Desde Melbourne
Sucesos muy raros los vividos el pasado viernes durante el partido que cerraba la ronda de los 32 mejores del Abierto de Australia. Novak Djokovic y Taylor Fritz batallaban en el cuarto set en la Rod Laver Arena, faltaban 30 minutos para medianoche, cuando el juez detuvo el partido para evacuar a los fanáticos que seguían en las tribunas. En Melbourne comenzaba la cuarentena de cinco días impuesta por el gobierno regional luego de que los casos de COVID-19 en un hotel de aislamiento escalaran a trece. Un número demasiado alto para un país donde el virus está controlado y las sirenas se activan al instante con el fin de zafar de una tercera ola de contagios. Así, tras una avalancha de abucheos en el estadio y una pausa de diez minutos que el estadounidense Fritz catalogó posteriormente como “ridícula”, comenzó un evento notoriamente distinto.
Se salvó el primer Grand Slam de la temporada, como ya se viene salvando desde hace más de un año. “Lo bueno es que esta vez no fuimos nosotros los culpables”, comentaba con una cuota de alivio Craig Tiley, director del torneo que tiene más vidas que un gato. Las palabras de respiro fueron en alusión a los casos positivos que distintos vuelos cargados con gente del tenis trajeron a Oceanía desde Medio Oriente y Los Ángeles, y que forzaron a endurecer las medidas con tal de seguir con los planes de juego. La edición de 2020 sobrevivió a la pésima calidad del aire que ocasionaban los múltiples incendios forestales que sufría por entonces Australia, y esta vez le está haciendo frente a la pandemia global.
En Melbourne, la credencial del Abierto de Australia es un escudo. Un pase para la libertad. Siendo considerados “trabajadores esenciales”, la gente ligada al torneo puede transitar libremente desde casa u hotel, hasta Melbourne Park, mientras millones de victorianos deben encerrarse, con derecho a sólo dos horas de ejercicio en un radio de cinco kilómetros desde el domicilio. La gente en general lo acata por la cultura del respeto a la comunidad, y también porque la multa inmediata para quienes no siguen las reglas es de 1.600 dólares australianos (US$1.300).
El universo tenis sigue con normalidad dentro de la cancha y muy inusitado fuera de ella. Los fanáticos son los marginados y los jugadores tan sólo lamentan la ausencia de las -limitadas- multitudes, y esa energía desde las tribunas que el 2020 les hizo extrañar. Ya vivieron un major sin público en Nueva York, pero en Melbourne el cambio fue brusco, ya que los tenistas estaban gozando de reencontrarse con los espectadores. Incluso con episodios anecdóticos, como el la de la señora que aparentemente borracha hacía escándalo e insultaba a Rafael Nadal durante la segunda ronda. Imágenes que desaparecieron por todo un año. Hoy por hoy, en los rincones de Melbourne Park penan las ánimas.
“Es imposible sentir motivación con 13 personas aquí mirando”, exclamaba el australiano Kyrgios durante su debut en dobles. Mezcla de sarcasmo, humor y verdad, las palabras de un deportista que se alimenta de la atmósfera que arma el público. En la cancha se la pasó muy bien bromeando entre cada punto con su amigo y compatriota Kokkinakis, en un partido que se habría jugado a estadio lleno en tiempos normales, sin ninguna duda. “Sin la gente es difícil producir buen tenis”, dijo Nick, y reconoció que no le seduce mucho la idea de salir a jugar torneos en aquellas condiciones.
Un entorno indeseable, gris y sin vibraciones. Una sensación extraña, como de si haber viajado a un futuro distópico se tratara. Era el ambiente de escasas emociones en el partido de Matteo Berretini contra Karen Khachanov. En la John Cain Arena (nombrado así en honor a un político local, olvidando el largo listado de campeones aussies), la segunda cancha de mayor capacidad quedaba demasiado grande y la soledad se acentuaba. El italiano conectaba puntos y los aplaudía sólo su equipo técnico. Cuando lo hacía el ruso, silencio sepulcral. Salvo su entrenador que no se expresaba mucho, no había nadie para hacerlo.
El único argentino en cualquiera de los cuatro cuadros que sigue compitiendo es Máximo González, ya instalado en octavos de final del dobles masculino. “Si bien en Argentina estamos mucho peor, es triste ver a esta ciudad así en mitad del torneo. Hacía tiempo que no jugábamos con público y fue muy lindo. También después de la cuarentena del principio, aprovechamos de vivir una vida ‘normal’, yendo a restaurantes y paseando por las calles con libertad. Espero que, cuando acaben estas restricciones, yo haya avanzado en el cuadro para poder jugar frente a la gente”, contó respecto al único de los cuatro grandes torneos cuyas inmediaciones se ubican al lado del centro citadino, lo que le aporta un condimento especial.
“El esfuerzo de la organización es tremendo. La falta de público le quita la adrenalina, pero es lo que tenemos y hay que aceptarlo. Somos privilegiados por que podamos hacer nuestro trabajo”, apunta Nadia Podoroska. La argentina sigue en Melbourne Park, disputando el torneo WTA 250 Phillip Island Trophy.
El Abierto de Australia fue una excepción desde el principio en un país cuyas medidas sanitarias son las más estrictas del mundo y cuyos resultados combatiendo la pandemia son envidiables. Es intocable. Silente hasta el final, o con la vuelta de los fans. El show continúa.
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