentado Fabio Capello.

Mancini se propuso cambiar todo lo establecido, jugar un fútbol más ofensivo y renovar el plantel y ya consiguió llegar a la “Final Four” de la actual Liga de las Naciones y ganar la Eurocopa ante Inglaterra en Wembley.

Desde 2016 en el Salón de la Fama del fútbol italiano, y a menudo es citado en las revistas italianas de moda masculina. Es reconocido por haber llevado el “Made in Italy” por las canchas europeas, generando tendencia –es gran admirador de Giorgio Armani- y le encanta vestirse con trajes a medida, vestido por un sastre napolitano, o con un sweter de Cachemir que descansa sobre los hombros y bajo el cuello de la camisa.

Tiene un yate de treinta metros de eslora, el “Firefly”, al que va a menudo con sus hijos Camila, Filipo y Andrea, y también suele practicar remo y es un gran aficionado al paddle, en el que compartió pareja en un torneo en sus tiempos de DT en Turquía, junto a Francesco Totti, o con un grupo de amigos en el “Airport Tennis Club”, en Bolonia.

“Fue una locura, frío. Nunca hubiera dicho ciertas cosas. Pero ponte en mi lugar, tú que ahora me pintas de terrorista. A los trece me llevaron y me llevaron a Bolonia, donde el fútbol me obligó a ser ya grande. Estudié hasta el cuarto año de topografía, leí, pero poco, porque el fútbol no da aliento: uno o dos entrenamientos al día, comer, dormir, retirarse, nunca queda poco tiempo para pensar y vivir como los de tu edad. Y cada día en la cabeza está el juego, el juego que no se puede perder ... Entonces lo pierdes, así, y por una vez en tu vida explota. Jugué el gran papel hasta el domingo, luego no pude más”, dijo el día que se retiró del fútbol, acaso necesitando regresar a la diversión, esa que no pudo tener cuando era niño, metido en una maquinaria tan exigente.

Tal vez ahora, como DT, esté disfrutando más, como aquel abrazo entre lágrimas con Vialli en Wembley, el domingo, tras el título de la Cuando Gianluiggi Donnarumma atajó el penal decisivo y la selección.

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