Tiraba paredes con Messi, Neymar lo pidió expresamente como socio, pero en sus últimos suspiros como futbolista se combina sobre el césped con sus jugadores preferidos. Valentín y Santino lo corren, lo empujan y le patean las espinillas cual hostiles stoppers. Emma, de prodigiosa derecha con su año y ocho meses, acelera arrebatándoles el balón. Walter Montillo acaba de escribir la última página de su carrera tal como él la imaginó, algo difícil, hasta improbable, en un fútbol a veces cruel, otras veces generoso, pero casi siempre impredecible. Cumplió con la palabra empeñada: ofreció su aporte para que la Universidad de Chile, el club que lo convirtió en ídolo, mantuviera la categoría. Y gasta los botines en un estadio Nacional desierto con sus hijos, antes de colgarlos.
“El retiro ya es una decisión tomada, me llamaron de varios clubes, pero me quería retirar acá, con esta camiseta, con el club al que le tomé con mucho cariño. Mel (su esposa) y los chicos sabían que mi lugar en el mundo era acá. Miraré el fútbol desde otro lado, con otras cosas. Son 19 años de carrera, hay que dejarles lugar a los chicos”, dice el (ahora) ex enganche en diálogo con Infobae, mientras arma las valijas para regresar a la Argentina, para reafincarse en su casa de la zona Norte del Conurbano.
La gran mayoría de los sueños en la lista de aquel gambeteador empedernido forjado en Villa Modelo y de irrupción en San Lorenzo recibieron su tilde azul. Llegó a Primera, jugó en la Selección junto a la Pulga Messi, fue figura en Brasil, al punto de tener merchandising propio y de llamar la atención de Ney; jugó tres años en China, fue campeón en el fútbol argentino con Tigre y en la Universidad de Chile se transformó en emblema (ganó un título y regresó en el peor momento, para salvarlo del descenso).
-¿Qué se te pasó por la mente cuando te diste cuenta de que había terminado tu último partido?
-Me volvió todo lo vivido. Cómo fue el paso a paso de mi carrera, cómo empezó, pero nunca soñé todo lo que me pasó después. Soy un convencido de que hay que mirar para atrás, de dónde uno salió, para mantener los pies sobre la tierra. En medio del último partido, cuando me puse a llorar, todo lo que me vino fue eso. Me vino el pibe de Lanús, el momento en el que mi viejo me enseñó a jugar, el llegar a Primera casi sin inferiores, y de golpe me pasó todo muy rápido. Fue acordarme de todo.
-Y como último paso elegiste pelear por no perder la categoría con la U...
-Sabía a lo que venía, a pelear el descenso. El equipo en 2019 había salido anteúltimo, y como el torneo no había terminado, se hizo un promedio de dos años. Sabía que necesitábamos arriba de 40 puntos. No era fácil, porque se dio un recambio con jugadores jóvenes y más viejos como yo y (Joaquín) Larrivey. Es muy complicado jugar en un equipo grande por el descenso. Me tocó en Tigre, que no pudimos salvarnos, pero el hincha tenía de reojo esa posibilidad. En un grande estás obligado a ser campeón. Y todos lo vivimos con nerviosismo, porque no salíamos del fondo, y la gente se pone más nerviosa que en otros equipos. Al final del túnel, terminamos terceros, entramos a la Copa Libertadores...
-Si ya tenías status de ídolo, después de esto, imagino que el cariño de la gente se incrementó
-La gente me lo reconoce desde que llegué, pero como tenía el miedo de que podíamos irnos a la B, se triplicó el agradecimiento, porque hasta terminamos en Libertadores. Estoy feliz, me quería ir así, en un grande como Universidad de Chile, ¿qué mejor que así? Podía seguir un poquito más, pero me voy feliz.
-¿Y por qué no seguiste ese poquito más?
-Me habían venido a buscar en septiembre u octubre para renovar. Dije que sí, que me gustaría; me sentía bien, contento en el lugar que me tocaba ocupar. Pero cambió el entrenador, se fue Hernán Caputo, llegó Rafael Dudamel. No soy del gusto de Dudamel y se cayó renovación. No quería ir a otro club a demostrar que estoy bien, que no estoy viejo... En Sudamérica muchos clubes te miden por la edad, piensan ‘tiene 36, no va a poder jugar, va a estar lesionado’. Y es así hasta demostrar lo contrario.
-Pero te diste el gusto de colgar los botines con tus reglas. A mediados de 2017 te habías retirado en Brasil por las lesiones, pero volviste y demostraste que estabas vigente, tanto en Argentina como en Chile.
-En Botafogo fue por las lesiones, sí. Pero terminé como lo soñé, ayudando a los chicos, siendo factor para ayudar al equipo a salvarse. La gente se va a acordar de lo último que hiciste. A veces las cosas pasan por algo y tampoco hay que ser egoísta. Hasta acá está bien. Disfruté mucho el volver, porque tenía una edad avanzada; trabajar con Hernán Caputo, que es un amigo personal... Nunca me había pasado de trabajar con un amigo. Pudimos separar el trabajo de la amistad. No es un dato menor, porque a veces se confunden las cosas. Y lo llevamos de manera extraordinaria. Y conocí a gente como Larrivey: estábamos todos los días juntos, yendo a entrenar, con la familia. Son esas cosas que me encantan, hacer nuevas amistades, a pesar de que pasamos momentos difíciles; porque los pasamos, pero con amigos siempre es mejor.
-Uno de los momentos difíciles fue la muerte de tu papá por COVID-19 y a distancia, porque no pudiste viajar desde Chile. Días antes había fallecido tu abuelo.
-Con mi viejo habíamos estado distanciados mucho tiempo; todos tenemos problemas en la familia. Y justo en 2019 me había juntado con él para tratar de solucionar las cosas. Dentro de lo malo, me pude despedir de él. Estuve como 6 años sin hablar con mi viejo. Fue una situación malísima, es feo perder a tu viejo y a tu abuelo. Pero me quedo con que pude hablar con él antes de que se me fuera. Pudimos de a poco entablar una conversación. A veces hago el duelo solo. Me retiré y lo que se me vino a la cabeza es cuando me enseñó a jugar a la pelota.
-¿Y qué tenés en mente hacer ahora que te retiraste?
-Con Sergio (Irigoitía), el que fue mi representante casi toda mi carrera, en los viajes que él hacía, o cuando nos juntábamos o hablábamos por teléfono, conversábamos de hacer algo juntos. La imagen de los representantes está mal vista: que les roban a los jugadores, que hacen todo mal... Dijimos: pordemos hacer algo bien hecho. Me acoplé a lo que él hace e hicimos algo más amplio: que los chicos terminen el colegio, que sepan dar una entrevista, leer un contrato, usar las redes... A los 16, 17 años, saben jugar a la pelota, pero hay que agregarles las otras cosas que se dejan de lado. Cuando llegan a los 20 y no debutaron en Primera, a los clubes no les interesa qué les pasa después. Si no llegan, entonces, es importante que puedan conseguir un trabajo, pensar en otra carrera. Vamos a ayudarlos para que lleguen, pero si no sucede, que no dependan solo de la pelota. Tenemos un lindo equipo con nutricionistas, por ejemplo; somos amplios. Somos muy positivos en que les va a ir bien, pero les mostramos otra realidad, les hacemos entender que tienen que tener un plan B. No obligamos a nada, si a los chicos no les gusta trabajar a nuestra manera, damos un paso al costado.
-Si tenés que elegir cinco momentos de tu carrera, ¿con cuáles te quedás?
-Uno: el debut. Lo que la mayoría de los chicos sueñan, fue con Rosario Central y me marcó. El segundo: haber hecho conocido mi nombre en Universidad de Chile; desde ahí empieza mi carrera, porque en San Lorenzo tuve muchos altibajos, arranqué como súper promesa y me caí un poquito. Tercer punto: Cruzeiro, en ese momento fui el máximo goleador extranjero del club; no es para menos. Cuarto: mi paso con la camiseta de Selección, el mayor logro deportivo que pude haber conseguido, no lo comparo con nada. Haber conocido ese grupo de jugadores es impresionante. Quinto momento: mi amistad con Neymar. Que el fútbol me haya dado esa oportunidad de compartir una cancha con él en el Santos y que la amistad perdure en el tiempo es algo muy lindo.
-¿Y te quedaron asignaturas pendientes?
-Dos asignaturas pendientes. Que mi tío padrino no me haya visto jugar al fútbol profesional: tuvo cáncer y falleció antes. Es una materia pendiente en lo emocional, se me fue rápido, la enfermedad lo consumió rápido. La segunda: no haber llegado a la final de la Libertadores en 2010 con la U de Chile; tuvimos un partido malo con Chivas en la vuelta. Fue un momento histórico, porque tuvimos ahí nomás la final.
-¿Y el hecho de no haber podido destacarte en un grande de la Argentina como lo conseguiste en Tigre, en Brasil o en Chile?
-Por ahí al principio me quedó eso; después cuando uno va creciendo y viendo las cosas en perspectiva, no. Cuando volví a Tigre, mi hijo Valen me decía ‘tenés que jugar en Argentina, para que te conozcan’. Logramos algo que Tigre no había conseguido, salimos campeones, me eligieron jugador del torneo... Pero no, estoy muy contento con mi carrera. Si bien no me tocó, además de San Lorenzo en el debut, jugar en otro grande de Argentina y ser más conocido en mi país, lo hice afuera, en Brasil, Chile, China...
-¿Y cuando sonaste en River después de ser campeón con Tigre no te ilusionaste?
-Me hubiera gustado pasar por River, que fue el mejor equipo de la década. Si bien no llegué a recibir un llamado, que River se fijara en mí, jugando en Tigre y con 35 años, fue algo lindo. Más todavía de la mano de Gallardo, el mejor técnico de los últimos tiempos.
-Fuiste a China (Shandong Luneng) y te quedaste a cumplir el contrato, cuando muchos colegas tuyos no toleraron la distancia o el choque de culturas. ¿Cómo fue esa experiencia?
-Fue muy buena, al principio se hizo difícil, pero fue el único lugar en el que duré tres años. Me llevó Cuca, quien fue mi técnico en Cruzeiro. Nos tocó una ciudad que no estaba preparada para el extranjero, pero la pasé bien. Es un fútbol dinámico, de ida y vuelta, todos los equipos tienen tres o cuatro extranjeros de nombre. Fue una experiencia muy linda, no sólo desde lo deportivo, porque como familia nos hicimos más fuertes.
-Decías que la ciudad no estaba tan preparada para los extranjeros. ¿En qué cosas notaste más dificultades?
-El idioma, en todo momento. Teníamos cerca un supermercado internacional, pero por ahí tenías que comprar un kilo de tomates y no sabías cómo pedirlo. Terminabas señalando todo y te llevabas lo que te daban. Tenías que ir al pediatra por los nenes a ibas con el traductor. Y no sabías si te traducían bien. Es complicado. Cambiás la noche por el día, porque cuando hablás con familiares o amigos que están en Argentina, tenés la vida al revés. Y la comunicación es menor o en horarios en los que no estás acostumbrados. Y te sentís lejos. Allá te sentís muy lejos, es imposible que alguien te vaya a ver, porque son 36 horas cada vez que viajás. Hemos pasado momentos complicados. Pero, como dije antes, nos hicimos más fuertes como familia. El chino te cumple con lo que te promete. Me han llamado otros argentinos, como Pocho Lavezzi o Augusto Fernández, para consultarme antes de aceptar una oferta del fútbol chino. En la ciudad en la que estábamos teníamos poco para hacer, pero como con las fechas FIFA se paraba todo el fútbol y el club nos daba cinco o siete días libres, conocimos todo Asia. Japón, Vietnam, Malasia, Singapur... Lugares que no teníamos ni remota idea de dónde quedaban.
-¿Imaginabas que podías convertirte en un jugador muy respetado en Brasil?
-Era impensado que en la cuna de los N° 10 los argentinos pudiéramos marcar nuestro nombre, es algo espectacular. En Cruzeiro, además, le había agregado una cuota goleadora. Y eso llevó a que me transfirieran al Santos, para jugar con Neymar. Hoy me llaman medios brasileños todavía para hablar de esa etapa. Fueron cuatro años lindos. Y hasta vendían cosas con mi nombre. Todavía tengo el muñeco, el vaso; todo.
-¿Cómo se construyó tu amistad con Neymar?
-Lo conocía a Ney de jugar en contra, entonces tenía 17, 18 años. Y cuando nos tocó jugar frente a frente en la Selección (después de un Superclásico de las Américas en Belem), mientras estaba haciendo una nota, pasó el loco este por atrás y tiró la bomba esa, que me quería llevar al Santos. Para el argentino que por ahí no me seguía la carrera habrá pensado “qué locura”. Después, cuando me llamó por teléfono, no lo podía creer. Es un fenómeno. Tenemos una amistad hasta ahora y hablamos de vez en cuando. Qué el se siga acordando de mí...
-Muchas veces es noticia por cuestiones extradeportivas, como sus salidas nocturnas o las fiestas. ¿Vos qué Neymar conociste?
-Yo conocí al Neymar familiero, al que te invitaba a comer un asado un domingo con la familia y los amigos. Él lo explicó el otro día, que le gusta salir a los boliches, a bailar, pero sin dejar de ser profesional. Es fundamental separarlo. Muchas veces, porque un jugador sale a tomar algo, listo, es fiestero. Y si sos profesional y rendís podés salir a divertirte. La vida pasa muy rápido, nosotros dejamos mucho de lado. Yo lo víví desde adentro en Santos: nunca llegó borracho ni dejó de entrenarse. Y adentro de la cancha era muy profesional, tanto en los entrenamientos como en los partidos. No hay que estigmatizar a la gente por eso. Una vez, hablando con (Gerardo) Pelusso -ex entrenador-, me dijo: “Walter, hay tiempo para todo”. Si podés separar los tiempos es extraordinario.
-Te pongo en un aprieto, jugaste con los dos. ¿Si tenés que elegir a Messi o a Neymar con cuál te quedás?
-Elijo a Messi, futbolísticamente no vi a otro jugador igual, cuando lo tenés de compañero es fuera de lo normal. No es que Neymar no lo sea, pero es otra cosa. Es impresionante lo que genera cuando agarra una pelota. Y lo que me llamó la atención, que no vi en otro jugador, son los controles orientados. Te gana uno o dos tiempos con eso. Le tirás cualquier cosa y te la baja. Y siempre tiene en vista la jugada que viene.
-Pudiste haber sido parte del plantel que jugó el Mundial 2014 y salió subcampeón. ¿Te quedó esa espina?
-No me había tocado estar en dos convocatorias y justo me fui a China. Alejandro (Sabella) eligió a otros chicos. Disfruté estar ahí, pero sin desilusionarme por no haber ido al Mundial, porque eligió a jugadores que nos llevaron a la final. Con la cantidad de nombres que tenía ese plantel, estuvieron bien los que fueron a Brasil.
-¿Y qué guardaste de esa época?
-Guardé todo; el haber compartido con esos monstruos, el haberme reencontrado con Pablo Zabaleta, con quien habíamos sido compañeros en San Lorenzo, y el haber jugado. El haber estado la altura de ese momento fue una prueba de fuego. En lo que me tocó jugar, me hicieron sentir uno más. Y me guardo una jugada. Uno de los goles a Venezuela (triunfo albiceleste 3-0, el 22 de marzo de 2013): me la da Mascherano, se la doy de primera a Leo, Leo de primera se la da a Higuaín y fue gol. Me lo guardo para siempre.
-¿Tus hijos te piden ver videos de cuando jugabas en la Selección o con Neymar en Brasil?
-Valen estaba en la cancha; Santino ni se debe acordar. Yo no soy de mirarme; lo mismo me pasa con las notas que hago, ni las miro, no las vuelvo a leer. Por ahí a veces Santino mira, pero él solo. No miro porque ya pasó, es como vivir en el pasado.
-¿Santino no volvió a sacarte el teléfono para llamar a Messi o Luis Suárez, como en el video que se viralizó?
-Santino a veces me dice que es amigo de ellos, ja, la tuve que contar varias veces la anécdota. Dio la vuelta al mundo porque le contestó Suárez, más que nada por cómo él se tomó un segundo para mandarle un mensaje.
-¿Sabe que no vas a jugar más?
-Está contento porque va a volver a su colegio, al que tenía antes en Argentina. No sabe que no voy a jugar más. Piensa que en Argentina voy a volver a jugar. Cuando me vea en casa, que no voy a ir a entrenar, se va a dar cuenta.
-Mucha gente con hijos o familiares con capacidades diferentes te tomó como bandera a partir de que hiciste público los problemas que tenías para inscribir a Santino en algunas escuelas por tener síndrome de Down. ¿Cómo lo tomaste?
-Al tener un micrófono, está bueno poder bajar una línea o mostrar los problemas que tenemos con las obras sociales, con las escuelas; con la inclusión en general. No es que tengo la bandera, pero sí intento que el tema tenga visibilidad, para poder ayudar a los que lo necesitan. Ahora soy padrino de un torneo de fútbol en Argentina, por ejemplo.
-¿Te ha pasado de que la gente en la calle te agradeciera por haberles dado voz a los que por ahí no tienen acceso a los medios para hacer este tipo de denuncias o contar los problemas que tienen?
-Me he encontrado con gente por la calle que me dijo “gracias por lo que contás”. El mensaje es no bajar los brazos, porque sé que muchos no tienen las posibilidades que tenemos nosotros. Con mi señora tenemos la posibilidad de bancar terapias de las que las obras sociales no se hacen cargo; tengo un pasar económico que me permite darle todo lo que necesita. Para otras familias no es lo mismo. Es un camino difícil, pero los invito a no bajar los brazos, porque te devuelve mucho, Cada cosa que mejora Santino lso festejamos como si fuésemos campeones del mundo. Hay que tener paciencia con ellos.
-¿Qué cosas aprendiste con Santino?
-Lo que aprendí con Santino es la perseverancia, a no bajar los brazos, a pelearla hasta el final. Le cuesta mucho hablar, hilvanar oraciones, pero igual siempre trata de hacerse entender. Con señas, con dibujos... Esa es la perseverancia de querer insertarse en la sociedad.
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