Escena 1. Contexto: la intimidad del vestuario de Boca. Narrador: Carlos Javier Mac Allister. “Maradona me llamó un día a la habitación; a Giunta, el Kily (González), Verón y yo [sic]. En ese momento dijo que iba a jugar poco tiempo más, que nos quería mucho y que nos quería dar un regalo para que siempre lo tuviéramos presente. Esperábamos una chuchería, y vino Guille (Coppola) con cuatro Rólex. Con esta mano decíamos que no y con la otra lo agarrábamos. A los 40 minutos estoy en la habitación, viene uno y me golpea la puerta. ¿Quién era? El Kily. ‘¿Qué pasa, Kily?’, le dije. ‘5.500 dólares sale’, me respondió. Ya se había ido a fijar”, contó el ex lateral en ESPN la semana pasada. “A mí me lo robaron una vez a la salida de la cancha de Racing”, completó el Colo.
Escena 2. Contexto: Jorge Rial había sufrido un robo y Diego se enteró. Narrador: el propio Rial, en plena entrevista con Matías Morla, cuando hablaban de lo obsequioso que era el Diez. “Doy fe de que el día que me robaron, a través de vos como intermediario, me mandó el mismo reloj que me habían robado”. Hubo bonustrack: le regaló, además, uno propio, de su colección; negro, con incrustaciones de diamantes.
Los relojes representaban uno de los lujos predilectos de Diego Maradona; casi una obsesión. También, uno de los presentes que más disfrutaba ofrendar. Para un Pelusa que supo de privaciones en su infancia y primera adolescencia, las joyas resultaron una histórica rebeldía contra ese pasado de carencias. Desde los aritos que fueron confiscados por la Hacienda de Italia en Nápoles al anillo que “valía un departamento” que le obsequiaron en su paso como “presidente honorario” del Dínamo Brest y que terminó convirtiendo en cábala. Pero los relojes ocuparon un lugar especial en su vida. Tal vez, desde cuando desembarcó en Europa y decidió utilizar dos; uno con la hora local y la otra con la Argentina; una forma de sentirse cerca de su familia, al menos de la parte que no lo acompañaba minuto a minuto en sus aventuras futbolísticas.
Su pasión por los relojes llegó hasta sus últimas horas. Cuando se mudó a la propiedad en el Tigre, postoperación por el hematoma en la cabeza, le compraron una caja fuerte (más pequeña que la que cuidaba sus valores en la casa de Brandsen), pero prefirió que parte de sus joyas permanecieran escondidas en una caja de zapatillas debajo de su cama. Ahí estaban sus relojes cuando llegó al barrio cerrado su familia, que retiró el contenido.
Rólex, en la primera gran parte de su carrera. Hublot luego, a partir de que se transformó en una de las marcas que lo acompañaron, al punto de diseñarle una línea exclusiva de relojes. En la última etapa, según pudo averiguar Infobae, tenía “tres o cuatro preferidos”, aunque uno era su debilidad: el que atesoró de la edición limitada Hublot King Power, de los que se fabricaron 500 en cerámica y 200 en oro. Tiene el 10, su número característico, y su firma en la esfera. El valor en su versión en oro asciende a casi 44.000 dólares.
Los mayores receptores de relojes de lujo fueron, precisamente, sus dirigidos. Sobre todo en sus etapas en Emiratos Árabes y en México. Tanto en Al Wasl y Fujairah FC como en Dorados de Sinaloa. Cuando fijó su residencia en Dubái, se acostumbró a prometer “premios especiales” en el umbral de los partidos trascendentes para mantener motivada a la tropa. “Si ganamos, hay relojes para todos”, aguijoneaba. Claro que, con el correr de los compromisos, la situación le generó roces con la propia dirigencia, que comenzó a desentenderse de las propuestas del astro. Entonces, terminaba pagando la recompensa de su bolsillo. “Yo no voy a quedar mal con los muchachos”, se enojaba con los jeques que no coincidían con sus manejos.
En el tránsito de un año del Diez en Culiacán, el delantero Vinicio Angulo fue el principal beneficiado de la compulsión de Maradona por regalar relojes fastuosos. El ecuatoriano anotó tres goles en el primer triunfo del equipo en la era del ex enlace (4-1 ante Cafetaleros de Tapachula). “Es una gacela, es imparable. Estuvo para el aplauso. Los que tienen fibras rápidas tienen un cuarto de las fibras rápidas que tiene Vinicius”, lo definió Pelusa, que además lo rebautizó. Y le obsequió un costoso reloj marca Hublot. Lo que comenzó como un estímulo momentáneo se transformó en costumbre.
Su obsesión por los relojes incluso llegó a hacer temblar a la FIFA. Sucedió en la gala de The Best en 2017. Allí, Diego montó un show junto con el brasileño Ronaldo, y le entregó el premio al mejor jugador de la temporada al otro Ronaldo: Cristiano. Pero las escenas que quedaron en la memoria de los fanáticos, como el abrazo con Lionel Messi en la previa de la ceremonia, pudieron haber no sucedido...
Cuenta la leyenda que, horas antes de la entrega del galardón y de su participación estelar, Diego se plantó, teléfono mediante, con su patrocinador. “Si no me mandan dos nuevos, no me cuenten. No voy a ir a FIFA con dos relojes usados”, bramó. Por supuesto, sus muñecas estuvieron de estreno y el affaire agujas quedó en una anécdota risueña... Excepto para los que transpiraron copiosamente hasta cerciorarse de que el Diez se subiera al escenario.
Si hasta cuando Diego visitó al papa Francisco le obsequió, precisamente, un reloj de su colección. Tal vez Maradona supiera que viviría varias vidas comprimidas en 60 años. Y atento a que su talento no iba a poder evitar su finitud, decidió que el tiempo lo corriera a él, como sucedía con los defensores. Por eso, por las dudas, lo mantenía a raya atrapado en sus dos relojes, uno en cada muñeca. Y lo regalaba como símbolo a sus amigos, allegados, o a todos aquellos que le ofrecieran un retazo de felicidad.
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