Julio César Chávez se subió al ring por última vez. En una noche donde fue protagonista, recibió el apoyo de su familia y hasta del propio Saúl “Canelo” Álvarez, el Gran Campeón Mexicano salió a la cacería de Héctor “El Macho” Camacho desde el primer campanazo y logró llevarse la victoria. De esa forma, entregó sus últimos ganchos y jabs a un público que lo aclamó desde su aparición en el Estadio Jalisco.
La exhibición comenzó minutos antes de la medianoche del sábado 19 de junio. El primero en hacer su aparición fue Héctor “Macho” Camacho Jr. el hijo de la leyenda puertorriqueña. Los brillos y destellos dorados de su bata resaltaron entre los rincones oscuros del recinto. Manoteando, recordando a su padre e interactuando con el público con enorme júbilo, el Machito llegó bailando al ring de boxeo. Una vez en el cuadrilátero se encontró con una banda sinaloense que esperó el momento indicado para comenzar a tocar.
El pasillo que vio llegar al Macho se iluminó una vez más. Con los primeros estallidos de las bombas de humo, la banda sinaloense del recinto comenzó a sonar. Chávez, el hombre de las 90 peleas invicto se hizo notar con su típica banda en la cabeza. Detrás de él, cargando un cinturón, su hija Nicole encabezó la esquina. De igual forma, en la caminata, Julión Álvarez cantó la canción de “El Rey”, compuesta por José Alfredo Jiménez.
Entre gritos, luces y flashes, el pugilista de la vestimenta blanca llegó a su cita en el entarimado. Después de dar algunas vueltas y confirmar su asistencia, Edith Márquez entonó el Himno Nacional Mexicano. Acto seguido, el mexicano agradeció la presencia del público en el Jalisco y entregó la fajilla de reconocimiento a Don Rómulo Quirarte, quien fuera su entrenador años atrás.
Minutos después, el Estadio guardó silencio para escuchar el Himno Nacional de la Isla del Encanto. Al término, el escenario comenzó a vaciarse y quedaron las esquinas en compañía de los protagonistas. Cada uno se colocó la careta de protección pactada y se acercó al centro para escuchar las últimas indicaciones. El juez confirmó la pelea de cuatro asaltos y dio la indicación para que sonara la campana.
Desde el primer momento, Chávez se lanzó al ataque. No se guardó nada. Tras meses de no ponerse los guantes y a sabiendas de que se trataba de la última vez, el legendario boxeador se mostró insaciable. Héctor Camacho, vestido de color dorado, se ubicó en la parte exterior del ring y se movió a lo largo de todo el perímetro esperando los impactos de su contrincante.
No transcurrieron más de 50 segundos cuando Julio César recibió el primer abrazo de la noche. Cada que el mexicano era víctima de dicha estrategia, extendía los brazos en señal de rechazo. A pesar de ello, la derecha de Chávez se hizo presente, en la mayoría de las ocasiones, por medio de golpes volados. Fueron pocas las veces que el Gran Campeón se vio acorralado, pero Machito logró ponerlo en aprietos un par de ocasiones. Así transcurrieron los primeros dos asaltos.
En el tercer episodio, Chávez perdió el control por unos momentos. Macho le dio la vuelta y terminó arrinconando al mexicano. Al sonar la campana, Chávez se dirigió a su esquina y pidió que le quitaran la careta, como lo prometió en la semana. Su rival imitó la acción, pero con un objetivo distinto. Abajo del escenario, su hija Nicole le pidió a gritos al boricua que no continuara sin la protección y el púgil le dio la razón.
Con un gesto de molestia, Chávez se colocó la careta y, antes de comenzar el último round de su carrera, invitó a un personaje destacado. De entre las sillas del ringside se levantó Canelo Álvarez y acudió al llamado. Se ubicó en la esquina de su ídolo y el cuarto asalto comenzó.
El cansancio se hizo notar en el mexicano. Los 115 pleitos profesionales que sostuvo en su carrera pesaron sobre sus hombros, pero le dieron el empuje necesario para terminar el compromiso. Los segundos pasaron y, cuando menos lo espero, sonó el último campanazo. Aprovechando el arrinconamiento de su rival, soltó algunos golpes después del final y culminó con un acto que bien pudo describir el balance de su carrera; un rival duro que nunca cedió un sólo espacio a sus contrincantes.
La indicación del final le dio el aire necesario para correr con los brazos levantados. De inmediato se encontró con Canelo Álvarez, quien le aseguró que es el mejor boxeador de la historia. En la escena se conjugaron dos grandes exponentes en la historia del deporte mexicano. Aunque Álvarez se encuentra forjando su historia con enorme disciplina, los nostálgicos del pugilismo nunca olvidarán ni restarán mérito a las 90 peleas en las que el César del boxeo no conoció la derrota.
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