”El rey está desnudo”, gritó aquel chico ante el el paso del rey. Hans Christian Andersen lo reveló en un hermoso cuento que se llamó ”El traje nuevo del emperador”. La historia cuenta que un grupo de colaboradores, obsecuentes del rey lo convencieron que un sastre de época podía fabricar las telas más suaves y delicadas de las que pudiera imaginar. El monarca era comedido y coqueto. Le contaron también que esta ropa era capaz de ser invisible para quienes lo miraban.
Lo real era que no había tela alguna y sus sirvientes se aprovechaban de la ignorancia del rey y se quedaban con los preciosos materiales que pedían con el fin aparente de vestirlo de gala.
Ni sus mas fieles lacayos fueron capaces de admitir que no veían la prenda, siguieron el juego y estimularon a que quien reinaba se paseara por el pueblo. Los habitantes, ansiosos, esperaban su desfile. El soberbio monarca se vistió con su traje incorpóreo y sorprendió a los habitantes de aquel reino, la gente siguiendo la ridícula historia saludaba con reverencia, hasta que un chiquilín gritó: `”El rey está desnudo”.
Él, solo vestido con los atributos que Dios le dio, continuó orgulloso su andar, hasta que todos los que lo vitoreaban se unieron al grito del jovencito. El rey, como si nada, pero advirtiendo el papelón, terminó su recorrida. Un acto tan arrogante como estúpido.
La sociedad futbolística está acostumbrada a coquetearse con las monarquías. Para la gran mayoría el mejor es un rey y en escala califica a los futbolistas como príncipe, principitos, emperadores y hasta algunos se animan a definir a alguien como Napoleón, muchos sin conocer detalles de la vida de Bonaparte y su hermano José. El emperador tuvo siete hermanos.
Los fanáticos y comentaristas, en un tono exagerado, siempre buscan adjetivos que realcen las virtudes de alguien que se destaca y allá van las comparaciones. Todos vimos en el final de las temporadas portadas en las que los jugadores agraciados aparecen vestidos con coronas, capas, bastones y adornos. Una pose mayormente ridícula.
Lo grave es que muchos, su entono y los más fieles, lo creen. Elevan a los cielos a simples terrestre que lo máximo que hicieron fue quitarse, con sus endiabladas maniobras, mas de un rival y terminar con la pelota dentro del arco. Si ésta es la merecida calificación, ¿en qué lugar quedan los miles de científicos que salvan o investigan para salvar vidas?
Es un entretenimiento riesgoso y exagerado. Ser rey, y más en estos tiempos, no es sinónimo de jerarquía, mas bien todo lo contrario. Maradona heredó el trono de Pele y se lo cedió a Messi. Hoy el barcelonista atribulado, perdido y con ganas de no se sabe qué, parece retirarse lentamente.
Ya no tiene la velocidad de los 22 años. Un apunte, se considera que Messi no es el mismo porque tiene 33, pero hay que recordar que de los 24 hasta hoy, solo gano una Champions. No ganó un campeonato con los seleccionado mayores de la Argentina. Igual recibió elogios. Desde hace tiempo una fuerte parte de la comunidad lo viste con ropas inmateriales. Messi es un excelente jugador. La FIFA lo premia seguido en una elección de dudosa base, votan periodistas de todos los países afiliados, quien lo hace por la Argentina, no me representa. Pero a la urna van los votos de colegas de Islas Cook, Samoa, Tahití, Guam o Birmania.
Messi tuvo una pálida actuación en los Mundiales que jugó para la Argentina, desde Alemania 2006 hasta el último de Rusia. Igual los súbditos del Rey de turno lo eligieron como el mejor en el Mundial de Brasil, una manera de vestirlo con trajes etéreos.
Messi es dueño de casi todos los récords en el campeonato español. Todos reconocen las cuatro Champions; la ultima en el 2015, arropado por Iniesta, Xavi, Dani Alves, Eto’o, y Neymar entre otros. La final de Lisboa no lo tuvo como protagonista, su equipo perdió en semifinales ante el Bayern 8 a 2. Allí se vio a un jugador sin confianza, lento, contrariado, con la mirada perdida.
Razona su futuro y amaga con irse del Barcelona. Abre la discusión y vuelve a desaparecer. En sus gestos no hay un solo rasgo del capitán, del líder, del jugador que parece tener un pincel en su botín zurdo. No se rebela, otra vez, su voz es imperceptible.
Para la prensa y los que gritan apareció un nuevo rey después del enfrentamiento entre PSG y Bayern Múnich. Messi, uno de los máximos responsable de los escándalos fuera de la cancha en Moscú y quien llamó corruptos a dirigentes de la Conmebol luego de la última Copa América; el máximo goleador del campeonato español vuelve a pararse pacientemente frente al espejo, mientras sus cortesanos se quedan con los sedas de su traje invisible, no le dicen la verdad, lo acompañan y alaban sin darse cuenta de que si no vuelve a correr, se somete a un orden jerárquico, le da y respeta el valor del entrenador, corre el riesgo de que un chiquilín catalán le grite en el Nou Camp, “Messi, vas desnudo”.
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