Por la vía de la insurrección, en 1994, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) se dio a conocer en México y el mundo. Con la latente consigna de reivindicar la presencia y la dignidad de los pueblos originarios, tras haber recibido la respuesta bélica del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, desde los caracoles en Chiapas comenzaron a gestarse otras vías para encauzar sus demandas. A través del deporte, la simpatía por el movimiento también trastocó a Javier “Vasco” Aguirre, quien participó en un encuentro de futbol amistoso con la selección insurgente.
En uno de los intentos por lograr mayor incidencia después de la firma de los Tratados de San Andrés, en 1999 algunos delegados emprendieron marchas a diversos estados del país. El objetivo principal de la campaña fue conseguir el apoyo de voluntarios para dar a conocer las demandas, así como organizar una consulta sobre derechos y culturas de los pueblos indígenas, el 21 de marzo.
Javier Aguirre, quien debe su apodo al gentilicio de una de las regiones con mayor empeño en reivindicar su cultura al interior de España, buscó involucrarse en los actos. Quien recién había comenzado su carrera como entrenador, y estaba al frente del banquillo con los Tuzos de Pachuca, se ofreció a organizar un partido entre algunos futbolistas mexicanos destacados en contra de los mejores exponentes zapatistas del balompié.
Así, los encargados de la delegación zapatista en la Ciudad de México participaron en el partido contra el equipo de Javier Aguirre. El estadio Jesús Martínez “Palillo”, ubicado al interior de la Ciudad Deportiva de la Magdalena Mixhuca, fue el recinto que presenció uno de los eventos más inauditos en la historia del futbol el 15 de marzo de 1999.
Los zapatistas, fieles a su identidad y alejados de los estándares tecnológicos y deportivos de las ligas profesionales del deporte, aparecieron en el terreno de juego. Su torso estaba cubierto con una playera negra. Al centro, una estrella roja servía de referencia para las siglas “EZLN” situadas en la parte superior. Con pantaloncillo blanco, botas de combate y sin despojarse del pasamontañas estuvieron dispuestos a encarar el encuentro amistoso.
Por otro lado, al ver la situación de sus contrincantes, los personajes encabezados por Javier Aguirre, y algunos espectadores presentes en la grada, les ofrecieron calzado deportivo. Los rebeldes accedieron a utilizarlo, aunque en ningún momento del encuentro pusieron al descubierto su identidad.
Al término del tiempo pactado, el marcador favoreció a los más experimentados en la disciplina por cinco goles contra tres. A pesar de ello, según documentó Luis Felipe Silva Schurmann en su libro El futbol y la guerra, la moral de los guerrilleros no disminuyó. Por medio del lema “La única derrota es no seguir luchando” reforzaron y celebraron el nuevo espacio que su movimiento acababa de conquistar. Aunque, naturalmente, al cabo de un tiempo los protagonistas abandonaron el terreno de juego, los comentarios en torno al partido no se quedaron ahí.
El 17 de marzo de 1999, unos días antes de la consulta, el Subcomandante Marcos emitió una carta donde, además de convocar el apoyo a los universitarios en paro, se pronunció acerca de la derrota y dijo que el marcador final no reflejó lo sucedido en la cancha.
“No perdimos, nos faltó tiempo para ganar (Napoleón dixit). Además es claro que a nuestros muchachos les afectó la altura, el clima, el smog, el terreno, la crisis asiática, el Popocatépetl, el affaire Clinton Lewinski y esos uniformes en los que cabíamos dos en cada uno. ¡Ah! y no olviden que los zapatudos llegaron un poco cansados porque arribaron al DF después de driblar a 70 mil federales”.
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