La creación de la Superliga de clubes de Europa, fundada por 12 de las potencias del fútbol del continente, no sólo generó un sismo en el fútbol mundial, sino que además provocó que nadie se mantuviera ajeno a la noticia. Tal es el caso del príncipe William de Inglaterra, el hijo mayor de Carlos de Gales y Lady Di.
Desde su rol de presidente de la Asociación Inglesa de Fútbol, William se expresó en redes sociales: “Ahora, más que nunca, debemos proteger a toda la comunidad del fútbol, desde el nivel más alto hasta el fútbol base, y a los valores de la competencia y a la justicia en su esencia. Comparto las preocupaciones de los fanáticos sobre la propuesta de la Superliga y el daño que puede sufrir el juego que amamos“.
El mensaje fue publicado en la cuenta oficial de Twitter de Kensington Royal del duque y la duquesa de Cambridge y fue firmado con la “W”, señal inequívoca de que se trató de una opinión de William.
De las 12 instituciones que inauguraron la Superliga, seis son inglesas (Arsenal FC, Chelsea, Liverpool FC, Manchester City, Manchester United y Tottenham Hotspur). Su intervención se produjo después de que los diputados exigieran que se aprueben nuevas leyes en el Parlamento para evitar que los clubes se unan a la liga separatista y vacíen de poder a la Premier, la UEFA y la FIFA.
Las reacciones en el Reino Unido contra la iniciativa se multiplican en las últimas horas, procedentes desde la política, los medios de comunicación e incluso desde las hinchadas de los seis equipos ingleses implicados en el proyecto: Manchester United, Chelsea, Arsenal, Tottenham, Manchester City y Liverpool.
Sin embargo, el fútbol inglés puede tener que pagar ahora el coste de décadas aceptando potentes inversiones extranjeras. De los seis clubes disidentes que juegan actualmente en la Premier League, sólo el Tottenham, cuyo multimillonario patrón Joe Lewis reside en las Bahamas, es de propiedad británica.
Por su parte, Boris Johnson, primer ministro británico, se comprometió a “hacer todo lo que pueda” para evitar que el proyecto de la Superliga europea de fútbol “salga adelante como está planeado”. “No es una buena noticia para los aficionados y tampoco para el fútbol en este país”, agregó.
“Mejorar la calidad y la intensidad de las competiciones europeas existentes a lo largo de cada temporada, y crear un formato para que los mejores clubes y jugadores compitan de forma regular”, es uno de los argumentos que aparecen en el comunicado que decreta la fundación de la Superliga, que cambia el mapa del deporte y al mismo tiempo siembra incertidumbre sobre el futuro inmediato, a partir de las sanciones que prometieron las federaciones locales, la UEFA y la FIFA para los “empancipados”: desde prohibición para disputar las ligas de cada país, la Champions y la Europa League, a penar a las figuras con la imposibilidad de defender a sus selecciones.
Claro que el principal motivo de la irrupción de la nueva competencia es económico. Según explican sus promotores, está destinada a generar recursos suplementarios para toda las pirámide del fútbol: “Como contrapartida por su compromiso, los clubes fundadores recibirán un pago en una vez del orden de 3.500 millones de euros (4.190 millones de dólares), destinado únicamente a inversiones en infraestructuras y a compensar el impacto de la crisis del COVID-19”, apuntó el comunicado de lanzamiento.
Se trataría de ingresos muy superiores a los que los clubes obtienen de la UEFA por el conjunto de sus competiciones de clubes (Liga de Campeones, Europa League, Supercopa de Europa), que generaron 3.200 millones de euros (3.880 millones de dólares) en ingresos televisivos en la campaña 2018/19.
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