Probablemente Marcelo Gallardo sea el autor intelectual del mejor ciclo deportivo del fútbol sudamericano de los últimos 15 o 20 años. En sus más de 270 partidos como entrenador de River Plate, sus ideas han sostenido a tope la competitividad de un equipo que creó un estilo de juego muy reconocible y supo adaptar constantemente esa identidad a los recursos disponibles en su plantel. Como si fuera un artesano capaz de completar sus obras pese a cambiar temporada a temporada de herramientas y materiales, el Muñeco ha sabido sostener a través del tiempo varios conceptos que componen el sello de un River que bajo su ala alzó 11 trofeos en seis años, siendo incluso dos veces campeón de la Copa Libertadores. Son éxitos que fueron obtenidos pese a los cambios constantes de futbolistas –siempre reemplazados bajo ciertos lineamientos– y esquemas tácticos, pero principalmente a través de la construcción de un modelo que a esta altura ya está muy arraigado a la matriz de sus dirigidos.
Al Millonario la pandemia de coronavirus y las políticas deportivas en la Argentina lo tuvieron 190 días sin competir. Pero la prolongada pausa vinculada al COVID-19 no ha logrado vulnerar ese ADN que Gallardo ha desarrollado con sus ideas y que se ha perpetuado pese a las variantes tácticas que hubo a lo largo de su ciclo para explotar al máximo el potencial de sus jugadores. Porque su River, que fue campeón de América con un 4-4-2 con un doble pivote defensivo (2015) o también se adaptó al 5-3-2 para jugar ante Boca en la ida de la final de la Libertadores 2018, ahora atraviesa su enésima transformación: utiliza un 4-3-3 flexible que maquilla la falta de rodaje y le permitió tener sólidas actuaciones en el regreso a la actividad.
Su reestreno del 2020 suponía una prueba de alto riesgo. Tras ese extenso confinamiento y con solo un par de semanas de entrenamientos condicionados para evitar contagios, el River de Gallardo viajó a medirse ante el São Paulo en el Estadio Morumbí con el desafío de darle batalla a un conjunto que ya competía a nivel doméstico desde finales de julio y llegaba inevitablemente con mucho más ritmo futbolístico.
Rápidamente se pudo ver que el Millonario conservaba esos atributos genético distintivos que conforman su capacidad para afrontar partidos, como el pressing alto y la presión tras pérdida, o la amplitud y profundidad de los laterales para progresar en el campo y desarrollar su juego. Aunque se desarrollaban con otro módulo, el 4-3-3 era el esquema de base y, con ciertos automatismos en defensa y ataque, se las ingenio para tener una estructura sólida.
En la zona medular apareció otra vez Enzo Pérez como mediocentro y hombre fijo, esta vez con Nacho Fernández y Nicolás De la Cruz de interiores, cada uno de ellos con diferentes roles. Nacho se posiciona a la derecha haciendo un mayor despliegue con y sin balón. Retrocede y se ofrece como opción de pase en la salida desde atrás, interviene más activamente en la circulación de pelota y también tiene que dar apoyo a Enzo en la recuperación, pero sin dejar de presionar alto y atacar espacios en fase ofensiva. Mientras tanto, De La Cruz se vuelca a la izquierda, a una altura más lejana y haciendo recorridos más cortos, incorporándose más a funciones ofensivas y siendo protagonista en la zona de creación, incluso con mayor tendencia a pisar el área. Esas labores resultan vitales para el éxito de las transiciones de defensa-ataque propias y la anulación de las ajenas. Aunque también es esencial el trabajo de Julián Álvarez.
En un mercado de pases donde se marcharon Juanfer Quintero y Nacho Scocco, el joven atacante de 20 años se ha ganado un lugar en ataque junto a Rafael Santos Borré y Matías Suárez. Se mueve por la banda derecha y hace una función de “falso extremo” porque no juega de wing clásico: se puede posicionar como un cuarto volante en pasajes de repliegue y también influir en carriles centrales al momento de atacar. El tridente le permitió a River no prescindir de su habitual vehemencia para hostigar a su rival bien arriba, mantener la agresividad para recuperar el balón, pero a su vez Julián Álvarez le agregó cuota de pragmatismo muy útil. Esta posibilidad de pasar al 4-4-2 se acentuó en Brasil con el ingreso de Jorge Carrascal por Suárez, ya que el colombiano es naturalmente un jugador más de mediocampo.
Frente a São Paulo se vio un River de menos triangulaciones en la construcción, más propenso a los lanzamientos largos y a pelear la segunda pelota (como en gol de Santos Borré que puso el 1-1 transitorio) a nivel ofensivo, un poco más estirado que de costumbre en defensa, pero igual de competitivo que siempre. Rescató un 2-2 pero dejó muy buenas sensaciones de cara al duelo con Deportivo Binacional en Perú, donde realmente pudo desplegar todo su repertorio. Fue en Lima –zafó de jugar en los 3.825 metros de altura que tiene Juliaca, al sur del país– donde se vio una versión casi sin fisuras de los planes de Gallardo. Otra vez con el 4-3-3 y la flexibilidad como protagonistas.
Esta vez, ante un Binacional demasiado endeble, River pudo transformar su 4-3-3 en un 2-3-5 para asfixiar a su rival contra el último tercio. En la base del módulo, Lucas Martínez Quarta y Javier Pinola, por detrás de Enzo Pérez y los interiores: Nacho Fernández y De La Cruz. El uruguayo más cerca del eje que de costumbre, en una función mucho más cerebral y jugando más de apoyo, porque por delante de él se formaba una línea de cinco jugadores. Julian Álvarez y Matías Suárez bien cerrados e influyendo en el juego interno con Santos Borré, dejándole la amplitud a Gonzalo Montiel y Fabrizio Angileri. Con esa configuración en ataque y respetando las pautas defensivas, River hizo que Binacional corriera detrás del balón durante 90 minutos (terminó el partido con un 71% de posesión de pelota). No le tuvo ningún tipo de piedad en los metros finales y ganó 6-0 en territorio peruano.
Esa filosofía arrolladora que excede los esquemas es la que edificó Marcelo Gallardo a lo largo de su ciclo. Porque River Plate ya había aplastado a Binacional –fue 8-0 en el Monumental, justo antes de iniciar su confinamiento– hace más de seis meses y en aquella ocasión jugó con Robert Rojas, Paulo Díaz y Martínez Quarta como defensores centrales y el equipo tenía una disposición táctica diferente a la que utilizó recientemente en Lima. No es que no haya sufridos los daños colaterales de la prolongada inactividad para evitar la propagación del COVID-19, porque durante sus partidos hubo imprecisiones o malas ejecuciones lógicas de estar largos meses sin jugar. Pero pese a eso, y a tener que usar un nuevo esquema atado a la disponibilidad de sus jugadores, el espíritu ganador está intacto y su engranaje tiene automatismos que salen de memoria. Ese es su secreto para no sufrir el impacto de la pandemia.
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