Para entender el fútbol mexicano en la actualidad es necesario tomar en cuenta la rivalidad que existe entre Pumas y América, dos clubes que lucen como antagonistas, con aparente quiebre ideológico y que se puede afirmar nacieron con el odio deportivo impreso.
Los Pumas de la UNAM fueron fundados en 1954, 38 años después de que lo hiciera el América en 1916, por lo que no fue una rivalidad que surgiera desde el nacimiento de las instituciones, sino que tuvieron que ocurrir distintos eventos para que se forjara la enemistad.
El primero de ellos ocurrió en el primer partido en el que se enfrentaron. La particularidad es que no fue un partido común de temporada regular, sino el primero de la institución auriazul en la máxima categoría. En resumidas cuentas, el América le dio la “bienvenida” a los Pumas en primera división.
Aquel compromiso ocurrió el 1 de julio de 1962, con el América como local pero en Ciudad Universitaria, donde ambas escuadras disputaban sus encuentros en casa.
Los Pumas llegaban a primera división tras ocho años en la categoría de plata, por lo que las Águilas fueron las encomendadas para inaugurar su paso por el máximo circuito. Con goles de Francisco Moacyr y Antonio Jasso, el cuadro azulcrema se impuso 2-0 y de paso provocaron la expulsión de Calderón de la Barca.
A pesar de las diferencias en el plantel de Pumas, que contaba con 13 futbolistas universitarios, el encuentro fue parejo, por lo que la frustración en el cuadro universitario era evidente y selló solo el primer ápice de la rivalidad, de acuerdo con un relato publicado por TUDN.
Si el primer partido de Pumas en primera división fue el que abrió la perilla del gas en la rivalidad contra el América, el primero en el Estadio Azteca fue el que encendió la llama, pues en la primera visita del cuadro universitario a Santa Úrsula, las Águilas les endosaron cinco anotaciones.
Esta goleada 5-1 ocurrida el 16 de agosto de 1966, que se mantuvo como las más abultada hasta las semifinales del Apertura 2018, fue la que transgredió el orgullo puma por primera vez y la sed de revancha nació en el conjunto auriazul, por lo que el juego en la segunda vuelta de la temporada confirmó el odio deportivo.
El 1 de diciembre del mismo año, pero en Ciudad Universitaria, el equipo local salió a matar para limpiar su imagen y derrotaron a un sobrado equipo americanista 4-1, para así dejar en claro que los partidos contra el cuadro azulcrema no pasaba desapercibido.
Pero la verdadera clave de la rivalidad, esa que aventó los galones de gasolina sobre el fuego, fue la polémica transferencia de Enrique Borja al América en 1969, pues el canterano y máxima promesa puma fue vendido sin su consentimiento a los nuevos “millonetas”, adquiridos por la familia Azcárraga a principios de la década.
Borja no estuvo de acuerdo con su salida e incluso le solicitó ayuda al presidente en turno, Gustavo Díaz Ordaz, para que frenara el pase, pero lo único que consiguió fue legislar una ley para que al jugador le tocara una fracción del traspaso, pero se consagró como el detonante de una guerra civil en la ciudad.
Esto enardeció a una juvenil afición de los Pumas y los partidos contra el América sumaron intensidad, odio y mucho morbo por ver jugar a la ex estrella en un rival con pasado caliente, quien a pesar de marcar 99 goles con la indumentaria amarilla, curiosamente solo pudo marcar ante los universitarios en un partido, el último de su carrera en 1977.
La rivalidad se acrecentó año con año hasta alcanzar su clímax durante la década de los 80 y principios de los 90, en la que disputaron tres finales de liga llenas de polémica, golazos y algunas fallas que dieron color al denominado Clásico Capitalino.
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