Octubre de 2006. Amanecía la primavera en el hemisferio sur y este detalle benefició al entrenador en potencia para viajar ligero de equipaje. Josep Guardiola, que venía de soportar las elevadas temperaturas de Sinaloa, abrazó de inmediato la agradable sensación térmica de la Ciudad de Buenos Aires, más similar a la de su Cataluña natal en dicha época. Fue la hora exacta de su transición: acababa de colgar los botines con los Dorados de México y proyectaba su carrera como DT. De la escuela de Johan Cruyff y con ADN del Barcelona, buscó un complemento para los estudios certificados de curso con nombres preponderantes. Y Argentina, tierra futbolera si las hay, le ofreció dos figuras de inmensa sabiduría.
Pep aprovechó sus primeras horas en Buenos Aires para entrevistarse con César Luis Menotti, al que había tenido de cerca en la temporada 83/84, cuando el Flaco dirigió al Barça y Guardiola se formaba como futbolista en la cantera. Paradójicamente en ese tiempo el jugador había descendido con Dorados de Sinaloa en su última temporada como profesional y el entrenador había tenido una efímera experiencia con el Puebla en suelo azteca sin conseguir el ascenso. Hubo varios cafés en una dilatada conversación que sirvió de antesala para la que el español tendría horas más tarde, alejado del ruido de la Capital Federal.
Después de degustar el dulce de leche untado en un par de tostadas en el comedor de un coqueto hotel del barrio porteño de Palermo, Guardiola apuró a su compañero de viaje, el escritor y cineasta madrileño David Trueba, para que se alistara porque los estaban por recoger para otra excursión. Madrugaron para no perder ni un minuto y así salir cuanto antes a la Ruta Nacional 9 que une a la Capital con Rosario. El itinerario no tenía a la tierra prometida de Lionel Messi como destino final sino un desvío. Empalmarían a la izquierda con la RN 90, pasando unos kilómetros el Santuario de la Virgen de San Nicolás, a la altura de Villa Constitución. La cita era en la localidad de Máximo Paz (Santa Fe), uno de los sitios predilectos de Marcelo Bielsa en el mundo. Ahí fue donde recobró gran parte de la energía que le había quitado la selección argentina tras su experiencia que abarcó desde el 99 hasta el 2004.
En la puerta del edificio donde el dúo español se había hospedado ya estaba estacionada, con las balizas puestas, una camioneta Audi manejada por Pato, viejo amigo de Rafael Bielsa (padre) y colaborador histórico de Marcelo, quien le había encomendado que hiciera las veces de chofer para que los invitados de lujo que recibiría en la hacienda de sus ya fallecidos suegros entraran en confianza. Quienes más conocen al Loco desconfían de que él mismo haya podido hacerse cargo de vigilar la cocción de la carne a la parrilla y achuras con las que fueron agasajados los europeos debido a su galopante ansiedad. Bielsa fue siempre mejor comensal que cocinero, cuentan. Pero probablemente haya estado encima del parrillero de turno para que la propuesta gastronómica estuviera a la altura de las circunstancias.
Luego de un recorrido general por las instalaciones en las que guarda como recuerdo una inmensa colección de indumentaria, trofeos y recuerdos de sus clubes o selecciones y buena parte de su archivo audiovisual, la estela del humo del asado los invitó a acomodarse en la mesa. Las trivialidades se hicieron a un lado abruptamente cuando Trueba terminó de romper el hielo entre dos personajes que se empezaban a reflejar cada vez más el uno en el otro. “Bueno, ustedes dos no están aquí para hablar de cine, ¿no es cierto?”, comentó el guionista que quedó impresionado por la sabiduría en su campo de un Bielsa que le confesó que miraba dos largometrajes por día. Lo que no sabía Trueba es que había dado el silbatazo inicial a una charla futbolera que se extendería a lo largo de toda la jornada. Fueron 11 horas en continuado, en las que incluso el testigo de este choque de cometas fue empleado por el argentino como uno de esos maniquíes que los entrenadores clavan durante los entrenamientos para la explicación de una jugada específica ante la concentrada mirada de su colega.
“Fue un incesante ir y venir de conceptos futbolísticos, de frenéticos debates sobre distintos equipos. De análisis de posiciones dentro del campo, de anécdotas. Comenzaron y no pararon más. Fue una charla intensa, obviamente que no puedo contar detalles que quedarán seguramente ahí en esas cuatro paredes. Hasta hubo consultas en la computadora sobre temas en los que no se ponían de acuerdo y también puesta de escena de diferentes acciones que ocurrían dentro del campo”, contó Trueba en el libro Che Pep de Vicente Muglia.
Para remontarse a ese mitin hay que ponerse en contexto. Bielsa había dejado la selección argentina tras ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Amigándose con la idea de volver a ponerse el buzo de técnico, observó cada detalle de la Copa del Mundo disputada en Alemania en 2006, unos meses antes. Guardiola, que había recibido la expresa recomendación de su ex compañero en la Roma, Gabriel Omar Batistuta, de intercambiar ideas y exprimir a su coterráneo antes de lanzarse como entrenador, se sentía “nadie” a su lado. Ni siquiera había tomado las riendas del equipo Filial del Barcelona y la tinta de su carnet de entrenador todavía estaba fresca.
Tan entretenido y fluido fue el diálogo que no hubo espacio para algún bostezo o manifestación de la típica modorra que se genera durante la digestión de una parrillada. Así y todo, una serie de preguntas en hilo sobresalió y despabiló por completo a los presentes.
—Marcelo, usted que conoce toda la basura que rodea al mundo del fútbol y el alto grado de deshonestidad de cierta gente, ¿aún tiene ganas de querer volver a ese ambiente y meterse además a entrenar? ¿Por qué no se queda en el mundo juvenil y se olvida del profesional con los medios y las críticas?
—¿Sabe lo que ocurre? Yo necesito esa sangre.
Guardiola, que vestido de jean remera fue asaltado por la fresca nocturna de la aislada localidad de Máximo Paz, se grabó esa frase de Bielsa y con el correr del tiempo experimentó una idéntica sensación. Una década después de la única vez que se cruzaron de forma privada reflexionó en público: “Todos necesitamos esa sangre, si no, nos vamos para casa. Esta profesión es muy adictiva. Nos ayuda a vivir al límite de todo, en lo bueno y lo malo. Hay que tener capacidad de bajar en los momentos de excitación y animarte en los malos. Querer ganar, convencer a los jugadores, seducirles, que te sigan y tú sigas a ellos. Aprender de ellos y ellos de ti. Esa cosa tan adictiva es la sangre que Marcelo decía. Yo necesito esa adrenalina. Es verdad que a todos los entrenadores, cuando nos echan, nos llega el momento de decir ‘voy a descansar’. Pero a los 4 meses ya estamos esperando a ver quién te llama. Somos como actores de cine que esperamos el llamado de un productor para hacer una película”.
Esa adictiva adrenalina futbolística y voracidad de éxitos (reflejados en resultados pero también en la conquista de sus planteles a través del convencimiento) fue lo que los llevó a la cúspide de la disciplina deportiva más popular de todas. Y vaya paradoja, el destino los puso frente a frente en tres ocasiones durante la temporada 2011/2012, cuando Guardiola ganó cuanta competencia jugó su Barcelona y Bielsa condujo a su Athletic Bilbao a las finales de la Copa del Rey y la Europa League con un fútbol de alto vuelo.
En un duelo con resultado cambiante en el estadio San Mamés los Vascos del Loco y los catalanes de Pep ofrecerían un atractivo 2-2 por la primera ronda de la liga española que finalmente se adjudicaría el Real Madrid con 100 puntos producto de sus 32 victorias sobre 38 encuentros. En la segunda rueda el Barcelona se impuso 2-0 en el Camp Nou semanas antes de la final de Copa del Rey que los tendría como protagonistas en el viejo estadio Vicente Calderón.
Allí no hubo equivalencias y Bielsa consideró como un acto de generosidad que el Barcelona quitara el pie del acelerador tras convertir el tercer tanto que daría cifras definitivas (3-0) al decisivo match. De esa experiencia surgió una anécdota retratada por el propio rosarino: “Me dio una profunda tristeza esa derrota, como es natural. Cuando terminó el partido le mandé a Guardiola como regalo un análisis (que había hecho sobre el Barcelona) que atestiguaba admiración. Guardiola me miró y me dijo ‘vos sabés del Barcelona un montón de cosas que yo no sé’. No sirvieron para nada, porque nos metieron tres”. La pequeña historia fue descubierta por el argentino en la conferencia de prensa que brindó ante medios ingleses cuando explotó el Spygate en su primera temporada comandando al Leeds United.
Hasta hoy, el fútbol no los había vuelto a unir. Guardiola experimentó con el Bayern Múnich en Alemania y desembarcó en suelo británico hace años pero recién desde esta campaña su equipo comparte la misma categoría que el de Bielsa, que tras su expedición en España optó por instalarse en el fútbol francés (Olympique de Marsella y Lille con un paso frustrado por la Lazio de Italia en medio) antes de aventurarse con el Leeds. Sin embargo la admiración mutua se fue magnificando a la distancia.
Bielsa desestimó por completo la idea de sentirse un mentor de Guardiola y en varias oportunidades se llenó la boca de flores al referirse a él, incluso con particulares elogios como en la última entrevista exclusiva que brindó. “La belleza del juego que construyen los equipos que dirige es inimitable. Guardiola construye equipos de autor y siempre se ha dicho que habría que ver qué consigue sin los jugadores del Barça. Los jugadores del Barça son irrepetibles verdaderamente. Los del Bayern son muy buenos y los del City también, pero la capacidad de generar un estilo que uno solo percibe en los equipos de Guardiola excede a los jugadores que dirige. Y no le quito valor a los jugadores sino que pongo de manifiesto la intervención artesanal que Guardiola hace sobre los equipos que le tocan”, llegó a aseverar.
Fiel a su modesto estilo, el argentino que algún día bromeó con el aburrimiento que su discurso le pudo generar a Guardiola en el asado que compartieron en Santa Fe rechazó firmemente cualquier tipo de alabanza desde el otro lado: “A cualquier elogio de Guardiola lo juzgo siempre sinceramente equivocado y excesivo. Yo sí puedo explicar por qué merece ser elogiado tomando como referencia sus equipos; él no puede hacer lo mismo con los míos”. Un obstinado hasta en el juego de los enaltecimientos.
Pep lo ponderó como el mejor entrenador del planeta hace unos años, lo repitió a principios de 2020 y reivindicó su pensamiento a horas de estrecharse la mano otra vez en una cancha: “Es la persona que más admiro en el mundo del fútbol”. Lo ubicó incluso por encima de la línea de su otro maestro Johan Cruyff, al que tuvo como adiestrador en Barcelona tanto como futbolista y entrenador.
Ambos coinciden en un punto: consideran que sus equipos ajenos son inimitables por formas y características. Rescatan virtudes pero defienden sus propias improntas. Habrá que aguardar para saber cuál primará en Elland Road en la tarde de Yorkshire del Oeste, ¿el obsesivo de jogging o el meticuloso de traje?
De aquel asado en 2006 no quedaron ni cenizas. Sí el cálido recuerdo de los protagonistas. Incluso de Pato, el chofer, que recorrió 1.220 kilómetros entre los tramos Rosario-Buenos Aires, Buenos Aires-Máximo Paz, Máximo Paz-Buenos Aires (para devolver a los invitados a su hotel) y Buenos Aires-Rosario en una extensa jornada que, asegura él, duró más de las 24 horas que cualquier otra. También se formó un lazo inquebrantable entre dos fenómenos que ya marcaron la historia del fútbol con sus propias corrientes y sellos. A Guardiola seguro le habrá quedado algo de Loco. La otra cosa segura es que las generaciones futuras hablarán del bielsismo y guardiolismo.
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