El Pelé del básquet: la cautivante historia del brasileño que metió 50.000 puntos y que Kobe Bryant tenía como ídolo

Oscar Schmidt es el máximo goleador de la historia, de Mundiales y Juegos Olímpicos. El fruto de un talento muy especial y una obsesión por mejorar. Infobae habló con uno de los mejores tiradores de siempre y sumó opiniones atrapantes y anécdotas para conocer una obra singular que incluyó superar un cáncer cerebral. El Mano Santa, a quien hasta Maradona iba a ver jugar

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Disputó cinco Juegos Olímpicos y
Disputó cinco Juegos Olímpicos y 4 Mundiales

Wayne Brabender, un estadounidense que se había nacionalizado para jugar para España, lo vio meter 37 triples seguidos en la previa de un amistoso en Pekín e, impactado con la facilidad para anotarlos, se lo contó a sus compañeros. Los españoles lo sufrieron esa noche y, aún shockeados, tuvieron pesadillas cuando pocas semanas después, en Seúl, vieron cómo les hacía 55 puntos durante los Juegos Olímpicos de 1988, una marca que todavía es récord olímpico. Pero, claro, para los que conocen bien a Oscar Schmidt, esas cantidades eran ordinarias. Un entrenador español asegura que lo vio meter 52 triples seguidos en una cancha sin techo y en medio de un frío polar en Valladolid. Compañeros del Flamengo juran que, con 40 años, presenciaron 90 seguidos en un entrenamiento, una cifra que el propio Oscar le confirma a Infobae desde su residencia en Alphaville, San Pablo. Algo similar cuentan quienes asistieron a una práctica pública en la que se puso a lanzar tiros libres y clavó 196 consecutivos. Para él era una costumbre, la consecuencia de un talento muy especial pero, sobre todo, de mucho trabajo. Pero mucho en serio. Un ejemplo lo resume: cuando los lunes no había entrenamiento de equipo, el Mano Santa llevaba a su esposa Cristina para alcanzarle la pelota mientras él tiraba.

Oscar también admite que nunca dejaba un entrenamiento sin meter 20 triples seguidos. Y que nunca se iba sin hacer una sesión extra de lanzamientos que generalmente eran entre 400 y 500. O casi nunca. Un día, cuenta el entrenador argentino Carlos Duro que dirigió años en Brasil, Oscar se tenía que ir rápido porque debía hacer un trámite personal cuando su compañero Andre Rato no tuvo peor idea que cargarlo. “Andá tranquilo, Oscar, que acá nosotros nos quedamos entrenando por vos”. El tirador volvió al vestuario, se cambió nuevamente y los tuvo tres horas más entrenando. Cuando se fue, le dejó claro algo a Rato: “Nunca más me digas esto porque yo soy el que más entreno de todos”. Oscar es recordado como un perfeccionista, un obsesivo del trabajo, pero sobre todo como uno de los mejores tiradores y anotadores de siempre. En esta nota conoceremos la cautivante historia del Pelé del básquet, nada menos que el jugador que metió más puntos en la historia del deporte. Si O Rey asegura haber anotado más de 1000 goles, Oscar puede presumir de tener casi 50.000 puntos (49.737 para ser exactos) en 30 años como profesional y, entre otras cosas, haber disputado 5 Juegos Olímpicos y 4 Mundiales. Una máquina ofensiva que está llena de hazañas, hitos y marcas que aquí repasaremos, que patentó una única forma de tirar, impactó con su ética profesional, se dio el lujo de decirle que no a la NBA y al Real Madrid, y que, ya retirado, protagonizó una impactante lucha durante cuatro años (2011-2015) contra un cáncer cerebral al que terminó venciendo.

Oscar Daniel Bezerra Schmidt nació en Natal un día antes que Jordan, un 16 de febrero, y también cinco años antes (1958). Pero, a diferencia de Michael, de chico prefería el fútbol, como la mayoría de los brasileños. Fueron sus padres quienes insistieron que jugara al básquet, viendo la altura que tenía (a los 13 años medía 1m90). Su tío Alfonso lo llevó al club Unidade de Brasilia, donde la familia se había mudado desde Natal, y allí conoció a un singular coach de gimnasia. Japonés él, Myrura lo introdujo en los secretos de la paciencia y la perseverancia, dos máximas orientales, y lo guió hacia la sistematización de los ejercicios, muchos de ellos “bastante extraños”, según Oscar. A él, asegura, le debería su excelsa y pulida mecánica de tiro, sobre todo el llevar el balón sobre la yema de los dedos antes de realizar la extensión del brazo durante el lanzamiento. Tres años después de brillar en la región, con 16 años, incluso jugando de pivote por su altura, Oscar llegó a la selección juvenil y en 1974 se mudó San Pablo para jugar en el Palmeiras. Su progresión impactó a todos y los 19 años ya había debutado en la Mayor durante el Sudamericano de Chile que ganaría Brasil. Eran tiempos de grandes talentos en aquel país, pero el joven tirador mostraba cosas diferentes. Por eso no sorprendió que, con 20 años, el ya alero fuera el segundo goleador (17.7 puntos) en la gran campaña de la verdeamarela (medalla de bronce) en el Mundial del 78 en Filipinas.

Eso le dio el salto al Sirio de San Pablo, club que formó un poderoso equipo que en 1979 lograría la triple corona: Paulista, Brasileirao y Mundial de Clubes. En la final del mundo, ante el campeón europeo Bosna Sarajeno, impactaría a Bodgan Tanjevic, uno de los mejores entrenadores de la historia FIBA, quien recuerda bien aquella definición en diálogo con Infobae. “Me cautivó por cómo nos derrotó en esa final. Nosotros veníamos invictos y jugando a gran nivel. Incluso ese partido fuimos ganando durante todo el partido. Oscar no había anotado en los primeros 10 minutos, pero luego se desató y marcó 44 puntos. Nos robó el juego. Tenía 21 años… Nunca vi algo igual en mi vida”, rememora. Tres años después, el mítico coach montenegrino se lo llevaría a Italia como extranjero para armar un equipo sin tradición que impactaría a Europa. Pero, claro, mientras tanto, Oscar lo hizo por todo el mundo. Sobre todo con una selección brasileña que quedaría en la historia. Conducida por Guerrinha y Paulino, apoyada en el juego interior de Gerson e Israel y con un dúo temibles tiradores, Marcel y Oscar. Con él, Brasil lograría tres muy meritorios quintos puestos en los Juegos Olímpicos de 1980, 1988 y 1992, un 6° lugar en 1996 y un 9° en 1984. Siempre, sin importar la edad, con el alero siempre luciendo su devastadora puntería. En Seúl 88, por caso, fue el goleador con 44.2 puntos y, en el último, Atlanta 96, fue el top scorer de su seleccionado. No sorprende entonces que sea el máximo anotador en la historia olímpica (1093 puntos) y en uno de los dos jugadores en haber estado en cinco Juegos. Tampoco que sea el goleador de siempre en Mundiales, con 843 puntos, tras disputar cuatro (78, 82, 86 y 90). Una vigencia que demostró al ser el anotador principal en Argentina 90.

Cuando Oscar Schmidt batió el récord de triples en el All Star de Italia: 22 de 26 anotaciones

Pero, claro, su máximo hito se dio en la noche del 23 de agosto de 1987, en Indianápolis, en la final de los Panamericanos. Estados Unidos venía de ganar el oro en los Juegos del 84 y el Mundial 86. Aún no jugaba con los NBA, pero asistía con los mejores universitarios y en aquel equipo estaban varios que serían figuras: David Robinson, Danny Manning, Rex Chapman y Willie Anderson. Brasil tenía lo suyo, liderado por un Oscar que en la semi le había anotado 53 puntos a México, pero casi nadie creía posible la hazaña. USA, alentado por su gente, empezó mejor y llegó a ganar por 20 en un primer tiempo en el que Oscar no se encontraba (11 puntos). Pero el Brasil de Ary Ventura nunca abandonó su estilo agresivo y arriesgado, jugando a muchas posesiones y apoyándose mucho en el tiro exterior. Sí, como varios equipos NBA de hoy… Todo empezó a cambiar cuando su goleador calentó la mano. En un momento dado fueron cinco triples al hilo que silenciaron al estadio. El alero estaba tan agrandado que, en defensa, cuentan que les gritaba a los rivales para asustarlos. Los inexpertos talentos estadounidenses cedieron ante la presión y Oscar anotó 35 tantos en esa segunda mitad para el histórico 120-115. Fue la primera vez que Estados Unidos perdió de local y le anotaron más de 100. Un hito que hasta reconocieron en la gran cuna del básquet que es Indiana: aquella noche, cuando los brasileños entraron a un restaurante de la ciudad, los comensales los aplaudieron de pie. “En esa época, los universitarios dominaban. Pero nosotros les ganamos. Y esa victoria ayudó a cambiar las reglas. Y yo fui parte de esas modificaciones. Me siento orgulloso de lo que hicimos”, recordaría años después. Lo mismo que recordaría Willie Anderson, su defensor, quien admitió haber tenido pesadillas durante varios meses con Oscar y aquellos triples que lo despertaban sobresaltado en medio de la noche.

En la cancha, Oscar fue un asesino. Un jugador que, en la elite del básquet, anotó 42.044 puntos en 1289 partidos. Sólo en clubes. Lo que da la friolera de 32.2 puntos de promedio. Durante casi 30 años, entre los 16 y los 45. En total llegó a 49.737 tras superar, a los 43 años, los 46.723 que ostentaba Abdul-Jabbar. Hablamos de alguien que anotó 74 puntos en un partido (en Brasil), que tiene el récord (55) en un Juego Olímpico, que logró la marca de tiros de tres anotados en la liga española (11) y que en un torneo de triples en Italia logró el récord de conversiones (anotó 22 de 25, 19 seguidos). Pero que, para completar una historia mítica, años después volvió a Italia para un reconocimiento y no pudo con su genio: terminó pidiendo ropa de jugador para intervenir en el nuevo torneo. Para sorpresa (o no) de los hinchas, Oscar lo ganó, ante rivales más jóvenes y activos, demostrando su inoxidable talento y abrumadora competitividad. Por hazañas así fue apodado el Mano Santa. Por su habilidad para anotar desde cualquier posición, incluso marcado o desequilibrado.

Se trató de un jugador alto para su función. Sus 2m04 le permitían lanzar por sobre la gran mayoría de sus defensores. Además tenía una técnica depurada para tirar rápido, incluso a veces sin armar el brazo. Capaz de recibir y ejecutar en milésimas. Un lanzador excelso que dominaba cada opción de tiro: en velocidad tras cortinas, a pie firme o tras los amagos que tanto usaba, saltando e incluso sin saltar. Tenía gran eficacia en todas las distancias y situaciones. Físicamente tenía falencias y defensivamente, aún más. Pero del otro lado te acribillaba, nadie podía decirle nada. Oscar lo reconoció. “Tengo la suerte de haber explotado lo que Dios me dio: tamaño y talento para vivir de este deporte. Admito que tengo unos problemas físicos increíbles. Soy lento, no tengo movilidad lateral, pero sí la suerte de tener tiro”, se auto analizó.

Para quienes no lo vieron tuvo cosas de Dirk Nowitzki, un grande con la movilidad de un chico y, sobre todo, con un tiro devastador, sacado desde bien arriba. “Sí, es verdad, mi altura la usé como él. No me podían taponar y no tenía la necesidad de saltar tanto para lanzar, pero creo que mi juego se pareció más al de Larry Bird. No podía saltar y correr, pero igualmente fue mejor que la mayoría”, admite. No es casualidad que el mismo Oscar haga referencia a Bird. La estrella de los Celtics fue su espejo, a quien copió más de un movimiento. “Es muy fácil tener a Jordan o a Kobe como ídolos. Vuelan por ahí y hacen lo que les da la gana. Mi ídolo ni saltaba ni corría pero ganaba. Está aquí (Larry Bird). Es el mejor de todos los tiempos”, aseguró en el discurso que dio cuando ingresó al Salón de la Fama en 2010. Oscar no sólo se identificaba con Larry. “Le copió cosas. Desarrolló la misma finta, movimiento de cadera y mecánica de tiro que Bird”, comparó Dan Peterson, ex mítico DT estadounidense que lo sufrió cuando dirigió en Italia. Los puntos en común fueron varios: gran competitividad, excelso tiro y mucho oficio y lucidez para destacarse entre mejores atletas. No es sencillo encontrar en la historia un tirador mejor que Oscar. Pero él cree que sí. “Drazen Petrovic fue un tremendo jugador y tirador, claro. También (Steph) Curry y Klay Thompson. Aunque el mejor jugador que vi y con quien más placer me dio jugar fue Marcelo de Sousa en la selección de Brasil”, dice en la nota.

Récord olímpico: los 55 puntos de Oscar Schmidt ante España en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988

Pero, detrás de esta valiosa virtud, está la base de todo, su impactante ética de trabajo. “Yo no fui como Sabonis o Petrovic. Ellos nacieron para esto, yo necesariamente debí entrenar mucho”, analizó hace unos años. En charla con Infobae, amplió el concepto. “Mi secreto fue justamente ese. Estoy muy seguro que ningún otro jugador lo hizo como yo. Yo vivía para el básquet y mi vida, como jugador, fue entrenar, entrenar y entrenar. El tirador se hace trabajando, no por genética. Yo sólo creo en el trabajo”, asegura. Oscar era capaz de hacerlo cada día y en situaciones que ningún otro podría. Por caso, cuando su esposa comenzó con trabajos de parto en Nápoles. Al llegar al hospital, el médico les dijo que el niño no nacería antes de cinco horas. ¿Qué hizo el brasileño? Se fue a entrenar y llegó a tiempo para asistir al parto de su hijo Felipe. No sorprende, entonces, que diga que “el básquet es un vicio para mí, una droga que necesité para vivir”. Tanjevic se ríe y le confirma a Infobae la historia de su esposa-alcanzapelotas. “Básicamente era los lunes, cuando el equipo tenía libre. Pero él no descansaba y se aparecía en el estadio con Cristina”, comenta. Cuando completaba 250 tiros, desde cinco posiciones distintas, podían volver a la casa. “Si ella quiere tener un alto status de vida, cambiar electrodomésticos y tener lo mejor, necesito que me ayude”, respondía en la intimidad, según le cuenta un entrenador a este sitio. Claro, ese esfuerzo se lo reconoció en público. “Sin ella no estaría aquí. Me ha pasado tantas veces el balón, me ha ayudado a entrenar en soledad, ha estado siempre a mi lado… Por eso, entre otras cosas, decidí casarme con ella”, aseveró. Oscar siente orgullo por el camino que transitó y lo resume. “Yo me entrené para ser el mejor del mundo. No lo logré. Pero trabajé más que cualquiera. Y estoy orgulloso de eso”, comenta quien hoy juega sólo al fútbol por diversión. “En el básquet ya metí todo lo que tenía que meter”.

Tanjevic asegura que Oscar “era mucho más que una gran mano. Su tremenda puntería se la debía a su esfuerzo, a la sistematización de los movimientos, a la repetición de los ejercicios, a su enorme sacrificio”. Acepta que en defensa no era bueno, que en su aro jugaba de ala pivote para no tener que perseguir aleros lejos del aro. Incluso cuenta que al brasileño le gustaba que él dispusiera una marca en zona para que pudiera ahorrar energías, pero a la vez destaca que se comprometía con el trabajo del equipo. “Cuatro años seguidos fue nuestro mejor rebotero”, precisa quien fuera coach de cuatro selecciones distintas (Yugoslavia, Montenegro, Italia y Turquía, con la que llegó a la final del Mundial 2010). Bodgan destaca lo buen compañero que era, pese a que necesitaba el balón y los tiros para cumplir su rol. “Yo siempre traté que mis equipos jugaran como tales, sin poner todo en las manos de un jugador. Pero, en este caso, sabía que él necesitaba 22/23 tiros por juego. El nos garantizaba 25/30 puntos por partido y nos ponía en sus hombros. Nos ayudaba y protegía, sin pedir nada a cambio. Ni siquiera la capitanía. Recuerdo cuando se la di a Nando Gentile, un chico talentoso, y él nunca la reclamó para él. Es más, pasaba a buscar a Gentile en su auto para ir y volver de cada entrenamiento. Tenía mucho amor por el juego, por sus compañeros, por el equipo… Era un gran goleador pero sin ego ni celos hacia nadie. En los cinco años que lo dirigí no tuve ni un solo problema con él. Nunca se comportó como una estrella pese a que lo era”, rememora a los 75 años, ya jubilado, desde su casa en Trieste, Italia.

Tanjevic fue quien confió en Oscar para dar el gran salto a Europa en 1982, “cuando pocos lo conocían y en una época que los extranjeros sólo podían ser americanos”, y, además, quien ayudó a moldearlo como un gran goleador. Y así detalla uno de sus aportes. “A mí me gustaba Jack Sikma, un pivote grande de la NBA que lanzaba muy bien. Me parecía que sus fundamentos podían aplicarse a Oscar, el jugar de espaldas y, usando movimientos de pies y los amagos, capaz de ponerse de frente y anotar. Se lo expliqué y lo aceptó enseguida, trabajamos mucho en generar el espacio con el defensor a base de fuerza de piernas, dar un pequeño salto y tirar de media vuelta, sin usar el pique”, detalla. En Caserta, sin dudas, hay un antes y un después de Oscar. Junto a Tanjevic, llevó al club desde la segunda división hasta pelear los títulos máximos en Europa.

Cuando Oscar Schmidt logró el récord de triples en España

Uno de los tantos niños que lo idolatró fue un tal Kobe Bryant. Cuando su padre Joe jugó en Italia (84-91), Oscar era una de las estrellas más brillantes. Y al pequeño Kobe no sólo lo cautivaba el tiro y los puntos que metía. Tal vez veía en él algo que Bryant mostraría con el tiempo: su obsesión por trabajar, mejorar, ganar y superar desafíos. “Tal vez por eso le caí tan bien”, analizó Schmidt, quien se enteró de grande, en los Juegos del 2008, de lo que había significado para el astro de los Lakers. “Cuando hablé con él por primera vez recuerdo que estaba emocionado con haberme conocido… De aquella época sólo recuerdo haber escuchado a los compañeros de Joe decir que le hablaba al hijo sobre Jordan y Magic, pero Kobe respondía ‘el que es verdaderamente bueno es Oscar. Todo el tiempo le gana a tu equipo’. Cuando nos conocimos, me acuerdo que confesó que me había puesto su propio apodo: La Bomba”, contó el brasileño, quien admitió haber llorado cuando lo escuchó a Kobe hablar maravillas de él. El reencuentro fue en 2014, cuando Bryant visitó Brasil para presenciar el Mundial de fútbol. Cenaron y recordaron historias. “Se acordaba de cosas de mi carrera de las que yo me había olvidado. Me contó lo mucho que le había impresionado cuando anoté 19 triples seguido en el torneo de triples del All Star. Tuve que ver las estadísticas y sí, fue en 1988″, explicó.

Como pasó con Diego Maradona en el fútbol, el brasileño fue la bandera del Sur pobre contra el Norte rico. Una especie de Robin Hood del básquet que puso en el mapa a una ciudad vecina a Nápoles y peleó de igual a igual contra equipos poderosos de Milán, Pesaro o Bologna. “Sí, fue así realmente. Es una comparación atinada y aporto una curiosidad: Maradona venía seguido a ver nuestros partidos a Caserta”, aporta él para esta nota. Oscar ganó una Copa Italia en 1988 y perdió cuatro finales: una Copa Italia, la Lega ante el famoso Simac Milano, la Korac contra Roma en 1986 y, la más recordada, la Recopa de 1989 ante el Real. Un partido que es un mito viviente por lo que fue el tremendo duelo entre probablemente los dos anotadores más impactantes de la historia FIBA: Schmidt vs Petrovic. El brasileño hizo 44 puntos y Caserta rozó el milagro. Obligó a que el croata anotara 62… Tanto tuvo que emplearse Drazen que, por anotar y superar a Oscar (y al rival), se terminó peleado con varios compañeros, por su afán de tirar y tirar… Petrovic se fue a la NBA al año siguiente y Ramón Mendoza, el presidente del Real, quiso llevarse a Oscar. Incluso le mandó un contrato que el brasileño aún conserva en su casa. Por respeto a Caserta y a su presidente, Oscar dijo que no. No sería la única vez que Schmidt diría que no cuando un monstruo tocaría su puerta.

Era 1984 cuando New Jersey Nets lo eligió en el draft. Otra vez coincidió con Jordan, aunque el brasileño quedó en el puesto 131° de la sexta ronda, lo que él consideró un “insulto”, cuando se enteró. Y eso lo predispuso mal. No importó que el coach Stan Albeck lo quisiera ni que Al Menéndez, Director de Personal, dijera que era “uno de los diez mejores tiradores que he visto en mi vida”. Lo invitaron al campus previo a la temporada y Oscar aceptó, aunque ya con la idea de decir que no. El mismo lo reconoció. “Quería demostrarles lo que se perdían… Cuando llegué, le avisé al entrenador que anotaría un punto por cada minuto jugado. Y el primer día fue así: hice 25 puntos en 25 minutos… Me quedé una semana y jugué cinco partidos. Cuando me ofrecieron un contrato garantizado, les dije ‘no, gracias’”, contó. El brasileño asegura que la razón fue que no podría jugar más con su selección, debido a que en aquella época la normativa prohibía que los NBA jugaran en su seleccionado (así fue hasta 1989). “Si todo se hubiese dado 15 años después, cuando esa ley no existía, claro que hubiese jugado en la NBA. Era el sueño de todos”, contó, ya retirado. Pero, más allá de ese amor por la verdeamarela, varios no tienen dudas que bastante tuvo que ver lo económico. New Jersey le habría ofrecido 75.000 dólares anuales, cuando aseguran que en Caserta estaba cerca de los 250.000. Muchos se hacen la pregunta cómo hubiese rendido entre los mejores.

El brasileño, marcado por Scottie
El brasileño, marcado por Scottie Pippen

-¿Y qué habría pasado si hubieses jugado en la NBA, Oscar?

-Habría sido uno de los 10 mejores jugadores de la historia. Habría anotado un punto por minuto. Con 40 minutos quizás hasta hubiese llegado a 60 puntos.

La respuesta luce exagerada pero, conociendo los talentos de Oscar, obliga al menos a pensarlo. O a que al menos él explique por qué lo siente así.

-¿Cuáles son sus argumentos para sostener esa afirmación?

-Mi voluntad para entrenar y mi estilo de juego. Si hoy ves a Golden State, verás el estilo de juego que nosotros teníamos en los años 80 y 90. Yo creo que podríamos haber llevado esa forma antes a la NBA y explotar mis virtudes.

Los Nets nunca lo contrataron pero hace unos años le hicieron un homenaje por su carrera y le entregaron la camiseta N° 14 en el centro del campo. Oscar agradeció pero nunca se arrepintió. Fiel a su forma de pensar y sentir, se inclinó por otros caminos. Como cuando dejó Caserta y aceptó el ofrecimiento de Pavia, un equipo humilde al suroeste de la Lombardía. En aquellos tres años recuperó la ilusión con un ascenso a la Lega, promediando 44 puntos. En Italia completó diez temporadas: en cinco fue el goleador y se fue siendo el máximo de la historia por delante de los legendarios Antonello Riva, Dino Meneghin, Pierluigi Marzorati, Roberto Brunamonti o Manuel Raga. Cuando dejó la Bota y se mudó a España tampoco fue a un candidato. Con 35 años eligió Valladolid, al Fórum (93-95) y, pese a las dudas, destrozó los aros de la ACB, siendo el anotador top en su primera campaña (33.2 puntos). En dos años cautivó a la afición y dejó un recuerdo imborrable, además de un legado que se resume en una anécdota del coach Chechu Mulero. “Era Navidad y jugábamos un triangular en casa. Era pleno diciembre, hacía un frío polar y cuando llegamos al estadio no nos habían avisado que estaban arreglando el techo y casi la mitad del campo estaba al aire libre. Oscar no dijo nada. Se bajó del ómnibus, tomó una pelota, se dirigió al aro sin techo y me pidió que le alcanzara la pelota. Yo apenas me movía un metro para acá o para allá, por el frío, pero Oscar entró en calor y metió 52 triples seguidos. Fue algo alucinante, no volví a ver algo igual”, cuenta.

En 1995 volvió a su amado Brasil, con 37 años, para jugar en Corinthians. En su país jugó durante ocho más y, claro, fue el máximo scorer de la competencia. Pasó por Banco Bandeirantes para ser dirigido por su amigo Marcel y él cumplir el doble rol de presidente y jugador (anotó 74 tantos en un partido). Luego pasó por Barueri y se retiró en Flamengo, a los 45. Dos años antes ya había superado la marca de Abdul-Jabbar. “Ya pueden llamarme ex jugador. Esta situación es muy triste y difícil para mí. Tengo que dejar lo que más amo y mejor sé hacer. Me gustaría jugar para siempre. También me encantaría empezar de nuevo. Pero no es posible. Es tiempo”, se sinceró. Ni siquiera quiso jugar un puñado de partidos más para superar los 50.000 puntos. Se quedó a 263 pero ya sabía que el legado era demasiado profundo. Con el retiro de la N° 14 de Flamengo, fueron cuatro equipos en total que colgaron su camiseta en el techo. Las otras fueron la 14 del Unidade de Brasilia, la 18 en el Caserta y la 11 en el Pavia.

Oscar tuvo un carácter singular, muy fuerte y determinado, que lo llevaron a algún exceso. Como cuando, botella rota en mano, enfrentó a los hinchas del Scavolini de Pesaro que estaban apedreando el micro de Caserta y que le valió arresto domiciliario por algunos días. Muy religioso y cabulero, rezaba antes de los partidos, nunca se cambiaba las zapatillas tras una victoria (sólo lo hacía luego de una derrota), saltaba a la cancha con el pie derecho y daba pocas entrevistas (aún hoy) porque creía que le robaban la energía. No se perdía una carrera de su ídolo Ayrton Senna y coleccionaba pins y los videos de sus partidos. Aquellos momentos en los que logró que en Brasil, donde el fútbol es una religión, la atención se desviara un poco hacia otro deporte. Como, en su momento, lo hicieron Senna, Emerson Fitipaldi y Nelson Piquet en Fórmula 1, Guga Kuerten en tenis o el peleador Anderson Silva en UFC. Sin dudas, Oscar está entre los deportistas más grandes de la historia brasileña. Algunos dicen Top 5 y otros, Top 10. En el básquet, para varios expertos, fue el mejor alero anotador de la historia. En una encuesta de la NBA, resultó elegido para formar el Dream Team extranjero de siempre, siendo el único del grupo que nunca jugó en la NBA. “Es uno de los jugadores más importantes de mi carrera, sin dudas uno de los mejores que dirigí, además de un gran amigo con el que me une mucho cariño”, cerró Tanjevic.

En 2011 le diagnosticaron un
En 2011 le diagnosticaron un cáncer cerebral con el que batalló durante cuatro años. "Se metió con el tipo equivocado", dijo

Ya retirado, le quedó un partido todavía más bravo por ganar. En 2011 le diagnosticaron un cáncer cerebral con el que luchó durante cuatro años hasta curarse. Debieron operarlo dos veces, la segunda por un nódulo grado 3, más agresivo que el primero. “Este es un desafío más. He superado varios a lo largo de mi vida. Si más adelante no logro vencerlo, veremos. Pero haré todo lo que sea necesario. Si tengo que abrir la cabeza diez veces, lo haré, siempre y cuando pueda seguir hablando... Siento que puedo, que le voy a ganar. El cáncer se metió con el tipo equivocado”, disparó, fiel a su carácter. En medio de aquella pelea por su vida, en 2013, vivió una de las grandes emociones cuando recibió la bendición personal del Papa Francisco en la visita del Sumo Pontífice a Río de Janeiro. En un impactante momento, el ídolo se quitó la gorra con la que cubría su cabeza calva por el tratamiento contra la enfermedad, se arrodilló y permaneció por un largo tiempo agarrado de la mano a Francisco, llorando y con la cabeza baja, tocada gentilmente por el Papa. “No le pedí nada para mí. Tuve una vida muy buena. Sólo quería lo mejor para el pueblo brasileño”, contó.

Oscar, el mito, agradece la entrevista y cierra con un deseo no cumplido relacionado al básquet nacional. “Hubiese sido muy lindo poder haber jugado con la Generación Dorada argentina, con cada uno de sus miembros... Argentina tiene una gran escuela que se hizo visible con aquella camada”, reconoce. Por último, antes de despedirse y mostrando la admiración, se enfoca en uno de nuestros guerreros, uno con quien se siente identificado por su ética de trabajo y vigencia a lo largo de los años. “Me gustaría mandar un mensaje especial a Luis Scola. Es un jugador increíble”. Tan grande como usted, Mano Santa.

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