“Recuerdo que un día yo estaba dando clases y pasó con su papá Ricardo y me preguntaron por los horarios de básquet. Venían de fútbol pero Facu quería empezar a jugar con nosotros…”. Roberto Dall ‘Amore, el primer técnico que Campazzo tuvo en el club Municipalidad, recuerda claramente el momento en que cambió la historia. De Facu y, por qué no, de nuestro básquet. El niño, coordinado e intenso, ya se destacaba con la N° 5 aunque quería más. Hiperactivo, el básquet había captado su atención. Así arrancó un amor que no se detendría nunca más y lo llevaría a conquistar cada lugar del mundo que se propuso y cumplir su sueño de jugar en la mítica NBA.
Y cómo son los designios del destino… Este lunes, a horas de su cumple N° 30, Campazzo fue nuevamente noticia, esta vez por el reconocimiento que le hicieron en Córdoba al ponerle su nombre al estadio del club Municipal de Alta Córdoba, aquel que prácticamente fue el patio de su casa durante la infancia. Aquel entrañable lugar donde se divirtió y comenzó a formarse como persona. Aquel sitio que le sirvió de refugio y permitió que no destruyera su propia casa, según su madre… “De chico era terrible, absolutamente hiperactivo, un demonio que vivía jugando con la pelota. Un día, de tanto lanzarla de acá para allá, hizo caer un enorme pedazo de revoque del techo. Recuerdo que se cayó arriba de la TV y la Play, y rompió todo. Por eso decidí que tenía que estar más tiempo en el club”, cuenta María Elena Avedano, la madre del crack, desde su casa, todavía agobiada por la creciente fama de su hija y emocionada por el homenaje que le hicieron en el club de sus comienzos.
Aquella avasallante intensidad que el base de Denver ya mostraba de muy chico fue la razón por la cual, a los 4, Mary lo empezó a llevar a este institución de barrio ubicada a 13 cuadras de la casa. “Era un amante del club. Se la pasaba todo el día ahí, desde las 15 hasta pasadas las 21 que lo iba a buscar. Y siempre estaba en la cancha de básquet. Recuerdo veranos en los que sus amigos se divertían en la pileta y le gritaban que viniera a lanzarse del trampolín, pero él se quedaba tirando al aro, con el calor que se hacía bajo ese tinglado…”, recuerda ella.
Dall ‘Amore fue su primer técnico, aquel que lo recibió de muy peque y ayudó a guiarlo, hasta los 14, que se fue a Unión Eléctrica. Y acuerda con la descripción de la madre. “Sí, era así. Si vos te fijás en las fotos o videos de la época, en sus ojos, en el brillo que tienen, te das cuenta que era un chico conectado y focalizado, apasionado con lo que hacía. Facu siempre estaba contento. Fuera de la cancha era un pibe normal, incluso un poco tímido al principio, siempre cerquita de la mamá, pero cuando entraba a la cancha se transformaba y era feliz, con una característica marcada: cómo mantenía el juego, la intensidad y concentración durante toda la clase”, explica.
Roberto es más que un entrenador de un deporte. Tiene una visión global y por eso se refiere a la importancia del club como formador de seres humanos. “Facu se crió en un contexto ideal. La comunidad de Alta Córdoba es básicamente de clase media, con muchos padres docentes, empleados de comercios y profesionales que tienen un interés por el colegio, porque los chicos sean educados y ven al club como un referente de educación. Municipalidad siempre ha sido una gran familia y en ese contexto de club de barrio se formó Facu, con sus amigos y tantos chicos más. Pasaban horas y horas, desde el mediodía hasta bien entrada la noche, sobre todo en época sin clases. Hacían de todo, hasta saltos ornamentales en verano… Yo recuerdo que siempre les decía a los profe que se quejaban porque los chicos estaban todo el día dando vuelta sobre nosotros. ‘Qué mejor que estén acá, que hagan de todo, que jueguen. La institución está hecha para disfrutar y hacer deporte’. Así, además, potenciaban el desarrollo motor y coordinación. Y se divertían…”, describe.
-¿Y cómo era Facu como chico y alumno?
-Muy apasionado pero a la vez, humilde. Le gustaba que le enseñen. Y, como chico, era un afectuoso. Sabía retribuir el cariño que le daban y, ya desde muy pequeño, era carismático, se hacía querer. Era dulce, pícaro, siempre con una sonrisa. Y así se compraba a todos. Por eso en cada lugar que fue lo adoptaron y lo han querido tanto.
Dall ‘Amore recuerda anécdotas de aquellas época que en algunos casos reflejan cómo es hoy y, en otros, la mutación que ha tenido. “En la época de formación el tema de la pelota, de pasarla o no, es todo un tema. Chicos y hasta padres se ofenden, enojan y hasta se sienten marginados. Y hace seis años, cuando Facu pasó por el club, justo para mi despedida, le pedí que dijera unas palabras, algún consejo para todos los chicos de formativas que estaban… Me preguntó de qué debería hablar y yo le sugerí el tema de pasar la pelota, de la importancia… ‘Justo a mí me pedís eso, ¿no te acordás cómo te hacía renegar con eso?’, me dijo. Y yo me reí, porque es verdad que de chico no la pasaba. Yo le preguntaba ‘por qué no la prestás, hay una sola pelota y los otros chicos también quieren jugar’. Y él, recuerdo, que un día me miró, sonriente, y me dijo ‘porque no me gusta dar pases, a la pelota la quiero tener yo’ (se ríe). Y qué locura en lo que se transformó, en un tremendo pasador”, compara Roberto, quien detalla otra historia que va en esa misma línea. “Tendría 11 o 12 años cuando lo puse a ayudarme en Mosquito y todavía a esa edad no podía dominar el tema de la participación a tope. Le pedí que moderara para que todos tocaran la pelota y de repente lo veo quitándosela a los chicos y metiendo bandejas. ‘No, Facu, no te puse para eso’. Pero él no podía con su genio…”, recuerda quien prolonga su risa cuando describe lo pícaro que era, siempre con una broma a flor de piel. “Se me escondía en los viajes cuando tomaba lista y yo me desesperaba porque pensaba que podía haber perdido un chico. Un día lo encontramos en el maletero”, precisa.
Dentro de la cancha, el coach recuerda el “meteórico ascenso que tuvo. Siempre tuvo una energía distinta, mucha concentración y ganas de crecer. Nunca le vimos un techo más allá de que los comentarios por la altura, por su proyección, siempre estaban entre allegados. Pero, claro, para la edad contaba con muchas aptitudes que le permitían equiparar tal vez esa falta de centímetros. Era veloz, saltaba mucho, tenía una gran resistencia y, de a poco, fue desarrollando otras cualidades”. A Roberto hubo un momento que le quedó grabado, que le hizo un click en su cabeza y le permitió pensar que estaba frente a alguien distinto. “Estábamos jugando una final de U13 contra Instituto en Atenas, con cancha llena. Y él venía picando la pelota, cuando el técnico le dio una indicación mientras los rivales salían a presionarlo. Facu paró, se guardó la pelota atrás de la espalda mientras los rivales le tiraban manotazos para sacarle la pelota y le preguntó, sonriente, ‘¿qué, cómo?’ Fueron dos segundos pero esa acción demostró su temple y talento. Yo, como adulto, quedé rendido ante esa imagen”, describe.
No fue casualidad que Facu, con un grupo de amigos con el que formó una gran camada del club (Iván Buendía, Santiago Torossi, Joaquín Machado, Santiago Jaime, entre otros), fuera el líder de los títulos cordobeses en U13 y U15. “Les ganamos a Instituto y Atenas, nada menos. Para un club chico fue un gran impacto”, recuerda. Luego del último campeonato, ya con 14 años y un nivel sorprendente, Facu pasó a préstamo a Unión Eléctrica. Justamente, con ese club, viajó a Mar del Plata a jugar un Hexagonal U 19 en que tuvo al famoso Peñarol como anfitrión, en octubre del 2006. Tenía 15 años y ya jugaba con chicos de 18. Ahí lo vieron y sólo volvería a Córdoba para armar la valija y mudarse a la Feliz. Ahí comenzaría una historia más conocida, con Facu aprovechando cada oportunidad, creciendo y dominando la Liga Nacional hasta su mudanza a Madrid. Pero todo comenzó en Municipalidad, el patio de su casa. El que hoy se llama Facundo Campazzo. Qué hermosa es la vida, a veces, ¿no?
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