14 de febrero de 1993. Es el Día de los Enamorados en Estados Unidos. Muchas barras de chicos andan por la calle. Y se reúnen en los bares de Hampton, una ciudad del estado de Virginia con 135.000 habitantes. El Hampton Lanes, un bolera en el centro, está repleto. Un grupo de afroamericanos sale de jugar al bowling. Y otro, de chicos blancos un poco más grandes, está tomando algo en las mesas del local. Hay más alcohol que de costumbre y la tensión empieza a notarse en el ambiente. Los grupos cruzan alguna palabra, la discusión sube de tono, hay gritos, aparecen los insultos, luego los empujones, siguen algunas trompadas y todo se descontrola. Batalla campal. Botellas y sillas vuelan por el aire. Incluso hay un corto video que refleja el caos, sin aportar demasiadas precisiones. En el centro de la escena, Allen Iverson, la estrella deportiva de la ciudad, figura de los equipos de fútbol americano y básquet del secundario Bethel. Algunos dicen que la discusión la empezó Iverson y, desde el otro bando, que los blancos provenientes de Poquoson, una ciudad cercana famosa por su racismo, lo iniciaron cuando le dijeron nigger a Iverson. Lo que no hay dudas es que el problema fue el de siempre en la región, el color de la piel... Algo diario en una ciudad absolutamente dividida por el color de la piel.
Lo llamativo es que sólo Iverson y parte de su grupo fueron acusados de atacar con sillas, con Allen llevándose la peor parte: procesado por golpear a una mujer blanca con una silla en su cabeza, a partir de la declaración de Brandon Smith, empleado del lugar y compañero de Iverson en Bethel. Los condenados, entonces, sólo fueron los negros (Iverson y sus amigos Melvin Stephens, Samuel Wynn y Michael Simmons) y lo que más impactó fue la pena que le dieron a un chico de 17 años envuelto en una pelea de bar que no había tenido heridos de gravedad: 15 años de prisión, cinco efectiva y 10 en suspenso.
El castigo terminó de dividir a la ciudad y las protestas ganaron la calle. La presión pública fue tal que llegó hasta el gobernador de Virginia, primer afroamericano en ese puesto en la historia del país. Iverson estuvo cuatro meses en el Correccional City Farm de New Port News hasta recibir el “indulto condicional” de Doug Wilder, quien lo informó a fin de diciembre, a días de terminar su mandato, y citando “insuficiencia de pruebas”. Algo que se confirmaría dos años después, cuando la Corte de Apelación del estado revocaría definitivamente la condena.
Aquel hecho fue el primero pero no el único grave que protagonizó Iverson durante su carrera que, dentro de la cancha, fue brillante pero que afuera tuvo de todo y más una vez pudo herirla de muerte... Su convulsionada infancia y adolescencia, sin su padre (Allen Broughton), con una madre demasiado joven (Ann), viviendo en un barrio pobre y en una ciudad con muchos vestigios de racismo, lo había marcado a fuego.
Allen siempre fue un ser emocional, de códigos, con pocas inquietudes y sin mucho interés por la educación. Tuvo la suerte de tener como tutora a una mujer blanca (Sue Lambiotti) que lo empujó a estudiar y recibirse, cuando él prefería centrarse en su gente, su grupo, su barrio… Y todo lo otro, los otros, poco le interesaban. Quería estar con los suyos, ser un representante de su cultura. Así fue toda la vida. De chico, en la Universidad y hasta en la NBA, pese a los pedidos en su franquicia y a los ultimátum que le dio el propio comisionado David Stern.
Pero, claro, Iverson fue siempre un rebelde, a veces con causa y en otras, no tanto. Un ícono que representó a millones. Fue una persona común en la NBA. Un petiso entre gigantes. Y fue, también, la calle en la NBA. Por su música, su ropa y su actitud. Un transgresor cultural, el embajador del hip hop, del estilo “gángster”, de los tatuajes, las joyas y los extravagantes peinados. Un tipo muy cercano a los suyos, a la gente, capaz de hacer imitaciones –su talento oculto- en un hospital de niños en una Navidad. Admirado por muchos fans, rechazado por algunos, respetadísimo por sus colegas, aunque siempre al borde... Buscando o superando los límites con sus entrenadores. Jaqueado por años por sus problemas personales, con su esposa (hasta el punto de querer recuperarla a punta de pistola), con el alcohol, con las apuestas y, a veces, con la sociedad misma. Una estrella que se movió lejos del profesionalismo ideal: amigotes, noche, fiestas, chicas y, claro, algunos excesos… Una figura construida a lo Iverson, a su modo, el que le enseñaron en las calles de Hampton...
Lo que no hay duda que en la cancha fue crack, el mejor anotador bajo de la historia. Con apenas 1m83 daba ventaja de centímetros en una posición con más competencia en la NBA y con su cuerpo, menudo (74 kilos), daba imagen de fragilidad. Pero no le tenía miedo a nada, ni a nadie, como en la calle. Contaba con decenas de recursos, muchos de potrero. E iba a la yugular, siempre. No dejaba de ir, nunca. Con un aura especial, cautivante, convocante… El aro lo tenía entre ceja y ceja. Corría entre decenas de cortinas, se escapaba de los Golliat y anotaba. Mucho.
Fue cuatro veces goleador de la temporada (98/99, 00/01, 01/02 y 05/05), 12 años seguidos estuvo arriba de los 25 puntos de promedio y hoy, retirado desde 2010, ocupa el 7° puesto histórico en media de puntos (26.7). Es cierto, con no tan buenos porcentajes (42.5% de campo), con cuestionable selección de lanzamientos, pero siempre tirando del carro, en equipos con escasas figuras, siempre arriesgando el físico, yendo al frente. Al punto de llevar a sus amados Sixers hasta una final NBA (2001) y hacerla competitiva ante aquellos Lakers de Kobe y Shaq que están sin dudas entre los diez mejores equipos de la historia. Fue la temporada en que fue elegido el mejor (MVP) tras promediar 31.1 puntos, 4.6 asistencias, 3.8 rebotes y 2.5 asistencias.
Porque, ojo, además de anotar, Bubba Chuck -como lo apodaron- era como un demonio de Tasmania que estaba en todos lados, siempre agresivo y dispuesto a ayudar al equipo en la búsqueda del triunfo. Jugaba desatado, como en el playground, pero a la vez cuidando las espaldas de los compañeros, con grandes instintos defensivos. Por eso fue tres veces el mejor robador de la NBA (entre 2000 y 2003) y, a la vez, ayudaba en el armado y la generación de juego, pese al desgaste de energía que le provocaba. Un atleta muy popular, que atraía multitudes y fue ídolo en Filadelfia, al punto que hace poco, en una encuesta, fue elegido como el mejor atleta de la ciudad en los últimos 50 años. Un jugador cuyo legado deportivo le abrió las puertas a otros “petisos” que, al ver su éxito, entendieron que se podía ser figura: desde Nate Robinson hasta hoy Trae Young, pasando por Isaiah Thomas y Kemba Walker.
Pero, claro, antes de ser uno de los 30 mejores jugadores de la historia y para algunos el jugador bajo más dominante, Iverson fue una estrella de fútbol americano en la región. Ocupó muchas posiciones en su adolescencia (receptor, líbero –safety-, corredor -running back-, defensive back y hasta retornador de patadas), todas con trascendencia y varias en un mismo partido, pero en la que más brilló fue como mariscal de campo.
Es el 10 del fútbol, el que maneja el equipo. Escurridizo, veloz, con cambios de dirección, siempre sin miedo. En su segunda temporada no sólo llevó al equipo de básquet a ganar el campeonato estatal. Pocas semanas después, lo repitió con el fútbol americano (la temporada iba de agosto a diciembre). Algo que no sorprendió a Bo Henson, DT del secundario EC Glass que perdió la final con Bethel. El coach fue a ver el partido anterior, para scoutear a su rival y presenció cómo Iverson dio vuelta un partido que perdía 16-0. Hizo dos touchdowns corriendo y otro lo sirvió con un pase, todo en el último cuarto, para el 22-16 final. En la definición, pese a que advirtió a sus dirigidos, nadie le hizo caso luego de ver “lo flacas que eran sus piernas y brazos”. AI hizo de todo, en distintas posiciones, en el mismo juego. Corrió para un touchdown, retornó una patada para otro más, lanzó para 201 yardas e interceptó dos pases en defensa para la paliza por 27-0 y el primer título estatal desde 1976. Por eso se llevó el premio al mejor jugador de secundario de Virginia otorgado por la agencia AP, primero en fútbol americano y luego en básquet, tras promediar 31.6 puntos en la conquista del título.
Tom Lemming es un histórico cazatalentos con 40 años de experiencia en talento joven y no tiene dudas de lo bueno que era The Answer. “Tenía una reacción impactante, muchos instintos, caderas sueltas y una gran verticalidad. Para mí, era un gran jugador, no sólo bueno. Podría haber llegado a la NBA y tal vez, por qué no, ser una figura y llegar al Hall of Fame”, opinó en el sitio Vice Sports. Allí fue entrenado por Gary Moore, un coach duro que siempre quedó impactado por la capacidad mental del chico. “Su agresividad y entusiasmo fue lo que más admiré de él. En la cancha, cambiaba de dirección, ‘bailaba’, no se dejaba tocar por los rivales. Era especial”, dijo en el espectacular documental Showtime que se estrenó en 2014 para contar la vida de este talento. Iverson era una atracción. El estadio se llenaba para ver su juego electrizante –similar a lo que pasaría años después en la NBA- y el equipo ganaba casi siempre. Por eso era natural que entrenadores de distintas universidades pasaran a verlo, en prácticas y partidos. Aseguran que el que más lo seguía era Florida State, uno de los programas top de USA, para reemplazar a Charlie Ward, aquel base de los Knicks que brilló como mariscal universitario para luego dar el salto a la NBA.
El deporte fue su refugio en años muy difíciles. Como pasa muy seguido en las clases bajas de Estados Unidos, el padre abandonó a la familia. Y la madre, que lo tuvo con apenas 15 años, debió enfrentar una vida para la cual no estaba preparada, con dos trabajos diarios para mantener una casa subvencionada por el estado ubicada en uno de los barrios más ásperos de Hampton.
Allen, por caso, tenía ocho años cuando presenció su primer asesinato... La madre estaba poco en casa y, para no quedar a merced de la calle, el chico pasaba días viviendo con familiares y hasta en las casas de sus entrenadores. Allen era una carnada fácil: no le gustaba el colegio, faltaba mucho y pasaba mucho tiempo en las esquinas, coqueteando con las tentaciones y los peligros. En aquellos años, vio cómo varios conocidos fueron a la cárcel o fallecieron en duelos de pandillas. Allen tenía 16 cuando su mejor amigo fue apuñalado y falleció… Y 17 cuando Dennis Kozlowski, coach y director de Deportes del secundario, recibió una llamada de un policía amigo. “Tenemos grabado a Iverson entrando a una casa de drogas en Newport News. Podríamos haberlo arrestado… Pero preferí llamar a mi jefe para avisarle que te llamaría primero a vos. No quiero arruinar sus chances (deportivas)”, le dijo. Koz, como le decían, agradeció el gesto y fue a hablar con Allen. El chico negó que las drogas fueran para él y el directivo le creyó cuando escuchó la triste historia. “Mi mamá me dio la plata, las drogas eran para ella”, confesó, avergonzado, según el coach. Koz entendió entonces que la culpa no era suya, pero le dijo que no lo hiciera más, porque sus sueños de ser profesional del deporte se irían para siempre si lo arrestaba la Policía…
Pocas semanas después eso fue lo que pasó, aunque no por drogas sino en aquella fatídica noche de febrero del 93. El cargo tras la pelea fue encuadrado dentro del artículo 18.2-41 del Código Penal de Virginia que habla de participar colectivamente en ataque a personas. “Cualquier ciudadano que constituya una multitud que maliciosamente o fuera de la ley le dispare, apuñale, corte o lastime a otra persona, en su búsqueda de inhabilitar, desfigurar o matar, se lo acusará de grado 3 del delito que va de 5 a 20 años de prisión y una multa de 100.000 dólares”. Una ley que se incluyó luego de la Guerra Civil para proteger a los negros de los linchamientos y que, al incluir la palabra “malicioso” permitió que los cuatro chicos presentes en la reyerta fueran condenados sin necesidad de pruebas sobre el motivo del ataque. Por ser tan violento, definieron que habían buscado herir gravemente aunque no lo hubiesen logrado y hacía ahí fue el veredicto. Otros creyeron que eso pasaba sólo porque era negro y exitoso, que la hegemonía blanca buscaba dar un mensaje, más todavía a un deportista que era visto como arrogante, incluso para una parte de su comunidad, según se puede apreciar en el documental “No Crossover: The Trial of Allen Iverson”.
Se trata de un episodio de la afamada saga 30x30 de ESPN que dirigió Steve James, justamente un nativo de Hampton, tal vez la persona ideal para hacerlo, por ser blanco y conocer todo el trasfondo que siempre existió en la ciudad. Hablamos de una ciudad que, en los años que James jugaba en la universidad rival de Bethel, los hinchas blancos iban a una tribuna y alentaban sólo a los jugadores de su misma piel, y lo propio hacían los negros. El caso Iverson aumentó la tensión. “Las plantaciones (de esclavos) del siglo XXI son las penitenciarias”, gritó Joyce Hobson, organizadora de las protestas para pedir por la liberación de Allen y sus amigos.
En el documental, ella contó cómo se vivía el tema en la época. “Mis padres nos mandaron a todos a la facultad, pero nos dieron permiso para pelear ante cualquier persona que nos dijera ‘nigger’ y no por nuestro nombre, como pasó con Iverson. ¿Qué pensaron que debería haber hecho Allen?”, reflexionó. El documental expone cómo el racismo jugó un papel en el juicio (el juez Oberson negó la fianza pese a que a sólo a los homicidas se les suele quitar ese derecho), lo mismo que la fama de Iverson. Allen fue a una penitenciaria de mínima seguridad y con más comodidades, trabajó en la panadería y podía tirar en un aro del patio. Sus amigos fueron a otra prisión y no tuvieron tanta suerte… “Su cartel seguramente hizo que fuera preso pero también que lo liberaran rápido. Que el gobernador fuera negro y estuviera yéndose también fueron cosas que ayudaron”, aseguran casi todos.
Lo cierto es que, para mediados del 93, Iverson ya estaba en libertad aunque el problema con la Justicia había espantado a muchas universidades. Ahí entró en escena su madre: rogó por una entrevista con el coach que quería que se lo llevara, John Thompson. La consiguió, viajó hasta Georgetown y le pidió que lo ayudara, que se llevara a su hijo lejos de Virginia. Anécdota que confirmaría el propio coach. Así pasó y, rápidamente, Iverson se destacó en el básquet (20.5 puntos y 4.5 asistencias en la primera temporada). Pero, claro, extrañaba su otro amor, el fútbol americano. En 2012, en una nota con la revista Slam, Allen admitió haberle pedido a Thompson que lo dejara jugar a ambos deportes.
-Te voy a decir lo que pienso de eso (pausa)… Si no sacás ya mismo ese culo negro y flaquito fuera de mi vista, ya vas a ver…
Iverson estaba fuera de la oficina antes de que terminara la frase. “Nunca más pensé en jugar al fútbol americano. Me lo dejó claro”, admitió, entre risas, quien aún hoy fantasea con lo que pudo haber pasado si seguía con la ovalada. “El fútbol siempre será mi deporte N° 1, mi primer amor. Pero Dios tiene su forma de hacer las cosas”, reflexionó. Thompson se convirtió en más que su DT. Fue su padre sustituto, el que lo ponía en vereda. “Cuando mi actitud no era la correcta me preguntaba si quería volver al ghetto y entonces me ponía las pilas. Me salvó la vida y me dio una oportunidad cuando nadie más lo hacía”, recordó hace un poco en un posteo en redes. Iverson jugó una temporada más (25 puntos y 4.7 asistencias para ser nombrado en el quinteto ideal de la nación) antes de dar el salto a la NBA, que apuró por la enfermedad de su hermana, que necesitaba medicamentos onerosos.
En 1996 fue elegido en el primer lugar de un draft poderoso y firmó contrato con David Falk, el famoso agente de Michael Jordan que le consiguió un contrato de 50 millones con Reebok. Allen no decepcionó. Su juego espectacular electrificó a toda la ciudad y a la NBA desde su temporada inicial. Ya se notaba que tenía un aura especial y un estilo de juego cautivante: veloz, impredecible, con cambios de dirección y anotaciones deslumbrantes. Un David ante Goliats. Sus impactantes números (23.5 puntos, 7.5 asistencias, 4.1 rebotes y 2.1 robos) le permitieron ser elegido el Mejor Novato del Año. Pero no sería Iverson si no vendría con el combo completo… Y a lo grandioso en la cancha lo matizó con controversias afuera. Pocos meses después de recibir el premio, fue detenido por la Policía de Richmond (Virginia) por conducir a alta velocidad. El problema fue cuando revisaron el auto y encontraron marihuana y un arma. Allen salió otra vez en todos los noticieros y recibió tres años de libertad condicional.
En la cancha, eso sí, siempre se hizo cargo, inyectando su determinación, energía y talento, cualidades que pueden ejemplificarse en aquel mítico crossover (cambio de dirección) que dejó parado a Jordan, el 12 de marzo del 97. O en aquel partido de 50 puntos contra Cleveland, un mes después. “Allen trajo su mentalidad, su garra, el tirarse al suelo, transpirar, llorar, sangrar… A Filadelfia le encanta eso. Le daban verdaderas palizas, pero él siempre se levantaba y volvía”, contó Pat Croce, presidente de la franquicia de 1996 a 2001, en una nota con Bleacher Report. Croce vio cómo cada noche se llenaba el estadio como en los tiempos del Doctor J o Charles Barkley. En la segunda temporada, los 76ers lograron 13 triunfos más que sin él y en la reducida campaña de la 98/99 llegaron hasta segunda ronda de playoffs.
La ilusión volvió a la ciudad con su nueva gran pequeña estrella, quien se llevó su premio al renovar por 70 millones y seis años. En la siguiente temporada, Iverson saltó a 28.4 puntos y el equipo ganó 49 partidos, pero los problemas volvieron, en este caso con Larry Brown, un coach de la vieja guardia (en ese momento de 60 años), que representaba lo opuesto a Iverson. “Vienen de dos mundos distintos. Uno es el hip hop y el otro el doo-wop”, alguna vez graficó Croce, comparando los dos estilos de músicas que ambos amaban.
“He entrenado a Reggie Miller, Danny Manning, Bobby Jones, Billy Cunningham, Dan Issel y David Thompson, pero nunca me enfrenté a un desafío como él”, admitió. Larry, duro, figura paterna menos paciente que Thompson, se cansó de las constantes falta de profesionalismo de A.I. (malos entrenamientos, faltazos, llegadas tardías). Primero impuso multas y al final, harto, pidió su traspaso luego de un partido en Detroit… “Fue así. Pero Iverson también me llamó y me pidió que lo echara”, recordó Croce al sitio Bleacher Report, en 2014. Una bomba en el interior de los 76ers que el directivo decidió desactivar en una reunión.
-Larry, no voy a canjear a Allen. Y Allen, no voy a despedir a Larry. Es un hecho. Ambos son muy talentosos, de lo mejor que hay. Pero son muy cabeza dura. Si se miran al espejo, verán al otro… Tienen el mismo objetivo, sólo que tienen diferentes formas. Allen, al coach no le gusta cuando te saca y pones esa cara de hijo de puta. ¿Le harías eso a tu madre? Es una falta de respeto. No me importa cuánto quieres jugar, eso lo decide al coach. Y Larry, a Allen no le gusta cuando lo tratas como un guardia blanco de la cárcel, como diciendo ‘nigger, siéntate’. Así se siente Allen, que le faltas el respeto… Ambos se están tratando de la forma equivocada. Pueden hacerlo mejor y potenciar al equipo.
Ese fue el discurso que contó Croce. Ese día, Iverson y Brown se sentaron y hablaron. Por horas. Y hubo compromiso de ambos, con una promesa de la figura. “Se viene la temporada más importante de mi carrera”, le aseguró, sabiendo que la caída del Imperio Bulls había dejado el Este más abierto que nunca. El 10-0 del equipo para iniciar la campaña lo reflejó. Lo mismo que la dedicatoria a su coach tras anotar 49 puntos ante Milwaukee, el 13 de febrero. Lo prometido se había cumplido: marca de 56-26 y título de división. En playoffs, 3-1 a Indiana y el esperado duelo contra los Raptors de Vince Carter. Una serie épica que los 76ers ganaron 4-3, con Allen aguantando dolores extremos en su codo derecho.
La bursitis llegó al punto de que las protecciones que usaba en el brazo ni siquiera limitaban los dolores de un codo inflamado y en carne viva. Pero él nunca dejó de ir al frente. En el segundo partido anotó 54 puntos y en el quinto, 52. Cuando llegó el 7°, ya no daba más. Los médicos le aconsejaron no jugar. Pero él no hizo caso y, cuando vio que el rival lo sobremarcaba y su tiro no estaba ahí (8-27 de campo), repartió 16 asistencias para que el equipo llegara a la ansiada final del Este en un final agónico (88-87).
Los Bucks lo esperaban. Claro, la bursitis, lejos de amenguar, se extremó. Puntadas en el codo no le permitían tirar ni driblar con comodidad. Un dolor molesto que se notó en la derrota en el segundo juego (5-26 de campo) que empató la final en casa. Los médicos, entonces, decidieron que no jugara el tercero en Milwaukee y fue derrota. Abajo 2-1, Iverson volvió para el cuarto. Y los rivales le hicieron sentir el rigor. Un codazo de Ray Allen en la boca lo sacó del juego. Pero volvió: sus 28 puntos y 8 asistencias lo convirtieron en el héroe del 2-2 a domicilio. Los Bucks siguieron con el juego físico sobre él, sabiendo que todo giraba alrededor de su desequilibrio. Scott Williams, aquel áspero ex compañero de Jordan en los Bulls, le dio otro artero codazo en el sexto partido que hizo que la NBA lo suspendiera para el 7°. Nada intimidó ni detuvo a Iverson, autor de 46 puntos en el 6° y 44 en el 7° para llegar al escenario que siempre había soñado: la final de la NBA. Para los Sixers, la primera vez en 18 años. Una ciudad convulsionada, ilusionada. En los hombros del pequeño gigante, capaz de llevar a ese lugar pese a estar rodeado de buenos jugadores, pero ninguna figura (Mutombo, McKie, Raja Bell, Lynch y Geiger, por caso).
Nada pudo empezar mejor. El 6 de junio, en Los Angeles, ante los míticos Lakers, Iverson se robaba el show que debía pertenecer a Shaq y Kobe. Anotaba 46 puntos, daba seis asistencias, robaba cinco pelotas y bajaba cinco rebotes para protagonizar un soliloquio digno de una megaestrella. Phil Jackson mandó al insoportable Tyronne Lue para sacarlo del juego pero hay una mítica foto que resume cómo terminó el experimento: Lue en el piso tras quedar ridiculizado por una nueva conversión de su atacante y Allen pasándolo por encima con un paso largo, evitando pisarlo. El 107-101 le quitaba un invicto de 19 partidos a los favoritos (11 en playoffs), pero dejaba claro algo: había sido casi un milagro de una persona.
La serie se presentaba como Iverson contra los Lakers. Una realidad que quedaría plasmada en los siguientes cuatro juegos, todos triunfos angelinos, reflejando el muy superior poderío de un equipo que iba camino al tricampeonato. La derrota, sin embargo, no menguó el status de Allen, quien de repente se confirmó como un héroe, un chico inspirador, capaz de jugar, en silencio, con torceduras, dedos dislocados, inflamaciones, contracturas, sinovitis y hasta fracturas, como pasó con su mano izquierda en la siguiente temporada.
Allen lo supo, tras aquel manotazo de Tony Battie en el comienzo del juego, pero sólo se lo dijo a un compañero (Eric Snow). Anotó 22 puntos hasta que el cuerpo médico se dio cuenta y se lo llevó al hospital. “Allen era un hombre que creía tanto en sí mismo que te hacía creer en él”, recordó Croce. Pero, claro, no todo puede recaer en un hombre. La campaña que siguió al subcampeonato no fue la esperaba. El equipo pudo estar completo en sólo tres partidos (de 82) y la derrota en primera ronda de playoffs ante Boston dejó secuelas: volvió a hablarse de su falta de compromiso, de sus faltazos a las prácticas y Allen sintió que lo estaban haciendo quedar como un vago. Entonces, el 7 de mayo del 2002 enfrentó a los periodistas en una conferencia de prensa que se hizo famosa porque el N° 3 repitió 22 veces la palabra “entrenamiento” en 82 segundos. “No estamos hablando del juego por el que doy la vida. ¿Ustedes me han visto jugar, me han visto dejar todo? ¿Sí? Pero están hablando de prácticas, ¿cuán tonto es eso?”, podría ser un resumen de aquella histórica rueda mediática.
La frustración de A.I. se trasladó a su vida personal, puntualmente a su relación su esposa Tawanna Turner, su novia desde los 16 años y madre, hasta ese momento, de dos de sus cinco hijos actuales (Tiaura, Allen II, Isaiah, Messiah y Dream). Y una noche a Allen se le volvió a salir la cadena. De la peor forma.
Madrugada del 3 de julio del 2002.
Iverson está enloquecido, fuera de foco. Se peleó con su mujer en la calle y ella se fue. Enojado, hasta celoso, la busca. Llama a tu tío Greg y le pide que lo acompañe. Cree saber dónde está. Antes de subir al auto, toma un arma. Se dirige a la calle Chestnut, puntualmente a un departamento cuyo alquiler paga él mismo. Se baja del auto, lleva el arma en la mano y, cuando se detiene en la puerta, la golpea con el mango del revólver. “Abrí, abrí, soy yo”, grita. Del otro lado le hacen caso y la estrella entra a los empujones. Va directo a la habitación y prende la luz. En la cama, tapado por las sábanas, está Shawn Bowman, su primo, pero no la persona que busca. A los gritos, pregunta dónde está. El muchacho, asustado, no puede responder, pero su compañero de vivienda, Charles Jones, agrega tensión. “¿Dónde está quién?”, pregunta desde el pasillo. Allen gira y levanta el arma apuntando a la frente. El muchacho tiembla.
-Decime dónde está Tawanna porque te mato…
Shawn intercede, como puede, casi balbuceando...
-Primo, acá no está, no vino. Te lo juro, baja el arma, por favor.
Iverson le apunta, piensa dos segundos, su tío le habla, se dan vuelta y se van.
Una semana después The Answer sería inculpado por agresión y amenazas. La declaración de un empleado de limpieza de la ciudad, que aseguró haberlo visto portando un armar mientras cruzaba la calle y entraba al departamento fue clave. Iverson se entregaría 13 días después para enfrentar 14 cargos por los que se arriesgaba a un total de 70 años de prisión. A fin de junio, quedaría libre de 12 luego que el juez James DeLeon dijera que había notado contradicciones entre los testigos y ya en septiembre la parte acusadora retiraría los otros dos. Alivio. Aunque no todo terminaría ahí. En noviembre, la estrella haría una grave denuncia, hablando en tercera persona. “Allen Iverson podría ser encontrado muerto mañana si un policía corrupto desea su muerte. Así de simple. Quiero vivir en Filadelfia, pero tengo miedo”. La Policía desmentiría cualquier amenaza y las aguas se aquietarían fuera de la cancha, pero en lo deportivo comenzarían a soplar fuertes vientos de cambio, puntualmente en la franquicia…
En 2003, sintiendo que lo suyo con Iverson era etapa cumplida, el técnico Larry se mudó a Detroit para potenciar los Pistons que serían campeones en 2004 y subcampeones en 2005. Ese año, justamente, pondrían fin a una gran campaña de Allen, goleador NBA con 30.3 puntos, al eliminar a los 76ers en primera ronda de playoffs. Aunque Larry no guardaba rencor, al contrario… “Cuando empecé a entrenarlo pensaba que era un gran atleta que no sabía jugar y realmente dudaba si podía aprender… Hoy ya no es un niño renegado con talento que no sabe jugar en equipo. Es un tipo al que todo el mundo admira por su dureza y carácter”, declaró el DT. En la siguiente temporada (05/06), The Answer subiría la media a 33 tantos, pero al equipo le iría peor pese a tener como compañeros a Chris Webber, Andre Iguodala y Kyle Korver. Ni siquiera jugaría los playoffs… El fin se acercaba. Llegaría, en realidad, el 20 de diciembre del 2006. Tras diez años como símbolo de los Sixers, Iverson era canjeado a Denver por Andre Miller, Joe Smith y dos picks de primera ronda. “Se fue Allen, es difícil de aceptar. Un ícono de la franquicia. Pero debemos avanzar hacia el futuro”, dijo Billy King, presidente de los Sixers por ese entonces.
En Denver se unió a Carmelo Anthony tratando de reeditar una dupla top de anotadores. Lo lograron en la primera campaña, con el #3 anotando 26.4 puntos y los Nuggets ganando 50 partidos, pero la barrida ante los Lakers en primera ronda cortó la ilusión. Denver renunció rápido al experimento y, en noviembre del 2008, A.I. fue canjeado a Detroit, donde empezó bien pero luego, tras una lesión, ya no se bancó salir desde el banco y pidió irse. Claro, a esa altura, las lesiones y los problemas fuera del campo eran muchos. Intentó volver en Memphis y duró dos meses. Para cerrar su carrera volvió su amada Philadelphia, pero apenas jugó un puñado de partidos (24). Fue cuando su hija menor, Messiah, fue diagnosticada de una grave enfermedad y Allen dejó de jugar. Recién volvió, por necesidad económica, en el Besiktas turco, pero una lesión de rodilla sólo le permitió disputar 10 partidos. Regresó a Estados Unidos para recuperarse pero nunca a Turquía y tampoco a la NBA, pese a diversos intentos. El 30 de octubre del 2013, el escolta se retiró oficialmente, en marzo del 2014 los 76ers retiraron su camiseta en una emotiva ceremonia y en abril del 2016 entró al mítico Salón de la Fama. No sin polémicas, como casi siempre.
Y tal vez no haya polémica más grande que la relación que tuvo con el establishment en general y la NBA, ícono de esa elite, en particular. Iverson, a diferencia de la gran mayoría de las estrellas que han sido socias de la liga en su camino hacia el estrellato, tuvo una guerra silenciosa, en especial con David Stern. Allen fue un transgresor cultural que, con una onda particular y una actitud desafiante, unió el deporte con el hip hop como nunca antes nadie había podido. A Stern nunca le gustó la imagen del N° 3. En todo sentido. Era la opuesta a la que el comisionado estaba exportando al mundo. Su forma de vestirse, los piercing, tatuajes, peinados, la actitud casi pendenciera, su forma de expresarse y hasta la música que hacía... Allen reinventó la imagen de la estrella pero, en el camino, desafió la impoluta imagen que la NBA tenía gracias al marketing trazado por Stern. Lo primero que encontró el mandamás de la competencia para ponerle límites fueron sus temas de rap. En el 2002, Allen grabó un álbum llamado 40 Bars que tenía letras polémicas. Stern, entonces, exigió al jugador que eliminara los pasajes que entendía como instigadores de discriminación hacia los homosexuales y las mujeres. La oleada de críticas y la presión de la NBA hicieron que ni siquiera pudiera sacarlo al mercado…
Sin embargo, el enfrentamiento silencioso entre las partes no desapareció. La estrella fue varias veces multada por su equipación en la cancha. The Answer usaba mangas que cubrían su brazo derecho, una codera en el izquierdo, vinchas y hasta protectores de dedos que lo convertían en un “desorden estético”. Así fue que, en el 2005, con apoyo del sindicato de jugadores, Stern estableció un código de vestimenta que se conoció, entre bambalinas, como la Ley Iverson. Para ese entonces la moda A.I. se había popularizado y la NBA dijo basta: prohibió que los jugadores usaran camisetas sin mangas o a la altura de las rodillas, pantalones anchos, gorras de béisbol, bandanas, lentes de sol en los estadios, joyas colgantes o botas. En resumen, gran parte de la conocida “cultura hip hop”. Para quienes infringieran la disposición dispuso multas de hasta de 10.000 dólares y sanciones más graves por repetidas violaciones.
La estrella hizo su descargo. “Yo nunca traté de generar nada especial ni diferente. Este era el estilo de vestir que se usaba de donde yo vengo. No lo inventé: así se vestían los chicos con los que crecí. Sólo les dijo que la manera de vestirme no cambiará mi forma de ser”, dijo el fiel representante de la cultura callejera para finalizar con un mensaje más duro contra Stern y compañía. “Asociar la vestimenta hip hop con la violencia, las drogas o la mala imagen es de racistas”, dijo, aclarando que eran muchas las marcas asociadas a la NBA que estaban influidas por esta nueva cultura.
Tenía razón: a esta altura, Iverson ya había traspasado la barrera del deporte y, a su forma, estaba popularizando la NBA en otros estratos sociales donde antes le había costado ingresar. Allen era su representante, su vínculo emocional, un antes y un después. Es que Iverson no tenía dobleces: era igual adentro y afuera de la cancha, desenfadado, caradura, un tipo que empujaba los límites... Y los hinchas lo apreciaban. Por eso se convirtió en un fenómeno de masas y traspasó fronteras para ser un ícono cultural a nivel mundial. Y, en definitiva, a pesar de Stern, terminó siendo un embajador de la marca en los lugares donde la NBA era vista como “careta”. Y, dando vuelta la relación, un pionero en reflejar una cultura de masas que quería su lugar en la elite. “Iverson tuvo más influencia que Wilt (Chamberlain) y Julius (Erving). Los fanáticos lo amaban y seguían, se sienten identificado por él. Es mucho más que una estrella en la cancha. Allen es un imagen cultural”, dijo Pat Williams, ejecutivo de elite nacido en Filadelfia que pasara por los 76ers.
Ya retirado, los problemas no menguaron. Parecían perseguirlo o ser inherentes a él. Ya en el final de su carrera se conoció que estaba casi en bancarrota pese a haber embolsado 155 millones en salarios y al menos otros 70 en acuerdos de patrocinio durante su carrera. Su descontrolado estilo de vida, que incluía largas noches en los casinos, lo había llevado a esa penosa situación. Pero, claro, nadie, a lo largo del tiempo, podía vivir como lo hacía Allen. En el 2003, por caso, los periodistas argentinos fueron testigos durante el Preolímpico en Puerto Rico que Iverson, integrante del seleccionado de USA, se movía con un séquito de al menos 20 personas, más que nada amigos, formando casi una banda de adolescentes. Todos solventados por la billetera de la figura porque Allen también era así, de devolver a los suyos, de ayudarlos mientras pudiera...
Los problemas con Tawanna nunca cesaron y su esposa solicitó el divorcio el 2 de marzo del 2010, pidiendo la custodia de sus hijos y el pago de manutención y pensión alimentaria. Ahí empezó una caída emocional y financiera que el periodista Kant Babb detalla en el libro “No es un juego: la increíble ascensión y la impensada caída de Allen Iverson”. Sufrió momentos de extrema tristeza, como cuando no podía pasar a buscar a sus hijos al colegio porque no sabía a cuál establecimiento asistían o aquellas noches enteras que pasaba tirado en sillones o en su cama, tomando botellas enteras de alcohol. Sus incumplimientos e irresponsabilidad lo llevaron, en diciembre del 2012, a perder la lujosa mansión de Atlanta, valuada en 4.5 millones. Por eso quiso volver a la NBA, incluso a la G League, pero nunca pudo concretarlo, en parte porque aseguran que desde la organización nunca se lo facilitaron... Sus dramas, entonces, se ahondaron.
En 2013, su esposa lo denunció por secuestrar a sus propios hijos. En realidad, tras unas mini vacaciones, Allen nunca los devolvió en la fecha pautada y ella dijo que tenía miedo por la adicción de su ex. “Es un alcohólico que se emborracha delante de sus hijos”, declaró. Un problema que confirmó Stephen Smith, el periodista más cercano a la estrella. “Estoy preocupado porque bebe demasiado”, admitió. Una adicción que habría que sumar a los graves problemas con las apuestas que se desataron en la época y que fueron reflejados en actos de indisciplinas en varios casinos -llevaron a que fue prohibido de por vida en al menos dos de Atlantic City y otro en Detroit-.
Hoy, años después, parece ser otro. No hay noticias de sus excesos o adicciones, tampoco de escándalos públicos. La calma ha vuelto a su vida y sus redes sociales muestran agradecimiento a quienes lo ayudaron y mucho amor con sus hijos, tratando de recuperar el tiempo perdido. Su círculo íntimo asegura que está mejor, con una situación financiera algo más holgada y con una imagen social mucho menos polémica y confrontativa.
La moda que impuso lo ayuda. Mantiene aquella imagen, casi de eterno rebelde, y la vende. Haber sido un fenómeno de masas, global, sin fronteras, sigue siendo algo muy fuerte, un ícono vivo de una generación que sigue vigente. Muchos chicos se siguen vistiendo como él y consumen sus proezas en las redes. Iverson, de alguna forma, sigue siendo una inspiración para muchos. Como cuando era ese “petiso” de 1m83 que se animaba ante todos, capaz de desafiar a los más grandes, de jugar dolorido, lesionado, y de guiar a grandes triunfos a un equipo sin otras figuras. Su paso por la NBA fue muy especial, inolvidable. Por su rebeldía dentro y fuera de la cancha. Amado por muchos, rechazado por algunos, lo que seguro no puede renegar Allen Iverson es de haber hecho las cosas a su manera…
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