Roy Little Jones era uno de los cinco hijos de Big Jones, un ex combatiente de Vietnam que se había instalado en Pensacola, Florida, para vivir del maíz que cosechaba en sus campos y de los cerdos que alimentaba en su granja. Haberse alejado de la ciudad le había traído paz a su padre, pero no así a él y sus hermanos que eran criados a base de maltrato. Es que la Estrella de Bronce que siempre lucía con orgullo por su honorable tarea en la guerra, parecía haberle dado la potestad al granjero para educar con golpes y violencia psicológica a sus hijos y en especial a Little.
Un artículo de Vault Sports Illustrated describió en 1995 cómo eran aquellos días en la infancia del joven que ni siquiera soñaba con ser boxeador y que desde los cinco años era atado y abofeteado por su padre mientras repetía frases como “Estás llorando de nuevo”, “Nunca harás nada si tienes miedo”, “Eres una niña”, “Te dije que eras muy pequeño”. Fueron años enteros en los que Little tuvo que soportar eso mientras en su cerebro rebotaba la idea del suicidio.
“Los latigazos no duraron tanto”, contó en ese mismo artículo Corey, otro de los niños sufridos de esa familia: “Tal vez 20 minutos”.
“Tenía dolor todo el día, todos los días, tenía tanto miedo de mi padre... Se detenía en su camioneta y comenzaba a buscar algo que había hecho mal. No había escapatoria, ni excusa, ni salida. de nada. Todos los días era lo mismo: escuela, tarea, trabajo agrícola, entrenamiento. Herirme o morir podría haber sido mejor que la vida que estaba viviendo. Así que me convertí en un temerario. No hizo mucha diferencia. Solía pensar en matarme de todos modos”, le confesó Little al periodista Gary Smith.
“Después de un tiempo ya no me importaba lastimarme o morir”.
Las golpizas diarias no eran lo único, sino que a Big Roy le encantaba poner a prueba a Little, como el día en que, cuando tenía ocho años y no sabía nadar, lo arrojó al agua en medio del mar, o lo obligó a montar a un caballo o a un toro, sin ninguna experiencia. O la ocasión en la que mientras pescaban vieron tiburones y huyeron, pero en la corrida, el pequeño de siete años tiró su caña al mar. “Ve a buscarla”, le ordenó su padre, y pese al temor, tuvo que luchar contra las olas para recuperarla.
Así pasó el tiempo y mientras Little Roy transitaba las noches soñando con escaparse de aquella granja, su cuerpo comenzó a desarrollarse de tal forma que el boxeo empezó a ser una posible salvación. ¿Suya?, no. Para su padre. Big Roy fue quien advirtió que podía sacarle rédito económico a una de sus víctimas predilectas y por eso lo entrenó para luchar.
A los 10 años tuvo sus primeros combates contra jóvenes de 12 a 14 años, a quienes vencía sin mayores dificultades. Es que el dolor de esos golpes de preadolescentes enguantados no eran nada comparado con los de su padre y la violencia sobre el cuadrilátero era ínfima a la que veía y absorbía a diario en ese lugar llamado hogar.
Big Roy no sólo entrenaba a Little Roy, sino también a varios chicos de la zona y su obsesión por ellos le trajo problemas económicos. Vendió su tractor, alguno de sus animales y así fue financiando la compra de bolsas, guantes, equipos y hasta los viajes que sus pupilos debían hacer para presentarse en los combates en otras ciudades. Todo su dinero se dividía en las prácticas de sus alumnos y en la alimentación de sus gallos, a quienes criaba para batallar a muerte y obtener también ahí algunos dólares. Fue mirando a esas aves que daban la vida en cada lucha que Little aprendió a sobrevivir.
A los 15 años, ya era una de las grandes promesas del condado, pero aún no se libraba de su padre. “Le recé a Dios, pero no me dejes ser promedio (...) Porque sabía que si yo era normal, él me dominaría toda mi vida”. Frente al público, mientras el adolescente triunfaba en el cuadrilátero, él seguía humillándolo para así dominarlo: “No iba a pelear contra él. Tenía demasiado respeto para pelear con él. Simplemente lo mataría. O él me mataría a mí. Ese es el miedo que tenía en mi corazón”.
Para ese entonces, ya había ganado las olimpiadas nacionales júnior de los Estados Unidos en 1984 y en 1988 participó de los Juegos Olímpicos de Seúl en donde le dieron la medalla de plata en un polémico fallo que 9 años más tarde fue corregido Comité Olímpico Internacional, organismo que encontró culpables a los tres jueces por su decisión y le entregó la de oro al estadounidense.
El quiebre con su padre se dio tiempo más tarde, cuando un amigo suyo le obsequió un perro para que criara como mascota. El Rottweiler no solía comportarse como se esperaba y en alguna oportunidad había intentado atacar a los gallos de combate, pero fue una noche de 1992 que Big Roy le puso punto final al asunto cuando el animal lastimó a una de sus hijas. Según recordó el propio ex boxeador, quien había salido unas horas a divertirse con amigos, su padre tomó una escopeta, lo alzó de la correa y le descargó tres disparos. Luego, agarró su revólver y le dio otros dos balazos en la cabeza frente a toda la familia. Cuando él regresó, la escena era trágica y Big Roy solamente le dijo: “Maté a tu perro”.
Ese día, Little abandonó su casa y su apodo. Dejó de ser el hijo de Big Roy, para ser Roy Jones Jr. y empezar una notable carrera. Llamó a agentes y entrenadores para trabajar lejos de su padre, quien para entonces oficiaba también como su representante y le negaba la oportunidad de enfrentarse a grandes púgiles de la época porque entendía que su hijo aún necesitaba más experiencia.
Con esa libertad de poder elegir el destino de su carrera, logro demostrarle al mundo que estaba a la altura de los mejores. En 1993 consiguió el cinturón de campeón vacante de peso medio de la Federación Internacional de Boxeo (FIB), y su primer gran contrincante fue James Toney, señalado como uno de los mejores libra por libra en 1994. En el MGM Grand Garden Arena de Las Vegas, Nevada, Jones Jr. ganó por decisión unánime de los jueces y se quedó con el título de peso supermediano de la FIB. Ya no era una promesa, era una realidad.
Sus actuaciones en el cuadrilátero le hicieron ganarse el mote del “sucesor” de Ray Sugar Robinson y sus estadísticas acompañaban el crecimiento en número de sus fans. Para el año 2000 tenía un récord de 43 triunfos (35 por la vía rápida) y una descalificación en 44 presentaciones. Su única mancha había sido por golpear a Montell Griffin cuando éste ya estaba caído, pero en la revancha lo noqueó en el primer round.
Semejante récord lo llevó a la pantalla grande para participar en la película El Abogado del Diablo, en una escena en la que Al Pacino lleva a Keanu Reeves a verlo pelear y entonces se saluda con el famoso agente de estrellas del pugilismo Don King. No sólo eso, sino que además se asoció a Nike, junto con estrellas como Tiger Woods y Michael Jordan, y en 1998 creó Body Head, su sello independiente en grabaron varios raperos y artistas de blues. Incluso, se dio el lujo de lanza su propio disco, Round One, para explotar su lado más creativo.
Después de eso, consiguió su mejor victoria en marzo de 2003 al ganar el cinturón de campeón de peso pesado ante John Ruiz, pero de inmediato inició su debacle. Fueron tres derrotas consecutivas, una contra Glen Johnson y dos frente a Antonio Tarver, las que pusieron en duda su propia capacidad.
Por eso bajó algunos kilos para volver a competir en el semipesado en donde fue campeón nuevamente en 2006 y más adelante subió hasta peso crucero, categoría en la que también se quedó con el trofeo, en 2011. Al igual que varias figuras del boxeo, Roy Jones tuvo algunos retiros y regresos a la actividad hasta el 8 de febrero de 2018, cuando puso punto final a su carrera.
Luego de vencer a Scott Sigmon por decisión unánime de los jueces, el estadounidense cerró un récord de 75 peleas, 66 victorias (47 por KO) y 9 derrotas. Sin embargo, en sus más de 25 años como profesional, nunca pudo enfrentarse ante Mike Tyson, aunque hubo algunas negociaciones a principios de 2000 que no llegaron a buen puerto.
Ahora sí, luego de semanas de diálogos, tendrá la oportunidad de medir sus fuerzas, a los 51 años, ante uno de los boxeadores más fuertes de la historia. Roy Jones Jr., aquel niño que sufría las palizas de su padre, que abandonó su hogar, que fue campeón mundial en cinco categorías diferentes, que noqueó, que fue noqueado, que cantó, que actuó y que brilló, volverá al cuadrilátero en una de las batallas más esperadas del año. El duelo de exhibición que no tendrá nada de amistoso y que le permitirá a estas dos leyendas de más de 50 años demostrarle al mundo que aún están vigentes.
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