Esta es una historia procelosa; digna de un guión cinematográfico, con trama trepidante y conmovedora, y un final sombrío. Es que aún hoy, al conmemorarse el 75° aniversario del fallecimiento del campeón mundial de ajedrez, Alexander Aleksándrovich Aliojin (conocido popularmente como Alekhine), sucedido en la madrugada del 24 de marzo de 1946, en la habitación N°43, del ya demolido Hotel Do Parque, en Estoril (Portugal), los rumores y sospechas se resisten al maniqueísmo de los hechos; al armado de una confabulación política para ocultar el real desenlace de la tragedia. Pero ni la manipulación de las pruebas o el silencio cómplice de los testigos desanimó el trabajo de los investigadores que, desde hace casi medio siglo, siguen en la búsqueda de un móvil criminal verosímil para desentrañar el misterio y sus interrogantes. ¿Cómo murió el campeón mundial? ¿El doctor Alekhine fue asesinado?
La crónica pertenece a la atribulada vida de un hombre que nació en la abundancia y murió en la pobreza; al que tomaron prisionero durante la Primera Guerra Mundial, que fue expropiado, encarcelado y sentenciado a fusilamiento por la revolución rusa, y que salvó su vida, acaso de milagro, jugando al ajedrez con León Trotsky. El ajedrecista que regó el romance con una periodista y delegada suiza del Congreso Komintern, a la que abandonó embarazada (de su hijo Aleksandr) después de pergeñar juntos la huida de la URSS. El joven que se radicó en París y estudió Leyes en la Sorbona, que viajó a Buenos Aires, en 1927, para derrotar al cubano José Raúl Capablanca y consagrarse campeón mundial. El que perdería la corona a causa del alcoholismo y la recuperaría dos años después. El que jugaba para la memoria -con récord de partidas simultáneas a la ciega-, y actuaba para el olvido -acusado de colaboracionista del régimen nazi-. El amante elegido por las señoras mayores; contrajo cuatro matrimonios y les bebió todas sus fortunas a la baronesa von Severgin, Annaliese Rüegg, Nadezhda Fabritskaia y Grace Wishaar. El mejor ajedrecista del mundo que embriagado de soberbia, se abría paso con voz altisonante ante cada control portuario: “Soy Alexander Alekhine, campeón mundial de ajedrez, y no necesito pasaporte”. El que murió en la soledad de un hotel sin huéspedes, en el interior de su cuarto envuelto en un abrigo de invierno en plena primavera portuguesa, mientras comía un trozo de carne que se le atragantó en la laringe. “Muerte por asfixia”, confirmó el certificado oficial de defunción firmado por un médico veterinario…
En 1939, el estallido de la Segunda Guerra Mundial sorprendió al doctor Alexander Alekhine, de 47 años, en Buenos Aires disputando la Copa de las Naciones, como primer representante del equipo de Francia; más de 20 ajedrecistas impedidos de regresar a sus hogares optaron por quedarse en el país, entre ellos, el polaco Miguel Najdorf. En cambio, Alekhine decidió sumarse a la guerra y, a partir de enero de 1940, se alistó en el ejército francés (como oficial de sanidad). Cinco meses después, la batalla de Francia finalizó con la invasión nazi; Alekhine y su esposa norteamericana (Grace Wishaar) escaparon rumbo a Marsella con intenciones de viajar a EE.UU. En la huida fueron atrapados por las tropas de la Wehrmacht; el campeón mundial de ajedrez fue reconocido de inmediato por los captores.
Mientras el ejército nazi incautaba las propiedades a su paso por el territorio francés, el doctor Alexander Alekhine sacó provecho de su fama y se sentó en la mesa de negociaciones; confundió conveniencia por convicción, y decidió vender su alma al diablo.
El ajedrecista jugaría torneos bajo la bandera del III Reich, a cambio de la restitución del castillo de Saint-Aubin-le Cauf a su esposa, y la entrega de un visado para que ella regresara a EE.UU. El acuerdo incluía una autorización para que sólo él pudiera trasladarse por España y Portugal (países bajo las dictaduras de Francisco Franco Bahamonde y António de Oliveira Salazar), para participar en torneos poco relevantes.
Entre 1941 y 1943, Alekhine fue la principal figura en las competencias de Münich, Salzburgo, Varsovia y Praga entre otras más, organizadas por los alemanes. Además, de su puño y letra, escribió una serie de artículos para el Die Deutsche Zeitung in den Niederlanden bajo el título “Judíos y arios en el ajedrez”. Dio su visión sobre la diferencia del juego judío (débil), actuando de manera defensiva y cobarde, contra el juego ario (fuerte) agresivo y valiente. Las crónicas llegaron a París a través del periódico Pariser Zeitung.
“Con la ocupación nazi cedí a los chantajes con la esperanza de obtener el visado de mi esposa; me exigieron jugar para la Alemania nazi y lo hice porque era el único modo de seguir con vida y garantizar la libertad de mi señora que era half jew (medio judía)” reconocería tiempo después en un reportaje al diario El Alcaraz de Madrid, en 1941. En la misma entrevista Alekhine reconoció la escritura de los artículos, pero aseguró que fueron modificados por la Gestapo para demostrar su adhesión al régimen.
El final de la guerra trajo aparejado su cuarto divorcio; el rostro del Dr. Alekhine comenzaría a labrarse de impotencia, desesperación y culpa. Sólo el título de campeón mundial era su única y última posesión; su esperanza de vida para eludir la muerte. Las persecuciones se habían desatado en Europa y, además de sus declaraciones y propaganda a favor de los nazis, ahora, salían a la luz nuevas fotografías suyas junto a los jerarcas, Hans Frank y Joseph Goebbels.
En el nuevo panorama de post guerra, Alekhine era acusado de traidor por Stalin, de colaboracionista por la Resistencia Francesa, y de espía por el Reino Unido. Sus propios colegas boicoteaban su participación en los torneos; se quedó sin invitaciones y sin dinero. Como el tango “cuesta abajo”, Alekhine comenzó a debatirse entre la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser.
A fines de 1945 los rumores sobre la creación del “Escuadrón de la muerte” llegaron a los oídos de Alekhine, que por razones de seguridad parecidas al miedo decidió alejarse del cuidado del General Franco y refugiarse en Portugal. El propio Boris Spassky, casado con una diplomática francesa, lo confirmó hace ya algunos años, “la Resistencia Francesa contaba con más de 100.000 nombres de colaboracionistas de los nazis, por lo que no sería extraño imaginar que Alexander Aleksándrovich Aliojin -cuyas iniciales A.A.A. lo ubican al frente de cualquier lista-, hubiera sido uno de ellos”.
Antes de marcharse, Alekhine escribió una carta al periodista y ajedrecista español, Juan Fernández Rúa: “La mayor parte de mi vida ha transcurrido entre dos guerras mundiales que devastaron a Europa; ambas me arruinaron, con una diferencia; al final de la primera tenía 26 y un entusiasmo desenfrenado que ya no poseo. Hoy juego ajedrez porque mantiene mi mente ocupada y me aleja de las obsesiones y recuerdos”.
Entre 1933 y 1974 una fuerte dictadura dirigió el destino de Portugal; el principal mecanismo de control del gobierno era la PIDE (Policía Internacional e de Defesa do Estado); una combinación de policía secreta, servicio de inteligencia y organización propagandística. La PIDE respondía sólo a Salazar; con censura total de la prensa, el contraespionaje era una prioridad en ese Estado.
En 1946, Alekhine llegó a Lisboa y vivó en la orfandad en un remedo de hotel; sólo la posibilidad de un llamado para acordar las condiciones para un nueva defensa de su corona podía cambiar el destino de su vida. Había un único candidato en el mundo capaz de contar con el respaldo económico (u$s10.000) para postularse al desafío: el soviético, Mijail Botvinnik, el ajedrecista señalado por el dedo de Stalin. Y un dato más, Botvinnik tenía score favorable y estaba invicto frente al campeón; al cabo de tres juegos cosechaba dos empates y una victoria.
Con sus últimas monedas para un enjuto bocado y una jarra de cerveza, Alekhine fue abordado en el interior del local Ás de Ouros, de la capital portuguesa, por un funcionario público (probablemente integrante de la PIDE) que se presentó con el nombre de Spitzler. Le traía dos mensajes: un ajedrecista ruso (no recordaba su nombre) sería su próximo desafiador por el título y, mientras aguardaban la confirmación el gobierno portugués se haría cargo de sus gastos.
En febrero de 1946, Alekhine llegó a la ciudad de Estoril, por entonces un centro de espías donde las aguas se dividían entre el Hotel do Parque (frecuentado por los nazis) y el Hotel Palácio (se ubicaban los aliados). El campeón mundial fue alojado en el primero de los albergues que por estar fuera de temporada (invierno) no tenía pasajeros registrados.
Desde el mismo momento que ocupó la habitación N°43, ubicada en el primer piso, Alekhine acordó su rutina con el conserje: desayuno a las 9 en el cuarto; luego dos horas de estudio de ajedrez. Al mediodía una caminata hasta el faro y regreso al hotel para almorzar en su cuarto con vino de Alentejo. Tras una siesta, por la tarde retornaría a la práctica del ajedrez, y a las 23 aguardaría la cena en su habitación.
En su primera semana, el campeón mundial se dedicó al repaso de sus partidas con Botvinnik, en Nottingham 1936 y Países Bajos 1938. Incluso sumó al joven maestro portugués Francisco Lupi, de 26 años, (hijastro de Luis Lupi, integrante de la PIDE y representante de Associated Press en Portugal) para analizar juntos los juegos. La relación con Lupi incluía los paseos nocturnos y paradas obligadas en algunos bares de Estoril.
Lo que sucedió entre el 23 y 24 de marzo de 1946. La historia oficial.
La noche del sábado 23 de marzo de 1946, un camarero ingresó a la habitación N°43 y dejó la cena al doctor Alekhine. Según el conserje, el empleado le comentó que el huésped le solicitó que lo despertaran a las 11 de la mañana siguiente. Sin embargo, el domingo 24, a las 10.30, Francisco Lupi fue llamado de urgencia por su padrastro Luis, para que fuera de inmediato hasta el hotel porque algo le había sucedido al viejo doctor Alex. Junto a la puerta de la habitación ya se encontraba un médico veterinario, el doctor Jacinto Ferreira (también integrante de la PIDE) y un grupo de funcionarios del gobierno. Los Lupi y la reducida comitiva ingresaron de inmediato al cuarto y anunciaron que el doctor Alekhine había fallecido. Luis Lupi tomó las fotografías de la escena y realizó el envío de cuatro negativos al director Robert Brunelle de la agencia de noticias AP en Londres. En tanto, el doctor Ferreira extendía el certificado de muerte por asfixia. La noticia fue propagada por la radio local, y al día siguiente fue tapa en el tabloide británico, Daily Mail. Tres días después se completó la autopsia por el médico forense, Asdrubal de Aguiar, bajo la atenta mirada del doctor Ferreira (el que firmó el certificado oficial de defunción), y confirmó: Causa de muerte por asfixia resultante de la obstrucción de los conductos aéreos superiores producidos por un trozo de carne”. Luego, y tras 23 días, el cuerpo de Alekhine fue sepultado en el cementerio Sao Joao, en Estoril, el 16 de abril de 1946. Diez años después el féretro fue trasladado al Cementerio du Montparnasse, en París; la lápida contiene la fecha 25 de marzo de 1946 como día de su fallecimiento.
A partir de ese momento, y en la medida que comenzaron a circular los primeros rumores y a conocerse las imágenes del cuerpo del Dr. Alekhine hallado en su habitación, surgieron las primeras tinieblas, las que a veces al igual que las sombras son inquietantes e impenetrables.
El 15 de abril de 1946, el Diario de Lisboa tituló: “El secreto de la habitación 43; la misteriosa muerte de Alexander Alekhine”, con la firma del periodista y corresponsal de guerra, Artur Portela. El artículo exponía las incongruencias de la reconstrucción de la escena tras el hallazgo del cuerpo. Señalaba que la noticia sobre la muerte de Alekhine se había difundido antes de que la comitiva ingresara al cuarto. Y con la relación a las fotos publicadas se preguntaba por qué, siendo primavera, el maestro se encontraba cenando en su habitación con un pesado abrigo en lugar de calzarse una bata. Portela fue el primero en plantear la hipótesis del homicidio, incluso sugiriendo la implicancia de agentes del Kremlin. Y una sombra más entre tanta oscuridad. ¿Cómo una persona que se atraganta durante una comida, no reacciona ni altera la escena frente a tantos objetos que lo rodean?
La nota de Portela actuó como un disparador de nuevas conspiraciones. Acaso por ello, Francisco Lupi (el joven ajedrecista amigo de Alekhine) salió al cruce de las versiones. Pero actuó como un boomerang. En un artículo de la revista Chess World, en octubre de 1946, bajo el título “The Broken King” contó que su padrastro (Luis Lupi) había armado la escena y que el tablero fue colocado junto a la mesa para la toma fotográfica. “Él tenía la facultad de hacer lo que quisiera”, se justificó. Eso demostró por qué entre las imágenes publicadas se observa en una, un diario plegado sobre una mesa detrás del cuerpo de Alekhine, y en la otra no.
Para colmo el paso del tiempo se llevó a todos los testigos, el último, el doctor Ferreira (fallecido en 1995) le escribió una carta en 1967 a Aleksandr Alekhine, confirmándole lo suscrito en el certificado de defunción de su padre. El hijo del ex campeón mundial nunca le creyó. “El largo brazo de Moscú alcanzó a mi padre”, declaró oportunamente.
Sin embargo, tras la muerte del dictador Salazar (1970) y la disolución de la PIDE (1974), al doctor Ferreira se le soltó la lengua, y a sus amigos les confesó que Alekhine había sido asesinado de un balazo en la calle, e ingresado en una lona hasta la habitación donde lo cubrieron con un abrigo. El gobierno de Portugal lo obligó a la redacción del certificado oficial.
Desde entonces, un grupo de ajedrecistas, periodistas e investigadores, como Kevin Spraggett, Miguel Ángel Nepomuceno, Daggoberto Markl, Pablo Morán, trabajaron en la búsqueda nuevas pruebas. El último fue Paolo Mauresing, uno de los escritores más prestigiosos de la literatura italiana, que en 2015 publicó: “Teoría de las sombras”. Viajó hasta el lugar de los hechos, y a modo de novela o crónica retrospectiva, sacó a luz un nuevo secreto: uno de los hijos del personal de camareros del desaparecido Hotel do Parque, le confirmó las sospechas. No sería ético revelar el contenido de esa charla, fuera real o ficticia.
Otra señal: el 25 de marzo de 1946, un día después de los sucesos, un telegrama -fechado el 23 de marzo, en Londres- llegó a la recepción del hotel para ser entregado al doctor Alekhine. Se trataba del aviso de confirmación de la organización del match por el título mundial frente al soviético Mijail Botvinnik. La URSS garantizaba el pago pero no fue necesario; los hechos se anticiparon.
La muerte de Alekhine dejó la corona vacante del ajedrez y, tiempo después, Mijail Botvinnik sería consagrado su sucesor. La casa estaba en orden. Jaque mate al rey... ¡Viva el rey!
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