Jugar en el Barcelona es sublime y emocionante: imagino que para un jugador es como pertenecer a un templo cuyas paredes permiten ver las más admiradas obras de arte, casi inalcanzables para el resto del mundo por su valor y su historia. Pero al parecer dicho templo está expuesto a movimientos sísmicos que derriban las obras de arte que lo tapizan y cada tanto se les cae el techo sin poder evitar que los escombros de la precipitación desfiguren las imágenes perfectas de su conmovedora galería. El piso es movedizo, sobretodo para los extranjeros…
El primer caso fue el del húngaro Ladislao Kubala en los 50′. Era el ídolo absoluto hasta que tomó la dirección técnica Helenio Herrera y prefirió como titular a Luis Suarez Miramontes, (gallego de La Coruña quien hoy tiene 85 años) Balón de Oro en 1960. Los dirigentes del Barça que lo veneraban lo fueron degradando a pesar del clamor de los hinchas. No obstante su cesantía como jugador Kubala regresó y fue director técnico en dos periodos: 62-63 y 80-81. Su biógrafo, Fréderic Porta, realizó esta comparación: “Ahora dicen que Messi manda en el club y seguro que manda, pero nada que ver con la influencia que tenía Kubala. Este sí que mandaba e incluso decidía los fichajes y a nadie le extrañaba [...]“. Y lo define como jugador: “Sería la suma de Messi y Beckham y encima saliendo de noche”.
Hablábamos sobre este tema con Diego en La Habana. Transcurría febrero de 2000 y la noche crecía en silencio con el frescor de una brisa amiga. Habíamos cenado austeramente en el interior del chalé que Diego ocupaba en La Pradera y Guillermo Coppola desde una hamaca colgante sujeta a dos palos, le ponía sonrisa a la charla evocando anécdotas.
Estaba en marcha la primera etapa del libro autobiográfico y Maradona, en plena recuperación de su salud, me asombraba con esa memoria prodigiosa e intacta pues no solamente recordaría lo macro sino los detalles mínimos de cada uno de los hechos de su vida.
Fue así que cuando llegamos al episodio ruptura con el Barcelona –reflejado desde la pagina 65 del libro “Yo soy el Diego de la Gente” escrito en coautoría con Daniel Arcucci– Diego reaccionó con indignación. Fue uno de los pocos momentos en los cuales lo noté enojado. Y por cierto que antes de referir lo que a él le había ocurrido, sabía con precisión histórica detalles de rupturas anteriores como las del mencionado húngaro Ladislao Kubala y muy especialmente la de Johan Cruyff.
— Nos pasó lo mismo –decía Diego aquella noche presidida por estrellas luminosas y titilantes– Cruyff tuvo bolonqui con un entrenador alemán, un hombre grande con apellido difícil (Hennes Weisweiller, se llamaba) porque después de un partido contra el Sevilla que perdieron 2-0 lo sacó, lo mandó en cana y lo reemplazó por Carlos Rexach (el hombre que 25 años más tarde recomendó al Barcelona incorporar urgentemente al pequeño Lionel Messi). Después de ese partido –evocaba Maradona en La Habana hace más 20 años– Cruyff se rechifló con este Weisweiller y pidió irse del Barça. Me acuerdo que Neeskens dijo “si no juega Cruyff yo me voy” y todo terminó en escándalo con Cruyff –por quien el Barça había pagado 10 millones de dólares y un salario de 12.000 dólares mensuales más premios, un récord para la época–, también echó al técnico alemán y a Neeskens. (A pesar de este grave hecho Cruyff volvió al Barça y fue entrenador desde el 88′ hasta el 96′) . Te lo juro, es muy difícil jugar en el Barcelona, los dirigentes son complicados y una gran parte de la prensa los apoya siempre.
“Mirá lo que me pasó a mí”, dijo Diego y comenzó a contar lo ya testimoniado para en el libro:
— Cuando yo había llegado en agosto de 1982 estaba el alemán Udo Lattek. Después, cuando a él lo despidieron gracias a Dios porque era imbancable y Núñez me sugirió el nombre de Menotti, yo le dije que sí, que era el más indicado. Pero que le quedara claro que él me había preguntado, no que yo se lo había sugerido. Y bueno, con él ganamos una Copa del Rey y una Copa de la Liga. Ese fue el mejor Barcelona que yo integré, táctica y técnicamente. Muy distinto al primero, muy distinto.
— …Con el Flaco Menotti al frente terminamos cuartos en la Liga; yo pude jugar los últimos siete partidos. Volví el 12 de marzo del ’83 contra el Betis justo el día que debutó él como entrenador. Empatamos 1 a 1 y yo me fui de la cancha con una calentura bárbara: me había ahogado, no acerté una y la gente se fastidió con nosotros. En la anteúltima fecha, le metí tres a Las Palmas pero ni siquiera eso me tranquilizó. Y encima mi enfrentamiento con José Luis Núñez llegó a su punto máximo: se venía la final de la Copa del Rey, yo tenía tantas ganas de ganarla como él, pero como siempre, Núñez (presidente del Barcelona desde 1978 hasta 2000, fallecido en el 2018 a los 87 años) iba más allá. Hizo ir a la práctica a Jordi Pujol (líder de la ideología nacionalista catalana) que era el presidente de la Generalidad de Cataluña para que me dijera, bien clarito: Muchacho, confiamos mucho en usted y lo necesitamos. Toda Cataluña estará pendiente de este partido, hay que ganarlo… ¡Hijo’e puta! Núñez, sabía que Schuster y yo teníamos una invitación de Paul Breitner (multicampeón con el Bayern Munich, campeón de Europa 72′ y campeón de los mundiales 74′ y 82′) para su partido despedida que era antes de la final por esa copa y no quería saber nada de dejarnos ir. Nos metía presión hasta con los políticos de la ciudad… “¡Si el Madrid no cede a Santillana, pues nosotros tampoco a ustedes!”, gritaba histérico. La hecatombe total llegó cuando me retuvo el pasaporte. Me llenaba de orgullo que el alemán Paul Breitner, el gran Paul Breitner (muy querido y respetado, de declarada ideología maoista) me hubiera invitado a mí, ¡a mí!, a su partido de despedida. Era una cosa que me quería ir, ¡ya!… Nos mandaba un avión privado a mí y a Schuster. Yo lo había llamado y le había dicho que sí, que iba a ir. Hasta que Schuster me pregunta con su tono alemanote: “¿Tienes-el-pasaporrrte?”. Y yo le contesto: “Sí, por supuesto, Jorge (a Cyterszpiller) andá a buscarlo”. Y entonces veo que al gordo se le transforma la cara, es que se lo había entregado al club para que lo tuvieran ellos por si había viajes por las copas europeas y esas cosas… ¡Lo quería matar! Ahí nomás tuve la sospecha de que Núñez no me la iba a hacer fácil, todo lo contrario. Me iba a romper los huevos. Era lunes, lo hice llamar por teléfono al club para que me mandaran el pasaporte y no, no lo mandaban. Otro día más y nada. Entonces fui y pedí hablar con Núñez. No está, me dijeron primero. Yo había visto el auto y al chofer. Ahora no lo puede atender, cambiaron enseguida de excusa. Vino otro dirigente que yo quería mucho, Nicolau Casaus, que había nacido en Mendoza (fue vicepresidente desde 1978 hasta 2003 y falleció el 8-8-2007), casi llorando: “No Dieguito, no te lo podemos dar, el presidente no quiere…”. Estábamos en la sala de trofeos, en el Camp Nou; entonces le dije: “¿Así que el presidente no quiere dar la cara? Yo voy a esperar cinco minutos… Si no me dan el pasaporte, todos estos trofeos que están acá, que son divinos, que son de cristal, los voy a tirar uno por uno”. Casaus me rogaba: “No, Dieguito, no podes hacer eso…”. Y el alemán Schuster se sumaba otra vez: “A-vi-sssa-me-qué-émpezamos.” Agarré un “Teresa Herrera” (tradicional copa anual que se disputa antes del comienzo de cada temporada) hermoso y lo interrogué por última vez a Casaus…
—¿No me da el pasaporte?
—No, el presidente dice que no…
—Está, se hace negar y no me da el pasaporte.
—No, ¡sólo dice que no puede dártelo!
Levanté lo más que pude el trofeo y lo tiré… ¡Puuummbbb!… Hizo un ruido… “Tú-éstas-loco”, me dijo Bernd Schuster. “Sí, estoy loco. Estoy loco porque no me pueden sacar el pasaporte… Y cuando pasen más segundos, más minutos, más trofeos voy a tirar”. La cosa es que me devolvieron el pasaporte… pero no nos dejaron ir al partido de Breitner. No sé qué carajo, pero había una cláusula de la Federación Española… Pero les rompí un Teresa Herrera y el pasaporte me lo dieron; era anticonstitucional que se quedaran con él.
— …La Copa del Rey la ganamos igual, aunque yo tenía una calentura que volaba contra Núñez: la final fue en Zaragoza, el 4 de junio del 83, contra el Real Madrid (2-1), dirigido por un grande, don Alfredo Di Stéfano…
— …La cosa era tirarnos con todo a la Liga 83/84. Y arrancamos perdiendo 3 a 1 contra el Sevilla el 4 de septiembre. Eso fue un mal presagio me parece. Pero enseguida empezamos a levantar: le ganamos al Osasuna, al Mallorca, y en la cuarta fecha tenía que venir al Camp Nou nada menos que el Athletic de Bilbao… Era el 24 de septiembre de 1983. Ese mismo día a la mañana me pasó una cosa increíble. Fui a un hospital para visitar a un pibito que estaba muy golpeado porque lo había atropellado un auto. ¡Tenía las piernas a la miseria, pobrecito! Cuando me vio, se le iluminó la carita; lo saludé, le di un beso y me apuré a irme, porque esa misma noche tenía que jugar el partido. Cuando ya estaba en la puerta, el nene desde la cama hizo un esfuerzo y me gritó: “Diego, ¡cuídate, por favor, que ahora van a por ti!”. Eso me dijo: ahora van a por ti. Cuando el vasco Andoni Goikoetxea me fracturó nosotros le íbamos ganando tres a cero al Athletic, ¡tres a cero! Yo pude ver la jugada dos días después por televisión. Estaba tirado en la cama del hospital en Barcelona y atiné a decir: “Goikoetxea sabe lo que hizo”. Yo no lo había visto venir en la cancha. Si no lo habría esquivado como tantas otras veces ante tantas otras patadas. Pero sentí el golpe, oí el ruido, era como el de una madera que se rompía y enseguida me di cuenta. Cuando se acercó Migueli y me preguntó qué me pasaba, cómo estaba, le dije, llorando: “Me rompió todo, me rompió todo…”.
— …Uno de los tantos encontronazos que tuve con Núñez fue porque no me dejaba hablar con la prensa. Sí, no me dejaba hablar con un periodista en especial, José María García que lo criticaba mucho a él. Yo igual hablaba, con García, con Pérez, con Magoya, yo hablaba para la gente… La cosa es que me llama un día y me dice: “Le prohíbo darle notas a García”. Yo le dije que no, que a mí no me prohibía nada, que mientras yo me entrenara y jugara, que para eso había firmado el contrato, él no me podía prohibir nada. Le dije que no me había comprado la vida. ¿¡Para qué!?: se puso como loco… Con esas cosas, yo ya sabía que era boleta. Núñez –bajo cuya presidencia el Barcelona logró 30 diferentes títulos– ya me había dicho que el que mandaba era él. “Está bien, me parece perfecto que mandes vos”, le contesté, pero a partir de ahí empezó una pelea muy fuerte a través de los diarios. Cuando jugábamos bien, no pasaba nada. Pero apenas empatábamos, ya empezaba con que cómo me había agarrado la hepatitis, que salía de noche, que andaba con mujeres, que esto, que lo otro. Todo gracias a una prensa controlada. Entonces un día corté por lo sano y le dije:
—¡Quiero que me venda!
—¡No!
—Entonces, ¡no juego más! Y salió lo del Napoli.
Fue sucio lo que me hizo Núñez, muy sucio. Tan sucio que mucho tiempo después, cuando ya estaba en Italia y volví a España para recibir un premio, como el mejor jugador iberoamericano, o algo así, el tipo buscó venganza y me inventó una historia que me pudo haber salido muy cara. Un pibe dijo que yo lo había atropellado con el auto y le había quebrado las piernas. La policía me fue a buscar a la entrega de premios y me llevó preso. Los jugadores se enteraron y me fueron a buscar… Estaban Schuster, Hugo Sánchez, Juanito, que en paz descanse… Juanito les gritaba, desde afuera de la comisaría, ¡Viva Franco! y yo adentro, firmando papeles y mirándolo a los ojos al pibito: “¿Cuándo te pisé, yo? ¿Cuándo? ¡Contales todo, deciles que es una mentira de Núñez, por favor!”. La cosa es que mi paso por Barcelona terminó siendo nefasto.
Antes de que finalizara su contrato con el Barcelona, Joan Gaspart ,quien por entonces era el vicepresidente, puso ante los ojos de Diego un contrato de renovación para que Maradona pusiera la cifra. Y mientras Jorge (Cysterpiller) le decía el monto que mas le optimizaba tan cuantioso e histórico convenio Diego se negó y le dijo a su representante: “Decile a los del Napoli que voy a jugar allá, no sé qué es, ni a dónde voy, pero nos vamos”. Y rompió el papel.
Messi, pasada la emoción de su reacción explosiva reflexionó y decidió quedarse en el Barcelona. Lio ya no es más el hijo de Don Jorge, es también el marido de Antonela, el padre de sus tres hijos y sus decisiones dejaron de ser parento filiales o independientes. Un nuevo proyecto se pondrá en marcha para que el Barcelona tenga otro presidente en marzo lo que permitirá que puedan llegar Iniesta y Puyol a la secretaria técnica y Xavi Hernandez a la conducción. Nada terminó, todo está por comenzar.
Maradona, en cambio, ante una situación similar ocurrida hace 36 años procedió distinto: pegó un portazo y se fue. Acaso sin saberlo con aquella actitud habría de cambiar su propio destino, el del Napoli, el de la ciudad, el de la región y también el del fútbol italiano.
Le pregunto: usted, ¿cómo hubiese procedido?, ¿como Maradona o como Messi?
Archivo: Maximiliano Roldán
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