Crónica de la pelea más dramática de la historia: Sugar Ray Leonard vs. Tommy Hearns

Hasta el 12° asalto ganaba Hearns. Pero en las últimas tres vueltas -las peleas eran a 15- Leonard dio una demostración de técnica, velocidad y precisión que obligaron al árbitro a decretar el K.O en el último minuto del último round. Fue un combate épico, inolvidable, jamás igualado a pesar de los 40 años transcurridos

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Todas las miradas en el Caesar's Palace de Las Vegas concentradas en el metro cuadrado donde Leonard y Hearns no se daban respiro.
Todas las miradas en el Caesar's Palace de Las Vegas concentradas en el metro cuadrado donde Leonard y Hearns no se daban respiro.

Los dos agonizaron, pero sólo uno alcanzó el éxtasis. Para sobreponerse al apocalipsis, hombre y boxeador fortalecieron sus células hasta convertirlas en una lámina indestructible. Sugar Ray Leonard, desde entonces y para siempre, quedó en el registro de los grandes sin tiempo. Recordaré siempre una imagen conmovedora; fue cuando al final de todo tomó con los guantes su corazón y lo dejó en el centro del ring para danzar a su alrededor desnudando su esencia, cual escudo de su talento, como una bandera de su sabiduría.

Muy pocas veces una pelea ofreció semejantes emociones. Los dos estuvieron sentidos, los dos estuvieron a punto de ganar por nocaut, los dos actuaron bajo la presión extenuante del gasto físico, los dos apelaron a variantes tácticas para recomenzar la búsqueda de objetivos, los dos sufrieron la conmoción, los dos creyeron estar perdidos, los dos se vieron ganadores, los dos mantuvieron en tensión a trescientos millones de almas. . . Y por último, los dos ofrecieron la pelea más dramática y vibrante de la historia. Nadie le pegó tanto a Sugar Ray. Nadie le pegó tanto a Thomas Hearns. No fueron golpes instintivos. Tampoco surgieron de la fatiga o el azar. En la milésima de segundo que demora un puño en estrellarse contra un blanco, hubo un fundamento técnico. Podría decirse que ambos movieron sus manos con la sensibilidad de los ajedrecistas al desplazar sus piezas. Todo lo hicieron a gran ritmo bajo 40 grados –5 más que el índice de temperatura exterior-, ante 24.162 personas excitadas, tensas y alteradas, bajo el sofisticado cielo del Caesar’s Palace de Las Vegas.

Bud Schulberg, periodista y escritor, autor de “Nido de Ratas”, la película que lanzó al estrellato a Marlon Brando volvió a la crónica pugilistica “porque Leonard me inspira”, nos dijo. Y su columna en el “New York Post” fue un deleite literario. Calificó a Sugar Ray de artista plástico y a la pelea de “obra de arte”. Nuestro título en El Gráfico (Edición 3233 del 22-9-81) fue “Leonard, grande entre los grandes”, y hoy nos ayuda a refrescar inalterables conceptos.

Por ejemplo escribimos que en tal batalla de estrategias hubo un tiempo favorable a Hearns; fue cuando se subordinó al plan de Emanuel Steward, su maestro y manager. El de Leonard, en cambio, obedeció a su propio criterio. Por eso entre las diferencias que fuimos marcando y hoy – 40 años después- recordamos fielmente es que Leonard siempre fue más dúctil que Hearns. Hay algo más osado aún que puedo afirmar mirando hacia atrás: Leonard era más guapo que Hearns y que otros grandes de la época. Esta opinión no se emparenta solo con el coraje; antes bien tiene que ver con la condición mental de un campeón. Cuando digo que fue más guapo quiero decir que sabía sobreponerse a la adversidad y colocar al hombre por encima de los esquemas descartando cualquier teoría sustentada en la lógica.

El plano dominante de Hearns tuvo dos períodos. El primero se extendió entre el primero y el 5° round. El segundo abarcó el 11° y 12° asaltos. En su primer dominio Hearns hizo prevalecer sus 7 centímetros de diferencia (1.85 contra 1.78). Adelantó su jab de izquierda, se proyectó armoniosamente al ataque y estuvo esperando, cual felino al acecho, poder colocar su mortífera derecha en profundidad. Leonard le bailó todo el tiempo. No eligió un perfil para lograr su salida; por el contrario le giró a ambos laterales provocándole un problema insoluble. Sin embargo Leonard podía sentir el aliento de Hearns cuando éste se le ponía de frente. Al término del 2° round –que ganó Hearns– flotaba una clara sensación de desigualdad. No sólo se advertía que Tommy parecía dos categorías más grande, sino que el destino del combate sería alcanzado por el desgaste físico que provoca un hombre corriendo a otro. Alguna vez uno tendría que cansarse primero, pero hasta ese momento cada secuencia se tornaría reiterativa y consecuentemente aburrida. Leonard habría de encontrar la primera variante. En el 3° asalto pasó de defensa a ataque a partir de un gancho de derecha colado entre los guantes de Hearns. El público se puso de pie. Pareció que Hearns cambiaba el color de su piel, tornándose más claro, más pálido. Dos cosas quedaban claras: Leonard sabía que podía llegar a la cara de la “jirafa” y Hearns tomaba conciencia de su vulnerabilidad.

Muchos años después de la pelea más conmocionante, Tommy Hearns y Sugar Ray Leonard bromean cuando se cruzan en alguna pelea de Las Vegas.
Muchos años después de la pelea más conmocionante, Tommy Hearns y Sugar Ray Leonard bromean cuando se cruzan en alguna pelea de Las Vegas.

Por eso en el 4° round salió decidido a volcar su derecha con más frecuencia. Por dos veces esa mano llegó neta a la cara de Leonard, y la segunda, chocada sobre el ojo izquierdo, comenzaría a producir una congestión, transformada luego en hematoma.

Sobre el final del 5° asalto ganaba Hearns la pelea, pero había pasado el momento para conseguir la definición. Tres de sus derechas llegaron a fondo, sólo una conmocionó a Sugar Ray. El quinto asalto debió haber sido el más indicado. Se imponía una aceleración en el ritmo y un mayor caudal ofensivo. No pudo. O no supo. O no tuvo claridad resolutiva. La danza de Leonard y su armonía pendular – aún sentido – le permitieron al campeón pasar la crisis.

Fue así que tras esa 5° vuelta, llegó el momento de Sugar Ray. En su esquina Janks Morton y Ángelo Dundee le advirtieron que iba abajo en las tarjetas. En realidad, ninguno de ellos pretendía correr un riesgo mayor al mismo riesgo que la pelea encerraba. Con el ojo acentuadamente marcado, Sugar escupió el agua helada, pidió que le quitaran el hielo de la nuca, no dejó que le secaran el cuello y salió para el 6° round soportando los gritos en favor de su rival que mayoritariamente entonaba el público. Habría de producirse el primer colapso del combate. Un gancho de izquierda impulsado por el alma partió desde las costillas de Sugar Ray y se estrelló en la mandíbula de Hearns. Este cerró los ojos, millones de estrellas habrán confundido su visión y no supo hacia qué lado ir. Por fin, instintivamente, eligió tomarse de su rival, mientras Sugar Ray luchaba por desprenderse y seguir pegando. Todo el 6° y hasta el final del 7°, Sugar fue una máquina de atacar. La imagen flameante de Tommy marcaba la primera alternativa. Estaban uno a uno en estados críticos. Pero Leonard tenía más clase aún sentido. Hearns lucía vacilante y sus piernas, las más largas del boxeo, simulaban ser escobas cansinas manejadas a la deriva. Al ganar el 6° y 7°, la pelea volvía a emparejarse. Quedaban dos preguntas antes de entrar al 8° round:

1) ¿Quién se cansaría antes?

2) Antes de cansarse, ¿quién estaría más preciso para un último golpe?

Bajo la generosa transpiración de aquellos dos hombres, 50 millones de dólares danzaban al conjuro de un rótulo: el negocio profesional más grande de la historia que el boxeo había generado hasta entonces; transcurría el 16 de Septiembre de 1981.

Hearns, quien perdió ese 8° asalto, se tomó dos rounds completos para recuperarse. Por seis minutos se mantuvo fuera de los golpes de Leonard sin proponer nada positivo. Pero en el 11° y en el 12° volvió a ser el peleador terrible que había noqueado a 31 de sus 22 rivales anteriores. Soltó la izquierda para proyectarla en jab o directo; alistó la derecha para el gancho o el cross. Y además se lanzó otra vez al ataque, amenazante, furioso. La pasó muy mal Leonard en esas dos vueltas y especialmente sobre el final del 12° round. Se supo al día siguiente, a través del doctor Fredie Pacheco, que Sugar Ray había perdido el 75 por ciento de la visión de su ojo izquierdo pues siguió peleando con el desprendimiento de la retina. Otra vez la pelea se le daba vuelta. No sólo volviendo al desarrollo inicial, sino también en las tarjetas. Las ventajas que había logrado Leonard después de los rounds 7 y 8 se reducían a cero. Estaban iguales, y la tendencia se inclinaba por Hearns por más agresivo y fuerte.

Y este es un punto clave para entender la historia de este match pues con la reglamentación vigente que señala el round 12 como final absoluto de cualquier match de boxeo, el combate lo hubiese ganado Hearns quien marchaba al frente en las tarjetas oficiales y también en el consenso general de la prensa y del público.

Tanto fue así que al entrar al último segmento de los tres asaltos finales, Loise Hearns, la madre de Tommy, abandonó su asiento y se fue al rincón de su hijo. Desde allí incitó al público para que lo alentara en el esfuerzo final. Nadie lo advirtió pero sí a Emmanuel Steward, quien con sus dos brazos en alto despertó un grito desde los cuatro costados: “¡Tommy!, Tommy!”. El contraste ganaba el ámbito. La intrincada geografía del match mostraba una montaña (Hearns) y una meseta (Leonard).

Las páginas de la revista El Gráfico mostraron las personalidades que poblaron el ringside. Entre ellos, Diego Armando Maradona.
Las páginas de la revista El Gráfico mostraron las personalidades que poblaron el ringside. Entre ellos, Diego Armando Maradona.

Sin embargo, había de ocurrir lo inesperado: la meseta se volvió valle y de sus entrañas surgió un diamante. Ya no importaban ni las indicaciones de Ángelo Dundee, ni los gritos de Morton. Un campeón herido es mucho más que un boxeador fatigado. Es, en definitiva, un hombre sin opciones. Gloria o nada. Para encontrar la gloria hay que desnudar el alma. Leonard fue al todo o nada. Se jugó en tres cruces, llegó hasta el cuerpo de Hearns y ya con la piel contactada pegó hasta que sacó a su rival entre la primera y la segunda cuerda. Aquel 13° round será inolvidable. El referí, tan interesado como los tres jurados de la Comisión de Nevada en que ganara Hearns no le contó en la primera caída. Tanto es así que Hearns no pudo recuperarse y volvió a caer por segunda vez. Fue tan notable que esta vez el árbitro Dave Pearl no tuvo más remedio que contarle. Cuando llegó a los nueve segundos dudó sobre si continuar o no y la campana indicó el final del 13°. La paliza significó dos puntos de ventaja, más uno del round 12°. Sugar estaba ganando y faltaban dos vueltas. Juanita, la entonces esposa del campeón, lloraba. Su hijito, Sugar junior, en hombros de Ángel Smith, estiraba los brazos para tocar a su padre en el descanso del 13° para el 14°. El péndulo volvía a moverse, el estadio enloquecía, no quedaba voz para gritar, los adjetivos se habían agotado, todo el mundo comprendía que valía la pena sentir la ropa pegada al cuerpo. Hearns estiraba sus piernas en el banquillo relajando todo su cuerpo; Leonard movía eléctricamente su pie derecho esperando con ansiedad que le colocaran el protector bucal para seguir peleando.

Con las reglas actuales (a 12 rounds), Hearns se hubiera impuesto, pero en los últimos tres, Leonard sacó fuerzas de su orgullo y vapuleó al favorito del promotor, los jueces y el árbitro.
Con las reglas actuales (a 12 rounds), Hearns se hubiera impuesto, pero en los últimos tres, Leonard sacó fuerzas de su orgullo y vapuleó al favorito del promotor, los jueces y el árbitro.

El minuto y 42 segundos que duró lo que sería el último asalto fue la apoteosis del ataque. Leonard salió decidido a terminar. Desbordó la posibilidad vertical de Hearns y lo paseó desde el centro del ring hasta su cuerda más lejana. Así como en el round anterior sus descargas parecieron el producto de una cámara acelerada, ahora las imágenes configuraban el sí y el no, los lados de una moneda, la inequívoca sensación de un final cercano. Una izquierda en swing de Leonard tomó a Hearns contra las cuerdas cuando intentaba salir y el golpe pareció derretirlo. Con el puño derecho Leonard antes de asumir su última ofensiva, le decía al árbitro un no quitándole la chance de pararla. Pearl dejó seguir y cien golpes cayeron sobre la humanidad de Hearns. Finalmente, cuando ya todo estaba terminado, el referí dijo basta. Pienso ahora que esto fue lo mejor que pudo pasarle al boxeo. Los tres jurados tenían la pelea favorable a Hearns, un robo descarado que bien podía haber generado una tragedia en el Caesar’s. Veamos: Duane Ford 124-122, Chuck Minker 125-121 y Lou Tabat 125-123. Esto fue tan inaudito como inexplicable. Estas cifras indican que si Hearns hubiera permanecido de pie, los jueces lo habrían declarado ganador. Lo que hubiera significado una felonía. Sólo oscuros intereses podrían haber cambiado el destino del combate .Y claramente los había para favorecer el negocio de Don King, promotor de Hearns.

Este inolvidable combate fue el que le permitió a Maradona cumplirle el sueño a Don Diego de presenciar un combate en Las Vegas. Y esa noche, bajo el mismo cielo, la pelea reunió a muchas figuras como lo fueron Mc Enroe, Dean Martin, Burt Reynolds, Paul Anka, Donna Summer, Liza Minelli y Jack Nicholson, entre tantos.

Todo cuanto ocurrió fue grandioso. Todo cuanto se escribió puede reiterarse pues la evocación no modifica el recuerdo, lo afirma. El hecho conmovedor que deja el tiempo no es que Hearns a los 62 y Leonard a los 65 siguen honrando al boxeo con diversos destinos: Hearns hace cosas para vivir y Leonard, es un millonario que da charlas sobre Mandela, la angustia, los temores y la ansiedad…

Sigo temblando al recordar que en ese espacio, esa noche, para esa pelea y por única vez los dos dioses sin tiempos y sin ateos se unieron en el aplauso prolongado y final de la noche infinita.

Los sigo viendo, allí están, a 30 metros uno del otro y sonrientes, Diego Armando Maradona y Muhammad Alí.

Gracias Dios por este privilegio…

Archivo: Maximiliano Roldán

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