Aquel Diego de hace 20 años transitaba el vértigo de un aro giratorio que al subir se disfrazaba de felicidad.
Me faltaban pocas cosas para completar su testimonio destinado al libro autobiográfico. Es que los días pasaban y no me había definido en pocas palabras su opinión sobre 20 ó 30 jugadores argentinos y extranjeros a los que conocía y podría juzgar.
— Diego, nos falta tu opinión sobre los jugadores y no te molesto más, te doy mi palabra, le exhorté una noche después de cenar.
— Vamos con los muchachos a bailar y ahí te voy diciendo uno por uno...
Obviamente no era el ámbito propicio, ni existía ninguna garantía que el acuerdo se cumpliera. Pero había poco que perder.
De pronto estábamos en el Tropicana, el cabaret más grande del Mundo por donde habían pasado célebres figuras internacionales del show: desde Frank Sinatra hasta Celia Cruz pasando por Joséphine Baker y Nat King Cole.
En medio de aquel ruidoso marco a cielo abierto con artistas que sorprendían apareciendo desde la copa de un árbol o descendiendo desde una plataforma o un alambre invisible, Diego reía y disfrutaba. Ya repuesto del dramático episodio de Punta del Este, volvía a ser quien fue.
En medio de voces maravillosas, malabares, contorsiones, monólogos, saltimbanquis y coreografías prodigiosas, mujeres y hombres anónimos nos daban su arte maravilloso; por lo tanto el dialogo en la mesa se hacía imposible. Y anotar en una libretita sobre las virtudes de tal o cual jugador, resultaba inadecuado y perturbador. En aquella mesa de amigos sólo se podía ver el show, brindar, sonreír y disfrutar. Luego, bailar.
El grito elevado sólo nos permitió evocar una escena de El Padrino 2 en la cual Francis Ford Coppola, su ilustre director, nos transportó a ese supuesto cabaret lleno de mujeres desnudas, bacanales y juegos prohibidos abrevado por políticos, millonarios y mafiosos en la época de Fulgencio Batista. El lugar era ese, el Tropicana.
Tal secuencia es la que refleja el comienzo de la revolución y se escuchan los estampidos de un ataque castrista que provoca la huida desesperada de todos quienes allí se encontraban celebrando el fin del año 1958. La escena de profundo dramatismo es cuando Al Pacino (Michael Corleone) besa la boca de su hermano Fredo (John Cazale) y le dice respecto de una traición en favor del capo mafia Hyman Roth (Lee Strasberg): “Lo sabía Fredo, fuiste tú… Rompiste mi corazón”.
Esta referencia fue ampliamente celebrada por Diego y el grupo de amigos. Y naturalmente bien valió subrayarla con otro brindis.
La noche –por lo menos esa– continuó en el Habana Café, un lugar también a cielo abierto adonde Diego se sentía feliz pues el dueño, un amigo francés, sabía cómo empatizar y contenerlo. Fue en esa discoteca en la cual unas amigas azafatas de Air France se acordaron de comprarle a Diego en París bochas francesas para que éste jugara con su padre el día que Chitoro regresara a visitarlo.
No fue esa la noche de los testimonios faltantes. Estos recién los pude lograr en el atardecer del día siguiente. Y de todos cuantos nos dijo –que fueron publicados en el libro “Yo soy el Diego de la Gente”– hemos seleccionado 25 divididas en dos partes: 10 jugadores extranjeros y 15 apellidos argentinos. Son los siguientes:
EXTRANJEROS
• Pelé: como jugador fue lo máximo, pero no supo aprovechar eso para enaltecer el fútbol. El pensó políticamente, pensó que podía ser el presidente de los brasileños. Y yo no creo que un jugador de fútbol, o un ex jugador de fútbol, tenga que pensar en ser presidente de un país. Me hubiera gustado que se propusiera, como yo, para presidir una asociación que defienda los derechos de los jugadores, que se ocupara de Garrincha y no lo dejara morir en la ruina, que luche contra todas las acciones de los poderosos que nos perjudican. No me comparo con él, siempre lo dije y lo repito. Y cuando digo que no me comparo, no hablo sólo de cuestiones futbolísticas. Tuve oportunidades de cruzarme con él varias veces. La primera, en 1979, cuando El Gráfico me llevó a conocerlo a Río. Después, en algunos partidos homenaje y esas cosas. La última, cuando se dio la posibilidad de hacer juntos un negocio, en el ’95. Era una cuestión de piel, chocábamos demasiado; nos veíamos y saltaban las chispas.
• Johan Cruyff: yo sólo lo pude ver en el ocaso, pero me pareció un jugador fantástico. Era más veloz que los demás, física y mentalmente, y era con eso que sacaba la ventaja. Aceleraba como Caniggia, de 1 a 100, y se frenaba. Y tenía una visión de toda la cancha impresionante. Alguna vez dijo giladas de mí, sin conocerme bien.
• Michel Platini: gran nivel, un fenómeno. En Italia ganó todo, pero siempre me quedó la imagen de que jugando al fútbol no se divertía. Era muy frío, demasiado.
• Enzo Francescoli: no necesitó ser campeón del mundo para estar entre los más grandes, sin envidiarle nada a ninguno. Y como tipo, el mejor. Lo siento mi amigo.
• Ronaldo (Luiz Nazario de Lima): el pibe es un gran jugador, pero lo agarró el tren de la fama. Y los contratos publicitarios le metieron tanto en la cabeza que tenía que ser el campeón que, antes de la final de Francia ’98, le agarró un ataque de… asma. Yo no me la como: el pibe no la tocó, se lo comió la ansiedad de jugar bien y él no tiene la culpa; todos podemos jugar mal. Pero le exigían que hiciera un gol y que saliera revoleando el botín Nike como Patoruzito con las boleadoras. Le metieron tantas cosas en la cabeza que lo consumieron. Creo que superará esto y ojalá también lo de la última lesión, aunque esto último parece muy difícil. Pero no llegó a ser más que Romario ni más que Rivaldo. Me dio mucha pena cuando se volvió a lesionar: lo vi llorando en la cancha y me partió el alma. Le mandé un telegrama al hospital de Francia, donde lo operaron, sólo para estar un poco más cerca.
• Zinedine Zidane: yo quiero defenderlo, porque tiene una visión del juego extraordinaria, pero cada día que pasa me parece que tiene menos ganas de jugar. Igual que Platini: no se divierten, les falta alegría para jugar.
• Peter Shilton: el cabeza de termo se enojó porque yo le hice un gol con la mano. ¿Y el otro, Shilton, no lo viste? La cosa es que no me invitó a su partido despedida… ¡Mira como tiemblo! ¿Cuánta gente puede ir a la despedida de un arquero?, ¡de un arquero!
• Iván Zamorano: siempre le trajeron jugadores para reemplazarlo en cada club donde estuvo y el chileno los cagó a todos metiendo un gol atrás de otro… Se lo merece. Es uno de los mejores tipos que hay en el futbol.
• Carlos Valderrama: les mostró a todos los colombianos cómo se juega al futbol. Tenia lagunas cosas de Bochini. Con 40 años podría seguir jugando, y con 50 también porque no necesita correr para jugar.
• Franz Beckenbauer: lo conocí cuando yo era un chico –estaba en el Juvenil que se preparaba para el Mundial 79– y él, un grande ya, estaba en el Cosmos. Siempre me impactó su elegancia para jugar al fútbol.
ARGENTINOS
• Daniel Alberto Passarella: el mejor defensor que vi en mi vida, también. El mejor cabeceador, y en las dos áreas, algo que le falta al fútbol argentino de hoy. Lo que nos pasa afuera de la cancha no tiene nada que ver con lo que yo pienso de él como futbolista.
• Mario Alberto Kempes: un fenómeno como tipo, lo adoro, y también como jugador. Todos estamos muy agradecidos con el Flaco Menotti por lo del 78 y está bien; pero hemos sido muy desagradecidos con Mario, que fue el goleador, fue el alma, fue todo… Hemos sido injustos con él, se merece un homenaje de la Argentina y no tener que andar recorriendo el mundo, dirigiendo aquí y allá, con los técnicos que hay trabajando. Lo amo.
• Gabriel Omar Batistuta: un animal, un animal que, como digo yo, gracias a Dios es argentino. Nuestro fútbol no lo sabe valorar y si no hacíamos la movida que hicimos todos los que lo queremos, Passarella no lo llevaba al Mundial.
• Jorge Alberto Valdano: un tipo extraordinario con el que me gustaba, me gusta y me gustaría jugar al fútbol y hablar. Eternamente.
• Ricardo Enrique Bochini: fue mi ídolo. Me volvía loco verlo jugar. Cuando entró contra Bélgica, en el Mundial, lo primero que hice fue buscarlo y darle la pelota. Me acuerdo que dije: “Fue como tirar una pared con Dios”.
• Claudio Paul Caniggia: lo quiero como un hermano. Desde que lo vi sentí la necesidad de protegerlo. El cambio de ritmo de él no se lo he visto a nadie. Él me reemplazó en el corazón de la gente.
• Oscar Ruggeri: un ganador, el Cabezón. Desde pibe siempre iba para adelante. Tiene unos huevos de la puta madre.
• Juan Sebastián Verón: es uno de los mejores jugadores que tenemos en Argentina. Tiene mucho panorama de juego y mucha personalidad. Se le escapó la tortuga con algunas declaraciones que hizo sobre mí, pero se le escapó feo, muy feo. Por eso, es un tema sin solución.
• Juan Román Riquelme: me gusta mucho, es capaz de cargarse la diez de Boca. Le costó al principio, porque tiene un estilo especial, pero se fue metiendo, se fue metiendo… Y hoy es fundamental. No tiene la velocidad que tenía yo, ese pique corto con el que desequilibraba, entonces tiene que aprovechar otras cosas.
• Diego Simeone: en Sevilla corría por mí. Cuando estábamos juntos en la Selección, se mataba por la camiseta como yo. Después… No sé qué le pasó después. Me parece que Passarella le lavó la cabeza, pero lo cierto es que no me llamó más. Se habrá asustado, no sé.
• Fernando Redondo: somos muy distintos fuera de la cancha, pero en el Mundial nos entendimos bárbaro. Yo le había tomado la distancia a esas patas larguísimas que tiene y él sabía que yo se la devolvía redonda; nos buscábamos mucho. Tiene mucha personalidad, aunque no me gustan, más de una vez, las decisiones que toma.
• Guillermo y Gustavo Barros Schelotto: Guille juega a la pelota. Tiene esa picardía tan nuestra, tan del fútbol argentino. Todos entran con el cuello duro y él como si nada. Gustavo también tiene lo suyo: va para adelante, siempre me gustó. Y me encanta que jueguen juntos.
• Ramón Ángel Díaz: terminó siendo un goleador, sí, pero él debería reconocer que le enseñamos a definir nosotros, en el 79′. Antes de eso, parecía que para hacer goles tenía que perforarle el pecho a los arqueros.
• Martín Palermo: me lo banco a muerte. Me dolió más que a él su lesión, cuando ya estaba vendido al fútbol italiano. Yo lo quería cuando todos lo puteaban, yo lo hice comprar.
• Carlos Bianchi: como goleador, impresionante. Yo llegué a jugar contra él, en el ’81: empatamos 1 a 1, en La Bombonera, hicimos un gol cada uno. Después… Algunos dicen que le toma la leche al gato, otros que es un tipo fenómeno; pero no me quiero llevar por lo que dicen. Prefiero conocerlo yo, y le doy la derecha por lo que hizo en Boca, como técnico.
Cuando Maradona dio estas opiniones –hace 20 años– salía de una crisis de salud. Tras superarla, una parte de él volvió a ser él y otra se va opacando en el sonambulismo de su tristeza.
Miles de estadios en el mundo se hubiesen llenado de admiradores felices por poder celebrar los 60 años del más grande. Pero entre esos millones de desinteresados feligreses no hubiese podido estar ninguno de quienes lo presionaron el viernes para que fuera a la cancha.
Ningún compromiso publicitario, ninguna entrega de hipócritas plaquetas, ninguna torta de utilería, justificaban mostrar esa mueca absurda, intoxicada de sedantes, carente de alegría y quejosa de soledad.
El día de su cumpleaños número 60 la mesa de Diego estuvo vacía de amor.
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