“Cuando quedé como la segunda elección del Draft, viniendo desde Europa, pensé que era un enviado de Dios. Así fue que me metí en peleas, me emborraché antes de las prácticas, hice muchas locuras y escupí en todos lados… Aunque realidad sólo me estaba escupiendo a mí mismo. El problema fui yo, está claro. Y por eso empecé a odiar el juego. Incluso cuando jugaba bien. Quería que el partido terminase. Nunca estuve preparado para la NBA, para Estados Unidos, para lo que necesitaban de mí. Y nunca estuve dispuesto a hacer lo que se necesitaba para triunfar. Ahora es distinto. Trabajo en mi granja, camino mis campos y veo el proceso de producción. Eso me hace feliz, acá logré la paz mental y empecé a disfrutar”.
Darko Milicic. O cómo, tal vez, nacer en el cuerpo equivocado. O tener talento para algo que no te llena. O, simplemente, cómo caer en el lugar equivocado en el momento equivocado. Algunas reflexiones para intentar explicar la historia de este talento precoz que es considerado uno de los grandes fracasos de la historia de la NBA. Un serbio de 2m13 que se dio el lujo de ser seleccionado sólo por detrás de LeBron James en una de las mejores camadas de draft de la historia. Un pivote que, con 18 años, fue escogido antes de futuros integrantes del Salón de la Fama, como Carmelo Anthony (#3), Chris Bosh (#4) o Dwyane Wade (#5). Quien poco meses después pareció tocar el cielo con las manos al ser el cuarto jugador internacional más joven de todos los tiempos en debutar en la NBA y el más joven en jugar unas Finales y ganar un anillo, con los Pistons, allá por 2004. Pero, claro, no todo lo que brilla es oro. Ni todo lo que comienza bien, acaba bien. A partir de ahí todo, o prácticamente todo, lo que hizo Milicic fue un fracaso. O, al menos, terminó en polémicas o escándalos. Hasta aquella plantación de cerezas que puso en su país, donde encontró su verdadero lugar en el mundo. El de siempre. Lejos de la NBA y aquella vida vacía para él…
La historia que recorremos en esta nota, con el interesante aporte de Carlos Delfino, el argentino que se hizo amigo suyo en Detroit y compartió su testimonio con Infobae, comenzó en Novi Sad, el 20 de junio de 1985. Un chico que siempre fue muy alto, por herencia familiar. Y, claro, si uno es alto en Serbia, cuna basquetbolística, difícilmente zafe de su destino: jugar al básquet. A él nunca le entusiasmó demasiado. “Mi padre me enseñó porque todos le decían que era muy alto y coordinado, que podía tener un futuro con el deporte”, recordó. Y así fue. Tenía apenas 15 años cuando impactó al Viejo Continente, al irrumpir como una estrella fulgurante en el Europeo de Cadetes, en 2001. Serbia fue campeón de su mano y todos empezaron a hablar de la gran promesa de Novi Sad. Era espigado, sí, pero también fuerte, ágil y versátil, todos argumentos para permitirle convertirse en un pivote dominante.
A esa edad, el KK Hemofarm le hizo un contrato profesional y Milicic mostró veloces progresos. En la Copa Korac promedió 7.9 puntos, 4.7 rebotes y 2 tapones en 21 minutos y en la siguiente temporada, la 2002-2003, se destacó en la Eurocup con 13.4 puntos, 6.8 rebotes y 1.6 tapa en 24 minutos. Fue cuando los scouts de la NBA terminaron de enamorarse de él, en especial un directivo con mucho nombre. Joe Dumars, aquella estrella como jugador que era director de operaciones en Detroit. Los Pistons ya tenían armado un equipazo –de hecho, serían campeones en 2004 y finalistas en 2005- y Joe D buscaba una nueva estrella a futuro. Y por eso usó aquel pick #2 en un pibe de 18 años que tenía mucha pinta. “Ahora miro atrás y me doy cuenta de que no sabía ni la mitad de las cosas de las que debía saber”, admitiría Dumars ocho años después.
Milicic –y su personalidad-, Detroit y Larry Brown, el exigente coach de aquel entonces de los Pistons, fueron los ingredientes de un cóctel explosivo que terminaría haciendo implosionar la proyección del pivote. No hay dudas de que Darko fue un rebelde sin causa, un chico inmaduro y demasiado solo –emocionalmente- que pareció tragarse el cuento de la superestrella que desfilaría por la NBA. Tanto como que Brown destrozó su confianza. Larry, un coach de la vieja guardia, duro, áspero y muy profesional, fue un odiador serial de novatos, algo que hasta sufrió Carlos Delfino cuando cayó en aquel mismo equipo y fue compañero de Milicic. Brown prefería a los veteranos comprobados, a los hombres formados que supieran competir y ganar, no parecía tener tiempo para enseñarles a los tiernos rookies… Entonces está claro que pibes como Milicic sufrirían en ese ambiente. Seguramente hubo una disfunción entre Dumars y Brown, porque uno buscaba talentos bien jóvenes y al otro no le gustaba entrenarlos… O, al menos, no les tenía paciencia. Lo cierto que ese comienzo fue lo peor que le pudo pasar a Darko. Y más si hablamos de Detroit, una ciudad en plena decadencia que ofrecía muy poco más allá del básquet para sus atletas…
“Lo primero que debo decir es que Darko es un gran amigo. Fue elegido en el mismo draft que yo. La diferencia es que él dio el salto inmediatamente a la NBA y yo me quedé un año más en Europa. Estuvo en el equipo campeón de los Pistons, pero sufrió mucho más de lo que disfrutó. Por lo que sé, no tenía una gran relación con Brown, quien le pedía que hiciera cosas más de un 5 clásico y Darko, en cambio, era un pivote que podía hacer más cosas. Manejaba muy bien la pelota, con ambas manos, la subía, tiraba bien… En definitiva, un adelantado, lo que es un pivote hoy. Se había formado en Serbia, donde hasta los hombres grandes tienen otra técnica… Pero Larry lo quería más en la pintura y le vivía diciendo la frase ‘tiraba para abajo’, en referencia a que sólo debía volcarla. Pero Darko se rebelaba en entrenamientos, hacía lo opuesto y Larry se enojaba. Y ahí chocaban. Larry era muy exigente, cerrado, y Darko tenía un carácter muy duro, irascible”, relata el santafesino en un alto en sus vacaciones en Italia. Hay una frase para la historia de Brown que pone en blanco sobre negro lo comentado por el argentino: “Quiere ser como Toni Kukoc y a mí me gustaría que jugase como Bill Russell, pero él parece creerse un rapero”, dijo el legendario coach sobre Milicic.
“Cuando yo llegué, en su segundo año, lo encontré cansado, quería irse de Detroit, lo vivía diciendo… Y encima lo veía solo, a nivel familiar… Tenía 19 años y yo llegué con 21. Estábamos mucho juntos y él tenía su grupo de amigos que, como dato color, incluía a Shuma Jokic, hermano mellizo de Nikola. Eran una banda y recuerdo que Darko tenía cuatro autos, dos jet ski y dos barcos, uno anclado en un lago que sólo se descongelaba en verano, cuando Darko, en realidad, se iba a Serbia… Era como que trataba de buscar soluciones y alegrías que no encontraba en la cancha. Porque era crack, Darko, eh. Muy talentoso, lo mostraba en los entrenamientos, pero no lo ponían. Y eso lo sacaba de quicio. Y buscaba la diversión en otro lado…”, admite Cabeza, quien también jugó poco en Detroit (14 minutos de promedio en tres temporadas) hasta que se fue, primero a Toronto y luego Milwaukee, donde despegó. “Tuve las chances que no me dieron en Detroit. Le pasó lo mismo a él cuando se fue a Orlando”, completa CD.
La insatisfacción deportiva se traducía en locuras fuera del campo. “Daba muchísimo miedo al volante. Aunque yo le dijera que frenara en las curvas, él siempre aceleraba”, contó Chauncey Billups, superestrella y líder de aquellos duros Pistons. Delfino asiente. “Sí, manejando era un loco, es verdad. Tenía un Mercedes clase S, turbo, y lo pisaba en la nieve. Patinábamos por todos lados y una noche terminamos en un ghetto de Detroit. Mamita, las caritas que vimos, no asustamos bastante. Creo que los dos transpiramos más en el auto que en la cancha, por lo mal que la pasamos y, claro, también por lo poco que jugábamos”, cuenta Carlitos con su habitual sentido del humor. Y al toque recuerda cómo siguió todo. “Claro, hacía tantas de esas que un día le sacaron el carnet de conducir. Pero él nunca dejó de manejar. Decía ‘no importa, cuando la Policía me para digo que soy Milicic y no pasa nada’. Pero, bueno, un día empezó el entrenamiento y faltaba Darko. Y sí, ese día le había tirado con el apellido a un policía y terminó en un calabozo. De esas macanas hizo muchas”, comenta. Medio perro verde era Milicic, está claro. “Darko se duchaba siempre en casa tras los entrenamientos y los partidos. No se daba cuenta de que en Estados Unidos nos duchamos todos juntos. Así que tuve que enseñarle que al acabar un entrenamiento o un partido, debía ponerse la toalla a la cintura y entrar en la ducha”, contó Chauncey Billups, base estrella de Detroit y uno de los que más paciencia le tuvo al pivote.
Tras jugar 5.7 minutos en sus dos temporadas y media en Motown, en febrero del 2006 el serbio pasó al Magic y allí, lejos de ese ambiente perjudicial, mostró su mejor cara. En los 30 partidos que disputó en Orlando en esa primera temporada promedió 21 minutos, 7.6 puntos, 4.1 rebotes, 1.1 asistencia y 2.1 tapones. “Allí fue feliz y jugó mejor”, acota Delfino. Al año siguiente mantuvo el nivel en 80 partidos y aprovechó el verano para sacar partido de su condición de agente libre al firmar un contrato de 21 millones por tres temporadas con Memphis en 2007. Allí se consolidó como titular en su primera campaña y siguió en sus números, pero en su segunda volvió al banco y durante el verano de 2009 fue enviado a los Knicks. En la Gran Manzana duró sólo 8 partidos y se dedicó más a las peleas, las borracheras y problemas varios que parecían formar parte de un extraño entramado de autodestrucción.
Así fue que lo mandaron, en febrero de 2010, a Minnesota, donde jugó su mayor media de minutos (25.6) y jugó tal vez su mejor temporada: 8.8 puntos, 5.2 rebotes y 1.5 asistencia en 24.4 minutos en 69 partidos como titular. Lamentablemente la temporada siguiente sólo disputó 29 y los Wolves le cortaron. Entonces firmó con Boston por un año, pero sólo saltó a la cancha en un partido y disputó nada más que cinco minutos, dejando el país para volver a Serbia con su madre enferma. Anunció su retiro en 2019 y tuvo un retorno testimonial en el equipo de su Novi Sad natal en la 2da división serbia, ya con casi 40 kilos de más y buscando sacarse el gustito de volver a las raíces.
Cuando se explican sus vaivenes, polémicas y peleas aparece siempre ese temperamento con tendencias a la violencia. Existe más de una historia que refleja cómo descargaba toda su frustración con una bolsa de boxeo o, simplemente, en las paredes de su casa. En su etapa en Memphis, por ejemplo, su mujer llegó a decir que vivían dentro de un queso por los agujeros que hizo con un martillo en la pared. Incluso cuentan que tumbó a un caballo de un puñetazo, porque había tirado a su hijo al montarlo. Tal vez por eso no sorprendió que, en el 2014 probara con el kickboxing, experiencia que duró poco porque en su primera pelea lastimaron su pierna. Eso sí, ese deporte permitió descubrir, al dejar el torso desnudo y ver sus tatuajes, la ideología que tenía Milicic. En su piel pudieron verse las caras de cuatro de los líderes chetniks de la II Guerra Mundial, uno de ellos el criminal de guerra Nikola Kalabic y el otro Momcilo Dujic, sacerdote vinculado a la extrema derecha serbia. Darko es un reconocido nacionalista serbio que, cada tanto, mostraba su agresividad en público, un problema muchas veces potenciado por una reconocida adicción al alcohol. Muchos recuerdan sus polémicas declaraciones tras el Europeo de 2007 cuando, tras la eliminación de Serbia, en zona mixta contó lo que le haría a las madres e hijas de los árbitros. Nada bueno, está claro. “Todos cometemos errores”, se arrepintió después.
De a poco se fue dando cuenta que esos ambientes sacaban lo peor, que tal vez lo mejor era alejarse de las canchas, salir del foco y acercarse a los lugares que lo bajaban, que le hacían mejor, que calmaban ese carácter tan volátil. Tuvo la suerte de encontrar su pasión en el campo, en la tierra, en el cultivo y la producción, puntualmente de cerezas y manzanas. El serbio compró en su país cerca de 50 héctareas y se dedicó a producir, con un fanatismo inusual. Investigó, averiguó, se especializó y se dedicó, pero sobre todo se asentó y tranquilizó. “Mis días los paso llevando a los chicos a la escuela, a las clases de deportes, a inglés... Luego trabajo en el huerto y con las frutas. Estoy tranquilo. Pensé, me calmé. Construí mi propia paz mental. Espero que todo siga así, creo que mi vida es buena, positiva. Me paso el día en el campo, camino, miro el proceso de crecimiento de las plantas y me hace muy feliz”, reconoció quien mostró su solidaridad siempre que pudo, como cuando subastó su anillo de campeón para ceder el dinero a niños con la enfermedad de Batten (también conocida con el nombre de Lipofuscinosis neuronal ceroidea juvenil).
Es que Darko tiene el corazón más grande que el pecho… Te lo aseguro. Yo creo que cayó en el lugar equivocado, en el momento equivocado. En otro equipo, otra ciudad, en otro ambiente, su carrera hubiese sido otra cosa. Soy un convencido. Yo creo lo saturó mentalmente ese comenzar en un lugar que no estaba preparado para él. Mentalmente, lo destrozó. No le dieron oportunidades y él no lo pudo tolerar. Yo recuerdo los entrenamientos que hacíamos, las cosas increíbles que le veía hacer. Yo no tengo dudas que en otro lugar podría haber explotado y yo lo lamento”, analizó Delfino.
Carlitos también opinó sobre las carencias anímicas y de personalidad que vio en su amigo. “Primero, sí, es verdad, que su carácter fuerte le jugó muchas veces una mala pasada. Y, segundo, todo tiene que ver con una falta de afecto. Yo, por caso, no recuerdo haber visto nunca a un familiar suyo en Detroit. No conocí, mirá que me hubiese gustado. Le conocimos novias y amigos. Pero nunca un familiar. Y él tenía 18/19 años y estaba solo en Estados Unidos. No era lo ideal”, argumenta. Ahora, asegura, que hace años que no habla con él ni sabe qué es de su vida. “No me sorprende lo que he leído, que es feliz en el campo y la agricultura. Siempre decía que quería volver a sus pagos, que sería feliz ahí. Estaba orgulloso de su Serbia y quería volver allá. Lo llena mucho eso. Ahí encontró su lugar en el mundo”, cerró. Y sí, tal vez la NBA y Estados Unidos sacaron lo peor de un pibe precoz desde lo físico y técnico, pero sin el resto de los intangibles que se necesitan para triunfar en la elite.
Tal vez aquel juguete roto haya podido arreglarse a sí mismo para, simplemente, vivir la vida como cualquier otra persona que la quiera disfrutar.
Tras fracasar también en el kickboxing, con 160 kilos, se olvidó de éste y el baloncesto para dedicarle tiempo al cultivo.
Milicic actualmente ha encontrado la paz y asume que todo fue culpa suya pero... ¿Larry Brown supo tratar a aquel crío rebelde sin causa? ¿Realmente tenía potencial?
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