Ringo estaba sentado en la barra del Mustang Ranch. Joe se acercó acompañado de uno de sus guardias, John Colletti. “Ven conmigo Oscar, quiero hablar contigo”. Conforte se había asegurado de que su seguridad armado aguardara en la puerta de la habitación pero ingresara raudamente si escuchaba algún conflicto. “Oscar, se acabó el juego. Se acabó”, le advirtió el dueño del burdel más popular de Nevada. “Sé lo que está pasando”, le dijo antes de asegurarle que conocía la relación que mantenía con su esposa Sally Conforte. Aquella escena bien pudo ser el principio del fin para Bonavena. Días más tarde, su pecho era perforado por un disparo de la escopeta Remington 30-0 de William Ross Brymer –otro de los laderos de Conforte– y el cuerpo de Ringo quedaría tendido sin vida en la puerta del burdel. Joe, aseguraría tiempo después, estaba durmiendo en su habitación tras haberse tomado dos Elavil, un tranquilizante que consumía.
Joe Conforte quedó impregnado por siempre en la memoria popular argentina por el asesinato de Oscar Ringo Bonavena, un hecho que fue también el principio del fin para su poder omnipresente y lo transformó en un prófugo VIP por el resto de su vida. El joven que emigró desde Italia en plena segunda guerra persiguió en Nevada aquella pintada que la dictadura de Benito Mussolini realizó por las paredes de Sicilia, su ciudad natal, y lo marcó: “Es mejor vivir un día como un león, que cien como una oveja”. Del mercado de frutas y el regimiento militar, Conforte pasó a manejar un taxi que sería el comienzo de su reinado: se adentró en el mundo de la prostitución. Fundó diversos burdeles ilegales, pero durante años generó una telaraña de poder que decantó en la legalización de esa actividad. Su figura fue investigada por los periodistas Warren Lerude, Foster Church y Norman Cardoza, quienes en 1977 ganaron el Premio Pulitzer por sus “editoriales que desafiaron el poder del dueño de un burdel local”. También inspiró la película “Love Ranch” (2010) que tuvo a Joe Pesci –quién otro podría– interpretándolo y a Helen Mirren en el papel de Sally Burgess Conforte.
Dos cosas negó sistemáticamente: ser un mafioso y tener alguna influencia sobre el crimen de Bonavena. Su imperio con aroma criminal lentamente comenzó a desmoronarse tras la muerte del boxeador argentino en mayo de 1976, aunque nunca terminó de derrumbarse definitivamente. Joeseph Conforte se convirtió en un mito hasta estos días. Desde los 80 en adelante, vivió como un prófugo saltando desde Brasil a Chile y hasta tuvo distintos pasos con identidades falsas por Argentina. Su vida quedó detallada por el escritor David Toll, quien en el 2011 publicó “Breaks, Brains & Balls”, una verdadera gema del periodismo donde Conforte relata en primera persona toda su vida: desde sus constantes pasos por la cárcel, hasta el asesinato de Ringo. De los inescrupulosos movimientos judiciales y políticos para edificar su reinado de burdeles, hasta los pormenores de cómo evitó a las policías de los distintos países en sus horas como fugitivo.
EL TAXISTA QUE CREÓ UN IMPERIO
Joe pasó sus primeros años de vida criado por sus hermanos y hermanas tras la muerte de su madre a los cuatro años y mientras su padre iba y venía a Estados Unidos. En 1937 siguió los pasos de su padre y se instaló en Boston. La violenta relación en su casa lo disparó a la calle ya a los 13 años: vendió diarios y conoció el negocio de la venta de frutas; también lo que es vivir a la sombra de la ley. Apenas cuatro años más tarde, manejaba un convertible, se jactaba de sus relaciones promiscuas y se consideraba “un playboy”, según sus propias definiciones en su autobiografía.
En 1944, durante los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, debía unirse al Ejército pero se las ingenió con distintas excusas para recién cumplir con su obligación militar hacia fines de 1945 para tareas de “mantenimiento de la paz”. Conforte, que ya había tenido a su primer hijo, vivió complicaciones como moneda corriente porque “estaba acostumbrado a dar ordenes y no a recibirlas”. Fue allí donde consiguió trabar amistad con un sargento que testificó a su favor para que le dieran la ciudadanía norteamericana, el primer paso de su imperio: “Pueden meterme en la cárcel, pero no enviarme de vuelta a Italia”.
Conforte había encontrado un circuito bordeando la honorabilidad para conseguir dinero con el mercado de frutas y, en un país asediado por la guerra, él estaba construyendo lentamente su poder. Haber sido padre le permitió salir antes del ejército e inició una gira de placer por distintas ciudades que terminó durante 1947 en Reno, el sitio que sería el núcleo de sus tentáculos. El círculo vicioso de su vida se repetía: gastaba su dinero en lujos o apuestas en Reno y finalmente se enlistaba nuevamente en el ejército para tener un trabajo estable. Hasta que a la tercera vez que repitió ese procedimiento un anuncio en el diario cambió su destino: “Se buscan conductores de taxi”.
A bordo del auto, se convirtió en una especie de facilitador de la prostitución conectando militares que volvían tras un extenso cumplimiento de misiones con mujeres que conoció en la calle. Ya para 1952, había plantado la semilla de lo que sería su imperio de burdeles alquilando habitaciones de hoteles o apartamentos con la complicidad policial.
La piedra angular de su historia se dio en 1955 cuando llevó dos mujeres a bordo de su Kaiser verde claro hasta Reno y abrió el Triangle River Ranch, el primero de los diversos burdeles que fundó: “Dos chicas, dos habitaciones. Tres o cuatro semanas después, cuando se puso más ajetreado, puse a trabajar a una tercera chica. Tuve que ponerla en un especie de armario y colgar una manta en la entrada. Fui a todos los taxistas y les conté del nuevo lugar”, relató. Los taxistas, al fin y al cabo, se convirtieron en un pilar de su negocio. Eran los encargados de publicitarlo, de actuar como un nexo en ese mundo ilegal.
La guerra entre los distintos dueños de burdeles que se había desatado para entonces tenía a Conforte en el frente de batalla. Amenazas, presiones, movimientos intimidatorios o sobornos. Todo era posible en ese mundo a la sombra. Conoció a Sally Burgess en 1955 cuando ella tenía 39 años, diez más que él. Dominaba otro burdel de la zona y necesitaba consejos para evitar que se lo cerraran constantemente en esa contienda que se había desatado.
“Llegamos a ser amigos. Fuimos a las Vegas. Bien podría decirse que fue la luna de miel. Ella, finalmente, empacó sus cosas y se mudó: dirige el lugar. Yo soy libre de ir a buscar mujeres, apostar, tirar mi dinero, pero creo que ella se enamoró de mí. Encontró un lugar donde quería estar”, retrató sobre ese vínculo Joe en la citada biografía, donde también insistió con diferenciarse de los “proxenetas” y se definió solamente como un “dueño” de burdeles que nunca obligó a ninguna mujer a prostituirse...
Las autoridades de cada lugar lo tenían en la mira. Ese hombre que gastaba muchas veces más de lo que ganaba en distintas salas de juego de la zona, que tuvo entre otros burdeles el Green House o Ass & Gass (porque la fachada era una estación de servicio), registró decenas de detenciones por horas o días. Varias de ellas, en la primera etapa, por “vagrancy”. También relató múltiples relaciones con distintas mujeres, incluso cuando estaba en pareja con Sally, lo que le valió problemas en su pareja. Sin embargo, algo los mantenía juntos: “Ella es leal, inclusive si hay problemas por celos”. La lealtad, en este mundo al contorno entre lo legal y lo ilegal, es un bien que escasea.
Vivió un extensa disputa con un poderoso fiscal de la zona, a quien incluso expuso de haberse relacionado con una adolescente de 17 años que él mismo había influenciado para que se acercara al hombre. Deleznable. Conforte terminó preso en la prisión estatal de Nevada, pero previamente se casó con Sally. Tras las rejas, conoció al gánster Jimmy Ing y terminó a cargo del improvisado casino de prisión. Su traslado a la cárcel del condado de Washoe fue un dato clave en la historia: Ross Brymer, que cumplía una pena menor, lo defendió durante una pelea y luego le pidió trabajo para un futuro cuando ambos estuvieran fueran. Más de una década más tarde mataría a Ringo.
Su estadía final fue la prisión de la Isla de McNeill, uno de los centros penitenciaros más duros de la época: “La razón fue mi reputación. Fui acusado de pertenecer a la mafia porque nací en Sicilia y por el negocio en el que estaba”. Su celda era una especie de magistrado en delito: estaban, entre otros, los reconocidos gánster Alvin Karpis y Frankie Carbo, quien respondía a la familia Lucchese de New York. También tuvo contactos con Jimmy Fratianno y Frank Bompansiero, jefe y capo de la mafia de Los Ángeles respectivamente. Conforte ya era un pez gordo y estaba haciendo mucho dinero gracias a sus burdeles que tenían a Sally al mando y estaban custodiados por guardias con escopetas las 24 horas para evitar las distintos ataques que recibía.
Embriagado de poder, ideó una estrategia para adueñarse del primitivo Mustang Ranch junto con otros dos socios, al mismo tiempo que el FBI ya lo tenía cada vez más en la mira. Poco le importaba: volvió a Italia tras 12 años para visitar sorpresivamente a su hermano y ostentar su dinero, donde todavía lo recuerdan hasta hoy por sus generosas donaciones. “No había forma de que pudiera convencer al FBI de que no era un hombre de la mafia. En esos días, pensaban que yo era más grande que Al Capone”, afirmó.
“Hay dos cosas que realmente sé hacer bien: política y prostíbulos”, aseguró sobre su vida. El comienzo de la década del 70 lo encontró siendo siempre una figura clave para las distintas elecciones de las zonas, con influencias y aportes. También una especie de exótica celebrity que era portada de la Rolling Stone como el gran promotor de la legalización de la prostitución: “Tres cosas te convertirán en el número uno en todo lo que hagas: oportunidades, agallas y cerebro”, declaró a esa revista.
ASÍ MURIÓ BONAVENA
En 1970, Conforte tuvo su primera aproximación con el boxeo: intentó organizar sin éxito en Reno una pelea entre el campeón mundial Nino Benvenuti –que meses más tarde perdería la corona con Carlos Monzón– y el norteamericano Freddie Little. Meses más tarde, apadrinó a un joven desconocido llamado David Gilmore con la promesa de que sería campeón del mundo: perdió.
Su incipiente influencia dentro del cuadrilátero (estuvo cerca de organizar una pelea entre Ken Norton y José Luis García) convivía con la primera investigación del IRS, el ente encargado de la recaudación fiscal y del cumplimiento de las leyes tributarias. Por entonces, Conforte estaba en pleno apogeo: obtuvo la primera licencia para legalizar un burdel. Un promotor canadiense lo contactó y le dio un nombre que jamás había escuchado: Oscar Bonavena.
“Me llegó a gustar Bonavena. Tenía modos amistosos, bromeaba todo el tiempo”, reconoció. Ringo, según revivió el periodista Ernesto Cherquis Bialo, había llegado a Estados Unidos por intermedio de otro promotor que le había prometido una revancha con Muhammad Ali. Sólo peleó una vez en Reno ante Billy Joiner bajo la tutela de Sally y Conforte, quien aseguró perder 10 mil dólares con el evento. Al unísono, comenzaban los problemas. Oscar sedujo a Sally con fines que se llevó a la tumba: si fue para recuperar su contrato porque estaba desencantado y quería regresar al país o si pretendía quedarse con los negocios de Joe, como él denunció en su libro. “Este bastardo solo tenía una cosa en mente y nada más. No era Sally. No era sexo. Descubrió que yo era dueño de la mejor casa de prostitutas del mundo y la quería. Sabía que estaba en los últimos días de su carrera, así que necesitaba alguna otra forma de obtener sus fondos”, afirmó.
Conforte por entonces también comenzó a tutelar al reconocido peso pesado colombiano Bernardo Mercado, quien realizó una mítica exhibición con Alí en Bogotá en 1977 y llegó a pelear contra Leon Spinks. Bonavena, por entonces, era un problema porque tenía “completamente hipnotizada a Sally”.
La mujer, que en ese momento ya tenía 60 años, llegó incluso a organizarle una boda falsa a Ringo con Daisy –una chica del Mustang Ranch– para que tuviese papeles norteamericanos y hasta le habría comprado el remolque en el que el boxeador pasó sus últimos días. Sin embargo, Conforte dijo que eso no era lo que lo atormentaba tanto como el supuesto alardeo de Ringo, quien “se acostó en mi cama con los pies colgando y fumando un puro” asegurando que sería el próximo propietario de burdel el mismo día de la reinauguración del lugar.
Aquella charla en la habitación que relata Conforte en su libro exigiéndole que se marchara tuvo un capítulo extra cuando Ringo le advirtió a Sally que lo habían amenazan con una pistola. Eso fue una declaración de “guerra” para el dueño porque el boxeador no le tenía “miedo a nada”. Joe dio el aviso interno: “No dejes que Sally ni Oscar entren a este lugar. No quiero a ninguno”. Él asegura que ya le había advertido: “Vas a volver a Argentina. No te lo pregunto, te lo digo”.
El emperador de los burdeles aseguró que Ross Brymer “por su cuenta” decidió quemar las pertenencias de Ringo, el hecho que al fin y al cabo detonó la furia final del argentino: “No le dije que hiciera eso”. También insistió con que por entonces Brymer no trabajaba para él pero sí que lo ayudaba “cuando necesitaba cosas”. Al fin y al cabo, Joe aseguró que se tomó dos tranquilizantes y se encerró en su suite. Afirmó que nunca dio ordenes o escuchó nada. Sólo lo despertó un llamado telefónico: “¡Joe, Bonavena está muerto en la puerta!”.
El relato sobre lo ocurrido es conocido: Ringo fue a la puerta del Mustang Ranch e intentó entrar. John Colletti –otro de los seguridad de Conforte– le exigió que se fuera, mientras una trabajadora del burdel despertó Brymer: “Tan pronto como lo vio, Oscar fue detrás del Mercury y se agachó como si fuera a buscar una pistola en su bota”. Un disparo de la escopeta de aquel guardia de seguridad terminó con la vida del ídolo nacional.
Conforte pagó la fianza de su ladero que se estipuló en 250.000 dólares, que finalmente pasó apenas 15 meses en prisión por el asesinato. En 1985 volvió a la cárcel por “venta de la droga Valium a un agente encubierto de la policía”, según informó AP. Si bien salió en 1991, estuvo tras las rejas por violar su condicional en 1995 y un año más tarde otra vez recuperó su libertad. Brymer murió en junio del 2000. Joe debió pagarle una compensación económica a los herederos de Bonavena años más tarde tras la “demanda por homicidio culposo” contra él y Sally. Sin embargo, su vida de poder en Estados Unidos estaba terminando.
PRÓFUGO VIP EN BRASIL Y CHILE: LOS VIAJES EN SECRETO A ARGENTINA
Casualidad o vientos de cambio, el crimen de Ringo fue un antes y un después. La cáscara del poder comenzó a caer. Joe, poco a poco, dejó de ser ese hombre que se paseaba arrogante por el Harrah’s Casino con un habano en su boca, en limusina y con distintas mujeres colgadas de sus brazos o el que ostentaba su fama en la tapa de la revista Rolling Stone. Las autoridades comenzaron a arrinconarlo mientras su relación con su leal Sally –quien incluso viajó a la Argentina para despedir a Bonavena– estaba cada vez más tensa porque lo “culpaba” del crimen. El orificio para erosionar su poder fue el incumplimiento de las leyes tributarias.
Su nombre estaba en la prensa mundial por el asesinato de un ídolo nacional y el periodismo local llegó a ganar un Pulitzer por las editoriales contra su poder. Claro, Joe seguía siendo Joe: “Lo llamé, lo felicité y le dije que recordara que si no fuera por mí nunca hubiera conseguido el premio”. El soborno de funcionario público y el incumplimiento de las reglamentaciones fiscales fueron las dos causas que lo perseguían como una sombra. Lo detuvieron diez alguaciles, pero abonó la fianza para salir y decidió ir a Brasil porque conocía el clima festivo de los carnavales de Río de Janeiro. Lo acompañó una mujer llamada Louise que, casualmente, estaba embarazada. El niño nació en esas tierras y, legalmente, él fue su padre. Entonces, ya no podrían extraditarlo, porque así lo contemplaba la ley brasileña para los padres de hijos brasileños.
Mientras desde su teléfono brasileño hablaba con Don King para organizar una pelea entre su muchacho Mercado y el reconocido Leon Spinks (derrota por KO del colombiano), se enteraba que su panorama en la causa con el IRS empeoraba. Cometió un error: viajó a ver una pelea a Canadá y le quitaron el pasaporte en el camino. Conforte todavía sostenía sus tentáculos de poder aunque lentamente se debilitaba. No podía subir a un vuelo porque lo detendrían, por lo que cruzó en auto la frontera mexicana con Los Ángeles e inició el primer capítulo de su vida como prófugo. México no era un lugar seguro, pero Brasil sí. Llegó “de contrabando” al país donde había generado su nueva fortaleza. “Ceno en el restaurante de un amigo, duermo hasta las once, doy un paseo por la playa, luego a la piscina y al jacuzzi. Me alquilé una limusina”, revivió en su biografía sobre esos primeros años de lujo carcelario.
Un poderoso patrón del juego brasileño lo invitó a mediados de 1981 a un viaje de placer por Argentina, donde la cara de Conforte era más que conocida porque para el imaginario popular era quien había apretado el gatillo de la escopeta que mató a uno de sus ídolos deportivos. Utilizó un pasaporte de otro país, pero con sus datos reales para arribar, aunque tenía de reserva uno falso norteamericano con otro nombre.
“En el Sheraton donde me hospedaba, el botones me reconoció. Me dijo: ‘¿No eres Joe Conforte?’”. Lo negó y se alejó. Permaneció dos días en el país. La tensión se apoderó de él una vez que debió salir: su acompañante equivocó el pasaporte que tenía que presentar de Joe y la empleada de la aerolínea Varig entendió que los boletos estaban mal registrados. En vez de comprar otro pasaje, su amigo insistió con que era válido. Un error que podría alterar a las autoridades policiales y poner a Joe contra las cuerdas; o tras las rejas. Joe, ahora, era Mr. Barelli. Al menos para salir de Argentina. “Si ese guardia de aduanas se hubiera acordado de mi cara como el botones del hotel, habría dicho: ‘Ese no es Barelli, ese es Conforte’. Y era el fin de todo”. Este no fue su único viaje de incógnito: pasó por Paraguay, Uruguay, Portugal, España, Grecia, Egipto, Italia y se jactó de eso...
Con el deseo de volver a Estados Unidos, decidió convertirse en lo que siempre criticó y lo puso varias veces contra las cuerdas: en un soplón del FBI. Testificó contra el juez Harry Claiborne, asegurando que había sido uno de los beneficiados con sus habituales sobornos. Volvió a Reno, declaró contra él, pero su declaración se cayó y sumó otra mancha a su legajo. Lo llevaron al Centro Federal Metropolitano de San Diego, donde convivió con el mafioso Frank Cullotta. Cuando abandonó la prisión, a mediados de los 80, en el Mustang lo recibieron con el tema musical de “El Padrino”, la película que lo fanatizaba.
La Justicia volvió a perseguirlo por otras deudas tributarias, Joe finalmente perdió el Ranch hacia 1990 cuando subastaron la mítica casa de burdel. La gente se acercó a comprar “souvenirs”: ofertaron por caja de fósforos, letreros y hasta ¡el asiento de su inodoro! que el mito cuenta que terminó en la pared de un bar. Sally murió en 1992, mientras él saltaba de Brasil a Chile evadiendo la Justicia, que ahora había decidido darle la estocada final apoyándose en la famosa Ley RICO que también permitió para esa misma época desbaratar a las míticas familias mafiosas que manejaban las calles de New York.
Tuvo más hijos, convivió con más lujos, gozó de la impunidad del dinero y se jactó de sus todavía hábiles movimientos para esquivar las complicaciones. Desafiante del peligro como siempre, tuvo un paso más de imprevisto por Argentina para escapar de las autoridades chilenas rumbo a Brasil, su último destino –al menos conocido– en el mundo. Pensó cruzar la cordillera “a caballo” para evadir los controles, pero lo hizo en auto con un pasaporte falso. Otra vez lo reconocieron.
Joe asegura que el hombre que los llevó en Mendoza le dijo que lo “admiraba” considerando que había mandado a matar a Bonavena y criticó al boxeador. “Que Conforte haya escuchado a un chofer argentino hablándole de su odio por Bonavena no debería ser sorpresa. Si bien ídolo popular, Ringo también se ganó los odios de quienes no soportaban sus fanfarronadas y chiquilinadas, su estilo de ‘porteño canchero’”, consideró el periodista Ezequiel Fernández Moores en el prólogo del libro “Ringo y Joe” de Omar López Mato sobre esta anécdota. De incógnito, el hombre que había formado un reinado en los burdeles ahora estaba encerrado en una habitación de la provincia de Mendoza. Tomó la decisión de subirse a un autobús junto con su cómplice rumbo al aeropuerto y creyó que todos estaban reconociéndolo. Temió otra vez por su libertad, pero finalmente logró marcharse rumbo a la triple frontera en avión. Si bien el calor policial seguía sobre su cabeza y vivió algunos meses escondido en el municipio de Niteroi en Río de Janeiro, comenzó el nuevo milenio ya sin ninguna persecución activa tras una decisión de la Justicia brasileña de no extraditarlo.
Su biógrafo David Toll lo visitó en 2009 en Río de Janeiro para terminar el libro que habían comenzado en 1986. “Nació en la pobreza en un pequeño pueblo de pescadores de Sicilia, ahora vive como un rey en su ático en Río de Janeiro”, definió en el medio Nevadagram sobre ese hombre de 83 años que ya no era “tan extravagante”, aunque portaba en su casa su siempre impoluto pijama de seda negro. Por entonces, aseguraba vivir de sus inversiones inmobiliarias luego de tener un ataque al corazón que había diezmado su salud pero no sus ambiciones. Se paseaba por el Jockey Club y dirigía su lujosa casa donde convivía con una pareja, una de sus hijas brasileñas y el ejército de asistentes personales como cocinera, chofer o una criada.
Un año antes, en 2008, había dado una de sus últimas entrevistas a la cadena KLAS-TV, donde informaron que años antes había ofrecido dinero para que cerraran su caso en Estados Unidos con el deseo de volver, aunque esa oferta fue rechazada: esa fue la condena invisible que lo persiguió hasta el último día por sus delitos. “Legalmente no hay forma de que me puedan agarrar nunca más”, se jactó por entonces.
Natalio Bonavena, el hijo de Ringo, contó una anécdota desconocida en una entrevista con el canal DirecTV en 2018: “Él (Ringo) era un tipo entrador, carismático, se quiso acercar a la mujer de Conforte para ver si podía llegar a romper el contrato por ese lado. Él llamó a mi vieja diciendo que se iba a volver, tenía que estar el 22 en Argentina. Lo fue a buscar de nuevo (a Conforte) porque estaba enojado con todo lo que le habían hecho, pero ya tenía el pasaje para venirse. Conforte está vivo, debe tener como 90 años. Dicen que vive en Río de Janeiro. Yo fui a buscarlo... Estuvimos ahí y nunca lo encontramos. Decían que tenía un restaurante en Copacabana. Pasamos por ahí...”.
Joe relató su vida que siempre osciló en la periferia de la legalidad en su biografía varias décadas más tarde con naturalidad e impunidad, sabiendo que todos sus delitos ya no podían alcanzarlo en esa recta final de vida en la que peleó entre la decrepitud y la ostentación. Conforte debería tener 95 años. La leyenda en torno a su misteriosa vida en Río de Janeiro incluye también informaciones endebles sobre su salud. Si bien nunca hubo una confirmación oficial, los múltiples rumores indicaron que murió en el 2019 en Río de Janeiro. Infobae contactó a medios de Nevada y a su biógrafo. Ninguno pudo verificar ese dato. Hoy, el Mustang Ranch sigue abierto como un burdel legal –que sólo cerró sus puertas durante unos días por la pandemia–, pero también como un espectáculo del morbo: allí cimentó su poder Joe; allí murió Bonavena.
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