Es cada vez más frecuente que la promocionada “Pelea del año” –que son muchas– resulte una frustración.
Al mismo tiempo un combate de boxeo sin público es como una filarmónica sin violines: falta el sonido armonioso, la melodía incorporada al ensueño de la obra, el “fortíssimo” de la gente que impulsa a los peleadores y dramatiza el espacio.
La presencia del público y su expresividad son parte del espectáculo en el deporte profesional que fuere; lo otro es llevar a cabo la competencia deportiva exenta de emoción; y sin emoción, no hay show. En la historia del boxeo, el público también ha “peleado” al poner sus acelerados corazones en la piel y en las células de los extenuados contendientes.
Hace ocho días Teófimo Andrés López Rivera cumplió su “sueño imposible” al vencer por decisión unánime al ucraniano Vasil Anatoliyovich Lomachenko, quien era considerado por la revista The Ring como el mejor boxeador de la actualidad libra por libra.
Fue de tal manera que Teo López de 23 años, nacido en Brooklyn, Nueva York, quien se considera hondureño y prefiere que lo consideren como tal –es el país de origen de sus padres– se convirtió en el nuevo campeón mundial de peso liviano reconocido por las cuatro instituciones universales del boxeo: CMB, AMB, OMB y FIB.
A medida que transcurrían los rounds vi en él atisbos actitudinales que me recordaron a uno de los más grandes campeones de la historia, el panameño Roberto Mano de Piedra Durán. Su ataque sostenido, la posición frontal pendulante, la determinación irrenunciable a no retroceder ni ser encimado, el achique de los espacios para evitar los contragolpes y sus desplazamientos dinámicos y cambiantes, me recordaron al triunfo de Durán contra Sugar Ray Leonard en Montreal. Eso ocurrió hace más de 40 años y constituyó una de las más grandes sorpresas de la historia del boxeo mundial. Por cierto que aquel también resultó un fallo cerrado y generó una polémica aún inconclusa, como todas las que origina la apreciación del boxeo. Al igual que ahora se valoró a quien más trabajó sobre el ring, a quien siempre demostró querer ganar; acaso a quien impulsó la incomparable fuerza que impulsa el “hambre”, la sed de triunfo, la única –y por lo general– última chance.
Por cierto que la derrota de Lomachenko, un bicampeón olímpico y tricampeón mundial, un “indestructible” a quien parecía imposible vencerlo, logró mutar objetivamente el leitmotiv del marketing y transformar la prometida “pelea del año” por “el resultado inesperado del año”; un hecho parecido al de Leonard-Durán ocurrido el 20 de Junio de 1980 aunque aquel lo superó ampliamente en el nivel técnico y en el compromiso de los dos peleadores.
El combate de la semana pasada fue malo por tres razones:
1° El enfrentamiento entre un zurdo (Lomachenko) y un diestro (López) requiere de una dinámica inteligente y ensayada para evitar los choques de cabezas, el entrecruzamiento de los pies y la colisión de las rodillas pues ambos giraran hacia el mismo lado cuando intenten ingresar o salir de la distancia donde se desarrolle la acción; y no lo lograron, especialmente el ucraniano.
2° La estrategia del hondureño –representante olímpico de ese país en JJOO de Río 2015– fue atacar y tirar golpes –183 en los 12 asaltos– sin acercarse mucho y la del ucraniano consistió en esperar hasta la exasperación retrocediendo sin sorprender –141 golpes–, ni modificar su esquema táctico. Hubo asaltos en los cuales tiró sólo 4 punches. Por ello la pelea ofreció acciones reiteradas de principio a fin haciendo previsible cada secuencia.
3° No generaron situaciones límite pues la pelea no permitió ver ni acciones extremas, ni golpes de nocaut.
En ese contexto, la vitalidad de Teo le permitió un mayor despliegue, un ataque constante y una firme iniciativa que redujeron al temible Lomachenko en un campeón inéditamente cauteloso que canceló todas las posibilidades de asumir riesgo alguno.
Es así como el fallo resulta admisible aunque llama la atención –y no es la primera vez– la tarjeta de la señora Julie Lederman, hija de un famoso juez de ring y colaborador de la HBO que se llamó Harold Lederman, fallecido en el 2012. La jueza vio ganar 10 de los 12 asaltos a López (119-109) mientras que los otros dos puntearon 117-111 y 116-112. La diferencia de 10 puntos nos retrotrae a un conocido peligro actual en los deportes: las apuestas. La pregunta es: ¿Cuánto se habría pagado una apuesta a que López ganaría?; ¿y cuánto más habrán cobrado aquellos apostadores audaces que jugaron a que lo haría por diez puntos de diferencia en una de las tarjetas?
Lo que Teófimo López le hizo a Lomachenko fue lo mismo que lo que Duran le impuso a Leonard a lo largo de los 15 asaltos: ganar el medio del ring y achicarle el perímetro de giro; una sorpresa estratégica insospechada.
Los primeros cuatro asaltos marcaron el tiempo de Durán en apogeo. Hizo sentir su presencia de hombre inclaudicable, su agresividad para atacar y su indiscutible experiencia para sorprender. El chico hondureño también lo propuso con convicción pero sin ferocidad.
En aquella pelea Leonard necesitó cuatro vueltas para asimilarse al nuevo e inesperado esquema del combate propuesto por Mano de Piedra; en ésta Lomachenko nunca pudo ser él, siempre estuvo pendiente de la iniciativa de Teófimo y su actitud cautelosa, lenta y defensiva terminaron defraudando a los privilegiados 250 invitados al MGM y a los millones de espectadores que lo vimos por televisión.
Por tal razón Teófimo se asemejó a Durán en su accionar por lograr el título: tiró golpes ascendentes, buscó en la media y corta distancia y atacó siempre tal como lo hacía el enorme panameño… En cambio Lomachenko estuvo lejos de los generosos intentos de Leonard por intentar las variantes que en aquel caso generaron una pelea dramática y vibrante. La actuación del ucraniano fue decepcionante.
Por cierto que señalar estas similitudes no nos aproxima mínimamente a compararlos. Mano de Piedra fue uno de los 10 más grandes de la historia que combatió durante 33 años, hizo 119 peleas, ganó su primer título de peso liviano a los 21 años (ante Ken Buchanan) y su última corona de los medianos a los 40 (contra Iran Barkley). Y entre ambos enfrentó a todos los imaginables de dos generaciones, desde Wilfredo Benítez hasta el Roña Castro, pasando por Leonard, Hearns y Hagler entre muchos cracks… Un monstruo.
Teófimo en cambio, recién ha cumplido su 16° pelea. Le queda una larga procesión a recorrer para inscribir su nombre en la elite del boxeo. Su otra historia, la personal, se identifica con la tipología del boxeador. Veamos algunos trazos:
Su familia tiene raíces españolas, su abuelo nació en la provincia de Avila, emigró a Brasil y desde allí a Honduras, donde ya con 51 años formó pareja con una adolescente de 18 años. Fue de esa unión de la cual nació el padre quien también se llama Teófimo y al que se lo diferencia apocopándole el Senior.
La relación del campeón con su padre atravesó todos los estados traumáticos pues antes de verlo legítimamente feliz en el rincón celebrando el triunfo como progenitor y como técnico, estuvieron mucho tiempo sin hablarse. Hubo unas declaraciones de Teófimo a la ESPN respecto de su relación filial que resultaron conmovedoras. Fue cuando declaró, entre otras cosas, lo siguiente:
— “Ir a buscar a mi papá al bar, borracho tirado encima de una mesa de billar... O bajar a un sótano y verlo ingerir cocaína en un club. Sí, eso caló hondo. Él no quería que yo viese esas cosas, pero me daba cuenta”.
— “Mi mamá es alguien leal y lo acompañará sin importar lo que suceda".
— "Ella –su madre– fue bartender en un club de streptease; yo tenía 16 años y la ayudaba en la barra, yo amo a mi madre…”.
Tal afirmación distinguía el vínculo amoroso de Teófimo con sus padres pues apenas unos meses antes del combate frente al ucraniano, Teófimo Senior quiso impedir que su hijo, ahora el nuevo campeón, se casara con Cynthia López, su novia. Tal situación originó una nueva incomunicación entre padre e hijo pues aquel le pedía que no se casara, que era muy joven, que aún tenía mucho tiempo, que esperara por lo menos que pasara la pelea contra Lomachenko… No hubo caso, Teófimo y Chyntia se casaron. Fue luego de ello y plena preparación, que declaró en la misma entrevista:
— “Fue duro para él (su padre) verme contraer matrimonio a una edad tan joven. Pero yo sé que él intentó hacer lo mejor posible y lo mejor que pudo hacer era adormecer ese dolor. Más allá de esa situación, el día que me case fue un gran día, me sentí en paz”.
— “Hay días en los cuales quiero salvarlo y hay días en los que quiero dejarle ir. También hay otros en los cuales quiero abofetearlo para darle algo de juicio... Él es un buen padre, crio hijos buenos; no tuvimos que pasar por las cosas que él sufrió. Tenemos vidas mejores. Mi abuelo y mi abuela ya se sienten orgullosos de él, pero no lo entiende: él no puede ver las cosas en grande, como yo”.
Después de la pelea, padre e hijo se entregaron al éxtasis del triunfo en un abrazo sin final.
El pasado había quedado reducido a lo que es, un adjetivo sin memoria.
En cambio, el estadio sin público, lúgubre y silencioso le había quitado inmortalidad a la épica pues el nuevo campeón no tuvo quien lo aclame.
Archivo: Maximiliano Roldán
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