De multicampeón con el Barcelona y jugar con Maradona a caer en las drogas y vivir en la calle: “Sé lo que es estar muerto y regresar”

Julio Alberto Moreno brilló en el Atlético Madrid, en la selección española y en el Barça. Asegura haber ganado “más dinero de lo que cualquiera podría llegar a concebir en tres vidas”; conoció la noche y los excesos. Pasó por sobredosis e intentos de suicidio. “Llegué a desear la muerte más que nadie en este mundo”, supo declarar. Hoy, a los 62 años, está “limpio”. Volvió a vincularse a la pelota y plasmó su resurgimiento en un libro

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Maradona y Moreno, en una
Maradona y Moreno, en una campaña contra las drogas (Sport)

Cuando la policía, alertada por los llamados telefónicos de los vecinos, llegó a la habitación del Hotel Comtes de Barcelona se encontró con un panorama inquietante. El cuarto destruido, rastros de cocaína y el único habitante del lugar totalmente fuera de sí; con varios cortes autoinfligidos, sangrando. “¡Estoy poseído por el demonio! ¡Soy la reencarnación de Demian”, gritaba, y en el frenesí intentó arrojarse del balcón, pero el salto logró ser rescatado por uno de los agentes que se apersonaron en la escena. Fue, según su propia narración, uno de los instantes en los que Julio Alberto Moreno tocó fondo. El mismo Julio Alberto Moreno que había ganado nueve títulos con el Barcelona, que había compartido campo de juego con Diego Armando Maradona, que había disputado un Mundial (México 86) y una Eurocopa con la selección española.

“Llegué a desear la muerte más que nadie en este mundo”, confesó en 2016, en una entrevista con El Mundo. Y vaya si intentó llegar a su encuentro. “He tenido tres sobredosis. He entrado dos veces en coma y he sufrido otro par de infartos. Salté de un cuarto piso y no pasó nada; salté de un coche en marcha. Doy las gracias por estar vivo. Sé lo que es estar muerto y regresar”, detalló en la misma nota. “Nunca recordaré haber muerto”, precisamente, se llama el libro en el que relata la montaña rusa que fue su vida. Cómo escapó de una infancia dolorosa hasta congeniar con la gloria y entrar en una vorágine autodestructiva que casi acaba con su vida.

Hoy, con 62 años, recuperado de las adicciones, vinculado al fútbol como director deportivo y disertante en diferentes conferencias en las que cuenta su experiencia, asegura que “el Director”, tal como llama a Dios, lo guió hacia la puerta de salida. Tal vez la parábola más precisa para ilustrar su historia es que llegó a dormir junto a otros homeless en la misma plaza donde con la casaca blaugrana festejaba los títulos con el Barça.

Antes de ser el lateral izquierdo que jugó nueve temporadas en el Barcelona, que carga sobre sus hombros 34 partidos oficiales con su selección, Moreno vivió una infancia dura, en la que la pelota ofició como vía de escape. Cuando sus padres se separaron, fue internado en un orfanato. Y allí, cuando tenía 12 años, fue abusado sexualmente. No pudo poner en palabras el horror hasta que cruzó la barrera de los 50 años.

Te podían violar, pegar, robar. Te podía pasar cualquier cosa. Yo no entendía por qué estaba allí, si tenía padre y madre. No entendía nada. En verano nos mandaban tres meses de campamento. A los doce años fui violado dos veces por un monitor. No sé cómo he podido sobrevivir a eso y tener la cabeza amueblada. Sodomizar a un niño es algo espantoso”, remarcó.

Pero, lo dicho, el deporte le ofrendó un nombre, exposición, dinero; una pasión de la que asirse. Veloz, hábil, con vocación ofensiva, surgió de la cantera del Atlético Madrid, club en el que debutó en 1977, y enseguida resaltó. En 1982 lo contrató el Barcelona, el mismo año en el que arribó a Catalunya un tal Diego Armando Maradona. A partir de allí transitaría los mejores años de su carrera como futbolista. Y el inicio de su relación con la noche y las drogas, que lo empujarían a una ciénaga en la que tropezaría en más de una oportunidad mientras intentaba salir.

Fue a los 15 años que se mudó a Madrid con la intención de edificar su vida alrededor del fútbol. Mientras forjaba su destino, fue portero de un banco, descargador de camiones y agente de seguros. El balón le mostró otro mundo. “Tuve más dinero de lo que cualquiera podría llegar a concebir en tres vidas”, llegó a declarar. A sus ganancias le sumó una posición social heredada: formó pareja con Carmen Escámez, sobrina del banquero Alfonso Escámez. La relación, que se transformó en matrimonio (tuvieron una hija, Carolina) lo catapultó a las revistas de espectáculos. Su existencia se transformó en un reality. Claro, en épocas de bonanza podía resultarle hasta pintoresco. Pero con los botines en el lodo... Juntos hasta grabaron un disco y aparecían en los encuentros de la alta sociedad, pero el Mundial 86 (España llegó hasta cuartos de final, instancia en la que quedó eliminada por penales ante Bélgica), que ofició como punto final: “Al volver mi mujer se había enamorado de un íntimo amigo mío”.

Más allá del doloroso episodio, Moreno no se definió precisamente como un hombre fiel. “He vivido con veintiún mujeres en veintiún casas diferentes. Y me acuerdo de los nombres de todas. Tal vez no el orden”, se jactó en su charla con El Mundo. Y en el medio abundaron las aventuras: “Una vez me escapé de la concentración y conseguí un par de chicas. Como no tenía dónde llevarlas, paré una ambulancia, le di algunos billetes al conductor y nos metimos dentro”.

El lateral, con la casaca
El lateral, con la casaca de la selección española, a la que representó 34 veces (Grosby Group)

La noche, los desbordes, ya eran parte de su habitualidad. Incluso fue señalado como parte del “entorno” nocivo de Maradona, aunque siempre lo negó, alegando que cada uno tenía “su grupo”. Eso sí, varias veces apeló a la figura de Diego para ilustrar el doble rostro de parte de la sociedad. “En este país sólo nos drogamos Maradona y yo. Nadie más”, supo acuñar una frase que repitió en varias entrevistas. Juntos protagonizaron campañas de concientización para sacar a los jóvenes de las drogas. Incluso, el ex marcador de punta lo visitó en Cuba, ya en el rol de reportero, a principios de 2000. “Se ha ido el mejor. Como futbolista fue increíble, no hay otro. Lo que hacía en el entrenamiento es 10 veces más grande o 100 veces más grande de lo que veíamos después en el campo. Es algo innato que sólo tuvieron él, Pelé o Cruyff”, lo homenajeó el 25 de noviembre de 2020, día de la muerte de Diego.

Moreno sigue de pie, a los 62 años. A pesar de todo lo que atravesó. Cuentan que su derrumbe total llegó después de su retiro, en 1991 y de la separación de una de sus parejas, Patricia Suarí. En el medio, el fisco lo obligó a pagar una millonaria deuda y uno de los negocios en los que había invertido se incendió. Demasiados golpes juntos.

“Podría escribir tres libros seguidos sobre las drogas, con cada una de las tres sobredosis que he padecido. Sé lo que es estar muerto, ir al otro lado y regresar. El corazón late despacio y acabas reaccionando. No, no te puedes marchar. Todavía hay mucho por hacer”, describió descarnadamente en una nota con Málaga Hoy.

Tuvo distintas etapas de recuperación y recaída. En uno de sus despertares, se fue a vivir a las Islas Maldivas, creyendo que el paraíso podía proporcionarle la paz que buscaba. Allí residió dos años, disfrutó de la playa, regenteó un negocio de souvenirs, se hizo cargo de las relaciones públicas de un hotel y volvió al fútbol (además ofició de entrenador) en un elenco local. Pero en cuanto regresó a España, los problemas resurgieron con fuerza aluvional.

“Hay una frase entre los cocainómanos: una raya es mucho y mil no son nunca suficientes. Cuando estás enganchado sólo piensas en ganar dinero para comprar cocaína”, ofreció una radiografía de lo que sentía en sus tropiezos. “La gente siempre juzgó. Todos te cuestionan, te miran. Si tienes gripe y llegas tarde, piensan que te estás drogando otra vez. Si un día no te afeitas, lo mismo”, se refirió a la etiqueta que sabe que lo acompañará por el resto de sus días: “Yo llevaba un cartel luminoso que decía: ‘Julio Alberto, drogadicto’”.

Pero el cartel lleva un mensaje antiguo. Hoy, asegura, está “limpio”. Jamás olvida sus días en el lado oscuro, de los que incorporó muchas enseñanzas. Por ejemplo, la empatía con aquellos que, como él, cayeron en desgracia: una noche sacó 50.000 euros de su cuenta bancaria y dedicó 48 horas de su vida para asistir a los sin techo.

Su historia rebosa de historias inverosímiles. Moreno, por caso, asegura que salió indemne de tres accidentes de avión. En el primero, según sus palabras, viajaba desde Honduras a Ecuador y salió volando una puerta, por lo que la aeronave debió aterrizar de emergencia. El segundo episodio se desarrolló cuando se trasladaba desde la ex Checoslovaquia a Barcelona: otro aterrizaje en estado de alarma, por un motor en llamas. Y, en el tercero, un rayo dañó el avión, que terminó logrando tocar tierra en Valencia.

Elementos que lo asisten para definirse como un sobreviviente. En febrero, Deportiva Piloñesa, club que participa de la Primera Regional asturiana, lo designó director deportivo ad honorem: “Creo que estoy más emocionado yo que ellos. Necesito el fútbol para vivir, porque forma parte de mi ADN. Que hayan pensado en mí es un halago enorme”, le dijo a Marca. Ya se había desempeñado en la estructura del fútbol base de Barcelona. La vida le dio una nueva oportunidad y él la tomó, con la filosofía que transmite en sus libros y en las conferencias: “Los momentos malos parecen que son mucho más duros y más largos, pero creo que tenemos muchos más momentos buenos en la vida. He jugado al fútbol, he hecho mis negocios, he dado cinco veces la vuelta al mundo; tengo muchas experiencias que me han enseñado infinidad de valores”.

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