Hasta que el borde interno del pie derecho de Thomas Müller impactó el balón en un tiro de esquina ejecutado por Toni Kroos y lo mandó al fondo de la red, nadie podía presagiar que Alemania iba a ponerse en ventaja ante Brasil en una semifinal que acabaría siendo lapidaria para el elenco dirigido por Luiz Felipe Scolari. En aquellos 10 minutos iniciales había sido el anfitrión de la Copa Mundial de la FIFA 2014 quien había comenzado mucho más enérgico, firme en duelos individuales y peligroso en las aproximaciones, sin quedar tan endeble pese a algunos déficits en los retrocesos. Sin Neymar –descartado tras el golpe recibido ante Colombia en cuartos de final– ni el capitán Thiago Silva (suspendido), la Canarinha se jugaba el boleto a la final de su torneo. Llegaba invicto tras cruzarse con Croacia (3-1), México (0-0), Camerún (4-1), Chile (1-1) y Colombia (2-1), con mejores actuaciones individuales que colectivas, y con la ilusión de darle a su público la fiesta que tanto había esperado. Una fiesta que acabó en un calvario, con cinco goles encajados en media hora, un 7-0 soberbio en los minutos finales y con un equipo completamente desconfigurado que logró anotar un gol para mínimamente defender su honor.
El 8 de julio de 2014, el Estadio Mineirão de Belo Horizonte fue el escenario de uno de los partidos más increíbles en la historia de los Mundiales: Alemania venció 7-1 a Brasil en un duelo en el que Joachim Löw desdobló completamente el plan estratégico de Felipão. En ese ciclo a largo plazo en Die Mannschaft –que había comenzado con Jürgen Klinsmann y continuó con su ayudante– se construyó un equipo audaz, fluido, con gran técnica y creatividad en el último tercio, muy sólido a nivel defensivo a partir de un correcto posicionamiento y organización de sus partes, con un trabajo colectivo minucioso y coordinado a la hora de recuperar el balón y apto al intercambio de posiciones en ofensiva. Lo había demostrado durante las Eliminatorias y también en los encuentro previos ante Portugal (4-0), Ghana (2-2), Estado Unidos (1-0), Argelia (2-1) y Francia (1-0).
Scolari colocó en cancha un 4-2-3-1 adaptable a 4-4-2, con Dante en lugar de Thiago Silva y Bernard por Neymar –también regresó Luiz Gustavo de una suspensión y salió Paulinho–, aunque del rol de la joven estrella lesionada en la espalda se hizo cargo Óscar. En contrapartida, Löw repitió el once inicial que se había impuesto a Francia, un 4-3-3 que mutaba en 4-1-4-1 sin pelota.
A pesar del ímpetu de Brasil de los primeros minutos, paulatinamente Alemania empezó a controlar el partido con la presión coordinada del bloque Müller-Khedira-Kroos-Özil y Schweinsteiger a sus espaldas. Algo similar a lo que se veía por aquellos años en la la Bundesliga con el gegenpress del Borussia Dortmund de Klopp y el estilo que Guardiola había llevado al Bayern. La defensa jugó bien adelantada. No había más de 30 metros entre cada línea. Había un gran trabajo de despliegue de los interiores, sobre todo de Sami Khedira. Principalmente iban agresivamente sobre el tándem Luiz Gustavo-Fernandinho pero también tenían licencia para ser más profundos, presionar a los zagueros y boicotear la construcción desde atrás. Brasil fue forzado a jugar en largo, sin éxito. Incluso David Luiz, uno de los futbolistas más damnificados de aquella humillante actuación, quien portaba el brazalete de capitán y fue blanco de gran parte de las críticas, fue quizás el único jugador brasileño que intentó con cierto éxito que su equipo progresara en el campo mientras estuvo en partido, a través de sus conducciones y sus envíos largos verticales.
En la fase ofensiva, Thomas Müller explotaba el hueco que Marcelo dejaba con sus proyecciones constantes en el lateral izquierdo. A su vez Phillip Lahm ganó terreno por esa banda aprovechándose de la vulnerabilidad de Hulk y Khedira era el más participativo para facilitar las conexiones y la explotación de espacios. Hasta Mesut Özil se cambió de banda para generar más superioridad numérica en algunos pasajes de ese primer tiempo, ya cuando el combinado germano había sacado ventaja en el resultado.
La apertura del marcador llegó en un tiro de esquina que Brasil defendió con marcaje mixto –tres hombres custodiando la zona del área chica y un 4v4 más cerca de la frontal– y en el que Miroslav Klose hizo de cortina para que Müller escapara de David Luiz y definiera con total libertad. Ese gol dio paso a lo que posteriormente sería un vendaval de cuatro goles en seis minutos que provocaron la lágrimas desconsoladas de gran parte de la parcialidad local, llantos desgarradores captados por las cámaras de TV cada vez que la Brazuca tocaba la red del arco defendido por Julio César.
El cuarto gol fue un resumen perfecto de lo que estratégicamente hizo Alemania para destrozar a Brasil: Khedira hostigó a Dante, Toni Kroos le robó el balón a un Fernandinho que había recibido de espaldas, ambos intercambiaron pases y decretaron el 4-0, justo tres minutos antes de que Khedira marcara el quinto. Ambos fueron en esos minutos los máximos exponentes del elenco de Löw: brillantes técnicamente pero también combativos. Ese primer tiempo cerró sin una gran brecha de dominio con pelota, ya que Alemania fue levemente más dominante al conseguir el 53,5% de posesión y 250 pases completados (81,6% de efectividad) –contra 214 (82,2%) de Brasil–, pero con una pasmosa diferencia en el juego posicional y de ataque.
“No estábamos acostumbrados a perder por dos, tres goles de diferencia y darlo vuelta. De repente, fue un golpe. Un juego en el que todo sale mal. Hoy lo pienso y, tal vez en ese momento, como capitán, es 3-0 y digo ‘esperen, para todo, vengan aquí’. Vamos al descanso, volvemos, marcamos un gol y todo cambia aquí. Pero para tener esa preparación necesitas vivirlo y no había vivido eso antes”, confesó David Luiz hace algunos meses, claramente haciendo referencia al quinto gol, donde decide salir a cortar muy lejos y deja desprotegidos a sus compañeros. Lo cierto es que Brasil era más y más débil con cada estocada.
Al segundo tiempo Scolari lo encaró con dos modificaciones: Paulinho y Ramires reemplazaron a Fernandinho y Hulk, lo que permitió a la Canarinha tener mucho más despliegue en ese vapuleado carril izquierdo e iniciar el complemento con una inyección de energía. Cambió a un 4-3-3 con Luiz Gustavo de mediocentro y los ingresados como internos. Allí Manuel Neuer tuvo que vestirse de héroe con un par de atajadas espectaculares en el primer cuarto de hora. Alemania bajó su bloque y dejó a Thomas Müller como único jugador por delante de la pelota y terminó consiguiendo los últimos dos goles –anotados por André Schürrle, quien había ingresado por Klose– ante un Brasil completamente desconfigurado y expuesto defensivamente. Sobre el cierre hubo una seguidilla de 26 pases en un lapso de casi un minuto y medio que motivaron el ‘Ole, ole’ de los fanáticos germanos y el gol de Óscar fue un insignificante consuelo dentro de una de las actuaciones más pobres en la historia del fútbol. Löw ganó ampliamente la partida de ajedrez a Scolari. Los movimientos ensayados de su equipo provocaron la reacción esperada y el aplastante triunfo por 7-1 que les permitió jugar la final ante Argentina, para luego ser campeones del mundo.
“Es el peor momento de mi carrera futbolística y el peor día de mi vida. Pero la vida sigue. ¿Quién es responsable de este resultado? Yo soy, soy yo. La culpa de este resultado catastrófico se puede compartir entre todos nosotros, pero la persona que decidió la alineación y las tácticas fui yo. Fue mi elección. Hicimos lo mejor que pudimos, pero nos enfrentamos a un gran equipo alemán. No pudimos reaccionar, nos desorganizamos y entramos en pánico después del primer gol y luego todo salió mal”, dijo Felipão Scolari tras un partido que hizo añicos a Brasil, incluso a Ronaldo porque Miroslav Klose lo superó aquel día como el máximo anotador en la historia de los Mundiales. Aunque ese hito haya quedado eclipsado en lo que fue la peor derrota de su historia.
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