“Tuve el privilegio de entrenar, tanto en clubes como en forma personal a Maradona y a Messi. Nunca entré en el análisis, porque disfruté a pleno a los dos. Cada uno tenía sus detalles, que quizá tuvieron relación con los orígenes, muy distintos de uno y otro. Leo, siempre respetuoso, de cumplir las obligaciones como el resto de sus compañeros, aún siendo una mega estrella mundial y jamás hacer un cuestionamiento al cuerpo técnico. Mientras que Diego tenía adentro una rebeldía natural, que por ahí le decías que comíamos a las 12 y te llegaba una hora después. Pero como jugadores, insuperables los dos”.
Con dosis iguales de pasión y agradecimiento, las palabras de Elvio Paolorosso acarician sus recuerdos. Esos únicos, de haber tenido la chance de estar cerca de los dos más grandes faros que han iluminado la colosal historia del fútbol argentino. Desde su condición de preparador físico, pasó por los mejores clubes, también la selección nacional y es reconocido como uno de los más destacados en su actividad en los últimos 25 años. La suya, como muchas historias, se fue tejiendo de a poco y con paciencia.
“Comencé en el fútbol casi de manera casual en 1978, en Deportivo Español, en momentos en que ni estaba recibido de profesor de educación física. Haciendo otras actividades en paralelo, estuve cerca de 15 en el club, con varios cuerpos técnicos, incluida la gran campaña del ’84 con López y Cavallero, donde se consiguió un ascenso histórico. La institución estaba presidida por Francisco Ríos Seoane, de quien se ha dicho de todo, fundamentalmente cosas malas, pero no hay dudas de que en Español hizo una obra extraordinaria, revalorizando el predio y las instalaciones”.
Un devenir sin pausas por el fútbol del ascenso (“creo que no hay un equipo de esas categorías donde no haya trabajado”) que lo llevó a conocer muchos secretos del fútbol y una variada gama de personajes. También con apariciones en Primera División hasta que llegó el gran momento.
“En 1983 trabajé con Rodolfo Motta en Nueva Chicago y allí conocí a Carlos Fren, con quien me reencontré tres años después en Tigre. Se hizo una sólida amistad, donde también lo entrenaba en forma individual. En septiembre de 1994, Maradona agarró como DT de Mandiyú con la idea de tener a su preparador físico tradicional, Fernando Signorini, un hombre muy culto y capaz, profesional 100%, que no pudo ir porque se encontraba en Japón. Entonces, ante la desesperación de asumir sin mucho tiempo, Carlos me recomendó y allí fui”.
“Fue una etapa maravillosa, con un Diego tranquilo y alejado de Buenos Aires. A la mañana entrenábamos y a la tarde nos íbamos a pescar dorados a Paso de la Patria, con un guía de turismo que la tenía muy clara y nos preparaba las cañas y todo lo necesario. Llevábamos una heladerita con los sándwiches de milanesa que eran los preferidos de Maradona. Volvíamos tarde, dejábamos la pesca en el club Regatas, nos refrescábamos en el hotel y regresábamos para la cena. Los miércoles llegaban su papá y su suegro desde capital en un avión especial, donde también viajaba la carne, para hacer un asado espectacular para todo el plantel. Era un Diego relajado, feliz y auténtico. A la señora que lavaba la ropa del entrenamiento, como no tenía lavarropas, él le regalo uno y le dijo: ‘Si algún día la echan de acá, usted se lo lleva’. Esa mujer nos hacía tortas fritas después de las prácticas y él reflexionaba: ‘Esto es como en Fiorito, estar tirado en pasto comiendo tortas fritas’”.
Esas imágenes de un Maradona diáfano, al natural, mucho más cercano al tibio candor de las páginas primeras del cuento, que de aquellas que lo sumergían en el calor del infierno que por momentos atravesaba su cabeza, son maravillosas. En Corrientes, alejado y pleno, parecía haber encontrado la felicidad. Lamentablemente fue un suspiro, una brisa tenue… “En enero de 1995 llegamos a Racing. Fernando Signorini fue parte del cuerpo técnico y yo me quedé también. Era un plantel de muy buenos futbolistas y con experiencia: el Turco García, el Puma Rodríguez, Gustavo Costas, Claudio Úbeda, Nacho González, el Piojo López, etcétera. Las cosas no salieron bien y la experiencia duró muy poco”, narra.
Los eternos laberintos de la vida de Maradona hicieron que un mismo año que lo comenzó como entrenador lo culminara como jugador, en un hecho quizás único en la historia. Aquel 1995 fue movido y parecía que su regreso a Boca, mechón amarillo incluido, era como el del hijo pródigo. Sin embargo, la parábola iba a tener un final inesperado y doloroso, cuando Boca perdió el Apertura a manos de Vélez de manera increíble. Mauricio Macri ganó las elecciones, se fue Silvio Marzolini y en su lugar asumió Carlos Salvador Bilardo.
“Un día me llamó Guillermo Cóppola para comentarme en una reunión en la casa del Narigón, Diego le había dado mi nombre para ser el preparador físico del equipo, así que al día siguiente me reuní con Carlos, hecho que me conmovió por su condición de campeón del mundo y dio comienzo la tarea. El título del torneo Clausura 1996 se escapó por poco y fue cuando Maradona decidió no jugar más. Sin embargo, unos meses más tarde, me convocó para que lo ayudara en el intento de retorno, que sería el último. Nos fuimos a Córdoba, a Villa La Angostura y más tarde a Canadá, donde se incorporó Ben Johnson. Fue un privilegio”.
No importa qué función le tocó desarrollar a una persona, pero basta que haya tenido relación con Bilardo, para que las anécdotas broten casi sin necesidad de solicitarlas. El caso de Elvio Paolorosso no fue la excepción: “Entrenábamos en el predio del Sindicato del Seguro, en medio de los bosques de Ezeiza y yo vivía cerca de ahí. Un día Carlos tuvo un problema con el auto y me pidió que lo fuera a buscar a su casa en Flores y llevarlo hasta allá. Como al domingo siguiente ganamos, chau, por las cábalas, tuve que hacer lo mismo varias semanas. Una locura (risas). Todos los días hacía Ezeiza – Flores – Ezeiza – Flores – Ezeiza. Más a trasmano no me podía quedar. Cuando se fue de Boca, extrañaba esa adrenalina los domingos y me llamaba para que fuera a su quinta. Muchas veces le respondía: ‘Carlos, estoy con gente en casa’ y me contestaba: ‘Venite con todos los que estás’. Un fenómeno de tipo y apasionado como pocos por el fútbol”.
Las luces altas de los equipos grandes se habían apagado en forma momentánea para el profe, que no bajó los brazos. Esos que lo ayudaron a seguir aferrado a su vocación: “Volví al ascenso, a Italiano, Tigre, Merlo, etc. Un amigo, que estaba vinculado al sindicato del Automóvil Club, decidió meterse en el fútbol y lo hizo en Platense, a donde me pidió que lo acompañara para ayudarlo. El técnico de primera era el Chamaco Rodríguez, al poco tiempo se fue, llegó el Tata Martino y por esas casualidades, sin preparador físico. Estuve con él hasta que renunció porque no le pagaban. Pasaron los años y nos mantuvimos siempre en contacto, hasta que en un momento me llamó, porque su profe estaba trabajando en Chile, ya que le había salido la chance de ir a Libertad de Paraguay, equipo al que yo no conocía. Pero él la vio, mencionándome que el empresario que estaba en el club era un hombre con posibilidades. Era Horacio Cartés, que luego fue presidente de la República. Fui decidido a decirle que no, pero era imposible. El Tata, un genio: honesto, transparente y pensante. El tipo más cercano a la perfección humana que conocí”.
Emoción, agradecimiento y reconocimiento se entremezclan en las sentidas palabras de Elvio para definir con admiración a alguien que fue un futbolista sobresaliente y que ratificó esos dones también como persona fuera de la cancha. El estilo señorial que tenía Gerardo Martino cuando dominaba la cancha desde el centro del campo de Newell´s se trasladó al banco de suplentes en la hora de la dirección técnica
“Fueron los mejores 15 años de mi vida. A los cinco meses de llegar, ya salimos campeones, algo que por suerte se repitió muchas veces, al igual que en Cerro Porteño. Y algo similar ocurrió cuando tuvimos la segunda etapa en Libertad. Era una decantación lógica que llegáramos a la selección, y tras algunas cuestiones vinculadas a los dirigentes, donde ya sobresalía Alejandro Domínguez, quien está haciendo las cosas muy bien al frente de Conmebol, se dio. Nos facilitaron todas las comodidades posibles y de ese modo, llegamos al gran objetivo de clasificar al Mundial de Sudáfrica 2010, desarrollando la mejor eliminatoria de la historia de Paraguay. El pasaporte se selló justo contra Argentina, donde el técnico era Diego Maradona. En la Copa del Mundo estuvimos a la altura, ya que recién perdimos en cuartos de final 1-0 con el que iba a ser el campeón, una España que tenía la base del Barcelona con Iniesta, Xavi, Puyol...”.
Haberse codeado con los mejores, lustró más la heráldica reluciente del Tata como entrenador, con ofertas de diversas partes del planeta. A fines de 2011 tenía un acuerdo firme para asumir en la selección de Colombia, donde apenas faltaba la firma. Solo una cosa lo podía hacer desandar el camino. Y ese sentimiento rojinegro apareció.
“Teníamos al contador y al abogado listos para finiquitar la cosa (risas). Newell´s andaba mal de promedio y la gente iba a la casa del Tata a pedirle que fuera el técnico. Su razonamiento fue: “Si Newell´s se va al descenso conmigo, me quedo tranquilo con que le di una mano al club, pero si pierde la categoría y yo no hice nada, me tengo que mudar de Rosario”. Agarró por amor al club con una diferencia enorme de plata con respecto a lo que ofrecían los colombianos. Fue un equipo sensacional, que primero hizo el colchón de puntos necesarios para no sufrir, después fuimos campeones y nos quedamos en la puerta de la Copa Libertadores, porque nos acostaron en Brasil (risas) contra Mineiro. Cortaron la luz porque Ronaldinho estaba cansado. Cuando se recuperó, volvió la energía eléctrica y se reanudó. Nos quedamos afuera por penales y estábamos para levantar la copa”.
El Barcelona, de la mano de Pep Guardiola, había hecho una explosiva revolución en el fútbol mundial, cuya onda expansiva aún llega a nuestros días. Cuando el genial entrenador se marchó, el lugar fue ocupado por su ayudante, Tito Vilanoba, quien siguió en la misma línea, hasta que un tumor, del que luego falleció, lo alejó del cargo. Y allí llegó el momento de Martino
“El presidente del club era Sandro Rosell, quien había sido agente de Nike en Sudamérica y de allí conocía al Tata y sus condiciones, porque su marca vistió a Libertad. El compromiso era grande pero estoy convencido de que lo llevamos bien y la convivencia fue impecable. El tema fue la gran cantidad de inconvenientes que se nos presentaron: Puyol lesionado, el padre de Messi con problemas con el fisco, Leo acarreando lesiones, dos futbolistas cuyas esposas perdieron embarazos, el propio Rosell citado por la justicia. En un momento lo traje a Leo a hacer un acondicionamiento a Rosario los dos solos, por lo que tuve el privilegio de ser personal training con los dos más grandes. Al Tata le ofrecieron la renovación, pero dijo que no. Yo notaba que él no era feliz ahí, porque la prensa lo castigaba mucho”.
Pese a sus grandes cualidades, el romance de Martino jugador con la selección nacional nunca fue extenso. Tras el Mundial 2014 y con la no continuidad de Alejandro Sabella, estaban dadas las condiciones para reflotar aquel idilio trunco, pero con el Tata como entrenador. La historia, nuevamente, sería con más espinas que rosas…
“Accedió al pedido de Grondona, con quien se pautó la primera reunión, justo para el mismo día que Don Julio iba a fallecer. La noche anterior lo internaron y nos avisaron de la suspensión del encuentro, que se había pactado en Mar del Plata. El Tata me dijo: “Tenía pensado no aceptar y ahora mucho menos, porque tras las partida de Grondona, esto va a ser una carnicería”. Los dirigentes lo llamaban sin parar, para cumplir el último deseo del presidente y entonces reunió a todo el cuerpo técnico y nos dijo: “Se viene un panorama político complicadísimo en AFA, va a ser cuesta arriba la cosa”. Era un vidente, leyó con exactitud lo que iba a pasar. La insistencia fue tan grande que dio el sí, pero no la pasamos bien, al punto que llegamos a estar diez meses sin cobrar. No nos pagaban ni los viáticos para ir al sorteo de la Copa América. Si estábamos en el predio de AFA, venía el cocinero y nos comentaba que solo le quedaban tres bifes en el freezer. Situaciones que parecen increíbles. Pese a todo, en mi opinión hicimos un ciclo brillante, dos Copas Américas invicto (la segunda arrasando y goleando) que se perdieron en la final por penales. Cuando vimos que los propios equipos argentinos nos negaban los futbolistas para los Juegos Olímpicos, el Tata agarró la valija y se fue”.
Y allí, con esa frustración a cuestas, también se cerró el ciclo de Paolorosso junto a Martino, que decidió deshacer el cuerpo técnico: “Me dio una abrazo y me dijo que habían sido 15 años maravillosos, agradeciéndome lo que había aportado siempre, pero sobre todo al principio. La amistad se mantiene y será por siempre. Yo seguí como coordinador de Conmebol e instructor FIFA y ahora estoy a la espera, porque sigo con las mismas ganas de toda la vida”.
Esas mismas ganas que alentaron sus sueños, allá en la lejanía de 1978 y en la plácida humildad de Deportivo Español. Quien tiene la capacidad de disfrutar su trabajo, sea en una inhóspita cancha del ascenso o en los más brillantes estadios del mundo, rodeado de esplendorosas estrellas, posee la virtud de la pasión, una de las mejores condiciones humanas. Elvio Paolorosso, sin dudas, puede estar satisfecho de pertenecer a ese agraciado grupo.
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