Las peleas se perpetúan en el recuerdo cuando ofrecen drama y emoción.
En tal alternancia el público vive los momentos dramáticos de pie con un rictus temeroso de miradas redondas y labios temblorosos. La emoción en cambio se disfruta sentado, distendido, con la aprobación sonriente de exclamaciones a boca abierta y aplausos acelerados.
En la historia del boxeo, una de esas peleas fue la que ofrecieron Sugar Ray Leonard –campeón del mundo de peso welter del CMB- y Roberto Mano de Piedra Durán cuando se enfrentaron por primera vez en Montreal el 26 de Junio de 1980.
Para entonces, Sugar Ray llevaba cinco meses de casado con Juanita Wilkinson después de una convivencia de ocho años (1972-1980) durante la cual había nacido Charles Ray. Todo cuanto había conseguido Sugar Ray en el boxeo fue con Juanita a su lado: los torneos de Guantes de Oro de los Estados Unidos de 1973 y 1974, la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Montreal de 1976 –considerado unánimemente el mejor púgil olímpico-, 145 peleas como amateur, otras 26 como profesional y por sobre todo ello, campeón mundial invicto. Digno de su apodo de Sugar Ray en homenaje a Ray Sugar Robinson, reconocido unánimemente como la leyenda del boxeo que creó un estilo: el de Muhammad Ali, el de Leonard y el de todo aquel boxeador que quisiera sublimizar la estética, la inteligencia, el valor del movimiento de las piernas, la pulcritud para disparar golpes precisos y el coraje a través de la defensa.
Por cierto que Juanita -como quedó dicho- asistió a esta pelea tan especial y promocionada con la certeza que su esposo habría de enfrentar al más difícil de todos los rivales.
Tampoco ignoraba la bella Juanita que Mano de Piedra era la contrafigura de Sugar Ray; se trataba de un pegador sanguíneo, ofensivo, capaz de noquear con un solo golpe, insensible y de gran resistencia al castigo. Alguien a quien la historia comenzaba a reservarle un lugar de privilegio: estar en la nómina de los 10 mejores boxeadores de todos los tiempos.
Tampoco fue fácil conciliar a las partes para realizar la pelea. Y aquellas negociaciones que se llevaban a cabo sin la facilidad tecnológica de hoy, obligaba a la gestión presencial. Es así que cuando la Víbora y Frankenstein (Bob Arum y Don King, según ellos mismos se denominaban el uno al otro) se encontraron en el aeropuerto Kennedy para viajar a Panamá, casi no se hablaban. Pero como el vuelo de Braniff (compañía norteamericana que tenía todas las rutas aéreas latinoamericanas y a pesar de ello quebró en 1982) se demoró ocho horas y los dos iban a Panamá con el mismo objetivo, prefirieron ganar tiempo y conversar. Se sentaron, tomaron café y pusieron las cartas sobre la mesa: un millón de dólares para Durán o el 20% de la recaudación total propuso Bob Arum. Para Don King era insuficiente pues en este caso él era quien cuidaba los intereses del millonario panameño Carlos Eleta. Se trataba de un poderoso hombre de negocios con múltiples empresas importadores y offshore en Panamá que había ayudado mucho a Mano de Piedra en sus comienzos transformándose en su “mecenas”.
Por esta razón Duran le confió las tratativas como si fuera su manager. Y el multimillonario Eleta a su vez, le encomendó a Don King que lo representara en los Estados Unidos, sobre todo teniendo en cuenta que el empresario de Leonard era nada menos que Bob Arum, su eterno competidor.
Fue en esa charla en el Kennedy donde Don King le adelantó a Arum que él ya le había ofrecido un millón y medio de dólares a Eleta para contratar a Durán. Una cifra inédita para esa categoría pues a ese volumen solo habían llegado Muhammad Ali, Joe Frazier y George Foreman. Jamás se sabrá si esto fue verdad pero Arum, en representación de Leonard, bajó del avión y se mantuvo en su millón de dólares previsto.
En tales circunstancias y viendo que Eleta estaba firme y Don King lo respaldaba, Arum llegó finalmente al millón y medio de bolsa para Durán; la pelea de la década ya estaba en marcha. Y el marketing también: chico bueno (Leonard) contra chico malo (Durán); (hombre fino –Leonard- contra hombre ordinario -Durán-), (indio latinoamericano –Durán- contra potencial ejecutivo de Wall Street –Leonard-) y todas las asimetrías que amparaba su slogan: “The super figth” (La súper pelea).
-¿Y por qué en Montreal?-, fue lo primero que le pregunté a Bob Arum en su suite 1714 del Hyatt Regency Hotel.
- “Pusimos la pelea en venta a diferentes plazas y sólo dos se animaron a pagar un fijo de 3.500.000 de dólares. Las Vegas –Caesar´s Palace– y el gobierno de Quebec a través del Comité Olímpico de Montreal, donde se consagró Sugar Ray. Yo preferí que fuera aquí porque en Las Vegas no había garantía para la designación de jueces neutrales”, fue su respuesta.
Recuerdo muy bien todo cuanto pensé, dije y escribí: “un ídolo norteamericano contra un ídolo panameño”. Y esto obligó a algunas reflexiones: Leonard subió al cuadrilátero preocupado por la corona que exponía y la agresividad combativa de su rival. Detrás de él estaba el compromiso deportivo. Durán, en cambio, conmocionó a un país, lo puso de pie, le hizo vivir momentos de excitación y orgullo que aún hoy se recuerdan.
Puedo evocar algunos ejemplos. Mientras él se entrenaba en el hotel Meridien de Montreal, en Panamá se vivían casos como estos: las recepcionistas de todas las empresas estatales y de muchas privadas atendían el teléfono diciendo antes que nada, a la manera de saludo inicial, de un hola: “…Roberto Durán campeón, buenos días, ¿qué se le ofrece? “; la cadena radial RPC llevó a cabo una campaña para juntar los mensajes de salutación y René Rizella, uno de los enviados especiales de ese medio, llegó a leerle en menos de una semana 5.423 telegramas, era el medio para enviar mensajes de un país a otro de forma rápida y segura. Además le leían diariamente párrafos de más de 5.000 cartas llegadas desde Panamá. Hay más: el Gobierno destinó tres hombres de su Guardia Nacional (sin armas) para que lo protegieran en calidad de guardaespaldas y evitar así que alguien se acerque o toque a Durán.
A tales particularidades del significante Mano de Piedra de cara a la disputa de un título mundial, habría que sumarle la marcada presencia de 800 connacionales llegados en cinco chárters especiales (el 90% a crédito con facilidades bancarias, pues el viaje les costó un promedio de 1.000 dólares a cada uno) que se sumaron a otros 300 panameños llegados desde Nueva York y otras ciudades de los Estados Unidos.
Toda esta presión –que se hacía cada vez más ostensible por el ruido, los cantos en el hotel a la hora del descanso, las banderitas de Panamá por las calles y los medios de transportes-, caía sobre las espaldas de un boxeador que si ganaba (como ocurrió) habría de convertirse en el personaje más importante de la vida panameña, situación que hubiese estresado fuertemente a la mayoría de los deportistas de la elite individual. Para Durán, en cambio, pareció que las esperanzas de todo un país hubiesen obrado como el más fuerte de los estímulos.
Daba la impresión antes que la pelea comenzara de que uno tenía razones más poderosas que el otro para ganar.
Ray Arcel, segundo principal de Durán y dos décadas atrás maestro del maestro Ángelo Dundee, me confesó que Mano de Piedra –que pesó 65,530 kg– no lucía con semejante estado desde que le quitó el título de los livianos al escocés Ken Buchanan cuatro años antes en el Madison de Nueva York.
Durán en los camarines, parecía un león enjaulado y en cautiverio; Leonard en cambio un violinista esperando en quietud el momento de ser llamado a escena.
Fue por ello que también las actitudes frente a semejante compromiso resultaban visualmente opuestas; algo así como que Durán estaba concentrado y suelto sin que le pesaran las presiones externas mientras que Leonard se mostraba extraño, por momentos ausente del combate.
Los primeros cuatro rounds marcaron el tiempo de Durán en apogeo. Hizo sentir su presencia de hombre inclaudicable con ferocidad para atacar e indiscutible experiencia para sorprender. El estadio Olímpico dividía la imagen entre los que vibraban de pie y que los esperaban confiados la reacción del campeón. Y entre ellos, Juanita junto a las hermanas de Sugar Ray pero con un rostro premonitoriamente angustiado.
A Leonard le costaron esas cuatro vueltas para asimilarse al nuevo esquema del combate. Recién desde el quinto aceptaría tener a Durán de frente y cerca, limitando su espectro de descargas con los ganchos al cuerpo veloces y precisos. Pero sin la pretensión de noquear a cambio de disminuir los riesgos al mínimo posible.
Todo pudo haberlo cambiado una ráfaga, un flash, un derechazo violento e imperfecto de Durán que conmovió a Leonard después de esquivar con maestría una izquierda recta. Al recibir ese golpe se produjo un tumulto y creció un murmullo; vio gente desplazándose hacia el sector Sur del estadio. Sugar Ray tras salir del asedio siguió mirando al público; exactamente donde un grupo de gente asistía a alguien. Era el sitio donde se hallaba su mujer a quien había estado saludando con su puño derecho después de cada asalto.
Recuerdo cómo su mirada se focalizaba hacia el epicentro del tumulto mientras como ausente giraba alrededor de un ofensivo Durán esperando que termine el 8° round. Los esfuerzos de su director técnico Angelo Dundee por querer meterlo de nuevo en la pelea resultaron infructuosos pues Leonard estiró su cuello para ver desde lo alto del cuadrilátero como sus hermanas se llevaban a Juanita, su mujer, hacia la enfermería luego de haberse desvanecido en el asiento 65 de la quinta fila.
Sugar Ray recién pudo reconcentrarse en el combate tres asaltos después, en el 11°, el mejor round del pleito. Fue luego de esa vuelta cuando alcanzó la apoteosis de su ponderado arte, una vez que le avisaron que Juanita estaba recuperada. Y aunque sacó leves ventajas en las cuatro vueltas finales, los jueces fallaron con el corazón y se la dieron por perdida en uno de los fallos más controversiales de la década: Raymond Baldeyrou (Francia) 146-144; Harry Gibbs (Inglaterra) 145-144 y Ángelo Poletti (Italia) 148-147, todos favorables a Durán. Mi tarjeta que fue la de El Gráfico arribó a un empate con 145 puntos para cada uno.
La vida continuó hasta convertir a cada uno de ellos en símbolos de una época brillante e inigualable del boxeo mundial. Los dos fueron múltiples campeones; ambos pelearon hasta el último dolor sin que la gloria envejeciera.
Lo que parece envejecer es el amor pues aquella musa desmayada en su butaca, Juanita, a quien también parecían dolerle los golpes de Mano de Piedra, se divorció de Sugar Ray en 1990.
Lo único eterno son los sublimes momentos durante los cuales el amor impulsa a seguir peleando…
*Archivo: Maximiliano Roldán
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