Diego Maradona se convirtió en una figura casi mítica en Nápoles, donde llevó alegría a una ciudad empobrecida y asolada por sangrientos conflictos entre los diferentes clanes de la poderosa Camorra, la mafia napolitana, que el mejor futbolista de todos los tiempos llegó a conocer muy bien.
De hecho, en 1984, el fichaje por un club como el Nápoles, fuertemente endeudado y que había acabado undécimo en la temporada anterior, levantó rápidamente sospechas de que parte de los 10,48 millones de dólares que pagó la entidad por el pase del jugador, un récord en aquella época, procedía de los bolsillos de la mafia napolitana.
La primera pregunta en la conferencia de prensa para presentar a Maradona fue de un periodista que cuestionó a un confuso Diego si conocía la “influencia de la camorra en el fútbol”, lo que llevó al propietario del club, Corrado Ferlaino, a expulsar inmediatamente al reportero.
Fue el primer contacto de Maradona con ese mundo. La relación pronto se profundizó de la mano del clan de los Giuliano, la familia camorrista que dominó durante décadas Forcella, un barrio de oscuros callejones en el centro de Nápoles.
“Como mi familia tenía el poder de mover un poco las cosas, un día mi tío se puso en contacto con un barra brava y juntos organizaron la llegada de Diego a Forcella”, contó en 2019 Luigi Giuliano, sobrino del jefe mafioso Carmine Giuliano, conocido como ‘o lione (el león). “Mi tío Carmine jugaba al fútbol, por lo que era un gran tifoso del Napoli. En ese momento aquí estaba Maradona, así que hubo momentos realmente especiales en la ciudad”, dijo el hombre, un camorrista arrepentido, al medio Voce Di Napoli.
Según Luigi Giuliano, sin embargo, Maradona no iba a Forcella por las drogas sino para divertirse, para pasar tiempo con amigos. Jugaba al fútbol, hablaba con todo el mundo, era el invitado de honor en todas las fiestas e incluso participó en bodas y celebraciones familiares. “Creo que Diego no se había preguntado en absoluto si estaba bien o no juntarse con un camorrista, con alguien que era buscado por la justicia”, declaró. “Él era así, era una persona que no se negaba a nadie. Y esas eran fiestas con gente que lo adoraba“.
Entre champagne, drogas y mujeres —el narcotráfico y la explotación de la prostitución eran (son) negocios controlados por la Camorra— Maradona se volvió cada vez más cercano a ese ambiente. Para estos mafiosos, presumir la amistad del mejor jugador del mundo era una manera de mostrar su poder.
“Salía y me encontraba con gente que me pedía hacerse una foto conmigo. Y yo no puedo pedirle el documento de identidad a todo aquel con el que me hacía una foto. Después aparecía en los diarios que alguno era un camorrista”, dijo “el Diez” en una entrevista en 2017 con el Canale 5 italiano. Aunque, aclaró, “yo nunca, nunca le pedí nada a la Camorra, me dieron la seguridad de saber que no le ocurriría nada a mis dos hijas”.
“El problema”, agregó, “es que una vez que confías en la Camorra, pasás a ser de su propiedad”.
La relación de Maradona con los mafiosos era un secreto a voces en Nápoles. Pasó a ser de público conocimiento después que, en unos allanamientos realizados en las viviendas de los Giuliano, fueron incautadas varias fotos del astro argentino junto a varios jefes camorristas. Las imágenes fueron publicadas meses después del allanamiento, una muestra de la protección de la que Maradona gozaba en las altas esferas del poder italiano en la cúspide de su popularidad.
Algunas de esas fotos, como la de Maradona en una bañera con forma de concha marina junto a Carmine y Raffaele Giuliano, dieron la vuelta al mundo y comenzaron a opacar la figura del futbolista en Italia. Una vez más, volvía la eterna grieta entre Nápoles y el resto del país.
Las fotos también marcaron un quiebre en entre el campeón argentino y la mafia napolitana.
“La paradoja es que la relación entre Maradona y los Giuliano causó también un problema para la Camorra, a la que no le gustaba operar bajo la mirada de todo el mundo. Empezaron a sentir el aliento de los investigadores en la nuca y por eso lo dejaron solo, lo dejaron hundirse”, contó un periodista en el documental de Asif Kapadia Diego Maradona, probablemente el mejor retrato de los años napolitanos del genio argentino.
Los que cayó sobre Maradona poco después —una investigación por posesión de drogas y la positividad a la cocaína en un control antidopaje después del Mundial del 90, que lo alejó de las canchas durante un año y medio— alimentó las sospechas. Probablemente, dicen algunos, la figura de Diego se había vuelto demasiado incómoda: no sólo para la Camorra, sino para todo el mundo del calcio y para un país que nunca superó la victoria de Argentina frente a los Azzurri en un mundial que los italianos sentían suyo.
Ascenso y caída de los Giuliano
En Nápoles, hablar de los Giuliano es hablar de una parte importante de la historia de la Camorra. La familia tuvo el control absoluto del inframundo de Forcella durante unos veinte años, desde la década de 1980 hasta el comienzo del nuevo milenio, cuando fue debilitada por los arrestos y el arrepentimiento de sus figuras más prominentes. En la actualidad, la tercera generación del clan, conocida como la “paranza dei bambini” (la banda de los niños) por la baja edad de sus integrantes, intentó retomar el control del barrio. La mayoría fueron detenidos y condenados en un juicio que concluyó en 2019.
El poderío de los Giuliano comenzó a surgir después de la segunda guerra mundial con el contrabando de cigarrillos manejado por el patriarca de la familia Pio Vittorio Giuliano. En la década de los 80, el grupo criminal aumentó su influencia bajo el liderazgo de Luigi, el mayor de los 11 hijos de Pio, conocido con el apodo de ‘o re, el rey.
De ojos azules y mirada fría, feroz y decidido contra sus enemigos, Luigi llevó al clan a liderar la Nuova Famiglia, una alianza criminal que libró una guerra despiadada contra otro grupo llamado Nuova Camorra Organizzata, liderado por Raffaele Cutolo, otro famoso capo camorrista. Esa guerra ensangrentó las calles de Nápoles en los mismos años en los que Maradona ganaba scudetti con el club de la ciudad y marcó el comienzo de un dominio que duraría hasta el final de los años 90.
La actividad ilegal más lucrativa del clan eran las apuestas de fútbol, el narcotráfico, el contrabando, la lotería ilegal, la falsificación, la extorsión y los préstamos usureros.
Junto a Luigi, los otros líderes del clan eran sus hermanos Guglielmo (‘o stuorto, el torcido), Salvatore (’o muntone, el cordero), Carmine (‘o lione, el león), Raffaele (’o zui, el pajarito). El único que se desvinculó de la familia fue Nunzio tras la muerte de su hijo por sobredosis. Nunzio fue asesinado en 2005, mientras el resto de los hermanos, comenzando por el jefe Luigi ‘o re, se convirtieron en arrepentidos y comenzaron a colaborar con la justicia. La excepción fue Carmine ’o lione, quien estaba casado con la hija de otro poderoso jefe camorrista y murió de un cáncer de garganta en 2004.
Las hermanas también participaron de manera activa en la actividad criminal de la familia. Una de ellas, Erminia, conocida como Celeste por el color de sus ojos, pasó a liderar el clan tras la detención de Luigi en el 2000 y llegó a integrar la lista de los 30 criminales más peligrosos de Italia. Fue detenida unos meses después del hermano.
La brutalidad de la familia puede resumirse en una historia: en 1993 los Giuliano le encomendaron a Nicola Gatti, un joven de confianza del grupo, la tarea de proteger a Gemma y Milena, las hijas de Erminia y su esposo, el también camorrista Giuseppe Roberti. Pero el muchacho, de 18 años, se excedió en la tarea y comenzó a mantener relaciones con ambas chicas. Poco después desapareció. Su cuerpo nunca fue encontrado y recién en 2010, gracias a las revelaciones de algunos arrepentidos, se supo su final: fue llevado a dar un paseo en una lancha a motor y, ya lejos de la costa, fue golpeado en la cabeza con un garrote. Aturdido, fue atado a un ancla y arrojado al mar.
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