LeBron James ya no juega por dinero. Ya no juega por engrosas estadísticas históricas. Ni siquiera por premios individuales. El Rey juega por su corona. En realidad, por su legado. Y, en especial, por su lugar en la historia. James tiene hoy cuatro anillos NBA, sabe que es imposible llegar a los 11 de Bill Russell, el más ganador de la historia, pero no está tan complicado arribar a su gran objetivo, Michael Jordan, el mejor jugador de todos los tiempos. LBJ, a los 35 años, siente que hoy, luego de lograr un nuevo campeonato hace dos meses y medio, ya puede empezar a discutir de igual a igual con MJ sobre quién es el mejor de la historia. Para muchos es una discusión sin sentido, porque es muy complejo comparar jugadores, épocas y contextos –además de que hay cuestiones subjetivas- pero íntimamente al Rey esa situación le interesa, casi que lo desvive. Y si bien en números el N° 23 le queda lejos (logró seis, sin perder finales, a diferencia de los cuatro en 10 definiciones para James), el cómo lo ha engrandecido últimamente.
LeBron trepó en la historia con su último logro, en Orlando. Llegó a la resumida burbuja que definió la temporada –¡en la que NBA invirtió 180 millones para salvar 1500!- y volvió a demostrar que sigue siendo el mejor y más dominante, cuando ya lleva 17 temporadas en el lomo. Sin declive físico, con una combinación de bagaje técnico, experiencia, lucidez y personalidad pocas veces vista, resultó la diferencia entre los Lakers y el resto. Y, así, adelantarse en el debate con los que aún competía –Kareem Abdul-Jabbar y Magic Johnson- y acercarse a Su Majestad, el ídolo de su infancia. Nada más y nada menos.
James ya ha logrado llevar a la gloria a tres equipos distintos. Primero a Miami Heat, con un bicampeonato (2012 y 2013) que le permitió sacarse una pesada mochila de encima, y luego a los Cavaliers de su región, en 2016. James había prometido llevar el esquivo anillo a Cleveland, una ciudad que llevaba un karma deportivo, con 52 años sin un título de ningún deporte profesional. Lo mágico es que, aquel título, tuvo todos los condimentos de una película de Hollywood, ya que los Cavs se convirtieron en el primer equipo en dar vuelta una final que perdían 3-1, alcanzaron la gloria como visitantes (ningún local había perdido un Juego 7 desde 1978) y lo hicieron nada menos que contra el favorito y equipo que estaba marcando una época (había batido el récord de la fase regular con 73 victorias en 82 partidos) y cambiando el básquet como los Warriors.
Este nuevo logro, en octubre, le sumó otro halo de romanticismo a su carrera porque logró devolver a la cima nada menos que a los Lakers, que no eran campeones desde hacía 10 años, justamente con Kobe Bryant, la leyenda fallecida en enero a la que LeBron se había juramentado dedicarle la nueva conquista. James cargó con toda esa presión, la de los Lakers y la de la promesa a su amigo, como siempre, con una naturalidad asombrosa. Se tomó una temporada para acomodarse (récord de 37-45, sin llegar a playoffs) pero, junto a la dirigencia, hizo todos los deberes: reclutó jugadores, ayudó a formar un equipo completo y, sobre todo, sostuvo un nivel extraordinario para su edad y los más de 60.000 minutos jugados en su carrera. Lo suyo, en su madurez como líder, fue mucho más allá de la anotación. Sólo lo hizo, cuando fue necesario (25.3 puntos, 49% de campo), pero el resto fue impactante porque hizo cada pequeña cosa para ganar cada noche, sobre todo haciendo jugar al resto, siendo el líder de asistencias de la temporada (10.2). En playoffs, como siempre, dio aún más: 27.6 tantos, 10.2 recobres y 8.7 pases gol en la burbuja.
No le importó que muchos dijeran que la corona no le correspondía, que las nuevas estrellas, en especial Kawhi Leonard y Giannis Antetokoumpko, eran mejores que él. En silencio, potenció a sus compañeros –logró la química necesaria dentro de un equipo veterano que demostró resiliencia- y respondió como nadie cuando la presión arrecio y las otras figuras no pudieron. Pero, claro, su hambre está intacta y quiere más. Sabe que, con su nivel físico, mental y técnico, el quinto anillo está al alcance de su mano y más cuando vea que la dirigencia, sobre todo el GM Rob Pelinka, sigue sacando conejos de la galera. Pese al campeonato, el directivo le extendió el contrato a LeBron, le renovó a la otra gran figura (Anthony Davis) y metió mano en el equipo, mejorándolo aún más. Llegaron Dennis Schroder (base talentoso de gran poder anotador), Montrezl Harrell (una fiera física que mata cerca del aro, a quien encima se lo sacaron a su máximo enemigo, los Clippers), Wesley Matthews (buen defensor y tirador) o Marc Gasol, el brillante pivote español que acaba de cumplir 36 años, pero le sobra lucidez, defensa, calidad y experiencia para aportar a un equipo que nace como el claro favorito a repetir. De pasó también les renovó a Kyle Kuzma, Markieff Morris y Kentavius Caldwell Pope, tres piezas muy valiosas. Los que se fueron (Howard, McGee, Rondo y Avery Bradley) ya habían cumplido claramente su etapa en el equipo.
Así arranca la temporada: todos contra los Lakers. Con pocas vacaciones (el tramo más corto entre campaña: 71 días) y la pretemporada más corta de la historia. Claro, la necesidad de mantener el espíritu y bien vivo el negocio es imperiosa, aunque no haya público –al menos por ahora- y con 72 partidos –y no 82, como toda la vida-, buscando acortar una temporada y así darles lugar a los Juegos Olímpicos de Tokio. Y así, en este contexto casi milagroso que la NBA se construye en medio de esta loca pandemia, largan todos buscando destronar a los angelinos. Y, sobre todo, al Rey. Como dijo Jimmy Butler, “si quieres ganar, debés pasar por LeBron”.
Los que primeros deberán pasar por ahí son sus vecinos Clippers, que juegan en el mismo estadio pero no se pueden ni ver… Los angelinos pobres –en algún momento lo fueron, ya no más con el nuevo dueño Steve Ballmer- tienen la superestrella que necesitan para aspirar a desbancar a LeBron –Kawhi-, una segunda figura que desapareció en los últimos playoffs pero ha demostrado sus credenciales en los dos costado de la cancha -Paul George- y uno de los planteles más completos del torneo. Pero el problema tiene que ver con la química de equipo, que lejos estuvo de ser la mejor en Orlando y eso fue una lastre imposible de sobrellevar, el mismo que le costó el puesto al DT. ¿Podrá Tyronn Lue potenciar lo que no pudo Doc Rivers? En los papeles, el equipo arranca un paso atrás, porque perdieron en el mercado de fichajes, aunque hayan sumado a Serge Ibaka para tapar la pérdida de Harrell, el Mejor Sexto Hombre de la última temporada…
En el siguiente escalón parten nuestros amados Nuggets. Claro, ahora con Facu Campazzo y ya sin Manu en los Spurs, los argentinos se han volcado a ser fanas de Denver, con compra incluida de paquete de TV, camiseta y hasta algún viaje hacia Colorado. Cada posteo que el equipo hace de Facu rompe todas las métricas y triplica hasta el de las figuras. Pero, lógico, el cordobés pagará algún derecho de piso, deberá adaptarse a jugar menos minutos, sin pelota y en un básquet con estilo y hasta reglas distintas. Y, en un candidato al título, nada menos. Por ahora sus destellos de calidad, caradurez y ambición le permiten que todos le den carta libre, pero es verdad que deberá adecuarse lo más rápido posible al rol otorgado, porque los Nuggets lo necesitan para dar un salto más de calidad. En la temporada anterior, hicieron una muy buena fase regular y, sobre todo, explotaron en la postemporada de Orlando, ganando dos series luego de estar 1-3 y llegando a la final del Oeste. Todo gira en torno a Jokic, el talentosísimo serbio que es hoy el mejor pivote de la NBA, con un grupo de perimetrales que lidera el canadiense Murray, de brillantes playoffs. Michael Malone, el DT, tiene otros siete guardias para armar quintetos muy dinámicos, versátiles y anotadores. Los Nuggets pueden ser uno de los equipos que más anoten en la temporada, necesitarán rebotear y defender con consistencia para poder pelear bien arriba y, por qué no, soñar con destronar a los Lakers.
Utah tiene también un núcleo estable, firme, talentoso, de gran defensa y con más variantes que antes – vuelve Bogdanovic y sumaron a Clarkson y Favors-. Se espera que Houston, con las exigencias de Harden, implosionen y no estén en la pelea. Se verá si Portland, con esa temible dupla Lillard-McCollum logra sumarle defensa y estabilidad equipista –ahora con más banco- para dar un paso más. Los Mavs volverán a ser un equipo sensación, pero se espera que más que por ser el equipo del cautivante Luka Doncic, quien buscará el MVP en apenas su tercera temporada. Los Warriors, con Steph Curry sano y un grupo de mucho talento –Oubre, Bazemore y el N°2 James Wiseman-, estarán en la pelea aunque no vayan a contar con Klay Thompson, el devastador tirador que volvió a lesionarse de gravedad. Veremos para qué están los Spurs de Popovich, aunque los que asoman son los Suns, con jóvenes en ascenso y un fichaje de elite como Chris Paul, quienes completan el panorama de playoffs, sobre todo después de lo que hicieron en Orlando, en un pelotón que, con el nuevo sistema de play in –cuatro equipos, del 7° al 10°-, definirá los últimos dos boletos en cada conferencia.
En el Este, las grandes noticias son el regreso del gran Kevin Durant –no jugó en toda la temporada pasada por la rotura del tendón de Aquiles en junio del 2019- para potenciar a los Nets y la renovación de Giannis –firmó el contrato más grande de la historia: 228 millones por cinco años-, el dos veces MVP de la fase regular que decidió apostar a ganar con Milwaukee antes de hacer la fácil y sumarse a un equipo con estrellas. Con el griego, los Bucks arrancan como favoritos aunque tanto el ala pivote como el equipo deberán dar un paso al frente, en especial en playoffs, cuando se tornan previsibles al ver cómo los rivales achican espacios y no permiten que Giannis domine como en la más relajada fase regular. Miami Heat, con la cultura Riley, Jimmy Butler en modo líder-estrella y un grupo muy bien horneado por Spoesltra que ahora sumó a Avery Bradley –otro perro de presa-, buscará repetir sus épicos playoffs que le permitieron ser el representante de la conferencia en la definición de octubre ante los Lakers.
Los Celtics, que perdieron con Miami en la final del Este, vuelven por sus fueros, sin grandes adquisiciones pero con un base sólido e interesante; veremos si con los errores aprendidos. Philadelphia, ahora con Doc Rivers como DT y un mercado de agente libres bastante movido (buscó tiradores), intentará dar ese paso adelante como equipo –en juego y carácter- que le permita apoyar el enorme talento de Joel Embiid y Ben Simmons. Los Pacers de Oladipo, por suerte, no pueden ser descartados, aunque son los Hawks, ahora con el italiano Gallinari, el serbio Bogdanovic, Rajon Rondo y Clint Capela sumándose a un grupo joven que lidera Trae Young, los que prometen ser una atractiva sorpresa. Claro, nadie se olvida de los Nets, ahora con Durant, Irving, Dinwiddie y DeAndre Jordan, quienes sin dudas darán que hablar, aunque se verá si más en la cancha o más afuera. Talento les sobra, ahora dirigidos por Steve Nash.
Pero, se sabe, para ganar en grande se necesita más que eso. Y, sino, que lo diga LeBron, que le costó años sacarse la mochila de ser un joven maravilla que “no sabía ganar”. Hoy, con cuatro anillos y cuatro MVP de finales, está sentado en otra mesa. En la de los elegidos, buscando poder discutir de igual a igual con el mismísimo Michael Jordan. El ídolo de su infancia. Ni más ni menos. El Rey será, otra vez, la gran historia de la NBA.
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