No fue el partido más brilloso, sin embargo fue consagratorio. Lionel Messi tuvo una noche dispar en su rendimiento pero su aporte fue clave para poder alcanzar ese anhelo que lo desvelaba. Esta noche, en Brasil, el capitán se consagró campeón de la Copa América con la selección argentina tras vencer a Brasil en la final que se disputó en el mítico estadio Maracaná.
Desde el inicio del encuentro en el que igualó la marca del recordado arquero chileno Sergio Livingstone como el futbolista con más partidos en Copa América (34), el capitán argentino se paró volcado desde el medio hacia la derecha del ataque. La intención era clara: generar asociaciones con Ángel Di María, que también estaba ubicado en ese sector del campo de juego. Sin embargo, la fricción y las trabas constantes del desarrollo lo llevaron a tener poca participación en esos primeros minutos.
El gol de Di María mejoró las perspectivas albicelestes, pero no terminó de abrir del todo el trámite del encuentro. Messi no encontraba oportunidad para encarar o gambetear rivales, tampoco lograba meter sus acostumbrados pases filtrados. El partido cerrado y sin espacios conspiraba contra sus posibles aportes ofensivos, pero en lo defensivo sumaba sacrificios: a los 30′, se cruzó hasta la banda izquierda y se tiró al suelo a recuperar una pelota en una jugada que estaba sucia en campo brasileño para así iniciar un avance para su equipo.
Recién sobre los 32′ llegó su primera intervención de peligro: en un ataque directo de Argentina, la Pulga condujo por el medio y, antes de llegar al área, enganchó hacia la izquierda y sacó un disparo por lo bajo que se fue cerca del arco custodiado por Ederson.
Al rosarino se lo notó más participativo y con más campo para recorrer en el inicio del complemento. A los tres minutos ya metió una buena habilitación para Di María en el área, pero la jugada no prosperó. La polémica llegó a los 19′, cuando aprovechó una mala salida del fondo de Brasil. Recuperó la pelota, gambeteó ante la marca de los defensores rivales, se metió en el área y cayó acusando un empujón. El árbitro uruguayo Esteban Ostojich, que estaba muy cerca de la acción, hizo la señal de que no fue penal y dejó seguir el juego.
Faltaban solo dos minutos y Brasil iba por el empate agónico. Argentina jugaba replegada en su campo cuando se le abrió la posibilidad de una contra. Messi condujo el ataque a toda velocidad por la izquierda y cambió de frente para Rodrigo de Paul. El jugador surgido de Racing hizo la pausa, esperó y finalmente habilito a la Pulga, que quedó cara a cara con el arquero. A la hora de definir, increíblemente el rosarino trastabilló y desperdició la chance que le hubiera puesto el broche de oro al encuentro.
Cuando Ostojich marcó el final, todos los abrazos fueron para él, todos los cánticos fueron para él, todas las sonrisas y las lágrimas fueron para él. El maleficio se había roto: Lionel Messi era campeón con la selección argentina, ante el eterno rival y en el Maracaná. No podría haber existido mejor marco para esta gesta.
Sus compañeros lo alzaron y lo lanzaron por los aires, Scaloni lo abrazó y lloraron juntos. “Gane o no gane seguirá siendo el mejor futbolista de la historia, no necesita ganar un titulo para demostrarlo”, había dicho el DT en la previa de la final. No lo necesitaba, pero lo ganó y su leyenda se acrecentó.
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