Messi se desnudó en el Maracaná. Se dejó ver sin ningún filtro ¿O alguien había visto alguna vez así al capitán? Cuando escuchó el final del partido se arrodilló en el césped y se largó a llorar. Su emoción conmovió hasta a la persona más fría de la Argentina. Sus festejos en Barcelona siempre fueron con una sonrisa amplia. Son fotos más parecidas a la que por fin llegaría después con la Copa América entre sus manos. Cuando se le llenaron los ojos de lágrimas resultó distinto. Escupió la rabia contenida. No le fue fácil el camino hasta ganar. En el Mundial 2014, después de romper la barrera de los cuartos de final, Mascherano les agradeció a sus compañeros y les dijo que estaba “cansado de comer mierda”. Leo masticó esa misma frustración. La final de esa Copa del Mundo en Río de Janeiro; antes la final con Brasil en el 2007; la de Chile en 2015 y la otra final con los chilenos en 2016 en Estados Unidos. Esa última vez, salió del vestuario, encaró a la primera posición de periodistas en el vestuario y anunció que renunciaba. Declaró que había intentado varias veces y se veía que no era para él. Gracias a su gen competitivo lo intentó de nuevo y lo logró. Se sacó la presión de ver pasar los torneos sin ganar. El sabía que sólo le quedaban dos balas. Esta Copa América y el Mundial 2022. Ahora Messi se sacó a King Kong de arriba de los hombros.
Leo es el que más merecía ganar la Copa después de 28 años. Hace tiempo que repetía que estaba convencido que Dios le iba a dar un título con la Selección. Pero ya aparecían los incrédulos. Se le debía esa alegría porque es el mejor. Y por su sentido de pertenencia. Ese compromiso va más allá de que ahora algunos lo escucharon cantando el himno o se viralizó su tobillo con una mancha de sangre. Siempre lo intentó con Argentina. Siempre habló de creer. Es una revancha para él como el líder de una generación que debió ganar y no pudo. Es una reivindicación lejana para Mascherano, Higuaín, Chiquito Romero, Lavezzi, aún cuando bajo emoción violenta parezca antipopular. La generación Messi lloró de emoción con él en la cancha. Otros de los jugadores injustamente denostados pudieron sacarse la espina a un costado de Messi. Fue una reparación histórica que el gol del triunfo lo hiciera Di María. Es el crack que no valoramos. Un tipo que hace un tiempo, cuando hacía un año que estaba afuera de las convocatorias, salió por televisión y dijo “prefiero que me puteen 45 millones de argentinos y no quedarme tomando un café al lado de la Torre Eiffel”. Hoy lo aplauden por fin esos 45 millones. En el fondo, Otamendi jugó una final llena guapeza. Hasta raspó a Neymar, digno del número 19 que usaron Passarella y Ruggeri. Y en un aporte más para el grupo -y un puñado de minutos en cancha- está el Kun Agüero. Son los cuatro líderes de un grupo renovado.
Es la Selección de Messi. Y fue su mejor torneo aunque en la final no tuvo su nivel extraterrestre. Se le escapó el gol por debajo de los tapones del botín en un mano a mano. La gran diferencia estuvo en que jamás se desconectó del equipo. Las viejas imágenes lo tenían más tirado de extremo derecho. Podía pasar algunos minutos sin tocar la pelota mientras los otros grandes entretenían a la gente. En su versión 2021 siempre estuvo on line. Asumió el liderazgo futbolístico de siempre pero le sumó su rol de caudillo ya sin Masche; o antes sin Riquelme y Verón, con quienes compartió la versión de la Copa 2007.
Así fue el mejor jugador de la Copa, que no sólo le ganó a Neymar. El brasileño se desdibujó como su equipo en la final. Así apareció un héroe con perfil más bajo en cuanto a luces. Rodrigo De Paul jugó un partido consagratorio. Asistencia genial a Di María; otro pase excepcional a Messi; una jugada en la que él rompió líneas. Hizo todo bien. Al final le metió garra cuando parecía un clásico de barrio. En la Copa 2019 fue una revelación, un hallazgo de Scaloni; ahora ratificó su lugar y se fue soltando hasta opacar a los galácticos brasileños en el patio de su playa. Se anota entre las figuras del campeón, junto a Dibu Martínez, quien se comió el arco, hermano. Y a la vuelta del Cuti Romero, un indiscutido precoz. En pocos partidos se hizo titular fijo. Todo con un equipo que fue de menor a mayor. Su mejor versión fue con Brasil, su mejor medida.
El abrazo de Messi con Scaloni habla. El capitán levantó al entrenador. Fue una bendición. No es que ganar oculta errores del pasado. Antes se vieron cambios a destiempo, caídas de tensión del equipo. La identidad no fue fácil de identificar. Nobleza obliga, con Brasil eligió perfecto los nombres y el plan de partido. La final nunca estuvo en riesgo. Poner a Di María de titular fue una jugada inteligente para leer el partido y saber la importancia del estado de ánimo. Montiel raspó; Acuña aseguró su regularidad. Hasta manejó bien las amonestaciones. Había que evaluarlo en esta Copa porque la anterior pareció sobredimensionada porque el VAR perjudicó a la Selección. Al final aprobó y sumó una enorme experiencia a un currículum que recién se empezó a escribir en la Selección. Ahora será tiempo de ser inteligente y saber leer la gran victoria. Alguna vez, Maradona criticó a Basile diciendo que “se emborrachó con dos Copas América”. Cuando baje la espuma del champagne deberá revisarse todo. No es bueno ver conspiraciones, más allá de que esta vez se potenció por la jugada sucia de algunos que aprovecharon para subirse a una grieta por diferentes intereses. Scaloni consiguió levantar una Copa que se les escapó a Passarella, Bielsa, Martino y es para aplaudir. Contó con un Messi que jugó desnudo. Como en estas fotos que serán eternas.
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