—¿Cómo es andar por la vida en un país tan futbolero como un superhéroe?
—Es emocionante. En un país futbolero y exitista. Es lindo porque 30 años después la gente te habla de un Mundial en el que ni siquiera fuimos campeones. Cuando pasa el tiempo el reconocimiento es más verdadero. En el momento a cualquiera le puede brotar la felicitación porque está cerca. Lo vivió. Se emocionó. Pero a medida que te alejás... Calculá: yo tenía 26. Ya pasaron más años de Italia 90 que los que me llevaron a cumplir mi sueño... Es medio loco.
—Desde afuera se percibe que a vos el hincha te trata como a los campeones del mundo. ¿Es una sensación correcta, aunque no sea lo mismo que haber levantado la Copa?
—Sí. Yo lo siento de esa manera. Me pasa que mucha gente me dice “gracias a esas manos fuimos campeones del mundo”. Y ponele que pase eso con el hincha argentino por la emoción de ese Mundial. Pero tal vez hago una nota para un medio del exterior y me presentan: “ahora hablamos con Sergio Goycochea, un campeón del mundo”. Mentira. Ja. La confusión tiene que ver con el título en México 86. Más allá de lo épico del grupo del 90, también un porcentaje importante del reconocimiento es que 6 o 7 jugadores de Italia 90 habían salido campeones del mundo. Recogimos ese cariño que se había ganado ese plantel 4 años antes.
—¿Cómo fue ir como tercer arquero y a la vuelta ser un héroe que sale al balcón de la Casa Rosada?
—Fue impensado. Nosotros no sabíamos con qué nos íbamos a encontrar al llegar al país. Con el diario del lunes, como se suele decir, podemos analizar algunas situaciones que daban señales. Tardamos como cinco horas para llegar desde Ezeiza hasta Casa de Gobierno. Antes había menos canales de televisión. La gente se guiaba por la radio. Iban diciendo por dónde iba el micro. En un momento tuvimos que bajar de la autopista. Me acuerdo que no se podía ni avanzar. Después, nosotros nos preguntábamos “¿adónde vamos?”. “Vamos a la Casa de Gobierno”, nos respondieron. Era algo que se había dado en el Mundial anterior, cuando habían salido campeones. Salir al balcón, tan emblemático por situaciones políticas y sociales del país, estar ahí con tanta gente coreando tu nombre... Parecía un sueño. En el momento no lo dimensionás. Te das cuenta con el tiempo. De hecho, yo me fui de la Casa de Gobierno a la AFA con todos. Y de ahí me tomé un taxi a mi casa.
—¡¿Fuiste en un taxi?!
—Sí. Mi mujer, Ana Laura, se había quedado en Ezeiza con las esposas de los otros jugadores. Porque nosotros salimos por pista. Ellas se quedaron juntando las valijas. Yo salí de Viamonte, hice señas y paré un taxi. Nos dejaron ahí. El taxista me miraba cuando lo paré. Yo no estaba con el equipo de la Selección. Tenía una campera marrón, iba vestido de civil. El chabón me relojeaba por el espejo retrovisor. Me quedó grabada la cara. Me miraba como diciendo “¿es o no es Goycochea? ¿Estoy loco yo? ¿Me están haciendo una joda?”. Hasta que se soltó y hablamos... El tema fue cuando llegué a la casa de mis viejos, en Juramento y Vidal. No sé cuánta gente había. Encima había una vereda tipo plazoleta sobre Juramento, muy ancha. Daba para sumar a la multitud. Yo no podía bajar. Pobre pibe: ¡casi le dan vuelta el taxi! Después entré al departamento de mi viejo, y salía gente de todos lados. Estaba todo el edificio abierto. Salía uno y me decía “yo soy del 4 B, ¿qué tal? ¿cómo te va?”. Una locura.
—La gente se informaba por las radios. No había tantos canales de televisión, como decís. Pero lo que salía ahí lo miraba todo el país. ¿Cómo fue llegar al living de Hola Susana con tu mujer y con Maradona con su familia?
—Cuando fui a lo de Susana ya me había tenido que mudar de Belgrano, porque no tenía filtro. Me fui a un hotel del Centro. La gente iba al departamento a saludarte, a pedirte una foto, un autógrafo, o mucho más que eso. Creían que me habían dado 15 millones de dólares por cada penal. Entonces me tuve que ir... Entonces llego al programa de Susana, que era una locura. Aunque la anécdota es cuando salí del canal. En ese momento las chicas me seguían como loco. Yo iba con un chofer porque era imposible andar solo. Íbamos por la 9 de julio, camino al hotel. Y había unas chicas que no paraban de seguirme. Hasta que finalmente paramos en un semáforo, porque hasta me parecía peligrosa la persecución de auto a auto. Ahí le firmo un autógrafo, y una la mira a mi mujer y le dice: “Y vos lo podés dejar un poquito solo, ¿no?”. Uhh. Quilombo en puerta, ja. Fueron un montón de situaciones que fui manejando como pude.
—Antes, Susana te preguntaba desde los penales hasta si querías tener hijos. Y al otro bloque aparece Diego, transpirando, nervioso. ¿Qué te pasaba a vos por la cabeza?
—Era como estar mirando una película sin darme cuenta de que yo era el protagonista.
—Ahí Diego dice “suspendí los festejos porque el segundo puesto no se festeja”.
—Qué bárbaro. Me acuerdo que lo dijo. Pero con el recibimiento que tuvimos era imposible no entrar en un escenario de festejo. La gente no te decía “eh, cómo perdiste”. O la indiferencia, que es peor aún. El hincha te hacía sentir campeón del mundo.
—¿Te voló la cabeza? Por más que tenías 26 años, nadie está preparado para una exposición a ese nivel.
—Noooo. Se te vuela la cabeza. No te olvides de que yo también estaba aprendiendo a ser marido. Tenía seis meses de matrimonio, de los cuales había estado dos concentrado con la Selección. Aprendía a hacer todo. Es como que yo ahora te mando a cubrir una nota a otro país y dentro de 70 días volvés y no podés caminar por la calle. ¿Cómo te preparás? Te desestabiliza en el sentido de que estás perdido. No sabés qué hacer. Es un estado de ansiedad. Encima, yo tratando de cerrar lo más importante, que era dónde iba a jugar.
Una vez, Diego -al tratar de explicar la dificultad de ser Maradona- patentó una de sus frases históricas. Con menos marketing que otras, pero con mucha más profundidad que varias. “De una patada en el culo pasé de Villa Fiorito a la cima del mundo”, dijo con esa habilidad que también tiene con la lengua. Hace justo 30 años, Sergio Goycochea sintió lo mismo. El mismo empujón violento de la fama. No había salido de una villa, sino de un pueblo, de Lima. Aunque el Mundial de Italia, al que viajó para ni siquiera ponerse los guantes en los partidos, lo convirtió en héroe eterno. No podía caminar por la calle. Lo seguían las mujeres en autos. Iban a su departamento a pedirle plata. Todos querían una foto con él. No sabía que ya no podía andar en taxi como antes de entrar en la Copa del Mundo con la canción más linda de la historia... Como dice en la larga charla con Infobae, hoy lo moviliza aún más el aniversario. A los 56, tiene la pinta y el físico de sus tiempos de arquero, pero es un abuelo orgulloso. Detrás de los aplausos también le pasa la película de la vida. Aunque no hay forma de no detenerse y repasar partido a partido esa Copa que aún emociona. Ahí se lo verá siempre a Goyco atajando penales.
—El arquero suplente viaja más relajado que el resto a un Mundial. ¿O no?
—Yo cuando me fui de la Argentina era el tercer arquero. Me fui el 22 de abril de acá. Ni me iba a cambiar. En ese momento, el tercer arquero ni se ponía la ropa. No es como ahora que van todos al banco y el técnico puede disponer de cualquiera. Mi orgullo era estar en la lista. Era impensado que fuera a jugar. Unos días después, Luis Islas dice que no va al Mundial. Ahí la posibilidad de entrar era que se lesionara Nery o que lo echaran. Algo que no había pasado nunca en el 86. No hay cambio de arquero en un Mundial. Es raro lo de Armani con Caballero en Rusia. Perdés un partido porque el arquero anduvo mal y te viniste. Yo lo tenía muy claro. Aunque Pumpido tuviera un partido desastroso, Bilardo no lo iba a sacar. Por eso era muy remota la chance de jugar.
—Hoy cuando recordás esa previa ¿pensás que te apareció la varita mágica?
—Sí. Es la varita mágica porque conocemos el final. Podría haber sido la cruz mágica. Si me comía tres goles contra la Unión Soviética, se terminaba la historia.
—¿Es verdad o leyenda que por eso le habías pedido a tu papá que grabara las formaciones en la transmisión de la TV para tener el recuerdo de haber estado en un Mundial?
—Se lo dije de verdad. Quería que grabara cuando saliera el apellido. Era para tener una imagen de que había estado en el Mundial. Se lo pedí el 7 de junio. Un día antes del debut contra Camerún.
—¿Qué sentiste cuando después de ese partido con Camerún, en una charla con ustedes, Bilardo les dijo “si Argentina queda eliminada en primera ronda yo tiro el avión”?
—Miedo. Porque le creímos, ja. De hecho, jodíamos entre nosotros. Nos decíamos “imaginate que subimos al avión, se abre la puertita y te saluda Bilardo con la gorra de comandante. Nos tiramos todos a la mierda”. Este lo tiraba en serio, ja... Olvidate.
—¿Es verdad que cuando entraste por Pumpido, pidió que nadie te dijera la gravedad de la lesión?
—Sí. Yo me enteré después del partido. En el entretiempo nadie me dijo nada. No quería que me sugestionara. Porque psicológicamente es fuerte que se rompa un compañero. Yo cuando Nery se quedó en el suelo pensé que era una lesión medianamente grave. No sabía cuál, pero sí que era algo que no te dejaba jugar. Todo el mundo me pregunta “¿cuándo te diste cuenta de la gravedad de la lesión?”. Cuando la jugada seguía y él estaba en el suelo. No va a ser tan boludo de hacer teatro cuando el rival te puede hacer el gol. ¿Qué ventaja sacás?
—Varias veces contaste que te pusiste más nervioso antes de los otros partidos porque tuviste tiempo para pensar. ¿Es cierto que Bilardo te agarró y te aseguró que ibas a atajar vos? Se había instalado que Ángel Comizzo, en ese momento arquero de River, llegaba desde la Argentina después del partido con Rumania para ser titular.
—Sí. Es verdad. Porque se había generado un runrún con la llegada de Comizzo. Entonces, ante la duda, antes de un entrenamiento, Carlos me llamó. Me dijo: “Mirá, están diciendo esto, están diciendo lo otro. Quedate tranquilo que lleguemos hasta donde lleguemos, el arquero vas a ser vos. Así que preocupate por atajar, nada más”. Estuvo bueno, porque si no te queda la duda. El tipo ya estaba jugado. Fue justo antes del partido con Brasil.
—¿El día de Brasil fue el partido con más suerte de tu vida?
—Sí. Por la instancia, por la competencia, por el rival. Fue contra Brasil en un Mundial. Eso agiganta todo. No es lo mismo un tiro en el palo en una segunda fecha de cualquier torneo local que en los octavos de final de una Copa del Mundo contra el clásico rival.
—¿Qué sentiste en el gol de Cani después del jugadón de Diego?
—Solo pedía que lo terminara. Es más, el miércoles estaba revisando una imágenes del partido, que me dieron en crudo, con una cámara de atrás del arco. Lo primero que hice después de gritar un poquito fue mirar el reloj. Hay una tapa de France Football con una foto que me agarró como rezando. Lo terminé de comprobar con esta filmación que te cuento. Yo me puse a mirar al cielo y decía, “por favor, terminalo”.
—Contra Brasil llega el buzo ya mítico. ¿Apareció porque los otros habían dado mala suerte?
—La historia es así. Nery se saca el gris por la derrota con Camerún. Entonces jugamos con uno verde contra la URSS. Se fractura Pumpido. Otra mala. Yo me dejo ese buzo para el partido con Rumania. Pero cuando empieza la fase en octavos de final, digo “me voy a poner esta nueva camiseta”. Y arrancó ahí con Brasil. Después repetí contra Yugoslavia, Italia, y en la final con Alemania.
—¿Cuánto vale hoy ese buzo ya mítico?
—No sé. Todo vale según lo que te quieran pagar. Hubo un sitio que me ofreció 50 mil dólares, y no lo vendí. Ese es el piso. La única oferta que recibí, ja. Pero no. No tiene precio. Aparte, no es que tenía seis buzos y no sé cuál es el que usé para atajar contra Brasil, cuál es el de los penales contra Yugoslavia y cuál es el de los penales con Italia. Usé un solo buzo los cuatro partidos. ¿Se entiende? No el mismo modelo. El mismo buzo. ¡Tengo un solo!
—¿Qué sentiste contra Yugoslavia cuando lo levantaste a Diego? Fue la tapa de El Gráfico y de todos los diarios.
—Era conseguir el primer objetivo. Bilardo siempre nos decía “hay que quedarse a jugar los 7 partidos, hay que quedarse a jugar los 7 partidos”. “Argentina tiene que jugar los 7 partidos. No te podés ir antes de que termine el Mundial”. De hecho, una vez que termino de abrazar a mis compañeros, lo primero que grito es “¡estamos entre los 4 primeros!”. Se me vino eso a la cabeza. Íbamos a jugar todos los partidos. Más lo que me había pasado a título personal, no lo puedo negar. Aparte fue duro emocionalmente el partido. Más todo lo que hay en juego. A veces cuando perdés el partido de cuartos pareciera que no jugaste el Mundial. ¿O no? Francia 98, Alemania 2006, Sudáfrica 2010... Es una cosa de locos. Si lo pasás, escribís tres renglones de historia. Si después vas a la final, una nota completa.
—¿Te movilizó que Diego el otro día posteara esa foto en su Instagram con la leyenda “hace 30 años te convertías en héroe. Gracias Goyco por salvarnos a todos”?
—Me emocioné de verdad. Justo estaba al aire en la Oral deportiva, en radio Rivadavia. Lo decía en el programa. Son sentimientos que van más allá del festejo de la efeméride deportiva. A medida que pasan los años te empieza a caer la ficha de todo. Yo en Italia 90 llevaba seis meses de casado. No tenía hijos. Hoy soy abuelo. ¿Entendés? Te entra un poco de nostalgia. Te pasa la película de toda la vida.
—¿Ese día contra Yugoslavia nació la cábala de hacer pis en la cancha antes de los penales?
—Sí. Hacía mucho calor y yo tomé mucho líquido. ¿Adónde iba a ir? No podía dejar la cancha. Además, cuando llegan los penales es un momento donde vos querés que te queden bien los guantes, las medias perfectas. A los nervios lógicos no le podía sumar las ganas de orinar. Entonces junté a varios muchachos. Si te quedás solo como un boludo, queda medio raro. Más que taparme era simular una acción para que dijeran “están hablando de lo que viene”. Hacía que elongaba para favorecer la posición y que no se dieran cuenta afuera. Y después de Yugoslavia, hubo que repetirlo. Contra Italia no tenía tantas ganas, ya era de noche. Pero lo provoqué igual. En el mismo sector de la cancha y todo. Si vamos a hacer cábala, vamos a hacerla bien. Más con Bilardo.
—¿Cómo estudiabas los penales? No había tanta información como ahora.
—No. Era por lo que había visto, por las cosas que nos pasaba Bilardo. Y después me guiaba por si los pateadores habían jugado con alguno de nosotros. A Bilardo igual no le gustaba que te invadieran en los penales. “Si hablan antes de que empiece todo”, decía. En el momento no quería boludeces. Porque si no viene uno y te dice “a la izquierda”. Viene el otro y te dice “quedate parado”. Te volvés loco. Más que ayudarte, te anulan. Pero contra Yugoslavia, en el de Hadzibegic, viene Calderón y me dice “jugué con él, patea a la izquierda”. Y se va. Porque tampoco quería aturdirme. Lo tiró ahí y lo atajé.
—Llegamos a Italia. ¿Qué sentiste cuando justo un día como hoy, hace 30 años, Diego empezó a insultar a los hinchas locales porque silbaban el himno? Vos eras el que más cerca estaba de él. Pegado a Maradona en la formación.
—Cuando lo vi insultando fue especial, porque era nuestro líder. Todo lo que hacía él repercutía en el grupo de una manera multiplicadora. Él generaba el contagio. A todos nos dolió mucho. Vos podés tener a todo el estadio en contra en el aspecto deportivo. Pero el insulto a la canción patria es horrible. Lo hablamos entre nosotros. En definitiva, los hinchas italianos nos terminaron haciendo un favor. Porque lo único que generó fue más bronca para defendernos adentro de la cancha. Era un “la puta que los parió” para darnos más a fuerzas a todos. Era mirarnos y decir “nos están puteando el himno”. Ahí nos empoderamos.
—En ese partido con Italia, otra vez héroe en los penales, ¿vos quién te sentiste: Maradona o Fillol?
—Es brava, ja. Un poco de los dos. Atajando, el Pato. Y rozando la condición de ídolo, Diego. Fillol es mi ídolo. Calculá que 12 años antes de ese momento yo estaba en una plaza de Lima, mi pueblo, festejando con una bandera argentina las atajadas de Fillol para ser campeón del mundo. Estar viviendo algo tan fuerte fue impresionante para mí.
—¿Ese partido con Italia fue el día más feliz de tu carrera?
—Sí. Es muy difícil de superar. Por el contexto y por el protagonismo. Vos podés ganar una semifinal de una Copa del Mundo. Pero con la participación que tuve, se potenció para mí. Aunque, como siempre digo, ayudado por mis compañeros. Si yo atajaba dos penales y ellos erraban tres, me los metía sabés dónde...
—¿Qué sentís cuando ves la foto del penal de Brehme en la final? Vas para ese lado y la pelota te pasa cerca.
—En este aniversario número 30, por ser una efeméride importante, y también por tener más espacio al no haber fútbol, miré mucho y llegué a la conclusión de que estoy mucho más cerca de atajarlo visualmente que técnicamente. Lo ves y decís “le pasaste ahí nomás”. Me faltó 7 por ciento si lo ves, pero técnicamente me faltó un 30. Yo pensé que lo iba a patear de media altura para arriba. Si hubiera arrancado arrastrado quizá tenía la chance de sacarlo. Encima lo pateó perfecto. Porque si Brehme no lo patea perfecto, se lo atajo aunque haya arrancado para arriba.
—¿Qué sentiste al verlo llorar a Diego así en la final?
—Es una impotencia grande. Por lo lo difícil que es llegar ahí. Fijate que para Estados Unidos 94 hice toda la trayectoria, con dos Copas América, y me quedé de suplente. Ni siquiera depende de que te toque jugar, sino de que tu selección llegue a la final. En el momento pensás que es perder una final como tantas. Duele. Pero se agiganta porque se juega cada 4 años. Cuando lo vi llorar a Diego me pasó por la cabeza que tal vez él entendía que era la última chance. Aunque después jugó otra Copa del Mundo. Era el hecho histórico de ser bicampeón del mundo. Pensar que iba a ser muy difícil que volviera a jugar otra final... Y su sentimiento por la Selección.
—Otro momento muy fuerte se dio cuando eras el conductor de Fox para todos. Tenías a Bilardo de invitado. Sacaste la Copa del Mundo, y Carlos se puso a llorar en televisión...
—Sí. Fue terrible. Andá a saber qué pensó Carlos en ese momento. Le habrán pasado 200 imágenes por la cabeza. Lo que significó ser campeón y subcampeón del mundo. Los sacrificios. Las críticas. Las idas y vueltas. No me voy a colgar medallas que no me corresponden. Pero cuando él está sentado en un estudio de televisión y el que le saca la Copa del Mundo es alguien que lo conoce, también lo puede movilizar. Pienso que el costado emocional, en ese contexto, lo llevó a canalizarlo con el llanto.
—¿Cómo fue la última charla que vos tuviste con Bilardo? Vos publicaste una foto cuando fuiste al geriátrico donde sigue internado.
—Sí. Fue el año pasado. Yo había estado antes, cuando él estaba en terapia intensiva y el pronóstico no era el mejor. Pasar esa película, de verlo en una cama todo enchufado a que se abra la puerta y me reciba él fue un flash. Ese día estuvimos como dos horas hablando. Muchas emociones.
—¿En esas dos horas de charla te sacaste las ganas de decirle gracias?
—Se lo había dicho, mientras lo tomaba de la mano, en la visita anterior. Cuando la situación era más complicada. El gracias para Bilardo lo tengo siempre presente desde hace 30 años.
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