21 de diciembre de 2009.
9.45. Estadio Verizon Center, Washington DC.
Fabricio Oberto cumple su rutina. El pivote de 34 años es uno de los primeros en llegar al entrenamiento de los Wizards, una hora y cuarto antes de su inicio. Entra al vestuario y cuando se sienta en su locker para empezar a cambiarse observa que un objeto brilla a su costado derecho y gira su mirada hacia allí. “Cuando miré bien me di cuenta que eran pistolas, una de las cuales parecía la de Robocop. Y al lado había un cartel que decía ‘elige una’. Me sorprendí, pero enseguida entendí de qué podía tratarse…”, detalla el cordobés –para Infobae-, testigo directo de lo que sería, minutos después, el hecho de violencia más grave de la historia de la NBA.
Gilbert Atenas, la superestrella del equipo, había llegado aún más temprano y colocado cuatro revólveres –luego se sabría que sin balas- con ese mensaje escrito para Javaris Crittenton, compañero con quien había tenido una feroz disputa verbal en el viaje de vuelta de avión desde Phoenix por una partida de cartas, una discusión que había continuado en el aeropuerto y en las 24 horas posteriores, vía mensajes de texto. El base, excéntrico como siempre, no se había andado con chiquitas y, para desafiar –y asustar- a su compañero, había llevado dos armas de colección: un Desert Eagle bañada en oro y otra Smith & Wesson modelo 29, cañón largo, la misma de Clint Eastwood en la película Harry El Sucio.
Cuando Javaris entra el vestuario y ve el despliegue de armamento, se sucede el hecho más dantesco y bizarro que se recuerde en un deporte profesional de Estados Unidos, digno del más osado guión de Hollywood.
-¿Qué es esto?
-¿Qué te pasa ahora, hijo de p…? ¿No eras que me ibas a disparar? Dale, elige una y hazlo. ¿No eras tan valiente? Porque yo pienso hacerlo.
Crittenton lo escucha de espaldas mientras se acomoda en su locker pero, lejos de amedrentarse, duplica la apuesta.
-No hace falta que me enseñes nada ni quiero ninguna de esas. Porque yo traje la mía.
Javaris mete la mano en su mochila, saca una pistola semiautomática, la carga y le apunta a Arenas en su cabeza. Los compañeros, que hasta hace segundos se reían y disfrutaban de la “ocurrencia”, huyen despavoridos del vestuario. Sólo uno permanece ante una escena surrealista. Se trata de Caron Butler, la otra figura del equipo, un hombre acostumbrado a esas situaciones luego de una adolescencia brutal -en Racine, Wisconsin- en la que admitió “haber soñado más con ser traficante de drogas que con convertirse en jugador de la NBA”. El alero no se pone nervioso. “Viví cosas mucho peores. Presencié más tiroteos de los que puedo recordar y aquel momento fue uno más en mi vida”, reconocería, años después, en su autobiografía. Claro, sólo él podía reaccionar así durante esos interminables segundos. Javaris, nervioso, casi temblando y con su rostro desencajado, avanza sobre Arenas sosteniendo el arma que apunta a la frente. En un punto casi disfrutando del terror de Gilbert, un amante del bullying y el trash talk, acostumbrado a usar su locuacidad callejera y status en el equipo para maltratar y dejar mal parados a algunos de sus compañeros. Ahora, petrificado, no emite palabras hasta que Butler intercede, como había pasado casi dos días antes, en el avión, tras la discusión por una deuda de juego que casi llega a las manos.
-Javaris, baja el arma, por favor. Piensa lo que puede pasar con tu vida si apretás ese gatillo. Dame ese arma, por favor.
Crittenton le hace caso y Arenas, aún asustado, sale corriendo, mientras Flip Saunders, el head coach, llama al 911. “De todo eso yo no vi nada porque ni bien observé lo de las armas, me fui a cambiarme a otro lado. Sabía que algo podía pasar y mi locker estaba justo en el medio de los dos. En el gym me crucé con el trainer y ahí me di cuenta de que no era joda, que el tema era grave… Lo mismo me dijo Drew, el PF, cuando llegué a la cancha. Menos mal que estuvo Caron en el vestuario, sino no sé lo que habría pasado”, recuerda Oberto. Todavía hoy no son pocos los que piensan que, de no ser por Butler, Javaris podría haber apretado el gatillo. Su convulsionada historia en Atlanta y lo que pasaría dos años después de aquel papelón –en 2011 mató (accidentalmente, aseguran) de un tiro a una mujer de 22 años en Georgia y hoy cumple una condena de 23 años en prisión, hasta 2036- dan para pensar que el desenlace podría haber sido mucho peor. Para los protagonistas, la franquicia, la NBA y el deporte estadounidense.
Lo que vino después no fue poco: la NBA y la Justicia Federal, desde el FBI hasta el Gran Jurado, abrieron investigaciones conjuntas que dieron con todos los detalles que narraremos en esta nota. Un hecho gravísimo que terminó con la suspensión de los dos por el resto de la temporada y prácticamente con la carrera de ambos, desmanteló un equipo entero y puso a la NBA en una situación muy incómoda, cinco años después de aquella famosa pelea en Detroit entre jugadores e hinchas... Judicialmente, Arenas recibió una benévola condena de tres años en libertad condicional luego de admitir prácticamente todo lo ocurrido. Sólo enfrentó el cargo de portación de armas sin permiso, cuando pudieron ser cuatro en total. El futuro de su compañero sería un poco peor…
La gran pregunta es cómo estos dos atletas profesionales llegaron a ese extremo, qué pasó en la vida de ambos, cómo eran sus personalidades, y cómo fueron los incidentes previos a aquella detonación de, como calificó Oberto, “un conflicto entre dos personas muy especiales y explosivas”. Dos muchachos con grandes carencias luego de sufrir crianzas marcadas por necesidades afectivas y materiales, violencia y hasta hechos delictivos.
Javaris siempre coqueteó con los problemas en los barrios del sur de Atlanta. Incluso admitió tener amigos que vendían drogas. Pero su talento en el básquet fue tal que le fue escapando a esa realidad. Resultó una estrella nacional en el secundario Southwest Christian Academy. Promedió 29 puntos, nueve asistencias y siete rebotes en su último año, lo que despertó numerosos intereses de universidades. Eligió quedarse cerca de casa, en Georgia Tech, y tras un muy buen primer año (14.4 puntos y 5.8 asistencias), decidió dar un salto temprano a la NBA. En el draft del 2007 resultó elegido en el puesto N° 19 por los Lakers. Nade menos. Así comenzaría una carrera profesional que estaría lejos de lo que él y todos esperaban, con apenas 113 partidos en dos temporadas (2007-2009).
El caso de Arenas fue similar socialmente, con puntos en común en la crianza, aunque diferente desde lo deportivo, yendo de menos a más como jugador. Nacido en Florida, su familia decidió mudarse a Los Ángeles, donde realmente la pasó mal y por meses tuvo que vivir arriba del auto. Allí, en las calles, Gilbert aprendió a los golpes. Y no le escapó a los problemas, con algunos hechos vandálicos (demorado por romper vidrios de autos) y relaciones esporádicas con vendedores de drogas. En la secundaria se hizo famoso - como Javaris-, promediando 33.4 puntos y 8 rebotes en su año senior, lo que le daría una beca en Arizona. Pero Arenas siempre llegaba con un combo: mucho talento pero, a la vez, una actitud rebelde y conflictiva, que llevó a que el entrenador lo confrontara. “Así, nunca vas a jugar un minuto en la NBA y aquí pasará lo mismo si no te pones a trabajar”, le avisó. No lo tomaría bien el base, quien tuvo una relación difícil con el coach y estuvo lejos de desplegar su gran potencial. Sus promedios de 15.8 puntos, 36% en triples y 2.2 asistencias en sus dos años en la NCAA no despertaron tanto interés NBA como él deseaba.
Los Warriors lo terminaron eligiendo en el puesto N° 31 de la segunda ronda, un golpe duro para el ego de Arenas. Aunque no tanto como el que recibió ni bien arribó al campus de entrenamientos de Golden State. Dave Cowens, molesto por algunas actitudes del chico de 20 años, le dijo que en la temporada lo utilizaría “cero minutos”. Por eso, pensando en esa promesa, el base decidió usar el N° 0 en su camiseta. Así, resentido, comenzaría su revancha. Empezaría jugando poco y nada, pero para el cuarto mes se convertiría en un jugador valioso del equipo, siendo su primer suplente. A la temporada siguiente sería el Jugador de Mayor Progreso (18.3 puntos y 6.3 asistencias) y, ya libre, elegiría fichar en Washington. Tras firmar por 65 millones de dólares, se autoproclamaría Agent 0, explicando por qué... “From zero to Zero”, dijo en obvia alusión a las “promesas” de los entrenadores de que no jugaría ni un minuto en la NBA. De repente, en pocos años, Arenas alcanzaría el status de superestrella. Hubo tres temporadas seguidas, entre 2004 y 2007, que promedió arriba de 25 puntos, tocando el techo de 29.3, llegando en todas al mítico Juego de las Estrellas y firmando por 111 millones en 2008.
A la 09/10 había llegado con sed de revancha, tras una lesión que lo había dejado afuera de casi toda la temporada anterior. Para el 19 de diciembre del 2009, el equipo tenía marca de 8-17. Las cosas no andaban bien. “No comenzamos mal, la verdad, pero era un equipo lleno de egos y cuando empezamos a perder, todo comenzó a irse a pique, cada uno quiso salverse por su lado”, recuerda Oberto.
Según Fabri, el principio del fin comenzó aquel 19/12, en el viaje de ida hacia Phoenix, donde perderían por paliza (121-95), con una partida de cartas, el pasatiempo preferido –en vuelos y hoteles- de gran parte de los equipos de la NBA, a veces incluso por encima de salir de fiesta... El cordobés nunca jugó, ni le interesó aprender, pero recuerda al Booray y al Space como los juegos principales. Ambos de control mental, repleto de estrategias y engaños, características esenciales para poner en juego más que dinero… De algún modo, otra forma de competencia que desnuda relaciones de poder y egos, que a veces sirve para ratificar o rectificar los status en el equipo. Más de una estrella tiene una historia famosa –en especial Michael Jordan, Charles, Barkley, Kevin Garnett y Chris Paul- y hay decenas de anécdotas secretas, la mayoría silenciadas por los mismos jugadores ante la vergüenza que podrían generarles si se hacían públicas. Según una nota en el portal Action Netowrd, alguna vez Jason Terry admitió, sin dar nombres de jugadores ni equipo, que había estado en una mano de 1.400.000 de dólares. Pero, claro, las historias que se han conocido fueron aquellas que incluyeron incidentes graves, como la del 2011 de los Grizzlies, cuando Tony Allen enloqueció tras varios manos desfavorables y las cargadas de su compañero y amigo OJ Mayo. El alero terminó agarrando a las trompadas al escolta y, desde ahí, el técnico Lionel Hollins prohibió los juegos de cartas en el equipo. Cuánto se hubiese solucionado si eso hubiese pasado dos años antes en los Wizards…
“Jugar a las cartas nunca me llamó la atención, en el avión prefería dormir o ver alguna película. Pero me di cuenta, en el viaje de ida, que la competencia estaba a full. Y ya en el de regreso a Washington yo estaba con los auriculares cuando me di cuenta que algo pasaba porque estaban todos a los gritos. Cuando me los saqué lo vi a Arenas que estaba cargando a Javaris con su ya clásico trash talk…”, rememora Fab, como le decían en su paso por la NBA. Aquella madrugada, de entrada fueron cinco jugando al booray: Crittenton, Earl Boykins, Javale McGee, Randy Foye y DeShawn Stevenson. La partida estaba desatada, cuando Arenas se despertó y quiso sumarse, al ver lo picante que le parecía la mesa. Lo que más le interesaba era divertirse, burlarse de quien estaba perdiendo, como aquella noche era el caso de Javaris. “Se estaba desangrando”, recuerda. Y así fue que comenzó con su bocota, buscando ridiculizarlo hasta con teatralizaciones incluidas. “Llamen a la azafata, tenemos a alguien que quiere saltar del avión. Avisenle al piloto, por favor”, gritaba. Crittenton explotaba por dentro. “Por favor, chicos, paren porque este tipo se va a ahorcar con el cinturón”, insistía Gilbert. Y disfrutaba cuando más sufría el otro. “Todo el mundo conocía mi estilo, me gustaba meter el dedo en la llaga”, admitiría años espués.
La siguiente mano resultó la definitiva, la última gota de nafta para el incendio, cuando McGee desplumó a Crittenton con un juego imbatible. Javaris se quejó, dio a entender que había un complot entre todos para sacarle el dinero. “Jugaron sucio. Devuelvanmé el puto dinero”, gritó. Y luego se dirigió a JaVale. “¿Vas a dejar que se lleven así mi dinero?”, lo increpó. Ya cuando el avión descendía, la cosa se puso espesa y dio lugar a algunos empujones hasta que Jamison lo frenó y Butler se lo llevó al fondo del avión para calmarlo. Apenas lo logró… Hasta que Arenas volvió a la carga y la discusión siguió cuando recogieron las valijas y luego en el minibús. “Nadie pudo frenarlos, ni siquiera el jefe de seguridad del plantel”, detalla Oberto. El tema escaló hasta que las amenazas se hicieron presentes.
-Javaris, voy a quemar tu auto contigo adentro. Pero, tranquilo, luego buscaré un matafuegos y te ayudaré a salir.
-Bueno, yo simplemente te pegaré un tiro.
-¿En serio? Bueno, yo llevaré las pistolas.
-Dale, pero que sean pistolas de verdad. Yo sé jugar con ellas…
“Sí, la verdad es que se había puesto picante, pero tampoco lo tomé como que podía seguir porque en la NBA, sobre todo a los afroamericanos, les gusta todo el trash talk, están acostumbrados y no pasa de eso. Ni siquiera cuando escuché que le dijo que iba a prender fuego el auto. Todos los tomamos a broma. Incluso algunos decían ‘no estacionemos cerca del auto de Javaris, por las dudas’. Escuché que se dijeron ‘ya vas a ver el lunes’, pero pensé que todo se terminaba ahí. Y más porque al otro día, el domingo, teníamos libre y recién volvíamos a entrenar al siguiente. Está claro que nadie la vio venir”, analiza el cordobés. Oberto asegura que el quid de la cuestión no fue el dinero. “Tampoco era tan grande la deuda. Se trataban de unos 2.000 dólares”, precisa. Arenas admitió que “nada tuvo que ver con deudas de juego sino con las cargadas… Yo podía estar perdiendo 40.000 dólares pero si hacía enojar a alguien, sentía que no era el gran perdedor de la noche”, reconoció. Justamente, estas bravuconerías tan comunes en el deporte estadounidense a veces traspasan límites y tocan fibras íntimas. Javaris estaba cansado de Arenas, de sus sobradas y tiranía, de tener que bancarse el bullying permanente de la superestrella del plantel.
Arenas tenía tres problemas que potenciaban un carácter conflictivo. Primero, era muy competitivo. En exceso. Y no daba nunca un paso atrás. “Sí, claro esa es mi naturaleza. Yo compito a lo que sea, cómo sea y donde sea. Y todo el tiempo. Lo más importante de un deportista es su confianza y no tenerla dice mucho como jugador. Como competidor, no podés dar un paso atrás. Nunca. Es un síntoma de debilidad, para tus compañeros y para ti mismo. Nadie puede venir a decirme a mí que no le puedo meter 60 puntos a Kobe. Yo puedo vencer a quien sea, a los que sea, aunque esté ayudado por quien sea”, admitió poco después de, efectivamente, anotarle 60 puntos a los Lakers de Bryant en 2006. El segundo drama que tenía era ser, básicamente, un mal compañero, reconocido por él mismo en un podcast No Chill. En esa nota admitió, sin pudor y entre risas, que odiaba ir al banco y cuando el entrenador lo sacaba, hacía dos cosas: nunca festejar una acción de un compañero y hacer todo lo posible para asegurarse que el entrenador viera los errores que cometía, sobre todo el que había entrado por él. Todo para que el DT apreciara su gran valor y lo volviera a incluir lo antes posible.
Cuando el fragmento de la nota fue subido a Twitter, Jared Dudley dijo lo que muchos otros piensan. “Eso es tener mentalidad de perdedor. No importa cuándo dinero ganes o lo bueno que seas, los Dioses del básquet nunca te recompensarán. Por jugadores así es crucial tener buenos veteranos en un plantel”, escribió. Consultado Oberto, admitió que tenía esa actitud de jugar siempre y remarcó una dosis de egoísmo, “bastante normal en los jugadores que meten muchos puntos y tienen un ego grande, aunque obviamente algunos lo manejaban mejor que otros. Jordan anotaba 40 y te hacía hacer 30. Gilbert hacía 50, pero eran todas para él”. Sin embargo, aclaró que con él “no había tenido ni un problema. Conmigo tenía la mejor y hablábamos de básquet. Tal vez Gilbert elegía a quienes molestaba. Era excéntrico, de apostar, muy bromista, a veces con humor negro y en otras con el copado. Igual, yo no estaba mucho con él, me juntaba más con Antawn Jamison y Mike Miller”, precisa el cordobés, hoy retirado y con una serie de emprendimientos que lo tienen muy ocupado. El tercer drama, que por momentos lo hacía insufrible, era esa tendencia a vivir haciendo bullying, que se potenciaba por su status en el equipo, lo que no permitía que nadie le pusiera un freno. Una estrella que ganaba millones y encima tenía un gran ego, una boca imparable y un perfil alto. Un macho alfa imparable que, encima, jugaba bien a las cartas y admitía que, “cuando mejor me sentía afuera de la cancha, mejor rendía adentro”. Oberto admite esa característica en Gilbert. “Tenía esa capacidad de meterse en la cabeza de los demás y sacarlos de sus casillas, dentro y fuera de la cancha”, aporta.
Lo que vino después del incidente fue una pesadilla policial que excedió lo que Oberto imagino. “Primero, después de la práctica, me llama por teléfono un abogado de la NBA para preguntarme qué había visto, lo de las armas, y yo le dije que sólo había notado un intercambio de palabras y no mucho más. Al rato me llama mi representante para decirme que dijera todo lo que sabía porque podía caberme la misma pena que los culpables. Ahí empecé a recordar hasta cómo iban vestidos”, recuerda entre risas. Pero no todo quedó ahí. “Tuvimos varias reuniones con gente de la NBA y luego con el FBI. La investigación duró como cinco días y a todos nos pusieron un abogado. Pero lo más insólito sucedió en la tarde previa a un partido contra Orlando. Era jueves, recuerdo, y yo estaba durmiendo la siesta cuando escucho que golpeaban la muerta de forma alevosa. Abro y era alguien de recepción del edificio que me decía que abajo estaba la Policía para ir a declarar… Veo mi celular y tenía llamadas de todo el mundo, incluido del fiscal del caso… Lo llamo por teléfono y le digo que no puedo ir, con unas horas jugaba un partido”, recuerda.
-No me importa si tenés que jugar u operarte del corazón. Vos venís para acá, a declarar, ya.
Oberto se cambió rápido y llegó a las 15.30. “Recuerdo que estuve declarando como tres horas, desde el FBI hasta el Gran Jurado. Llegué a minutos de comenzar el partido. Viví como una película. Luego, lógicamente, fue una debacle: suspensiones y cambios de jugadores. Hubo una limpieza total y yo me fui al poco tiempo a Portland”, detalla. Todo fue extremo, aunque hoy, con el tiempo, tampoco me llama la atención. “Yo siempre fui de sumar en el grupo, pero este era raro, con mucho talento pero algunas actitudes muy especiales”, analiza.
Todo terminó como debía, para ambos. Arenas, pese a ser una figura, jugó apenas 87 partidos más y Crittenton terminó aún peor, luego de matar de un tiro a Julian Jones, una mujer de 22 años -madre de cuatro hijos- mientras caminaba por una calle de Atlanta. Se comprobó que fue de forma accidental, que el objetivo era otro –se cree que un hombre que le había robado-, pero está claro de lo que Javaris era capaz… Un base-escolta que tenía un historial delictivo: aseguran que había participado del tráfico de drogas, que pertenecía a una banda armada en Los Ángeles cuando jugó en los Lakers y que alguna vez le había disparado también al hermano de un integrante de ese grupo. Hoy cumple una sentencia de 23 años en la Penitenciaria Washington State, en Davisboro, Georgia. Arenas, retirado hace siete años, hace esporádicas apariciones en notas, pero no quedó ligado a ningún trabajo relacionado a la NBA.
Todo cambió una madrugada. Por una partida de cartas. Por una lucha de egos. Por querer ser más macho o más ganador. Disputas que esconden carencias severas y personalidades enfermizas asesinas de talentos…
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