La agenda de Faryd Camilo Mondragón Alí de golpe está repleta. Su apellido vuelve a ser parte de las marquesinas. Los medios están detrás de sus palabras. Ya no retumba el “Mondragón, Mondragón” desde los costados de la Doble Visera. Pero Independiente, uno de los clubes de sus amores –junto con Deportivo Cali y Galatasaray–, lo colocó en el centro de esta atípica escena pandémica al nombrarlo como embajador en todo el planeta. El flamante director de relaciones institucionales. El encargado de sembrar los tentáculos que intentarán refrescar las relaciones rojas por el mundo. Su figura es una proyección de la de la institución.
El colombiano de 49 años, que dejó un grato recuerdo en su doble estadía por Avellaneda (1995-98 / 99), repasa algunas perlitas de su trayectoria con Infobae. Desde Cali, a la espera de que la pandemia amaine y permita retomar los movimientos internacionales con normalidad, el ex arquero comenta que en Colombia se levantó la cuarentena obligatoria y pide que el cuidado personal sea a conciencia para ayudar a las autoridades sanitarias a combatir este virus.
Aquel muchacho que salió de Cali en los 90 cuenta sobre sus espaldas con presencias en el fútbol paraguayo, español, francés, turco, alemán, norteamericano y, lógicamente, argentino. Su última función la dio en el 2014, donde tuvo la posibilidad de convertirse por entonces en el jugador más longevo (43) en disputar una Copa del Mundo con su selección, la misma que acompañó –por ejemplo– sentado en el banco de suplentes durante el 5-0 ante Argentina en 1993. Más de dos décadas entre un hecho y el otro. En el Rojo fue sinónimo de seguridad y victorias. Aquel que pudo darle garantías a la pesada herencia de los tres palos que poco antes habían sido propiedad de Luis Islas, quien también le compartió otro legado.
– Tus buzos de arquero en Independiente quedaron en la memoria de los futboleros, ¿cómo surgió la idea de usar esos modelos?
– Fue un tema casi de sucesión, heredado. Luisito Islas venía utilizándolos, se los hacía el señor Toledo. Cuando llegué me dijo: “Mirá, le hago los buzos a Luis”. Y le pedí que me hiciera uno azul fuerte. Lo empecé a usar y en algún momento El Gráfico, o Víctor Hugo, me puso “El ángel azul”. Se dio que pudimos ganar la Supercopa y a partir de ahí empezamos a cambiar los colores y los diseños, pero el azul quedó en la memoria. Era el señor Toledo el que los fabricaba. Me quedó realmente un gran recuerdo.
– ¿En qué momento creés que se afianzó definitivamente tu relación con el hincha de Independiente?
– Creo que a partir del penal que le atajé a Gaby Amato en la Supercopa ante River (1995). Ese momento fue de inflexión. El momento del delirio, del inicio de esa luna de miel del hincha hacia mí y de mí hacia el club. Considero que el cariño, el respeto, es un poco exagerado, más que generoso. Porque hay jugadores que logran más cosas en el club, pero no todo en la vida se mide a través de logros. Hay un tema de sentimientos, de química.
– Hace un tiempo habías dicho que se te habían caído algunas lágrimas cuando descendió Independiente, ¿fue así?
– Sí, no lo podía creer. Me dejó muy sentimental porque para todos los que nos pusimos la camiseta en algún momento pensar en un descenso era impropio, una utopía, ni se pensaba. Yo llegué al club y a los cuatro o cinco meses gané mi primer título. Era llegar a ganar, a triunfar, a ser exitoso. Lo que aprendí yo como deportista, como ser humano, cuando estuve en el club, era que había que pelear siempre por ser el primero, el mejor. No había lugar para la mediocridad. Había que, a través de la excelencia, mantenerse en el mejor lugar. Una circunstancia impensada fue...
– Hay otro colombiano que dejó una marca en Independiente que es el Palomo Usuriaga, ¿qué recuerdo te quedó de aquellos días como compañero?
– Fuimos compañeros en la selección y en Independiente. Un tipazo, muy noble, un crack. Callado, difícil de llegarle, pero en el momento que te abría las puertas de su vida, de su corazón, era muy cariñoso. Qué voy a descubrir de Usu en una cancha de fútbol: un tipo con unas condiciones innatas, atípicas para su altura, para su tamaño corporal. Con técnica, con velocidad, improvisación. Usuriaga y Asprilla han sido de esos delanteros colombianos con los que tuve posibilidad de jugar y que más he admirado. Me acuerdo de una rabona que metió en el travesaño en Santa Fe contra Unión en el 96. Ganábamos uno o dos a cero. Un gancho y una rabona que se estrelló en el horizontal y volvió casi a la mitad de la cancha. Un día, recién llegado, jugábamos contra Gimnasia en Avellaneda el viernes. Menotti como DT. Lo metió faltando quince minutos con el partido cero a cero. En dos jugadas definió, dos a cero. Era él. Hacía tangente lo impredecible.
– Siempre reconocés que el paso por Zaragoza en 1999 te quedó como una cuenta pendiente, que te marcó la carrera, ¿por qué?
– No llegué lo suficientemente preparado. Ni maduro como profesional, ni como ser humano. Era un reto jugar en la Liga de las estrellas, pero llegué inmaduro. Pensé que con muy poco me iba a bastar. Ahí creo que la vida y el fútbol me dieron un gran aprendizaje. Una gran enseñanza. Estuve casi ocho meses sin club, hasta que Independiente, como siempre y por eso el agradecimiento permanente, le volvió a abrir las puertas al hijo que andaba como un gitano perdido por el mundo. Lo volvió a arropar. Me fui en enero del 99 y regresé casi un año después a Independiente. Durante ese 99 estuve casi ocho meses sin club, entrenando por mi cuenta...
– ¿Es cierto que llegaste a pesar más de 100 kilos por entonces?
– Sí... Me di cuenta que mi vida, mi rutina alimenticia, de entrenamiento, mi pensamiento respecto a mi profesión tenían que cambiar. Fue un punto de inflexión y mi vida cambió rotundamente. Después del 2000 empecé a tener los mejores años de mi carrera. Llegué a Galatasaray (2001-07), donde jugué casi medio centenar de partidos de Champions League y estuve en el momento más alto de mi carrera futbolísticamente hablando. Me casé con quien había sido mi mejor amiga de toda la vida, tuve dos hijos. Mi vida cambió positivamente del 2000 para adelante. Son aprendizajes del fútbol y la vida. En la vida el problema no es equivocarse, somos humanos y el error hace parte de la naturaleza de la vida. La ventaja es poder capitalizar el error a través de aprendizajes, de enseñanzas.
– ¿Y cómo se convive con la presión constante del fútbol de elite?
– Es un tema más de costumbre, que te va ayudando a forjar el carácter. Hace parte de las reglas de juego. Así como los elogios te potencian a través del estado de ánimo y te hacen sentir mejor, también los insultos o las críticas te tiene que ayudar a ir aprendiendo, a recibirlas, digerirlas, y a partir de ahí también te tienen que ayudar a fortalecerte y crecer. Ahora con el diario del lunes, ya con 49 años, es más fácil darte un dictamen, pero cuando tenés 20 o 25 años, no. Pensás que quien te critica es un enemigo y no tenés la madurez de digerir y decir: “Hay algo que estoy haciendo mal y debo corregir”. Hay críticas con buenas, regulares o malas intenciones. Eso cada cual lo va descifrando. Pero hoy en día uno se da cuenta que muchas veces dejaba pasar oportunidades de crecimiento por cazar peleas pensando que era un tema netamente personal. Transformar las críticas en un tema personal creo que era la peor de las opciones.
– ¿Y con los elogios llegaste a confundirte?
– Justo antes de ir a España, después del Mundial 98, había hecho un muy buen Mundial, llegué a Independiente y estaba simplemente pensando “a qué hora llega un club grande de Europa a contratarme”. En vez de haberme enfocado en seguir en mi club, que me había dado tanto, seguir preparándome, se distrae uno. Empieza a pensar mil cosas diferentes.
– ¿Cómo se convive con el retiro? ¿es difícil tener que reubicarse en la sociedad?
– No es fácil, al margen de que te vayas preparando. Porque es prácticamente la vida, desde muy joven, son 24 años de tu vida, los años más productivos, con más juventud, que le has brindado a una profesión que al final del día es tu pasión transformada en profesión. No es fácil porque adquiriste hábitos. Mentalmente te has generado una percepción a través de las responsabilidades, de la competencia, prepararte para cumplir ciertos objetivos. Como te digo: al margen que te prepares o no para el retiro, nunca va a ser fácil. Pero los que tuvimos la fortuna de estar ligados al fútbol, tenemos la capacidad de poder disfrutarlo y seguir trabajando en algo que como te digo es nuestra profesión, pero en realidad es nuestra pasión.
– Estuviste en el banco de suplentes de Colombia en el histórico 5-0 sobre Argentina en 1993, ¿cómo lo vivieron?
– Obviamente había mucha euforia, mucha alegría y muchísima sorpresa. Antes del partido, por más confianza u optimismo que hubiera tenido, es un resultado que hoy en día sigo pensando que fue consecuencia de hechos puntuales, donde un equipo aprovechó de manera muy eficiente los errores del contrario. Es lógico que de una selección a otra no había cinco goles de diferencia. Fue un contexto sui géneris, único. En el fútbol puede pasar cualquier cosa, pero es muy difícil que se vuelva a repetir. Esa selección de Colombia mereció pasar de la manera que pasó. Independientemente del 5-0, Colombia jugó muy bien la Eliminatoria. Interpretó a la perfección lo que Pacho (Maturana) y Bolillo (Gómez) querían. Jugaba de memoria. Muchos jugadores al top de su rendimiento como el Pibe (Valderrama), Rincón, Asprilla, Valencia, Leo Álvarez, Óscar Córdoba, que fue muy regular en la Eliminatoria y en el partido en Buenos Aires fue un factor fundamental.
– ¿Cuándo se dieron cuenta que era algo histórico lo que estaban viviendo?
– Ya después del tercer gol. Cuando llegó el cuarto, sabíamos que no era normal. El quinto fue directamente la confirmación de que estábamos ante un momento único...
– ¿Era tan difícil jugar en Colombia durante los 90? Los relatos con el tiempo vincularon a esa etapa con el peligro
– La verdad que no me tocó, me fui muy joven. Debuté en el 90, jugué un solo partido. Durante el 91 y el 92 estuve a préstamo en clubes chicos y en el 93 ya me fui. No regresé hasta casi veinte años después. No me tocó muy de cerca cómo se vivía la historia de la época complicada, la época violenta en Colombia siendo futbolista. Cuando volvía era para la selección y era un contexto ajeno, diferente. Una burbuja en la sociedad. Pero lógico que el momento de la muerte de Andrés Escobar nos tocó vivirlo de cerca y es algo de lo que no me gusta hablar mucho...
– En Colombia y Argentina hay jugadores muy talentosos, pero con distinto estilo, ¿cuál es la diferencia entre cada uno?
– Tienen muchas cosas de aprender los unos y los otros. ¿Qué destacaba del argentino? La jerarquía, la raza, el carácter, la mentalidad ganadora, el temperamento. El jugador argentino de chico se forma siendo competidor. Maneja muy bien el tema de la presión en un país netamente futbolero, donde en la sexta, la quinta o la cuarta ya sabe lo que es jugar un clásico. El colombiano, a través de la condición física, técnica, mucho más elástico, flexible, laxo, en ese aspecto más hábil, a través de la gambeta, la velocidad. Muchos tuvimos que hacer el puente por Argentina para madurar, formarnos y dar el salto a Europa. Otros no, son escuelas. Yo agradezco y valoro mucho la escuela Argentina que me ayudó a aprender muchos valores.
– Hoy por hoy te toca volver a Independiente para asumir el rol de director de Relaciones Internacionales, ¿cómo se explota en la actualidad la marca de un club en el mundo?
– Dando la cara. Tocando las puertas necesarias. Si el Real Madrid tiene a Di Stéfano como ícono, nosotros tenemos al Bocha y eso hay que capitalizarlo. El Bocha tiene que ser todo: referente, asesor, imagen, nombre del estadio, todo. No sólo el Bocha, Chivo Pavoni, Pepé Santoro, mismo Burru, Goyén y la cantidad de figuras que han pasado por Independiente. Cacha Forlán, Kun Agüero, Tagliafico, Barco, Emi Martínez. Los activos y los retirados. Todos tienen una historia con el club y que nos enlazan con otros clubes en el mundo. Estoy feliz de volver a mi casa. Lo más importante es tener como back up la historia del club, te hace las cosas muy fáciles. Hay que posicionar la marca Independiente en el mundo, porque creo que a través de su historia tendría que estar a la altura de cualquiera.
– ¿Hablaste con Emiliano Martínez después de estos buenos rendimientos que está teniendo en Inglaterra?
– Tuve la posibilidad de felicitarlo. Lo había conocido cuando Ospina estaba allá (en Arsenal). A partir de ahora espero instrucciones del departamento de marketing y comunicación porque ellos son los verdaderos protagonistas de la historia. Estoy descubriendo este proyecto. Ellos ya traían un trabajo. Se anunció la criptomneda en los últimos días, algo en lo que Independiente es pionero con el PSG, Galatasaray y muchos otros clubes en el mundo.
– ¿Lo vas a llamar también al Kun Agüero?
– Claro que sí. Más que llamarlo, quiero ir a visitarlo. He visto al Kun dos veces en mi vida. Una vez en Colonia, que fueron con el Atlético de Madrid a jugar contra el Leverkusen y fui a saludar a Forlán. Ahí conocí al Kun. Me contó del cariño y admiración de su padre hacia mí. Luego vi en las redes una foto que el Kun se tomó en algún momento cuando era alcanzapelotas en Independiente. Luego, el mismo día que fue Pusineri, también me lo encontré. Estaba haciendo TV en Colombia, fuimos a visitar al City y Pusi estaba ese día ahí. Sabemos del cariño que tiene Agüero hacia Independiente, el sentido de pertenencia. Con su padre me he encontrado en un par de ocasiones. Este tipo de íconos, de embajadores, hay que saber capitalizarlos por el bien de la imagen del club. Estoy seguro de que lo va a hacer con todo el cariño del mundo. Lo que hicieron él y Milito construyendo la ciudad deportiva, hay muy poca gente en el mundo que han hecho algo así. Con Gaby y él tenemos ejemplos de verdaderos ídolos y embajadores de la institución. Hay que aprovecharlos.
– Hay un deseo de todos los hinchas, ¿creés que va a volver a Independiente en algún momento?
– Ojalá, es la esperanza que tenemos todos. Creo que algo adentro de su corazón seguramente lo tendrá. Pero bueno, hay que ser respetuosos en las decisiones. Porque siempre al margen del sentimiento que uno tenga hacia el club, el hecho de que no vuelvas para el final de tu carrera no quiere decir que no lo quieras. Tampoco es una obligación. Hay que ser respetuoso y darle la libertad para que uno pueda escoger al final de su carrera como mejor le parezca. Eso no tiene que interceder, ni manipular, ni cambiar ningún tipo de opinión, ni de imagen, ni de concepto que se tenga de alguien. Tuve la posibilidad de terminar mi carrera en el Cali, porque la vida me dio la posibilidad, pero no necesariamente eso significa que tengas más o menos cariño por el club.
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