Hace casi cuatro años, uno de los mayores escándalos en la historia del deporte olímpico explotó en el seno de la gimnasia de Estados Unidos. Pocas semanas después que el equipo femenino se consagró ganador de la medalla dorada en la competencia general en los Juegos Olímpicos de Río 2016, un medio estadounidense hizo público que Larry Nassar, médico de USA Gymnastics por más de dos décadas, era un abusador de niñas y jóvenes atletas.
La denuncia tomó escala mundial. Como lo muestra Athlete A, el documental sobre el rutilante caso en Netlfix, lo que empezó con la investigación del periódico Indianápolis Star a través del testimonio de Rachael Denhollander, la primera mujer que habló sobre los abusos de Nassar, con el tiempo se transformó en una catarata de declaraciones en contra del también médico de la Universidad estatal de Michigan. Sin elegir a sus víctimas por su edad o éxito deportivo, este experto en osteopatía fue parte de un oscuro proceso que manchó para siempre a la gimnasia de los Estados Unidos.
Los más de 300 abusos perpetrados por Nassar, que terminó con una condena por diferentes delitos con una pena de un máximo de 175 años de prisión, fueron posibles gracias a un sistema que se comenzó a gestar durante la década del 80 con la llegada de un matrimonio que quedó en la historia como la pareja que descubrió a una de las mejores gimnastas de todos los tiempos, la rumana Nadia Comaneci.
Martha y Bela Károlyi se conocieron en la Rumania socialista de los 60. Allí se convirtieron en una referencia para la gimnasia. Idearon un sistema de detección de talentos juveniles con capacidad atlética para practicar la disciplina y así fue como desarrollaron a quien fuera su primera alumna. Siempre con un gesto adusto, casi sin emitir palabra como si se tratara de un servicio militar, Comaneci creció, siguió los lineamientos del matrimonio y se formó hasta que en los Juegos Olímpicos de Montreal 1976 se convirtió en la primera gimnasta de la historia en lograr un 10 como puntuación.
Esa perfección la llevó a ganar el oro en la prueba individual, además de otras cuatro medallas en la cita olímpica en la ciudad canadiense. Después de decenas de éxitos en competencias y Mundiales, la Rumania de los Károlyi volvió a quedar a un paso del título en Moscú 1980. Cansados del comunismo que pregonaba el líder Nicolae Ceaușescu, presidente del país, Martha y Bela desertaron del equipo y se mudaron a Estados Unidos, convencidos que podían aportarle a un país potencia del mundo en el deporte toda la experiencia ganada con el experimento que llevaron a cabo con la preparación de gimnastas desde muy pequeñas.
Una vez que pisaron la tierra prometida, los Károlyi se asentaron en el estado de Texas, en un rancho que se transformó en su centro de operaciones. El hombre de la pareja, que se sumó como entrenador de la selección nacional de EEUU, puso a disposición el espacio acondicionado para sumarlo como una instalación deportiva clave en la formación de los futuros gimnastas de elite. Así fue que una finca de casi 810 hectáreas, con cabañas, dos gimnasios y una vasta gama de animales como pavos reales y llamas, decoraban el paisaje que invitaba a los niñas prodigio de la gimnasia estadounidense a cumplir el sueño de llegar a ser la próxima Comaneci.
Metódicos, con el objetivo de poner su nombre en lo más alto de la historia de la gimnasia, el matrimonio marcó los estándares de entrenamiento. Desde su llegada a USA Gymnastics, las horas de trabajo para las jóvenes se duplicaron. Aplicando un fuerte rigor físico, la que no podía aguantar las normas de los Károlyi no era digna de pertenecer a la elite. Ese era el mensaje subliminal que desprendían Martha y Bela, el encargado de impulsar a Mary Lou Retton a la cima de la gimnasia en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 1984.
Lo mismo ocurrió en Atlanta 96 con el recordado caso de Kerri Strug, la atleta a la que el entrenador rumano obligó a saltar para que Estados Unidos gane el oro por equipos en casa. “Vamos, vamos, tú puedes hacerlo”, presionó el hombre de bigotes prominentes a la por entonces gimnasta de 18 años. Una vez que la norteamericana completó el salto, quedó tendida en el suelo por el dolor tras romperse dos ligamentos en uno de sus tobillos.
La imagen posterior a la consagración se transformó en una de las postales más icónicas de la historia reciente del deporte: el propio Bela llevando en andas a Strug, la chica héroe de USA Gymnastics, una federación que se había convertido en un caso de éxito comercial, generador de millones de dólares en ingresos propios de la mano de Steve Penny, el ex presidente de la entidad y quien jugó un papel crucial en el ocultamiento de información sobre los casos de abuso que protagonizó Nassar en el seleccionado femenino.
Una ex gimnasta del equipo nacional se encargó de graficar el terror que imprimían los Károlyi en su residencia. “Hay una sensación espeluznante tan pronto como pisas el Rancho. Está completamente alejado de toda civilización”, mencionó a la prensa estadounidense Mattie Larson, que fue parte del conjunto que compitió en el Mundial de Rotterdam 2010.
“En el caso de una emergencia, el hospital más cercano está tan lejos que necesitarías ser transportado en helicóptero. Para llegar al lugar, debes conducir por un camino de tierra, por lo que parece una eternidad... Además de eso, no hay servicio de telefonía celular. Está aislado por completo, y eso no es un error. Así lo querían los Károlyi”, sentenció la ex atleta.
Con esa metodología de trabajo, que buscaba exigir al máximo las capacidades físicas y psicológicas de sus alumnas, Martha y Bela abrieron un espacio en su hogar para que las gimnastas se convirtiera en presa fácil para el abusador Larry Nassar. Forjaron una cadena de miedo acompañado por el silencio que dejó desamparadas a las jóvenes, que encontraba en el por entonces médico del equipo nacional la única vía de escape de un lugar que podría haber sido parte del guión de una clásica película de terror de Hollywood.
Una de las centenares de víctimas de abuso sexual fue Jeanette Antolin, otra gimnasta de los Estados Unidos que sufrió las críticas y la mano de dura del matrimonio rumano en el rancho. “Yo estaba extremadamente emocionada, estaba emocionada de ser parte de un grupo tan exclusivo de jovencitas que representarían a nuestro país”, le contó al periódico The Dallas Morning News una vez conocida la sentencia para Nassar.
Pero una vez que Antolin sintió el rigor extremo de Martha y Bela, sintió que visitar el centro de entrenamiento olímpico era lo peor que le podía pasar. “Era casi como ir a la cárcel, así se sentía. Un día, en el gimnasio, ella me agarró los glúteos y me dijo que tenía que disminuirlos”, exclamó. En este ambiente nocivo era que el abusador sobresalía como el adulto que ayudaba a las chicas en su recuperación.
Las gimnastas no podían pedir permiso para ir al baño. Si hablaban o sonreían durante las largas horas de ejercitación, eran miradas de mala forma por los entrenadores rumanos. Así fue que mientras los Károlyi hacían requisas para buscar comida guardada en las valijas, el coordinador médico de la selección hacía todo lo contrario para seducir a las jóvenes. “Nassar era nuestro amigo. Él nos levantaba el ánimo, nos daba golosinas porque no nos permitían llevar nada de comida al campamento”, remarcó la gimnasta que se subió al segundo lugar del podio con el resto del equipo estadounidense en los Juegos Panamericanos de Winnipeg de 1999.
¿Y los padres? ¿Qué decían sobre la forma en la que sus hijas eran tratadas? Lo definió de manera perfecta un ayudante del matrimonio que desertó de Rumania y se mudó con la pareja al país de norteamericano. “Sabían que si quejaban, su hija quedaba fuera”, comentó Geza Pozsar.
Después del fracaso de la selección en Sydney 2000 -sólo lograron la medalla de bronce en la prueba por equipos-, la mujer de la pareja que descubrió a Comaneci se convirtió en la entrenadora en jefe del equipo de USA tras el retiro de Bela. Así fue que en Londres 2012, la gimnasia volvió a ser dominada por el equipo de los Estados Unidos de la mano de Gabby Douglas, ganadora de la competencia All Around. Cuatro años más tarde, en Río 2016, lo mismo sucedió con la estrella naciente de la disciplina, Simone Biles.
En cada ocasión, mientras Martha apoyaba a sus dirigidas, Nassar se encargaba de marcar las vidas de Douglas, Biles y otras atletas para siempre. Así perpetuó su abuso sistemático, beneficiado por el amparo de una forma de entrenar que ya es parte de una época oscura en el deporte de alto rendimiento. Al menos así debería serlo.
A pesar que no fue una de las que se presentó a contar cómo el ex médico abusó de ella, Biles reconoció públicamente a principios de 2018 que tuvo que tomar medicamentos para combatir la ansiedad después de revelar a través de sus redes sociales que ella también había sido víctima del agresor sexual. “Yo también soy una de las muchas supervivientes de las que abusó Larry Nassar. Este comportamiento es completamente inaceptable, repugnante y abusivo”, confesó la gimnasta.
Como lo sentencia el documental Athlete A que se estrenó hace pocas semanas en Netflix, las denuncias que terminaron con la dura condena para Nassar forman parte de un accionar ilegal que lideró USA Gymnastics, razón por la cual continúan las investigaciones del caso contra la federación. Es más, hace algunas semanas, la propia Simone junto a más de 140 atletas que padecieron a Nassar pusieron su firma en una demanda por abuso sexual contra el Comité Olímpico y Paralímpicos de los Estados Unidos.
¿Qué fue de la vida de los Károlyi? Una vez que pasó el escándalo, incluso antes del veredicto contra Nassar, la federación de gimnasia retiró al rancho texano como el centro de entrenamiento número 1 para la disciplina en Estados Unidos. Ya cuando el abusador fue sentenciado a pasar su vida recluido en prisión, USA Gymnastics cortó toda relación con Martha y Bale.
En una entrevista que le concedieron a la cadena de TV nacional, específicamente al programa de la NBC News Dateline, el matrimonio desligó sus responsabilidades sobre los casos de abuso que ocurrieron en el lugar donde preparaban a las gimnastas. “Me siento extremadamente mal”, dijo Martha en 2018. Y agregó: “No me siento responsable, pero me siento extremadamente dolida de que estas cosas pasaron y sucedieron en todas partes, pero también sucedieron aquí”.
Acusados e incluso demandados por la campeona olímpica McKayla Maroney, quien los señaló como abusadores por las estrictas prácticas que llevaron adelante para con las atletas, los Károlyi mostraron con palabras que los hechos contados por las afectadas fueron parte de una realidad que se ajustó a la perfección.
“Verbalmente, no fuimos abusivos. Emocionalmente, depende de la persona. Tienes que ser una persona fuerte para poder manejar la presión“, explicó Martha sobre las denuncias que recibieron. “Tal vez dices un poco de sobrepeso, pero para ser una buena gimnasta, necesitas tener la proporción correcta entre fuerza y peso”.
Hoy a los 77 años, la historia de haber sido los descubridores de la primera gran gimnasta olímpica se derrumbó como un castillo de naipes en la trayectoria de los Károlyi. Cumplieron su cometido de transformar en un éxito a la gimnasia de la máxima potencia del deporte mundial, pero lo hicieron a costa de haber sido parte de un plan que truncó la vida de decenas de niñas y jóvenes que sólo deseaban soñar con defender la bandera de su país en el máximo escenario deportivo.
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