La imagen, un hombre pronto a ducharse, vestido con una simple remera, un pantalón de baño y calzado con ojotas. Un futbolista de vacaciones, que recién dejo la playa y en diez minutos quedara desnudo bajo la lluvia, para un baño reparador. Enfrente un confidente, disfrazado de periodista.
Hace algunos días, por aquí, discurríamos sobre la liviandad de ropas de Leo Messi, nos animábamos a definirlo como un Rey desnudo. Solitario. Taciturno. A horas de perder la semifinal ante el Bayern 8 a 2, la imagen reflejaba un hombre con la mirada perdida en el piso de aquel vestuario, buscando respuestas. De allí no nacerían miles de excusas se plantearon por parte de sus cortesanos. “Que no lo rodearon como se merece... Que hay que comprar futbolistas que lo entiendan... Que no puede hacer todo solo, que es un incomprendido”. Decenas de argumentos que lo eximían de las culpas, como en el cuento de Andersen, los vestían con ropas invisibles.
El responsable era Bartomeu, el presidente del Barcelona. Revisando la planilla comprobamos que este no jugó. Pero igual era el destinatario de la quietud de su equipo, de una defensa dislocada y un ataque frío, encabezado por Messi. Una versión ridícula. Solo para entretener y vestir al monarca.
A Messi lo acompañan en el club catalán uno de los mejores arqueros de Europa, Ter Stegen, por Piqué, uno de los mejores zagueros centrales de los últimos 10 años; por un lateral que hasta allí le calzaba como anillo al dedo: Jordi Alba. Un medio campo de lujo, Busquet, De Jong, Vidal y Rakitic. Y arriba como, socio, su mejor amigo y tremendo goleador, el tercero en la historia del Barcelona, Luis Suárez.
Ante tantos nombres, aquello que el capitán esta solo y sin compañía, parece un argumento ridículo, endeble; un justificativo para salvar de responsabilidades al máximo goleador español de la ultima temporada.
Las reiteradas explicaciones del gigantesco mundo que rodea a Messi, hasta ayer parte de un grupo de falsos, según sus propias palabras, que lo alababan sin destino, no lo ayudaron...
No hay justificativos.
Un solo partido no puede cambiar la idea para transformar al candidato a ganar la Champions, a mirar un grupo de desarrapados, compañeros del líder, que parecía jamás jugaron a la pelota.
Messi es el máximo responsable de lo que ocurrió, como lo fue en los tiempos de las victorias, junto a esos mismos futbolistas. Los que ganaban los campeonatos españoles y ponían en ridículo al resto de los equipos del campeonato hispano, con goleadas abrumadoras que regodeaban a todos.
Pero si algo faltaba para certificar la desnudez del ídolo fueron sus declaraciones ante ese amigo que le arrimaba preguntas en su casa de Casteldefels. Nada del Messi introvertido, a su manera cantó. Sin expresiones. Era lo mismo, el llanto de sus hijos, que la crítica al presidente del club; el pedir un equipo competitivo, olvidándose que es el capitán de sus compañeros de antes y de hoy, que repetir mil veces me quiero ir. Todo en el mismo tono, como juega desde hace mucho tiempo, a pesar de sus sus colaboradores obsecuentes, sin matices, presto a desnudarse para darse un baño.
Messi reiteró que si no fuera por su amor al Barcelona, se iría. No explicó que parte de esos hombres que lo acompaña lo aconsejaron mal y tenía todas las de perder ante un eventual juicio. Todo lo centro en un club que quiere, pero del que reniega porque no tiene proyecto. Sorprende tal afirmación, cuando uno lo vio jugar al equipo de Setién las semifinales de las mas grande competencia en Europa.
En la entrevista entre amigos, se lo vio con la mirada perdida y sin emociones. Si resalto, que lo mejor es irse. La realidad lo enfrenta a que tiene que quedarse en un mundo que adora, pero le hace daño. Rara paradoja.
A Messi le faltó rebeldía para definir lo que siente, mas allá de los perjuicios, quiere ser feliz y por un montón de millones se queda insatisfecho en un mundo que lo mirara de reojo. Ningún compañero sacó la cara por el, salvo Suárez con sus apariciones acompañando al jugador afligido.
Si lo que privilegia es sus bienestar y ganar, este que llega es el peor de los mundos, mal rodeado y en un club sin proyectos.
En la charla, junto a su amigo, junto al mar, no hubo autocrítica. Desparramó amor y aflicciones.
Messi se sacó de encima a un mundo hipócrita, el que lo adulaba y en estos días lo criticó. Todavía no descargó un gramo de la carga invisible que lleva encima.
Debería empezar por saber que hoy hay que entrenarse y correr. Seguir gambeteando como sabe y sacarse de la cabeza pruritos y censuras.
Nada será como antes.
Hoy a su velocidad se la empatan o superan, pero mientras esté en la cancha deberá esforzarse. El genio parece intacto. No alcanza. En el mundo en el que vale mas la recuperación que la tenencia, hay que volar mas rápido.
Sandro Botticelli, el gran pintor italiano compuso una gran obra, hasta hace poco propiedad de la familia española los Guardans-Cambio, llamada el Retrato de Michele Marullo, el hombre insatisfecho. Esa pintura, declarada Bien de Interés Cultural Español, cotizada en 60 millones de euros, se exhibió en el Museo del Prado. En la tela el maestro muestra los gestos del poeta, incomprendido, petulante y amargado, que murió triste, lejos de Constantinopla, la patria perdida. No le vendría mal a Messi pasar frente al retrato y ver aquel rostro contrariado. Rápidamente rompería su espejo y comenzaría a vestirse con sus verdaderas ropas, la del excelente jugador que es, claro que sin tanto confidente cerca, puede que allí quede algún que otro amigo falso...
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