“Leo está destrozado”.
Messi suele pasar bastante tiempo con su teléfono. Ya no tanto como cuando era chico. En esa época era una extensión de sus manos, salvo cuando jugaba o descansaba. Aunque muy poca gente tiene el teléfono de Messi. Usa uno solo. No como otros que tienen dos, uno para cuestiones más sociales y el otro estrictamente personal. Con ese número se conecta su familia, amigos, futbolistas conocidos y un tan selecto como pequeño grupo fuera del ámbito futbolístico. Son contados con los dedos de una mano los periodistas argentinos que tienen acceso directo a él por WhatsApp. Después participa de algunos grupos como cualquier terrenal. Uno es famoso y pequeño a la vez: están solamente Leo, Luis Suárez y Neymar. Se llama “Los tres sudacas”. O sea, son pocos los que pudieron entrar a su intimidad en los últimos días. Uno de ellos describió la sensación de tristeza detrás del enojo y la reflexión que llevó al 10 a mandarle al Barcelona el famoso burofax, la palabra que se generó en un hito, al punto que su búsqueda en Google superó por un rato a coronavirus en plena pandemia.
Más de uno podría tomar como una contradicción que Messi esté triste cuando es él quien tomó la decisión de irse. Esa sería una mirada lineal y un tanto insensible. Cualquier persona queda apenada cuando debe enfrentar una frustración. El 10 de la Selección tenía en su cabeza una película con final feliz. El chico que a los 13 años se va de su país, un gigante del fútbol mundial se hace cargo de su tratamiento por sus problemas de crecimiento, llega a la Primera con varios de sus compañeros de chicos, en su primer gol lo lleva en andas el genial Ronaldinho y se retira con un pasillo lleno de gloria después de ser el mejor jugador de la historia del Barcelona. La realidad le rompió el guion perfecto a Messi. La familia Ingalls, la foto ideal con su mujer y sus tres hijos, existe. Allí están Antonela, Thiago, Mateo y Ciro. Pero cambió el fondo. Hay que armar las valijas para irse a otro lado. A otro país. A otro mundo.
“Imaginate: toda su vida planeando estar ahí y no puede estar. ¿Por qué? Por todo el desastre que hicieron en Barcelona. Ahora tiene que reestructurar toda su vida”, abre alguien que conoce desde hace años la intimidad del mundo Leo. Messi está enojado con la dirigencia. Aunque a veces no lo demuestre con sus gestos, el capitán se enfureció. De todos modos su decisión va más allá. Quiere intentar ganar la Champions y ve que “en Barcelona es ciclo cumplido”. No tiene que ver con que el presidente Bartomeu presente su renuncia. No es que volverá ahora si el presidente ya no está. Leo no busca derrocarlo para volver a salir al Camp Nou. Más allá de que la gente se manifieste en las calles en tono catalán -allá no se cortan las calles del club- o que le griten “el ladrón está allí dentro” cuando pasa Bartomeu en auto frente a la TV, no es una jugada política. Messi busca un proyecto futbolístico en otro lado. Tiene 33 años y su obsesión es levantar otra vez la Champions. El animal competitivo que vive dentro suyo tiene ese desafío junto al hoy lejano Mundial de Qatar 2022.
A Messi por eso no se le cruza por la cabeza volver un año al fútbol argentino, como alguno le puede pedir más desde de la demagogia localista que entendiendo su criterio profesional. Desde ese punto mira con agrado al Manchester City, hoy el equipo que pica en punta para darle su número 10. El destino más lógico para Messi. Allí está Guardiola, a quien considera el mejor entrenador que tuvo en su vida. Y también el Kun Agüero, su fiel compañero de concentraciones. Sabe también que lo quieren el Inter de Italia, donde es vicepresidente su respetado Javier Zanetti; igual que el PSG, que ofrece París y un equipo con sus amigos Neymar y Ángel Di María, o su nuevo conocido Leandro Paredes. Leo igual se cuida de hablar del club del futuro hasta con varias personas cercanas. De hecho, en las últimas horas -cuentan desde el entorno de Messi- se tomó como verdad un audio que ellos desmienten con energía y enojo. Allí se decía que ya estaba resuelto jugar en el City. Quieren ser cuidadosos. Y ahora, jugar el partido de los abogados por la fecha de la cláusula de salida unilateral.
Irse de Barcelona no es simple para él. A toda velocidad tiene que procesar varios episodios inesperados en su vida. No parece grave en la vida nómade de todos los futbolistas. Hay jugadores que en 15 años pasan por más de 10 clubes y nadie camina herido por la vida. Pero Messi lo proyectó distinto. Era el Bochini de Independiente aunque fuera difícil en la era moderna. Alguna vez, hace poco más de un año, él blanqueó su propia interna familiar en su visita al estudio de Fox Radio. “No sé si se va dar que pueda jugar en la Argentina. No es que digo ‘me voy a jugar a Newell´s para cumplir mi sueño’ y listo. Tengo una familia. Dependo de mis hijos. Thiago ya es grande y tiene un grupo de amigos espectacular que no quiero romper. Se conocen desde los tres años. Es una banda hermosa. A veces se la tiramos jodiendo a Thiago. ‘Nos vamos a ir a la Argentina, o a Estados Unidos’, le decimos. Y Thiago responde firme: ‘Yo de acá no me voy’. Él no quiere ir para ningún lado”. Thiago es igual que el Messi mayor. No quería irse de Barcelona. Siente una presión extrema al tener que partir.
Es su lugar en el mundo, donde proyectó siempre vivir después del fútbol, donde la gente lo ama como a nadie. Por eso le duele a Messi...
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