20 de junio del 2013. LeBron tiene un trofeo en cada mano, el de campeón de la NBA en la derecha y el de MVP, mejor jugador de las Finales, en la izquierda. El estadio de Miami ruge cuando la periodista de campo le da la palabra al Rey. “Escuchen, yo no me preocupo sobre lo que la gente dice de mí. Soy LeBron James, de Akron, Ohio, de lo profundo de la ciudad… No debería estar aquí. Y eso es suficiente. Cada noche, cuando entro al vestuario y veo la N° 6 colgada con mi nombre en la espalda, me siento bendecido. Por eso lo que digan de mi fuera de la cancha no me importa, no tengo preocupaciones…”. Todavía emocionado por haber logrado su segundo título seguido, luego de estar a décimas de perderlo en el Juego 6 contra los Spurs, James tenía la lucidez de bajar un poderoso mensaje sobre sacrificio y desigualdad social.
Es la forma que tiene LeBron de hacer la diferencia. La hace dentro de la cancha y, a la vez, lo repite afuera para, a su manera, buscar una sociedad más justa y que muchos chicos, sobre todo afroamericanos, no sufran lo que él –y tantos otros- padecen. Cada tanto, cada vez que cree que la situación lo amerita, más en privado que en público, James desempolva los recuerdos, los más dolorosos, los que más lo marcaron y le enseñaron. Mientras disfruta el momento cumbre de su carrera, que mantiene desde hace una década y media como el mejor jugador del mundo, siente la necesidad de ir más allá, de trasladar su experiencia para que otros sepan cómo puede cambiar una vida y cuál fue su fórmula para dejar atrás una infancia durísima, que pudo sellar su suerte y dejarlo lejos de su lujosa actualidad. En esos momentos, el Rey relata con detalles aquel año en que cambió su vida…
Era inicios de 1994. LeBron aún tenía nueve años y su destino estaba a la deriva. Claro, si vamos para atrás, todo había empezado mal para él. Fruto de una relación pasajera entre su madre y un muchacho del barrio con un frondoso prontuario delictivo, James había nacido el 30 de diciembre de 1984 en el Summa Akron City Hospital -justamente la misma clínica y en el mismo piso que 39 meses después llegaría al mundo otra superestrella, Steph Curry-, ya sin padre biológico. Anthony McClelland, una figura del básquet callejero cuyo talento, aseguran, fue superado por su adicción alcohol y una clara tendencia a la delincuencia que lo hizo pasar buena parte de su vida en la cárcel, había decidido abandonarlos. LeBron creció sin conocerlo y teniendo que lidiar con una bronca interior que recién menguó de adulto. “Nunca tuve una relación y recuerdo que, de niño, eso me frustraba. Estaba enojado con él por no estar conmigo. Hoy, como hombre maduro, siento que no debí enojarme tanto. En ese momento no sabía qué pasaba con mi padre y crecer me dio otra perspectiva”, admitió en nota con ESPN. Fue duro para él. Y para Gloria, quien se convirtió en madre a los 16 años, cuando ni siquiera había terminado el secundario. Una situación difícil que no mejoró cuando, pocos años después, se puso de novia con Eddie Jackson, un muchacho a quien el niño LeBron (4/5 años) le había tomado cariño hasta que terminó en prisión por tráfico de cocaína…
En aquel 1994, ella había dejado el último trabajo (en Payless Shoes) y vivía de la pensión de desempleo. El dinero no les alcanzaba ni para alquilar un modesto departamento. Se la pasaban mudándose a distintos lugares que le prestaban amigos. Un problema de alojamiento que tuvo su punto álgido durante la primavera de 1993, cuando Gloria y su hijo debieron mudarse cinco veces en tres meses mientras ella esperaba en una lista de espera de casas subsidiadas por el estado. En las primeras semanas de ese año, recuerda él con su memoria prodigiosa, vivían en un monoambiente cerca del centro. Allí, queriendo disfrutar parte de las experiencias que no había podido al ser madre adolescente, ella armaba fiestas nocturnas que a veces interrumpía la Policía por denuncias de ruidos molestos. Era cuando Gloria elegía salir de fiesta con su grupo, dejando solo a su hijo… El pequeño LeBron dormía en un colchón en el piso y se la pasaba jugando a los video juegos y poco más. Vivía con miedo de que su madre no volviera, no le gustaba hacer amigos -avergonzado por la vida que llevaba- y mucho menos ir a la escuela.
El año anterior, por caso, se había ausentado en 82 de los 160 días de colegio, en algunos casos por falta de transporte y, en otros, por decisión propia. En definitiva, una situación que distaba de la ideal para un chico de esa edad.
En esa época, Gloria y LeBron estaban solos. Los primeros años de ambos lo habían pasado en una gran casa familiar en la calle Hickory, cerca del centro. Y mientras Gloria estudiaba o trabajaba, al chico lo cuidaban la bisabuela o la abuela. Hasta que, en la Navidad del 87, Freda –peluquera, madre de Gloria- falleció de forma repentina, de un ataque al corazón, y eso puso en jaque a la familia. Los hermanos de Gloria, Curt y Terry, intentaron mantener la casa pero fue imposible. La casona era un caos, desorden, suciedad y una peligrosa falta de mantenimiento que hizo que una vecina invitara a Gloria y su hijo a quedarse en su casa. Claro, no había mucho lugar y madre e hijo debieron compartir el sillón. Así comenzaría una vida nómade de seis años, viviendo en diferentes hogares, y una realidad difícil, que incluiría penurias económicas, incertidumbre y marginación social.
LeBron puso en blanco sobre negro cómo recuerda aquellos años. “Cada día, cuando me levantaba, sentía que sería difícil... Mi mayor preocupación, viviendo sólo con mi madre, es que a ella no le pasara nada, que pudiera volver a casa”, reconoció, siempre mostrando admiración por los sacrificios que realizó Gloria. “No tengo palabras para describirla, para explicar lo que hizo por mí… Ella estaba para taparme de noche, para darme seguridad. Fue todo: mi madre y mi padre. Me dio mucha fuerza”, admitió.
En Akron, una urbe de 200.000 habitantes ubicada a 55 kilómetros de Cleveland y conocida como la Ciudad Mundial del Caucho (allí tenían su sedes empresas famosas como Goodyear y Firestone), existía la misma discriminación y peligros que en muchas otras de Estados Unidos. El gran miedo de Gloria, entonces, era que su hijo cayera en la violencia que reinaba en los barrios periféricos que solían frecuentar. Y, en ese sentido, LeBron tuvo dos salvadores para evitar el mal camino. El primero fue el deporte. Y, de entrada, no fue el básquet, como muchos podrían creer.
LeBron, entre los ocho y nueve años, prefería claramente el fútbol americano y se lo dejó claro a Bruce Kelker, un hombre que, de casualidad, lo descubrió jugando con niños vecinos en un condominio de departamentos. Al principio, quedó impresionado por su altura y corpulencia. Por eso buscó una excusa para testarlo. “¿Les gusta el football? Yo tengo un equipo –menores de 10- y les prometo que el que gana una carrera de 100 metros en el estacionamiento será mi corredor titular”, les dijo. LeBron ganó la carrera por casi 20 metros y recibió formalmente la invitación de Kelker. Gloria se apuró a decir que no, porque no tenía auto ni dinero para las protecciones necesarias para ese deporte. Pero al hombre, quien había sido un buen jugador en la región, no le importó. “No se hagan problemas por nada, lo pasaré a buscar y le daré todo”, les dijo para convencerlos de sumar a los East Dragons.
En la primera práctica, James metió un touchdown de 80 yardas y a la madre no le quedó otra que empezar a organizar los fines de semana alrededor de los partidos que tenía su hijo. Hasta que Kelker, ya cansado de pasar a buscarlo por distintas direcciones, le hizo una oferta increíble. “Vengansé a vivir conmigo. Ya tengo novia. Sólo quiero ayudarlos”, les dijo. Gloria, para devolver gentilezas, prometió entonces cumplir la función de utilera y aguatera del equipo. LeBron, por su parte, pagó en la cancha, con 17 touchdowns en una primera temporada que incluyó quejas de los DT rivales, quienes solicitaban el certificado de nacimiento, porque creían que tenía más edad de lo que declaraban. Rashawn Dent, uno de los coaches del equipo en aquella temporada, recuerda lo que significó aquello para LeBron. “Fue el primer gustito de la victoria”, admitió.
Pero, claro, la débil estabilidad volvería a resquebrajarse meses después cuando la novia de Kelker sintió que cuatro personas eran demasiadas para un pequeño departamento y Gloria, con su hijo, tuvieron que buscar otra vivienda. Fue cuando apareció el otro salvador que tiene esta película: Frank Walker, un entrenador deportivo pero más que nada un maestro, del deporte y de la vida, que llegó de casualidad a la vida de LeBron. Era el padre de su mejor amigo, Frankie Walker Junior y, cuando conoció la historia, le hizo un ofrecimiento a una madre desesperada que ya pensaba en mudarse a otra ciudad.
-Siento que LeBron necesita un ambiente más estable, Gloria. Puede quedarse en casa el tiempo que necesites, hasta que te puedas estabilizar y encontrar un lugar definitivo para alojarte con él.
A Gloria le costó la decisión, porque esta vez era desprenderse de su amado hijo. Pero, a la vez, supo que era lo mejor para él. Frank y su esposa Pam eran extremadamente responsables y cariñosos. Y LeBron, además, viviría con su mejor amigo y sus dos hermanas. Los días de semana, el niño se quedaría en los de los Walker y los sábados y domingos, con su madre. Era la oportunidad de vivir en un seno familiar, con una rutina establecida, derechos y obligaciones. LeBron, por caso, debía levantarse a las 6.30 y hacer sus deberes antes de poder tocar una pelota. Y no había excusas.
En esa casa, James entendió las diferencias y lo que realmente necesitaba para su vida. “Me hacían levantar bien temprano cada día e ir a la escuela. A veces no quería, como antes, pero en lo de los Walker no había elección. Además, ser parte de una familia, con una madre pero también con un padre y hermanos, resultó una experiencia increíble, muy especial, a una edad que lo necesitaba. Me abrió los ojos para ser quien soy hoy, para comportarme de la manera que lo hago actualmente”, admitió el Rey, quien encontró en esa casa el ambiente ideal para hacer la valiosa transición de niño a adolescente.
Los Walker lo mandaron a una escuela de “enseñanza holística” y LeBron descubrió su interés por algunas materias, en especial música, arte y educación física. Parte de la cultura que hoy vemos que despliega en sus comentarios públicos. En el camino, aquella familia tan especial ayudó a que Gloria encontrara un hogar permanente en Spring Hills –incluso, al principio, pagaron parte del alquiler-, así LeBron podría volver con ella. Lo hizo en su sexto grado (11 años), aunque sin dejar de visitar a los Walker durante los fines de semana. El rol de Frank fue decisivo en la historia de James. Porque se transformó en su padrastro pero, también, porque le hizo resurgir el amor por el básquet. Frankie fue su coach personal durante los próximos tres años, enseñándole cada fundamento del juego. En el proceso, claro, lo convenció de que se uniera a un equipo de básquet llamado Northeast Ohio Shooting Stars que participaría de la Asociación Atlética Universitaria (AAU), organización que nuclea a los equipos de escuelas primarias. Hasta ese momento, LeBron no había jugado básquet organizado pero ya se sentía muy atraído por el juego.
Desde aquella Navidad en la que recibió un aro de plástico, nunca dejó de jugarlo, aunque por momentos hubiese preferido el fútbol americano. “Tiraba en una caja que estaba clavada en un poste de luz y no tenía tablero. Iba directo adentro o a cualquier lado”, recuerda James, quien se sumó al equipo entrenado por Joyce II –padre de su amigo- que practicaba en el gimnasio del Ejército de Salvación en Akron. Eran épocas que, de a poco, empezaba a aparecer el deseo de emulación. Veía la NBA, ya tenía ídolos o referentes (Michael Jordan, obviamente, pero también Penny Hardaway y Jason Kidd), y soñaba con transformarse en un profesional. Le gustaban los Lakers –justo, lo que es el destino, el equipo con el que logró su nuevo anillo para agrandar su legado- y hasta pintaba el logo de los angelinos en su cuaderno –también el de los Dallas Cowboys de la NFL-.
En aquel equipo, conoció a compañeros que se convertirían en amigos íntimos, hermanos de camiseta que hasta hoy son parte de la vida de James: Sian Cotton (grandote que era el pivote), Dry Joyce III (base impetuoso y habilidoso) y Willie McGee (escolta, el mejor de la ciudad a esa edad, aunque de llamativa timidez). De a poco, jugando juntos, ganaron fama y en la región los apodaron los Fab 4 (Fabulosos 4). El equipo arrasó en la zona y llegó hasta la definición del torneo nacional de la AAU en Orlando. Para poder viajar a esa fase final hicieron de todo, mostrando su pasión y unión. “Íbamos puerta a puerta, lavando coches, vendiendo comida, licores y hasta cinta aislante”, recordó Joyce en la película More Than a Game que se hizo sobre LeBron en el 2008.
Todos recuerdan el eterno viaje en furgoneta (1400 kilómetros) hasta la Florida y lo que vieron desde las primeras horas que llegaron. “Parecían las olimpíadas, hasta desfile de equipos hubo… Había de todo el país, de New York, California, Filadelfia y estábamos nosotros, de una ciudad pequeña que casi nadie conocía…”, contó Walker Jr. “No sabíamos si podríamos ganar un partido, pero de a poco empezamos a creer en nosotros. Todo a partir de una amistad fuera de la cancha que nos hacía más fuertes adentro”, explicó Cotton.
Casi como el guión de Hollywood, a la final llegaron como la cenicienta y enfrente se encontraron con los renombrados Southern California All-Stars, un equipo que patrocinaba Nike pese a estar compuesto por chicos de 13 años. Era el clásico duelo entre las arrogantes figuras de la gran ciudad contra unos ignotos pueblerinos. El favorito sacó una importante diferencia de entrada y pareció que desfilaría en la tarde, pero los Shooting Stars empezaron a remar con la increíble capacidad de LeBron –ya jugaba las cinco posiciones y era, virtualmente, imparable- y quedaron a tiro, en la última pelota, de ganar o, al menos, mandar el partido a suplementario. Abajo 68-66, James tomó el rebote, cruzó la mitad de la cancha a toda velocidad y, cuando el reloj ya no le daba opción, se elevó y ejecutó un tiro desde unos 12 metros… En el aire parecía bueno, se palpaba el milagro de Akron, pero la pelota rebotó en el aro y los dejó sin nada. “Meter ese tiro era lo que había soñado toda mi vida, pero se desvaneció en el aire. Me sentí fatal, pero supe que tendríamos una revancha”, admitiría LeBron, años después, ya siendo una estrella de la NBA.
La venganza comenzó con una promesa de lealtad de aquellos amigos. “Juguemos en el mismo secundario y ganemos un título”, se juramentaron. Lo lógico hubiese sido elegir el John R. Buchtel, un secundario del centro de Akron donde todos los afroamericanos con oportunidades decidían estudiar y que tenía el mejor programa de básquet de la ciudad. Pero los chicos, irreverentes, querían hacer historia de todas las formas posibles y eligieron a su archirrival, el instituto Saint Vincent-Saint Mary, una institución católica en la que la mayoría de los estudiantes eran blancos. Así fue que los cuatro amigos, seducidos por un entrenador a quien habían conocido en diversas clínicas de básquet (Keith Dambrot), se alistaron en los Fighting Irish y empezaron a escribir la historia, ahora renombrados como los Fab 5, ya que no podían dejar afuera a Romeo Travis, la figura que ya estaba en el secundario… El éxito fue inmediato. Se conocían, tenían química dentro y fuera de la cancha, y a esa altura, LeBron ya era una estrella absoluta. En la primera temporada promedió 18 puntos, 52% de campo y 6.2 rebotes para que los Fighting Irish terminaran invictos (27-0) y lograran el título estatal división III, por primera vez en 15 años.
Dos cosas sucedieron inmediatamente después que marcaron el cambio de mentalidad que sufrió LeBron. Un click que le hizo entender que el básquet podía ser un trampolín para salir de Akron y dejar atrás una vida repleta de miserias, incertidumbres y peligros. Lo primero fue, a través de un caso puntual, entender que esto era posible aunque, a la vez, podía llegar a ser una oportunidad frágil capaz de desvanecerse entre los dedos. Doylon Robinson, base que LeBron había visto brillar en Buchtel HS y luego dar el salto a la Universidad de Ohio State, había tenido en un accidente automovilístico mientras cursaba su tercer año en la NCAA y nunca más había vuelto a jugar al básquet. “Era un animal y yo recuerdo pensar ¿desde Akron se puede ir directamente a Ohio State? Era mi espejo, quería ser como él, seguir su camino. Y cuando vi lo que le pasó entendí que no podía desperdiciar la chance, que yo había nacido con un don, pero nadie sabía cuánto eso podía durar… Desde ahí tomé el básquet de otra forma, mucho más en serio, y empecé a trabajar para ser el jugador más grande que se haya visto”, recordó LeBron en 2017.
No fue casualidad que, ese mismo año, ya midiendo 1m90, James cambiara el número de camiseta, dejando la 32 y empezando a usar la 23. Si Robinson había sido su referente local, Michael Jordan lo era a nivel nacional. LeBron, a esa altura, imitaba sus movimientos, tiros y hasta gestos, como sacar la lengua. Como tantos otros chicos en el país pero, claro, con más habilidades que todos para emularlo. Y, por si faltaba algo, eso lo adquirió al verano siguiente: un estirón de diez centímetros que le permitió superar los 2m00 y empezar a tener más un cuerpo de un adulto que el de un adolescente. Con 16 años, en su segunda temporada, promedió 25.2 puntos, 7.2 rebotes, 5.8 asistencias y 3.8 robos y guió al equipo a un nuevo título estatal (marca 26-1), siendo el MVP de la final a la que asistieron 17.000 personas.
Para esa época, James ya era el mejor jugador de secundario del país y atraía multitudes y no sólo reclutadores de universidades, también aparecían algunos de la NBA pensando que James podría dar el salto directamente tan rápido como en el 2002. Su capacidad atlética era tan impactante que LeBron se hacía tiempo para jugar también en el equipo de fútbol americano. Como receptor, acumuló 700 yardas en pases completos y fue nombrado en el quinteto ideal estatal, pese a que los Fighting Irish terminaron perdiendo seis de los 10 partidos.
En la tercera temporada terminó con 29 puntos, 8.3 rebotes, 5.7 asistencias y 3.3 recuperos –siendo nuevamente elegido Mr Basketball de Ohio-, aunque perdieron el título nacional –división II-, a manos de Roger Bacon de Cincinatti. Sin embargo, eso no detuvo la fama de LeBron, quien apareció en la tapa de la revista Slam y parecía listo para el salto a la NBA. Incluso pidió una revisión de las normas de elegibilidad, pero la petición fue rechazada y tuvo que completar el curso de cuatro años de secundario. Justamente esa cuarta y última temporada ratificó su convicción de saltarse la etapa universitaria. El Rey, camino a su nuevo título nacional de división II (marca de 25-1 para terminar los cuatro años con un impactante 101-6) con impactantes promedios de 31.6 puntos, 9.6 rebotes, 4-6 asistencias y 3.4 robos, no la pasó bien en aquella 02/03, cuando empezó a sentir el peso de la fama. Las entidades que rigen las secundarias investigaron dos “regalos” que recibió –una camioneta de su propia madre y unas camisetas de una tienda de Ohio-, estando prohibido por las reglas, y si bien sus abogados terminaron ganando los litigios, James ratificó su idea original: no pasar por la NCAA para evitar estos problemas y saltar directamente a la NBA, sabiendo que tenía el nivel para hacerlo…
En aquellos años, una fiebre LeBron se desató a nivel nacional y su popularidad estalló. Varios partidos se transmitieron a nivel nacional por el sistema pay per view y el equipo tuvo que cambiar de estadio para jugar de local, al cual asistieron hasta estrellas como Shaq O’Neal para ver en vivo al jugador que “estaba destinado a marcar una nueva era”, como repetían los especialistas. LeBron también fue portada de las dos revistas principales, ESPN The Magazine y Sports Ilustrated, la segunda con el recordado título The Chosen 1 (El Elegido), la misma inscripción que luego se tatuaría en su espalda. En ese momento de locura volvieron a aparecer sus dos sostenes, las imágenes masculinas que ocupar el lugar abandonado por su padre biológico: Walker y Joyce II le recalcaron la importancia de terminar los estudios y lo mantuvieron lejos del glamour y las tentaciones que aparecieron en aquellos años dorados de St. Vincent-St. Mary.
También fue clave la aparición en su vida de Savannah Brinson, su esposa. Ella era una porrista de Buchtel y él, la estrella de la “enemiga” deportiva, cuando él la vio en un partido de fútbol americano, durante 2002. “Cuando se me acercó, yo realmente no sabía quién era. Quiero dejar claro que él me conoció, no yo a él”, admitiró ella, entre risas, en una nota con la revista Vogue en la que Savannah quedó sorprendida cuando LeBron detalló cada cosa que llevaba en la primera cita que tuvieron. “Un vestido de dos piezas, rosa y negro”, dijo con esa impactante memoria que le permite describir, luego de un partido, una secuencia de jugadas que ni los periodistas pueden describir sin el play by play. La pareja se casó en 2013, tuvo tres hijos (Bronny, Bryce Maximus y Zhuri) y está unida hace ya casi 20 años.
Ella ha sido parte instrumental en la activa ayuda social enfocada en los niños y adolescentes que LeBron encabeza desde hace más de 15 años en Ohio. En 2005, ambos fundaron “Familia LeBron James”, una organización que ha participado y apoyado a distintos organismos y proyectos sociales en su ciudad y el estado. Ambos han mostrado una devoción por no olvidarse de sus raíces. LeBron, en su casi desesperación por colaborar en su tierra, popularizó una frase (“just a kid from Akron”) que vislumbra que, en definitiva, pese a ser quien es hoy, sigue siendo un chico normal de Akron. A lo largo de su carrera, ha realizado donaciones millonarias a diversas asociaciones, siempre apuntando a generar un verdadero cambio social para niños (y sus familias) desde la educación pública, para que los niños puedan alcanzar sus objetivos y así devolver, ya de grandes, a la comunidad, como él hace desde hace años. Pocos recuerdan que, cuando protagonizó el criticado programa La Decisión para anunciar su partida de Cleveland y el fichaje con el Heat, uno de los grandes objetivos fue recaudar dinero con fines solidarios, consiguiendo donaciones por 3.000.000 de dólares. Así ha sido siempre. Como cuando alcanzó los 41.5 millones en donaciones para que 1.100 chicos de Ohio tuvieran becas universitarias, buscando alejarlos de la violencia, la delincuencia y la marginación social que aún azota la región.
“Prometí nunca olvidarme de dónde vengo y ése es mi camino”, aclaró. Las promesas, para LBJ, deben hacerse realidad. Y por eso, cada vez que concreta un proyecto, incluye esa palabra. Como hace dos años, cuando fundó la escuela “I Promise” en Akron, a la cual asisten 240 niños que, por razones económicas o sociales, no tienen acceso a una educación de calidad y necesitan trabajar en sus traumas y carencias emocionales y/o académicas. LeBron fue el principal donante del establecimiento, haciéndose cargo de los gastos que no cubría el sistema de escuelas públicas del estado. “Este es el principal logro de mi carrera. Siempre quise devolver a mi ciudad y empujar para que los niños tengan oportunidades, un impulso para encontrar su pasión”, declaró quien hoy trabaja en poder ampliar el cupo a 1.000 estudiantes.
LeBron trabaja en los hechos y en el mensaje. Por eso, aprovechando que fundó una productora de contenidos (Spring Hill Entertainment) con su socio Maverick Carter, generó una serie documental con ese nombre (I Promise School) para reflejar el objetivo de la escuela y los problemas a los que enfrentan muchos niños afroamericanos dentro de un sistema educativo con severas fallas. El producto busca transmitir cómo los niños y sus historias son ejemplos de cómo el trauma de la pobreza en Estados Unidos crea problemas de conducta que impiden el aprendizaje y a través de avanzar en la serie se pueden entender las conductas de muchos de ellos. I Promise busca ser una declaración de esperanza, reflejando que la vida de estos niños puede ser transformada, sin necesidad de encontrar salvadores casuales que lo hagan, como pasó con LeBron… Una campaña para concientizar e informar que siguió en estos días, cuando el lema “I Promise” salió en la mítica caja de cereales The Wheaties. En la portada se puede ver a LeBron volando hacia el aro y, detrás suyo, como fondo, a los chicos que asisten a la escuela. En la contratapa se puede conocerse el proyecto que cierra con la firma El Campeón del Cambio (A Champion of Change), en referencia al Rey.
Pero, claro, como sucede en la cancha, James no se conforma y siempre va por más. En noviembre del 2019 extendió su impacto con “I Promise The Village”, un proyecto de construcción de una serie de departamentos para las familias de los estudiantes que lo necesiten, en especial a aquellas cuyo padre ha abandonado el hogar. “Inicialmente, nuestro trabajo se centró en ayudar a estos niños a obtener una educación. Pero descubrimos que es imposible ayudarlos a aprender si están luchando por sobrevivir, si tienen hambre, si no tienen calor en el invierno, si viven con miedo por su seguridad. Queremos este lugar para ser que sea su hogar, donde se sientan seguros, apoyados y amados, sabiendo que estamos allí con ellos en cada paso del camino a medida que se recuperan”, explicó el Rey.
LeBron recuerda bien su historia y buscará que la menor cantidad de chicos la sufran como él… Está claro que lo que penó quiere usarlo a favor, para cambiar realidades, como también pasó con la discriminación y exclusión que él padeció, en especial en la secundaria. James siempre se mostró como un activista del movimiento racional en Estados Unidos y uno de los líderes más influyentes de la comunidad afroamericana, aprovechando la plataforma mediática y sus redes sociales para influenciar y sensibilizar a la comunidad sobre los distintos crímenes raciales, la marginación y el sufrimiento que padece su comunidad. En ese sentido, con su productora ha generado series para concientizar sobre el grave problema racial y cómo avanzar hacia un futuro más justo. Para eso, cree, que obtiene mucha importancia el voto, al ser no obligatorio en su país y así encabeza, desde hace años, el movimiento “More than a Vote” para expandir en la población la necesidad de informarse y votar para lograr un cambio.
Está claro que, como dice un lema que construyó, también con fines benéficos, LeBron es más que un atleta (More than a Athlete). Sabiendo que su vida se convirtió en un reality show desde que el mundo lo descubrió como un prodigio, usó esa popularidad para transmitir un mensaje, que la excelencia puede ser algo cotidiano, que los sueños pueden cumplirse, que cada uno, con esfuerzo y compromiso, puede escribir una historia única. Aquel niño con sufrimientos es hoy una estrella mundial. No todos lo lograrán, pero al menos James marca un camino, ayuda y es el ejemplo vivo de que se puede. LeBron va a quedar en la historia por mucho más que ser un campeón, un ganador, aunque sea el mejor de la historia. Su leyenda y compromiso lo han convertido en un ícono, en una inspiración mundial que lo hace cada día más grande.
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