El hecho de que fútbol se juegue sin público (o con una cantidad de público acotada) por la pandemia de coronavirus ofreció nuevas realidades y enfoques diferentes. Una de las situaciones anómalas es la posibilidad de hacer hasta cinco cambios, que se sostiene en muchas de las competencias. Quique Setién, ex entrenador del Barcelona, comentó en su momento que la determinación se tomaba para “beneficiar a los rivales, porque muchos partidos los resolvemos al final y ahora van a tener gente más fresca”. “Los cinco cambios favorecen a los grandes”, le respondió José Bordalás, el director técnico del Getafe, con una mirada diametralmente opuesta.
“Jugar sin público no es lo que nos gusta, nos quita la pasión", reconoció Gerard Piqué, y su voz podría ser la de cualquier futbolista en todos los rincones del planeta. Sin embargo, la nueva realidad, sin aficionados o con una cantidad exigua, expuso un efecto inesperado: un mejor comportamiento en los jugadores y en el staff que rodea al fútbol.
En Europa, además de generar una mejoría en los resultados de los conjuntos visitantes, las faz disciplinaria también observó un impacto marcado: las tarjetas amarillas se redujeron un 24% y las rojas un 39%.
En el ámbito de Conmebol también se puede divisar la incidencia de la falta de público en el comportamiento de los protagonistas. Sobre 108 encuentros jugados entre las Copas Sudamericanas, Libertadores y Recopa antes de la pandemia, se contabilizaron 52 tarjetas rojas (un promedio de 0.48 por duelo) y 531 amarillas (4,91 por encuentro). Con las tribunas vacías, las aparición de los acrílicos en los partidos se redujo 19,32%. Y el tiempo efectivo de juego aumentó un 11% debido a la menor intervención de los árbitros (antes del COVID-19, el tiempo neto de acción era de 53,30 minutos).
Consultados por Infobae, los árbitros no dejan de reconocer que, en este nuevo paradigma, la propuesta de los jugadores les facilita su conducción. ¿Las razones? Los estadios se han transformado en museos sin público, perdiendo la magia, la pasión, pero también sin la adrenalina que inyecta el griterío de los fanáticos, que muchas veces impulsa a los futbolistas y eleva la temperatura de los encuentros.
Antes del inicio de la Premier League, el mismísimo Marcelo Bielsa, consultado acerca del cruce entre su Leeds contra el Liverpool en condición de visitante,aseguró: “Vamos a jugar en Anfield, pero Anfield es Anfield solo si está lleno”. Una prueba concreta del efecto que produce la afición en los protagonistas.
El público en las tribunas hace que la localía sea real. Esto condiciona consciente o inconscientemente el comportamiento de futbolistas, técnicos, árbitros y hasta de las dirigencias. El jugador profesional juega para un público con el que se mimetiza positiva o negativamente y aumentan las pulsaciones de acuerdo con la intensidad del partido y a la necesidad de dar respuestas al fanático que lo acompaña.
Al árbitro este nuevo panorama le facilita enormemente la tarea: se libera del fastidio del jugador y solo tiene en concentrarse en poder procesar correctamente la toma de decisiones. Consultado por Infobae, Pedro Catella, licenciado en psicología (M.N 44106) ofreció su visión sobre el efecto secundario de la pandemia en el fútbol: “En “Psicología de las masas y análisis del Yo”, Freud propone que los individuos se contagian del comportamiento de los demás y se limitan a repetirlo sin cuestionarse nada”. Sin publico, el contagio, pues, se reduce a lo que ocurre dentro del campo de juego.
La pandemia nos trajo una nueva realidad y el fútbol no fue la excepción. El jugador también expresó otra conducta durante los 90 minutos del juego.
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