El hoy de Messi es resolver una disyuntiva y un conflicto.
La disyuntiva es irse o quedarse en el Barcelona que lo tiene contratado hasta junio de 2021. Y el conflicto es su enfrentamiento con Josep María Bartomeu, presidente de la institución con quien no se habla.
Esta ruptura relacional con Bartomeu viene desde febrero de éste año cuando Messi tomó conocimiento fehaciente que el presidente del club había contratado por 1.100.000 euros a la empresa “I3 Ventures” con un objetivo despreciable: manejar noticias falsas (fake news) por redes sociales a través de troles en contra de ex directivos y jugadores lideres. Por cierto que el presidente admitió tal contratación pero le dijo en la cara que era para “mejorar la imagen del club y no para denostar a sus miembros”.
Fue así como entre las falsedades que enlodaban a los Xavi Hernandez, Carles Puyol o Pep Guardiola caían también los candidatos a competir con Bartomeu en las próximas elecciones de marzo de 2021; o sea Joan Laporta, Jaume Roures o Victor Font.
La campaña de difamación y escarnio contra estos actores tenía como único objetivo ponderar la gestión de Bartomeu respaldado fuertemente por el más importante holding mediático de Cataluña: el Grupo Godó de Comunicaciones (sucesores del Conde de Godó), propietario de La Vanguardia, Mundo Deportivo, Barça TV, RAC 1 y RAC 105 (radios), entre otros.
Fue así que Messi pudo deducir lo que el presidente Bartomeu jamás le explicó con franqueza y que siempre fue en el sentido contrario a su requerida opinión respecto de jugadores y técnicos. Tardíamente y contrariado Messi halló respuesta a las partidas –entre otros– de Dani Alves (2016) y de Neymar (2017). Bartomeu no lo escuchó entonces y estos jugadores siguieron brillando y obteniendo títulos sea en la Juventus o en el PSG.
La penosa imagen de Messi tomándose las sienes en el vestuario tras el 2-8 ante el Bayern Munich no sólo reflejaba el desconsuelo ante tan catastrófica derrota; era también pensar en cómo se saldría de semejante caos dentro de una institución cuyo presidente maneja las incorporaciones y la caducidad de los contratos a su antojo.
En el medio de este conflicto está el mejor jugador de fútbol del mundo que sólo quiere jugar, ganar, divertirse y divertir y que de pronto ve cómo una junta directiva toma decisiones cuyos resultados siempre lo tendrán a él como el sujeto primordial de las frustraciones.
He aquí algunas deducciones:
– Si el Barcelona renace y gana, será por la llegada de Ronald Koeman y su ayudante Henrik Larsson.
– Si el Barcelona no revierte ganando la próxima Liga, la Copa del Rey y la Champions League será “porque Messi ya no es el mismo y eso que le formamos un equipo para él” (mentira flagrante),
– Si Laporta, Roures o Font ganan las elecciones será porque Messi “incidió fuertemente” con sus señales y declaraciones pues quería que regresara Andrés Iniesta desde Japón para ser el secretario deportivo junto a Carles Puyol como segundo y Xavi Hernández como director técnico jefe.
– Si gana la lista oficialista será porque “supo oponerse” a los caprichos de Messi quien quería que no se marcharan Luis Suárez -y eventualmente- Piqué, Busquets o Vidal, así como en el pasado se había opuesto a la partida de Neymar, Dani Alves, Jose Manuel Pinto, Valverde –que le ocasionó un disgusto personal con Abidal– o a la llegada de Setien (otra mentira)…
Su figura es tan fuerte y determinante que siempre será imprescindible, pero tendrá la culpa de algo si las cosas no funcionan.
No caben dudas que las decisiones de Messi dejaron de ser de carácter paterno filial pues la opinión de su esposa Antonela es tan certera como determinante y tanto ella como los tres niños –Thiago, Mateo y Ciro– están confortablemente identificados con Barcelona, su gente, sus colegios, vecinos y amigos. Tanto es así que cuando vienen a pasar unos días a Rosario, los chicos extrañan, se quieren volver.
Toda la estructura familiar y comercial está en Barcelona donde la marca Messi tiene su sede. Las oficinas se hallan en la avenida Diagonal frente al hotel Princesa Sofía, distante a unos 500 metros del Camp Nou y en ella trabajan unas diez personas. Es allí donde Don Jorge, su padre y a la vez artífice de tan pródigo presente, realiza sus tareas cotidianas como CEO de la marca, cuyo marketing dirige Pau Negri, un ex vicepresidente de la gestión Laporta, adversario del actual presidente del club. He aquí otro punto de desencuentro entre Messi y Bartomeu.
Resultan estas algunas de las razones por las cuales el dilema de Messi ya tiene respuesta. Y la misma nos conduce a presuponer que Lio se quedará en Barcelona aunque su amigo Javier Pupi Zanetti –una persona maravillosa en todos los sentidos– lo esté esperando para darle la camiseta del Inter, sociedad de la cual es vicepresidente, símbolo de Milan, ciudad donde la familia Messi compró un piso el mes pasado.
Pero no se trata de pergeñar alguna fantasía fuera de Barcelona para seguir compitiendo en el más alto nivel con la obligación de ganar siempre, soportar las presiones y jugar dos partidos por semana: Liga, Copa Nacional o Champions. Antes bien, se entiende que una manera de apartarse de la lucha política interna de la que resulta involuntario rehén es interrumpir el vínculo con el Barça por un tiempo. Eximirse de la zona de fuego que serán las próximas elecciones pues aunque estas se anticipen de marzo a enero la Liga, la Copa del Rey y la Champions habrán comenzado y será tarde. Y no es Messi justamente un “acusador” de lesiones para esperar a junio sin jugar cuando caduque su contrato. Todo lo contrario, sus momentos felices son cuando juega, cuando su talento envuelve el balón con terciopelo.
Una alternativa de enorme futuro para jugadores paradigmáticos serán nuevamente los Estados Unidos de Norteamérica. No se tratará ya de cumplir el papel de los pioneros como lo fueron Pelé o Chinaglia en los 70′, ni Carlos Alberto o Beckenbauer en el los 80′ ni David Beckham en los 2000. Ahora el fútbol en USA ha despegado y está cumpliendo la primera etapa de su evolución. Será un lugar para que los futbolistas disfruten jugando, descompriman las presiones de la latinidad, sostengan la calidad de vida de ellos y de sus familias sin devaluar los niveles de competitividad y queden, a su vez, con mayor integridad física para servir a sus selecciones nacionales.
Este sería el hipotético –e imposible, para qué negarlo– caso de Leo Messi. Entrenar, jugar, vivir muy bien, disfrutar de la familia, del juego, caminar libremente por las calles y jugar sin agobios ni presiones extremas a cambio de un salario proporcional al fenómeno que habrá de producir. Esto le permitiría darle más tiempo y mas energía a la selección e ilusionarse con el próximo y último Mundial de su carrera que si le “ocurriere algo a Qatar” -todo es posible- se jugaría allí, en los Estados Unidos.
Puesto que nada de esto habrá de ocurrir Leo seguirá involucrado involuntariamente en una cuestión interna del Barcelona que tiene otros alcances políticos y sociales en la región Cataluña y en el Reino de España. Y el holandés Ronald Koeman, su nuevo técnico, no le ha propuesto aún el plan de prestación para la temporada de inminente comienzo. O sea que aún no le ha respondido a Messi algunas preguntas simples:
A) ¿Jugará todos los partidos programados?
B) ¿Jugará todos los minutos de los partidos programados?
C) ¿Jugará solo algunos partidos programados pero todo el tiempo?
D) ¿Jugará sólo algunos partidos programados y no todo el tiempo?
Solo una cosa queda indiscutiblemente clara: Messi merece ser feliz porque nos hace felices a nosotros al verlo jugar y últimamente su rostro refleja decepción y amargura. No se pueden superar rivales y decisiones dirigenciales y el mejor jugador del mundo, un compañero excepcional, un hombre de tal dimensión, no debe quedar como rehén de una ambición política ajena.
¿No será el momento de apartarse un poquito del Barcelona?
En ese caso Messi seguirá siendo Messi…
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