Horacio Zeballos bajó del auto que lo transporta los 200 metros que separan el hotel oficial del O2 Arena, miró la entrada de ese globo enorme que, por su silueta externa, recuerda a una vieja publicidad de un analgésico y se dejó llevar por las emociones, esas que van delatando la identidad y el perfil de una persona. “Se me aparecieron las imágenes de cuando era chico, me veía yendo al club de mi viejo a hacer frontón, en medio del viento y el frío marplatense. Mis primeros torneos Futures y los meses fuera de casa. Imágenes de todo ese esfuerzo”, describe el argentino las memorias emotivas que invadieron su cerebro en el mismo instante en que puso un pie, por primera vez, en el escenario principal reservado sólo para los mejores de la temporada.
Zeballos tiene un factor común con el resto de los tenistas argentinos, una familia de clase media, sin tantos recursos económicos y el esfuerzo por hacerse un lugar desde un país lejano al de las oportunidades.
Su padre es el principal responsable de que haya agarrado gusto por el deporte de la raqueta. También Horacio y ex tenista, ofició de profesor y comenzó a darle algunos tips de tenis, cuando su hijo apenas cruzaba los 5 años de vida.
Nacido el 27 de abril de 1985, creció teniendo como ídolos a Goran Ivanisevic y Thomas Muster, tal vez porque, más allá de ser buenos tenistas, eran zurdos, como él. A pesar de los esfuerzos, el marplatense no lograba meterse entre los mejores de su categoría, si bien se destacaba por su juego y su llamativo revés, los beneficios de la AAT no llegaban a alcanzarlo, por lo que debía costear todo con sus propios recursos.
Distante de la imagen tranquila que entrega desde hace varios años, Zebolla –sí, con “Z”, por la inicial de su apellido– se irritaba fácilmente durante las competencias. “Yo era muy calentón –recuerda–, quebraba raquetas y mi papá me había dicho que él no me compraría raquetas nuevas para reemplazar las rotas”, por esa razón, Horacio debía esperar a que las reparaciones un tanto caseras pudieran recuperar algunas de sus herramientas accidentadas, en repetidas ocasiones, contra el piso. “Pero un día, Guillermo –por Vilas– se me apareció con 4 raquetas nuevitas y fue el mejor regalo que pudo hacerme”, extrae de la memoria un zurdo de Mar del Plata del otro.
Vilas y papá Zeballos eran muy amigos, aún lo son, y eso generó que Horacio hijo tuviera mucho contacto con la mejor raqueta argentina. Por aquel entonces, Vilas era invitado a participar de los torneos de Leyendas en los grandes torneos, en los que solía encontrarse con aquel jovencito que participaba de torneos Juniors. “Entrené con Guillermo cuando él estaba jugando Leyendas y me daba consejos. Me ayudó a ordenarme un poco y a mostrarme el mundo que me esperaba en mi camino”, reafirma a modo de constancia de cuáles fueron algunos pilares de sus cambios futuros.
Ya hacía años que Zebolla alternaba estudios en su ciudad natal con escapadas a Capital Federal, para entrenar con Gustavo Luza en el Buenos Aires Lawn Tenis, en esas cuatro canchas que estaban detrás del estadio y que hoy ya no existen. Pero a los 17, una vez terminado el secundario, tomó la decisión de mudarse definitivamente y, un año más tarde, la de dejar a su padre como entrenador. Las dificultades económicas para conseguir un buen entrenador y realizar los viajes fueron cubiertas por un sponsor (inversor) marplatense. La idea era mechar Junior con profesionales y, a los 18, se fue a vivir a Córdoba, pero la relación terminó antes de lo esperado y de mala forma. Como suele recordar Horacio, “no fue una buena etapa, tampoco tenística, porque no progresé mucho”. “El sponsor tiene un negocio”, dice a modo de reconocimiento Zeballos, y él no quería fallarle. La presión se multiplica y los resultados no aparecen, si el inversor no tiene la frialdad de pensar la desesperación aumenta y la combinación es letal para las expectativas. Horacio lo tenía muy claro, “mi caso fue porque la respuesta deportiva que esperaba el inversor no llegaba y ahí comenzaron los problemas”, que no encontraron solución.
El deambular de Zebolla lo llevó de nuevo a Mar del Plata, ya con 21 años se sentó frente a su padre y le planteó abandonar la incipiente carrera. La palabra firme de su progenitor le sirvió de puntal para reafirmarse y salir a buscar su futuro. Fue entonces cuando volvió a cruzarse con quien sería el mentor del tenista que hoy disfruta del éxito de sus logros.
Alejandro Lombardo, cabello largo con colita, de andar pausado, divertido y con buena lectura de las necesidades del segundo pelotón argentino, ya había reparado en su estilo de juego y no le molestaba compartir horas de entrenamiento con Sergio Roitman, el jugador a quien guiaba por entonces.
Horacio, que estaba más allá del puesto 300 en el ranking, ya había invertido bastante tiempo en perderlo, ahora necesitaba esforzarse para no continuar con la misma inversión deficitaria del ciclo. Así, comenzaron las giras de bajo presupuesto por Sudamérica y unos pocos Futures o challengers en Europa intentando sumar puntos, algo que consiguió a los 23 años, cuando se afianzó y empezó a alternar con los ATP.
“Ale (Lombardo) me aportó un montón de cosas buenas y a pensar de la forma en que debe hacerlo un tenista”, expresaba el marplatense sobre su encuentro con el entrenador que lo sacó de esos seis años a pérdida total y con quien transitó momentos buenos y no tantos hasta, incluso, un breve período de divorcio.
Las idas y vueltas del tenis lo llevaron a debutar en Copa Davis ante Suecia, en Estocolmo, jugando dobles, junto a David Nalbandian. “Es el primer partido del pibe, no le pongas malas caras y bancalo en todas”, le pidió Lombardo a David, quien terminó abrazado de contento en la victoria del final con su compañero marplatense. Tito Vázquez, el capitán, lo mantuvo todo el año en el equipo y sus resultados entre los mejores del planeta.
Posteriormente, dos temporadas fuera del Top 100 lo volvieron a obligar a escoger lugares poco transitados por tenistas, en búsqueda de resultados más sencillos de conseguir, con la intención de estar de vuelta entre los 50 del mundo. Regresó a pisar canchas en donde las piedras que atravesaban la superficie de polvo de ladrillo eran una amenaza constante para las suelas de las zapatillas. A jugar en torneos como el de Sarasota que, sin restorán ni transporte, le brindaba sólo una bandeja “con comida de hospital a los jugadores. Era eso o agarrar tu auto (alquilado) y salir a buscar un lugar para comer”, algo así como un tómalo o déjalo, reconoce Zeballos. O viajar a la remota Lermontov, una pequeña ciudad rusa entre Chechenia y Georgia, a la que se llega con un vuelo de 3 horas y media, que sale de Moscú sólo 2 veces por semana. “Fue increíble, el fin de semana, un grupo de chechenos alquilaron el último piso del hotel oficial del torneo, en el que estábamos alojados los tenistas. Llegaron en varias camionetas y bajó un montón de gente armada, parecían de la mafia chechena”, se ríe cuando recuerda ese momento no tan feliz de su carrera.
Pocos meses después, el tenis le daría revancha y llegaría el mejor triunfo de su carrera y su título de ATP. Zeballos puede describir perfectamente qué sucedió en cada partido, inclusive, algunas conversaciones de esa final en Viña del Mar en la que enfrentó, el domingo 10 de febrero de 2013, al español Rafael Nadal. Horacio estaba parado cerca de Tío Tony, coach de Rafa en ese entonces, cuando le dio una voz de aliento a su sobrino. La situación fue muy simpática, Horacio lo miró y se escuchó que le decía: “Tony, dale, ya tiene como 62 títulos y yo todavía no gané ninguna, dejá”. Esa fue uno de los tantos comentarios que despertaron humor y simpatía, aunque hubo algún otro que le jugó una mala pasada, como el que lo alejó de Del Potro, a pesar del pedido de disculpas al tandilense.
Su gran triunfo sobre Nadal le dio el primer título y lo dejó abrazado a su padre y sin poder contener las lágrimas. En ese entonces, el amor se había tomado un impasse en la vida de Horacio, pero regresaría un año más tarde para comprometerse y contraer matrimonio con la modelo, cantante, actriz, abogada, y ahora también madre de Emma y Fausto, Sofía Menconi.
“La familia le cambió la vida para bien a Horacio”, reconoce Lombardo, quien sostiene que Sofía y su familia “le ordenaron los valores, las prioridades, le dieron el sentido de responsabilidad y un montón de cosas que fueron positivas. Él es feliz con su familia, con sus hijos, y cuando tenés un jugador que está feliz y que su entorno es sano hay que estar agradecido, porque es más fácil trabajar con el jugador”.
Definido por su entrenador como “un tipo muy relajado, con el que es muy fácil compartir un viaje”, Horacio entiende que cada uno tiene sus tiempos y sus espacios y que eso hay que respetarlo, lo que facilita la convivencia. Sin embargo, la falta de buenos resultados en singles lo obligaron a emprender algunos viajes en solitario y a pensar en darle una oportunidad al dobles, una especialidad que le había dado muchas satisfacciones en su carrera.
“Largar el single es la decisión más difícil de tomar”, expresaba el zurdo sobre lo que ocurría en su cabeza allá por marzo de 2016, durante el Miami Open, porque debía acostumbrarse a compartir hasta cada uno de sus partidos, a participar en una especialidad a la que se le da menor importancia y en la que hay menos dinero a distribuir.
Cuando Zebolla era joven tenía un carácter más fuerte, pero siempre fue muy serio y con los años siempre fue mejorando, por eso no había razón para pensar que no se tomaría con el mismo profesionalismo esta posibilidad del dobles. Un mundo totalmente distinto, “pero nos metimos de lleno”, cuenta Lombardo y agrega que fueron aprendiendo juntos. “Yo también traté de mejorar a su lado”, confiesa.
Los objetivos fueron grandes, cortos y se fueron cumpliendo muy rápido. “La idea no era jugar el dobles por plata”, sostiene, primero trabajaron para meterse entre los 20 mejores del ranking, luego, para ganar un torneo grande, que llegó en marzo de 2019, en Indian Wells, después estar entre los 10, luego los 5 y hoy “estamos muy contento de este momento. Es todo mérito de él, Horacio se lo merece, porque se rompió el alma por llegar hasta acá”, cierra el coach. El Top 3 del mundo y las semifinales del ATP Finals fueron un bonito broche de oro para la que hasta ahora fue su mejor temporada en la disciplina.
El marplatense tiene muy claro que, así como un día debió tomar la decisión de abandonar el single, llegará el momento en que deba decirle adiós a su carrera profesional, aunque espera que eso suceda dentro de… “unos tres años”, tal vez.
“El tenis me dio una historia muy linda en mi vida y sé que quiero terminarla junto a Ale (Lombardo), pero eso no me perturba, porque mis hijos me dieron la tranquilidad de saber que hay cosas mucho más importantes fuera del tenis”, reflexiona el marplatense. Sofía modificó su mundo, empezó a cuidarlo, le cambió la alimentación y lo ordenó fuera de la cancha, por eso, a Horacio Zeballos ya no le importa decirle que no a algunos torneos y perder de ganar algún dinero por no participar de ellos, porque entendió que lo gana en salud y en compartir ese tiempo que desea con sus hijos.
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