Si algo tienen como común denominador las leyendas o los mitos es que se agigantan con el paso del tiempo. Muchas personas dicen haber sido testigos de momentos que hubiesen querido presenciar, pero sus relatos ingresan en el terreno de la fábula. Varias de esas situaciones tienen que ver con la vida de Diego Armando Maradona, y quizá la primera de ellas se remonta a sus tiempos de ser un chico de poco más de 10 años, cuando acunaba sueños con los Cebollitas. Si había alguien que lo había visto jugar en esas épocas fundacionales, entregándole su amistad y siendo su primer representante, ese fue Jorge Cyterszpiler.
Le llevaba solo dos años a Diego, ya que había nacido el 9 de agosto de 1958 en el barrio de La Paternal, y por supuesto era fanático de Argentinos Juniors. Allí, en la pasión por esos colores, buscaba el amparo a los sinsabores que le había sembrado la vida. Tenía dos años cuando una feroz poliomielitis lo atacó en ambas piernas. De a poco, con fuerza de voluntad y varias operaciones, logró recuperarse completamente de la izquierda, pero no de la derecha. Eso no era impedimento para prenderse con los otros chicos de la zona en los más diversos juegos o deportes.
A su vez, pocos conocen el inicio de aquella relación y su posterior continuidad de futbolista y representante como el apreciado colega Guillermo Blanco, quien trabó amistad con ambos y llegó a manejar la prensa del astro en su paso por Barcelona: “A Jorge lo conocí cuando Diego tenía 12 años y él apenas 14. En aquellos tiempos había sufrido la enorme pérdida de Juan Eduardo, su hermano mayor, que estaba a punto de debutar en Argentinos Juniors y falleció repentinamente por un cáncer fulminante, lo que lo hizo caer en una gran depresión. Para sacarlo de esa situación, varios pibes del barrio le insistieron para que concurriera a ver los partidos de unos chicos que hacían maravillas con la pelota en sus pies. Finalmente aceptó, y allí conoció a Diego, como parte de ese grupo que, poco tiempo después, en los Juegos Evita de 1973, sería bautizado los Cebollitas por su descubridor, Francisco Cornejo”.
Eran los tiempos en que ya se hablaba de ese chico que hacía jueguito en los entretiempos y cautivaba por igual a propios y extraños, que prontamente también serían propios, como la mayoría de los amantes del fútbol. Maradona empezaba a hacerse conocido, pero le estaba costando en demasía abordar cada día el hecho de tener que tomar dos colectivos desde Fiorito para entrenarse en La Paternal, y allí apareció definitivamente Cyterszpiler.
“La relación con Jorge se fue dando en forma natural, al punto que, por momentos, parecían que eran uno solo. Muchas veces pensé en aquel entonces que Diego no jugaba afuera, y sí, Jorge, y que Jorge no jugaba adentro y Diego sí. En cada instante eran así, con una complementación casi perfecta. Jorge tenía un gran celo humano para cuidarlo a Diego en los inicios, cosa que llevó a que fuera aceptado y querido por los Maradona. El tema familiar, que nunca dejó de existir, fue un puntal en su carrera. La historia se termina de afianzar cuando los Cyterszpiler le abren las puertas de su hogar y comienza a quedarse a dormir los viernes, para no tener que regresar a Fiorito, ya que los partidos eran los sábados. Diego era fanático de las milanesas que hacía la mamá de Jorge, que yo también tuve oportunidad de probar y eran muy ricas. Igual, ellos hacían travesuras típicas de la edad, como la de levantarse a la noche y saquear la heladera (risas)”.
La misma magia que le trajo Maradona al fútbol argentino la depositó en los aciagos días de Cyterszpiler, alegrando el tren de una vida que ya se había detenido demasiadas veces en las distintas estaciones del dolor. Blanco nos da un perfil exacto de un batallador.
"Él se fue incorporando también de a poco a algunas actividades del club, como prensa o relaciones públicas, siendo muy joven. Siempre lo valoré mucho a Jorge, por todo lo que había vivido de chico, con la polio y lo de su hermano, más el sufrimiento que de por sí traía su familia de origen polaco, que casi con seguridad habían padecido la guerra en su tierra natal. Era gente muy luchadora. Me quedó grabado algo que él me dijo: ‘Si yo no hubiera peleado como lo hice, hoy estaría en un asilo de recuperación con problemas de motricidad. Si no fuera como soy, me tendrías ahí adentro’”.
El 20 de octubre de 1976 es una fecha marcada en el calendario futbolero argentino a fuego, con el ardor sagrado que se trae desde la cuna, el que no se compra. Ese que portaba Maradona y lo distinguió por todos los tiempos, desde el día de su presentación en primera.
“Para la época del debut en primera es que comienzan a hablar entre ellos para que Jorge se encargara de cuidarle algunos temas. Fue también por allí que Argentinos Juniors le alquiló la primera casa a la familia Maradona, en la calle Argerich, para que se mudaran desde Fiorito. Al poco tiempo, en abril del 77, se disputó un sudamericano en Venezuela, clasificatorio para el primer mundial juvenil y donde a Argentina no le fue bien. Jorge viajó allí como pudo, poniendo esfuerzo, sacrificio y un gran ímpetu, llevando unos cueros para zapatos para tratar de vender y con eso costearse el viaje, y durmió hasta en los pasillos. Fue uno más del plantel, aceptado por los muchachos”.
Aquel fue el primer trago amargo en la incomparable trayectoria de Maradona. Una eliminación en la fase de grupos lo hizo regresar con las manos vacías, pero pronto quedó en el olvido con sus excelentes rendimientos en el torneo Metropolitano, con tan solo 16 años. Guillermo Blanco utilizará una palabra exacta como pintura de esos tiempos: “Fue supersónico, como todo en la vida de Diego. En un puñado de años pasó de ser el pibe de los malabarismos en los entretiempos a estar en primera división y en la selección mayor y juvenil”.
“Tenía el gen del tipo sufrido pero feliz”, sintetiza el periodista al ser consultado sobre las características de Cyterszpiler como persona, y continúa: “Era una especie de gitano, de esa gente que ante cualquier adversidad, la sacaba adelante con una sonrisa, siempre rodeado de un lindo espíritu, tanto familiar como amistoso, de unir a la gente. Lo mismo hizo en derredor de Diego, cuando todavía no había ningún tipo de especulación profesional, porque quizá solo en su imaginación podía estar el pensar que Maradona podía llegar a ser lo que fue. Algo debe quedar claro: siempre fue al frente en todo y tratando de mejorar la situación económica de Diego, más allá de la tácita relación personal y humana”.
Más temprano que tarde, Maradona se recortó por sobre el fútbol y el deporte y empezó a ser noticia en otros ámbitos. A la par, también su representante era reconocido, porque lo acompañaba a sol y sombra. Jorge se sentó definitivamente en la mesa de las grandes decisiones del fútbol argentino en enero de 1981, cuando River Plate se mostró interesado en sumar a Diego a su plantel de estrellas. Una historia que fue reflejada por los medios de la época cuenta que el propio presidente de la institución de Núñez, Rafael Aragón Cabrera, había ido a verlo a su despacho de Maradona Producciones. A los pocos minutos que se retiró, con las negociaciones fracasadas, salió de su oficina eufórico y le dijo a los empleados: “¿Vieron quién se acaba de ir, no? Estamos tomando importancia en el mundo de los negocios. Ahora los capos del fútbol vienen acá”.
El conmocionante pase de Maradona a Boca lo puso definitivamente en la consideración general y ya era un personaje destacado en la sociedad. En esa misma línea continuó un año más tarde, cuando Diego pasó al Barcelona, como evoca Guillermo Blanco: “Le debo agradecer a Jorge (y a Diego también) la gran mano que me dio para que yo pudiera trabajar en esa ciudad, contactándome con medios de Valencia. Unos meses más tarde, ellos ya no podían manejar la prensa y por eso me designaron, porque yo tenía por los menos diez años de experiencia entre Crónica, Goles, El Gráfico, etc. y nos conocíamos desde hacía mucho tiempo. Así de claras se fueron dando las cosas”.
Los dos años de Maradona en Barcelona fueron de luces y sombras. Dejaron la estela de actuaciones y goles magistrales, pero también polémicas y enfrentamientos, de los que Blanco fue testigo: “Siempre digo que ellos dos fueron con una honda a luchar contra un ejército económico. Allí se encontraron con una dirigencia que solo se manejaba por números y no entendían que Diego no rindiera el primer año. ¿Y cómo iba a hacerlo al máximo si estuvo tres meses con una hepatitis? Una vez recuperado de eso, en la segunda temporada, la tremenda fractura contra el Bilbao, que lo dejó cuatro meses afuera. Esos dos hechos fueron fundamentales para que en Barcelona no le fuera todo lo bien que Jorge había previsto en la faz económica, más allá de los errores que pudo haber, aunque yo jamás me metí en los temas de dinero entre ellos. Y otra cosa: gran parte de los problemas extradeportivos de Diego comienzan allí, producto, en gran parte, del mundo que se le vino encima. Creo que Jorge pensó en mí y en otras personas para tratar de ‘arroparlo’, como dicen allá. Rodearlo de gente que le pudiera hacer bien”.
A mediados de 1984 llegó el momento de poner a Barcelona en el pasado y mirar hacia un futuro que despejara los nubarrones y era bien celeste, como un cielo diáfano y la camiseta del Napoli. Esa fue la tierra de las grandes hazañas de Diego, pero también la que iba a sellar el fin de su relación con Cyterszpiler y que abrió el gran interrogante del por qué de la separación. Guillermo Blanco estaba allí: “Creo que ellos siempre se habrán preguntando el motivo, porque después llegó Coppola, a quien Diego amó y luego odió del mismo modo. Supongo que debe haber habido cuestiones vinculadas a lo económico, pero también con un desgaste lógico, donde el mundo que los rodeaba, ya no era el de ellos dos solos como en los inicios, sino un universo más amplio y diverso. Jorge mantenía sus amistades, pero Diego iba mutando para muchas cosas no de manera conveniente, donde entró en una vorágine tremenda. Hasta donde sé, se vieron algunas veces, pero nunca se sentaron a hablar detenidamente. Mi tarea también concluyó allí y mantuve la amistad con Jorge, de quien debo resaltar que jamás habló de ese tema, por un código no hablado de silencio y de respeto a Maradona”.
El mismo éxito que había tenido al lado del astro mundial, lo mantuvo en su tarea posterior, con varios futbolistas de élite. El contraste se daba en el plano personal, donde su carácter variaba y tenía momentos delicados. Así llegó aquel fatídico mayo de 2017, cuando decidió quitarse la vida, estando en pleno tratamiento.
Fue una gran sorpresa, como lo evoca Guillermo Blanco: “Nosotros los periodistas somos buscadores de adjetivos. Aquí lo mío es simple: me dolió y mucho, me resultó incomprensible y me resultó hasta culposo, porque en algunas ocasiones, charlábamos por teléfono y él me hablaba de Dios, de todo lo que nos ayudaba, etc. Yo pensaba que era natural, pero había algo más. La sorpresa se potenció porque hacía poco había llegado de un viaje a Europa y las cosas parecían marchar bien. Una pena enorme para todos sus amigos. Y aquí quiero mencionar a Nando García, que fue su mano derecha e hizo lo imposible, tratando de ayudarlo de todas las maneras. Me quedó el sentimiento de culpa, de decir: ‘Pucha, ¿qué se pudo haber hecho?’ Pero cuando una decisión tan drástica está tomada, es imposible".
Jorge Cyterszpiler fue una persona muy querida en el ambiente y vaya una historia como muestra. En una ocasión, hizo una fiesta para celebrar un aniversario de su exitosa empresa de representación de jugadores, con presencia de varias personalidades, como Julio Grondona, Miguel Brindisi y Martín Demichelis (de estos dos últimos era el mánager). Guillermo Blanco fue el conductor y compartió la mesa con los padres de Maradona, y le quedaron grabadas las palabras de doña Tota: “Se emitió un video, y allí ella, que era de poco hablar, dijo que Jorge había sido lo mejor que le había pasado a su hijo fuera de la familia”. A las palabras de una madre, poco se le puede agregar.
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