Cuando el 9 de enero de 2017 falleció a los 55 años de un paro cardiorrespiratorio, uno de sus mejores amigos, el también ex futbolista paraguayo Julio César Romero, lo calificó de “héroe” y de “jugador completo, que hoy valdría 50 millones de dólares”.
Roberto Cabañas llegó a ser uno de los mayores ídolos de la historia moderna de Boca, pero también lo fue en el Brest de Francia y en el América de Cali, y formó parte del último seleccionado guaraní en ganar un título: el Sudamericano de 1979.
Nació en la ciudad de Pilar, en el departamento de Ñeembucú, el 14 de abril de 1961 y desde muy joven se destacó por su fuerte temperamento, sus jugadas vistosas y sus acrobacias en los festejos de los tantos goles que convertía (215 en los diversos clubes en los que jugó un total de 330 partidos), y por eso fue apodado como El Mago de Pilar, aunque también se lo conoció como La Pantera.
Tras un rápido debut a los 17 años en Cerro Porteño, emigró al Cosmos de Nueva York, poco tiempo después de que se retirara Pelé. Allí jugó cuatro temporadas, entre 1980 y 1984, y coincidió con otros cracks de la talla de Franz Beckenbauer, Carlos Alberto Torres, Johan Neeskens, y Giorgio Chinaglia.
“No disfruté tanto en el Cosmos porque en ese momento yo tenía una necesidad económica grande con mi familia”, recordó años más tarde en su visita al programa Pura Química de ESPN. “No era el equipo al que yo quería irme porque yo sentía el fútbol de verdad, y eso era con cancha sintética, y la gente no conocía de fútbol. Pelé hacía las promociones de nuestros partidos y allí comprobé que los europeos eran mucho más profesionales. Nosotros, los latinos, somos más de bromas. En esa época Maradona valía un millón de dólares y por mí pagaron 850.000 porque no sabían mucho quién era yo, que tenía 18 años. Buscaban sangre joven para reemplazar los ídolos, pero cuando se fueron no quisieron ir a ver a nadie más”.
Era tal la distancia con las grandes estrellas europeas, que con el paso de los años pensó que ni se acordarían de él. Pero le ocurrió algo inesperado cuando sufrió una lesión jugando para el Olympique de Lyon: fue acompañado a Alemania por el médico del plantel, en la búsqueda de soluciones. “Alguien me mandó a llamar cuando se enteró de que yo estaba allí, pero no sabía de quién se trataba. Me acerqué al vestuario que me dijeron y vi a un muchacho al que masajeaban recostado boca abajo en una camilla y apenas con una toalla en la cabeza. Cuando le dije que ya estaba allí, se dio vuelta y era Beckenbauer. Se acordaba de mí por un gol de taco que hice”. “Sólo un loco como vos puede hacer un gol así”, me comentó.
También los momentos compartidos con Pelé, quien ya no jugaba pero promocionaba los partidos del Cosmos, le sirvieron para el futuro. “Un día le pregunté cómo se protegía de los golpes y me dijo que era muy fácil. Se levantó y me mostró cómo hacía con el brazo y el codo, y con el tiempo lo empecé a hacer con mis compañeros. Los delanteros estamos todo el tiempo recibiendo patadas, golpes y empujones. El fútbol es ojo por ojo, diente por diente”.
Con el Cosmos ganó 9 títulos y en 1984 fue transferido al América de Cali cuando era un jugador con mucha más experiencia. Usaba como cábala una venda en su brazo, y todos admiraban sus 1000 a 1200 abdominales diarios, que lo mantenían en un estado atlético envidiable.
En Cali vivió una época dorada, y se incorporó al equipo que dirigía el doctor Gabriel Ochoa Uribe, un discípulo de Carlos Bilardo, que años anteriores había sido protagonista de dos ediciones de la Copa Libertadores con el rival de la ciudad, el Deportivo Cali. Ese América que contaba con estrellas como los argentinos Julio Falcioni, Ricardo Gareca y Carlos Ischia, el paraguayo Juan Manuel Battaglia y los colombianos Willington Ortiz y Anthony De Ávila batió todos los récords con cinco títulos locales consecutivos y tres finales consecutivas de la Copa Libertadores en tiempos de una gran influencia en el fútbol de los cárteles de drogas.
Cabañas ganaría los títulos colombianos de 1985 y 1986 y se convertiría en uno de los grandes ídolos gracias a sus espectaculares chilenas, a las que llegó a denominar Cabañuelas.
Su pase al Brest en la temporada 1987/88 tuvo ribetes de telenovela y, cuando se incorporó, fue la figura del equipo que consiguió el ascenso a la Ligue 1. Sus buenas actuaciones hicieron que fuera traspasado en 1990/91 al Olympique de Lyon, aunque antes vivió una extraña situación cuando quisieron sobornarlo para que desistiera de jugar ante el poderoso Olympique de Marsella, que estaba a punto de ganar la liga francesa.
“Con el Brest íbamos a jugar contra el Olympique de Papin, Cantona, Francescoli, Mozer y Amorós. Era un equipazo y peleaba por el título. Yo venía de meterle un gol al Burdeos y se me acercó un señor que creo que era argentino, Daniel Santos, y me citó a su hotel. Me dijo que me hablaba de parte del presidente del Olympique de Marsella, Bernard Tapie (poderoso empresario que luego fue detenido por corrupción). Me proponía que yo saliera lesionado a los 10-15 minutos. Me sorprendió, pero no me ofendió, porque eso está en la dignidad de cada uno, pero sí me quedé preocupado desde ese momento porque pensé que si al otro día hacía un gol en contra o lo que sea, iba a quedar la duda”, relató años más tarde.
“Le comenté lo ocurrido al director deportivo, me comunicó con el presidente Francois Yvinec, y le advertí que al día siguiente iban a venir con un maletín negro a las 10 de la mañana, y le dije que había tres opciones: recibir el dinero y repartirlo entre todos, no recibirlo, o no jugar por cualquier cosa que ocurra. A la hora convenida vinieron, todos trajeados, el Brest me puso micrófonos por debajo de la ropa, pero ellos también estaban percatados y, aunque yo les hablaba de dinero, no entraban en el juego y no pasó nada. Nosotros nos jugábamos el descenso. A los 10 minutos perdíamos 1-0, empaté a los 36 y a los 43 del segundo les hice un gol de tiro libre y ganamos 2-1. Les dije a los dirigentes que eso sucedió porque me dieron toda la confianza para jugar”.
Esas actuaciones lo llevaron al Olympique de Lyon al año siguiente, donde tuvo una aceptable actuación, y que generó la atención de Boca, que lo contrató para la temporada 1991/92. Cabañas llegó al club ideal para él y así lo entendió enseguida. “Yo vine a Boca con 31 años. No era mi mejor momento futbolístico, y como el club estaba necesitado de títulos, jamás hice una Cabañuela. Me dediqué a marcar, a correr a los adversarios. En la Argentina la gente conoció a un guerrero, no al que jugó en Colombia o Francia. Yo venía con la pasión adentro y sólo quería que Boca fuera campeón”, reconoció luego.
El feeling con la hinchada de Boca fue absoluto. Sus declaraciones previas a los partidos, especialmente antes de los clásicos con River, generaban rispideces y enfrentamientos, en especial con Hernán Díaz y Sergio Berti. De hecho, se fue invicto en los Superclásicos y llegó a ganar el Apertura de 1992 y la Copa Máster, con el uruguayo Oscar Wáshington Tabárez como DT.
“Antes de los partidos, yo temblaba en el micro porque no sabía lo que me podía esperar, tenía miedo, y por eso jugaba provocando, con el nerviosismo de ellos. A mí me gustaba llegar, tomarme un cafecito en el vestuario y salir a mirar la tribuna porque ese ambiente que me gritaba y me alentaba, me agrandaba, me hacía bien. Todo era por dentro, calladito”, recordaba. Sin embargo, su vínculo con Boca y contra River comenzó mucho antes de ponerse la camiseta azul y oro: “No me olvidaré jamás cuando estábamos en el América de Cali y Carlos Ischia salió a jugar la final de la Copa Libertadores frente a River con la camiseta de Boca”, repetía.
Su rivalidad se acrecentó desde el primer Superclásico por la Copa de Oro de 1992, ni bien había llegado, cuando registró en uno de sus festejos su tradicional bailecito. Con los xeneizes jugó 60 partidos de torneos locales y 7 internacionales, con 18 goles.
Era mañoso, ventajero, usaba bien el cuerpo para proteger la pelota y con tal de ser útil para el equipo aceptó jugar en otras posiciones cuando llegaron el uruguayo Sergio Martínez y Alberto Acosta. Pero con la llegada de César Luis Menotti ya no tenía espacio y en 1994 emigró al Barcelona de Ecuador, aunque siempre siguió ligado a Boca aún luego de retirarse del fútbol.
“Astrada y Hernán Díaz serán mis hijos toda la vida”, solía decir, siempre provocativo, o “quiero que los jugadores de Boca jueguen a lo Boca y que no se quejen como las gallinas”.
Cuando se produjo el descenso de River al Nacioinal B en 2011 dijo “me dio alegría”, y cuando perdió en ese torneo ante Boca Unidos de Corrientes, sostuvo que “River es un grande en institución pero chico como equipo. No tiene jugadores de jerarquía. Boca Unidos le ganó con el nombre. Se asustan al escuchar la palabra Boca”, y solía señalar que “los bosteros somos el 75% del país y luego viene el resto”.
Tras una temporada en Ecuador, regresó fugazmente a Boca para recalar en Libertad de Paraguay en 1996, aunque en ese mismo año volvió a Colombia para jugar en Independiente de Medellín y anunciar allí su retiro del fútbol. Sin embargo, en el 2000 volvió con 39 años, ya con cierta calvicie y con algún sobrepeso, para jugar en el Real Cartagena.
Algunos dicen que este regreso se debió a haber perdido una apuesta con un dirigente, otros, a una muy mala situación económica y los más sensacionalistas hablan de cuestiones de polleras, pero nunca se aclaró.
Con la selección paraguaya ganó el torneo Sudamericano (ahora Copa América) en 1979, que fue el último título oficial conseguido hasta hoy por la Albirroja, integrando un recordado equipo que contaba con grandes jugadores como Eugenio y Milcíades Morel, el arquero Roberto Gato Fernández, Carlos Kiese, su amigo Julio César Romero, Alicio Solalinde y Hugo Ricardo Talavera.
Tuvo la oportunidad de jugar con varios integrantes de aquella selección el Mundial de México 1986, en el que le convirtió dos goles a Bélgica en la fase de grupos que sirvieron para alcanzar los octavos de final, donde fueron eliminados en el estadio Azteca, por Inglaterra que luego caería en cuartos ante la Argentina de Diego Maradona.
Tras la derrota de 3-0 ante los británicos, los jugadores recibieron acusaciones de no poner el máximo empeño. “Dijeron eso porque se difundió que algunos teníamos reservados pasajes de regreso tras ese partido, en una agencia de viajes, pero todos lo hacían, y si ganábamos lo íbamos a cancelar”, se defendió. Para los dos mundiales siguientes, los de Italia 1990 y Estados Unidos 1994, Paraguay no se logró clasificar y tras esta última decepción, decidió retirarse del equipo nacional.
En la eliminatoria para el Mundial 1994, al enfrentar dos veces a la Selección de Alfio Basile, reapareció su enfrentamiento con Ruggeri, que ya venía de los tiempos de aquella final de Copa Libertadores de 1986 entre River y América de Cali. Entonces, calificó al argentino de “tortuga” en las horas previas y el día del partido en el estadio Defensores del Chaco, en Asunción, anticipó que lo expulsarían. “Le dije antes del partido que tenga cuidado conmigo porque lo iba a hacer expulsar. Él era muy fuerte y brusco, y yo era hábil. Había mucha diferencia”. De todos modos, Argentina se impuso 3-1.
Al retirarse, regresó al América de Cali como ayudante de campo de Gerardo González Aquino (también ex América de Cali) en 2006, y cuando en febrero de 2007 echaron a éste, Cabañas tomó el mando junto con Alex Escobar (otro ex jugador), como asistente, pero fue una decisión temeraria porque él no tenía experiencia y tuvo que abandonar el cargo tras 12 partidos en una muy mala campaña que incluyó una goleada adversa por 6-0 contra Deportes Tolima. “No aceptaba nada, creí que lo sabía todo”, admitió después.
“El misterio del fútbol es tener buenos jugadores y trabajar un poco, porque lastimosamente el DT no juega, los que juegan son los jugadores. Sólo nosotros, los jugadores, sabemos cómo se maneja un vestuario y sabemos cuándo un jugador amanece mal o bien, cuándo hay que ser un psicólogo con alguno, a quién cuidar, a quién darle una palmadita en la espalda para motivarlo”, solía repetir.
Tras su repentina muerte en una madrugada en Asunción, hubo consternación en Pilar, su ciudad de nacimiento. Todos conocían bien a Cabañas, quien silenciosamente se encargaba desde mediados de los años ochenta, de que a ningún niño le faltara un juguete en el Día de Reyes, y era tradicional la llegada de un cargamento especial para ese fin. Su ex esposa y sus cuatro hijos volaron especialmente desde Colombia para despedirlo.
“Se fue un héroe, porque formó parte del último seleccionado paraguayo que ganó un título”, dijo su amigo y compadre Romerito cuando se enteró de su fallecimiento. “Tenía condiciones atléticas bien desarrolladas, habilidad, agilidad, salto, arranque. Fue un jugador de alto nivel”.
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