Sus compañeros corrieron para llegar hasta él, aún arrodillado tras el pitazo final del impecable árbitro uruguayo Ostojich, para elevarlo en el vilo de la emoción merecida y largamente esperada.
Lo encumbraron hasta un cielo propio con lágrimas viriles y solidarias surgidas del alma. Por fin, tras 28 años, la Selección ganaba una copa, y él, fatigado y feliz se entregaba con placer al desenfreno de una épica naciente. Sobre las voces nuevas de la nueva pletórica, terminaba la disputa de una copa y nacía una leyenda: Argentina no había triunfado en cualquier escenario, lo había hecho en un templo del fútbol mundial, el mítico Maracaná, el lugar de los quíntuples campeones del Mundo.
Bendito sea el fútbol que en el crepúsculo de su inigualable carrera le permitió a Messi agregar a su historia un título con su amada selección nacional.
Bendito sea el fútbol que en medio de caras y voces nuevas le ofreció a Messi la sonrisa interminable de su merecida redención.
Y bendito sea el fútbol, este juego mágico y bello que siempre, antes o después, abre las puertas de una revancha para seguir intentando el desafío.
Messi lo merecía. Llevaba 15 años de amante resignado a los caprichos del juego. El gol que no pudo hacer Higuaín frente a Alemania en el 2014, en el mismo estadio, lo hizo Di María con magistral estética frente a Brasil. Un gol, un título y Messi siempre estuvo en ese avatar que sin depender de él, lo convirtió en sujeto de las frustraciones pasadas.
Siempre le dio todo a la Selección y hasta esta épica era poco lo que había recibido. Como no evocar aquella carita de desazón estirando las piernas y aún con las zapatillitas blancas en el banco de la Selección, durante el Mundial de Alemania 2006. El pelo sobre los hombros y la mirada ansiosa dirigida hacia Pekerman sentadito al lado de Aimar, Saviolita y Rodrigo Palacio. Y cuando creía que habría de ingresar, José llamó al Jardinero Cruz.
Ese Messi tenía las mismas ganas que el de anoche con 15 años menos de gloria e inmortalidad. Sin embargo comenzaría a comprender, con el tiempo, lo que le dijo Pekerman en una larga charla que tanto dolor le provocara entonces: “Lio, jugar en la Selección es también adecuarse a su cultura, a conocer a los jugadores mayores, a comprender ciertas reglas”, y luego, paternalmente: “Hablá con Heinze, con el Cuchu (Cambiasso), con Román (Riquelme), con Gaby (Milito)… Son ellos los que habrán de transmitirte el espíritu del equipo”.
En ésta Selección tal espíritu es él, parte desde él. Y nunca olvidó que su decepción de aquel ayer en Alemania 2006 marcaría el punto inicial de un liderazgo que se fue afianzando en la medida en la cual aquellos valorados compañeros fueron dejando a la Selección.
Seguramente hubo situaciones que hubiese preferido evitar y no pudo. La del 2008 que terminó con la renuncia del Coco Basile fue una circunstancia que en el fluir de la vida el Messi de hoy no la hubiese aceptado. Pero nadie es igual hoy que ayer y menos, mucho menos, ante el pedido de un amigo como el Kun que todo cuanto quería, por entonces, era darse el enorme gusto de tener a Diego –por entonces su suegro– como conductor del equipo nacional.
Fue en tales circunstancias que Messi recordó la recomendación de Pekerman en el 2006: “Acércate a…”. Y entonces Lio junto al Kun dejaron que actuasen los Heinze, los Verón, los Milito o los Samuel, sin sospechar que un compañero –también “grande”– habría de oponerse a tal actitud con manifiesta indignación: nada menos que Juan Román Riquelme quien ante la maniobra desestabilizante, prefirió buscar una excusa para desistir de la convocatoria realizada por Diego para el Mundial de Sudáfrica 2010.
Pensé también en sus gestos hacia todos los compañeros que lo disfrutan desde hace más de una década. Lio es un capitán extraordinario. Y además, ilimitadamente generoso. En la época de los 2007 y hasta el 2016- puedo dar fe- que el plus de los 300, 400 o 500.000 dólares que le pagaban a la Selección por su actuación, Messi le indicaba a la AFA que los distribuyera entre todos los demás integrantes de aquellas delegaciones incluyendo a los empleados administrativos.
Merecía la Copa semejante ser humano. Un compañero de silenciosa solidaridad que fue aprendiendo a vivir sin saltar ninguna valla: todo a su tiempo y ocupando el lugar de la estrella sin imponer su voluntad sobre ningún otro integrante del equipo. Creció como líder y aprendió a manejarse junto a Iniesta, Xavi, Puyol, Piqué, Zanetti, Mascherano, Milito, Biglia entre tantos. Y hoy ejerce un liderazgo que los demás reclaman, pues él es en la vida igual de incomparable que en el campo de juego.
Merecía ganar la copa este capitán sin contrato aún firmado con la piel expuesta y la cara limpia. Este nuevo dueño de la Selección que se pasó una década tolerando que le criticaran el derecho a veto generado por su inmensa presencia pero ejercido obligatoriamente, austeramente, casi discretamente.
Después de Pekerman y Basile no hubo director técnico de la Selección Nacional que no le consultara hechos y situaciones a resolver. Pero ni Sabella ni Martino (lo de Bauza fue tan leve que no tiene registro) hicieron lo que Messi dijo si no, más bien, consideraron la opinión de Messi más allá de la decisión final. Es cierto que mientras regresaban al vestuario al término del primer tiempo frente a Alemania en la final del 2014, Messi le pidió a uno de los ayudantes de Sabella: “Decile que lo ponga al Kun”. Y es un hecho cierto que el Kun ingresó desde el comienzo del 2° tiempo. Fue hasta ese momento que Messi se permitía participar de opiniones y puntos de vista que le fueran realizadas. Valioso por cierto, como resultan las que provienen de los verdaderos referentes, de los indiscutidos que tuvieron los grandes equipos: desde Alfredo Di Stefano hasta Messi pasando por Pelé, Charlton, Cruyff, Beckenbauer, Platini o el inmenso Diego… No hay, no existen monstruos del futbol que no opinen, que no participen, que no se involucren pues si así fuera, no hubiesen sido lo que fueron o lo que son. Y éste Messi dejó de ser el capitán consultado por un técnico –Sampaoli, por caso– que le mandaba la hojita con la formación para que Lio se la aprobara. Esto ocurrió antes de enfrentar a Nigeria en el Mundial 2018 en Rusia. Por suerte Scaloni, quien por entonces oficiaba de tercer ayudante y era el portador de la hojita con la formación, se cruzó azarosamente con Burruchaga quien le impidió que el papel llegara a manos de Messi.
— ¿Y qué le digo a Sampaoli si me pregunta?, inquirió Scaloni.
— Decile que le dejaste el papel y está todo bien, le respondió Burruchaga.
Luego, estas anécdotas de poca importancia real y tantas otras se multiplicaron y se le adjudicaron a Messi situaciones de las que jamás participó, actuó u opinó. En cambio su grado de involucramiento en todos los aspectos para la formación y actuación de este plantel, ha sido total. Pasó de ser el referente uno a ser el dueño. Y la foto de “todos juntos” con jugadores, cuerpo técnico, dirigentes y empleados de la AFA ha sido una gestión por él bendecida, toda vez que dio su conformidad para que su amigo Claudio Tapia nombrara a Scaloni y entre ellos a Samuel, Aimar y al resto de los miembros del cuerpo técnico presente en Brasil.
Merecía ganar la copa –ésta, una anterior o la que vendrá– quien ha obtenido todos los premios, distinciones, honores y reconocimientos que las diferentes instituciones del futbol mundial otorgan. Quien encabeza todos los ítems de todas las estadísticas. Y también quien nos regocija con su arte único transformando al juego en un acto de sublime estética.
Solo le faltaba al jardín de su grandeza la última rosa blanca del invierno y los pétalos se acaban de unir al tallo en la noche interminable del Maracaná.
Bendito sea el fútbol que convirtió a Messi en leyenda…
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