René Higuita, íntimo: cómo nació el escorpión, sus siete meses en la cárcel y la encendida defensa de su amistad con Pablo Escobar

El mítico arquero colombiano detalla cómo se animó a desplegar un estilo atrevido que le permitió meter goles y ser pionero en la evolución que hoy vemos en el puesto. Y el trasfondo de su reconocida relación con Escobar: "Cuando yo era niño, él iluminaba las canchitas para que jugáramos al fútbol. Ser su amigo no quiere decir que yo fuera narcotraficante"

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El ex arquero colombiano, de 53 años, trabaja en Atlético Nacional de Medellín
El ex arquero colombiano, de 53 años, trabaja en Atlético Nacional de Medellín

“Estaba asustado”.

16 de agosto de 1995. Semifinales de Copa Libertadores. Estadio Monumental. River supera 1-0 a Atlético Nacional de Medellín en el partido,a y hay definición por penales para definir el rival de Gremio en la final. Las tribunas rugen. René Higuita se para frente a la pelota. Es el primer penal para los colombianos luego de la conversión de Marcelo Gallardo. Un momento clave. Germán Burgos se golpea el pecho con ambos puños, pone cara de malo, escupe y le grita algo a su colega. Quiere revancha luego de que una semana antes Higuita le metiera un épico gol de tiro libre (a los 7 minutos) para el 2-1 en Medellín. Otra vez, René parece no inmutarse y patea como si estuviera en el campito con amigos: suavecito, alto y casi al medio. En la jerga futbolera, la “pica”, cuando hacerlo en aquella época era una absoluta rareza. Burgos se contorsiona para ir atrás con su mano y llega a tocarla, pero no puede evitar que se meta.

Empata Nacional, Higuita salta y señala al cielo con su dedo índice. Sabe que puede volver a ser el N° 1 del día. Tres penales después, para completar otra noche histórica y agigantar su mito, le contiene el penal a Matías Almeyda, y los paisas vuelven a la final de la Copa, como la vez que la conquistaron, también con su capitán como figura, en 1989.

Casi 35 años más tarde, René admite haber estado nervioso pese a que no lo pareció cuando ejecutó aquel primer penal. “Sí, estaba asustado porque Burgos me tapaba todo el arco, se golpeaba el pecho gritando ‘ahora me toca a mí, te lo voy a tapar’, y la gente alentaba en forma enloquecida. Por eso me decidí a tirarla al medio. No resultó fácil. Nunca lo fue ganar en la Argentina. Recuerdo que, luego del partido nos tuvimos que quedar varias horas encerrados en el vestuario porque había gente de River enojada porque decían que yo [les] había faltando el respeto tirando el penal de esa forma”, recuerda el arquero colombiano en una jugosa charla de 70 minutos con Infobae.

No pareció casualidad que todo eso sucediera en una semana y que Higuita fuera el héroe de la recordada serie de Copa. Esa sensación se le traslada a René, quien responde sobre lo que sintió aquella noche en el Monumental. “Uno maneja cierta energía. Y mi energía era la que sentiste. Yo siempre era de tratar bien al rival, sin insultos ni bajezas. Simplemente expresaba mi manera de jugar y el protagonismo era también para que la negatividad de los estadios fuera hacia mí y mis compañeros estuvieran más tranquilos y liberados. Recuerdo mucho el cántico ‘eso no es un arquero, es una puta de cabaret’. Me encantaba. Me tiraba la presión a mí y se la sacaba al resto. Parecido a lo que hacía Chilavert, pero de otra forma. Chila se hacía el malo (se ríe). Era su forma de que la energía rival recayera sobre él y eso favorecía al equipo. Conmigo, con otro estilo, pasaba lo mismo”, analiza desde su casa quinta en Guarne (Antioquia), a 40 minutos de Medellín y cerca del campo de Deportes de Atlético Nacional.

Allí vive parte de sus días durante estos tiempos tan distintos. En otros pasa la cuarentena en la finca que tiene a seis horas, en Puerto Berrio, donde disfruta de su otra gran pasión, el campo y su entorno. “Allí monto a caballo, atiendo a los animales, los curo… Tengo vacas, terneros, gallinas, conejos, de todo”, cuenta con la pasión que lo caracteriza.

Está claro que, más allá de este momento ideal para descansar y evocar hazañas, Higuita nació para ser protagonista. Incluso más, para innovar y revolucionar. Dueño de un estilo que dejó una huella profunda en la historia del fútbol. Una forma que se entiende por su esencia, por una personalidad especial, pero también por sus comienzos como delantero, lejos del arco… “Sí, hasta 10/11 años fui delantero. Y recuerdo que a los cinco, cuando Papá Noel me trajo mi primer balón, hasta dormía con él. Estaba todo el día frente a la pared, pegándole con las dos piernas, cabeceando con ambos lados, parándola de pecho… De ahí nace un poco la técnica que ustedes han visto”, explica.

El escorpión de René Higuita contra Inglaterra en Wembley

René estaba en la escuelita de Independiente de Medellín cuando, siendo el goleador del equipo, un día faltó el arquero y el técnico lo colocó en los tres palos ante la necesidad. “Atajé muy bien, fuimos campeones y ya no salí más”, recuerda con una sonrisa. Entonces, fiel a sus convicciones, no quiso archivar una de sus pasiones y pensó en una forma de hacer ambas cosas: atajar y jugar. En ese camino lo ayudaron varios argentinos, cuenta. Fueron entrenadores o directamente sus espejos. “El primero fue Luis Gerónimo López, con quien empecé a perfeccionarme en el arco”, admite.

—¿Pero es verdad que tu estilo arriesgado, de salir del área, se debe a otro argentino, a Alberto el Loco Vivalda, quien atajó varios años en Colombia?

—En parte sí. Yo creo que, en la vida, uno tiene referentes, sabios en cada arte. Y de todos ellos aprendemos. Con Vivalda compartí momentos en Millonarios de Bogotá, cuando yo empezaba y reconocía en él su capacidad y osadía. Y como él tuve otros que fui copiando, aquellos que eran más que arqueros de manos.

—¿Hugo Gatti fue uno de esos espejos?

—Siempre se me comparó con Hugo Orlando Gatti. Y yo recuerdo que pensaba cuándo tendría el placer de conocerlo. Lo logré cuando nos convocaron en Perú a un evento de atajar penales. Le conté mi historia y él me regaló un video. Recuerdo que hablamos de la idea de jugar, de otra forma de ser parte de un equipo…

—¿Y qué sentís cuando se te recuerda como un revolucionario del arco, como un líbero con guantes de arquero?

—Orgullo, lógicamente. No lo hice para revolucionar nada. Solo fue la forma que sentí jugar. Siempre creí que lo más importante del fútbol era tener la pelota. Hoy es normal, ves a los equipos de Pep Guardiola, te das cuenta que cada vez se necesitan más arqueros que sepan manejar la pelota, pero en su momento, con Pacho Maturana, no era tan común. Muchos hablaban del riesgo. Yo recuerdo de chico ir a ver a la selección de Antioquia, al arquero Raúl Navarro, otro argentino. Lo veía en los tres palos y me preguntaba por qué no jugaba, por qué no salía… Entonces, cuando tuve la oportunidad, me dejé de preguntas y lo hice. Me animé.

—¿Cuándo fue la primera que saliste del área para llevar la pelota, hacer un pase o meter una pared? ¿Lo recordás?

—Yo salía siempre con los balones, los pedía. Todo el tiempo. Ya como profesional, en las selecciones de Antioquía. Siempre lo recuerdo.

—¿Y qué te decían los entrenadores?

—Nada, por suerte. Me alentaban desde el silencio. Primero Luis Alfonso Marroquí y luego otro argentino en mi camino, Eduardo Luján Manera. Después Pacho Maturana, claramente. Nunca ninguno de ellos dañó mi inspiración. A su manera, cada uno me avaló. Yo siempre sentí el fútbol de esa manera y rápidamente me definí. También era cuestión de aportar lo que yo podía.

—Aportabas tanto que fuiste responsable del cambio de dibujos tácticos.

—Fue la forma en que varios técnicos avalaron lo que yo podía aportar, quitando a un defensa, por ejemplo. En esa época varios entrenadores jugaban con cinco defensores, pero se dieron cuenta que yo podía cumplir la función del defensa más retrasado. Entonces, quitaron al líbero. O a un stopper.

—En 1992, la FIFA ya no permitió que el arquero tomara la pelota con sus manos cuando le hacían un pase con los pies. Muchos dicen que sucedió cuando las autoridades se dieron cuenta, con tu caso, que los arqueros podían jugar. Fue una ley que popularmente se la conoce con tu apellido. ¿Qué se siente tener una ley?

—Algún día la FIFA colocará oficialmente mi nombre (se ríe), pero sin dudas que es fuerte tener una ley que se llame así, al menos entre la gente. Ni Pelé ni Maradona ni Messi han logrado cambiar una norma, pese a los geniales que fueron o son. Yo hice historia y me pone muy orgulloso. Como fue estar en la lista de 50 jugadores que una revista inglesa armó con aquellos que cambiamos el juego… Es como vos decís: esto pasó cuando empezaron a ver que había un arquero que podía hacerlo, que no era imposible... Fue un antes y un después en nuestro puesto.

Error de Higuita y gol de Camerún en el Mundial de 1990

—¿Y cómo convivías cuando te tocaba equivocarte, sobre todo en un partido importante, como te pasó en el error del gol de Milla en el Mundial 90?

—No lo tomo como un error normal, pero a la vez uno sabe que todos nos equivocamos en el fútbol. Y en la vida. El tema es qué hace cada uno con cada error que comete. Si se queda en la frustración o da un paso hacia adelante. Las dificultades siempre aparecen y hay que superarlas. Fue un error, sí. Pero los resultados dependen de un equipo, no solamente de un jugador.

—Pero los errores de los arqueros terminan en goles. Influyen mucho en el resultado. ¿La gente entendió tu estilo o recibiste muchas críticas? ¿Cómo recordás aquella época en la que eras un verdadero adelantado?

—Sí, siempre tuve claro que yo era el último hombre. Pero sin miedos. Y supe que lo más importante en el fútbol es el balón. Y, para defender el arco, siempre creía que lo mejor era estar lo más alejado el arco. El último recurso era atajar, pero no era el único. Y sí, claro, pasé por insultos, críticas, pero al final hasta la FIFA, con su cambio de regla, terminó dándome la razón: que el arquero podía jugar.

—¿Pero no escuchabas la pregunta “¿René, por qué arriesgás tanto?”.

—Yo siempre lo hice para alentar al equipo, no por mostrar mis condiciones personales. Yo sabía que habilidades tenía y cómo podía ayudar a mis compañeros. Cuando yo notaba que mi equipo no se encontraba, que no teníamos la pelota, que no había precisión, que nadie quería gambetear, ahí decidía salir y marcar el camino. Con hechos. Así buscaba que ellos lo interpretaran, que dijeran “si este loco se anima a hacer esto desde el arco, ¿por qué no podemos hacerlo nosotros?”. Era una manera de tocarles el orgullo. Mi mensaje era para que se animaran.

—Siempre fuiste hincha de Nacional de Medellín y en 1986 se dio tu ansiada llegada al club. Imagino que debe haber sido un sueño, que tocaste el cielo con las manos. Y más aún cuando fuiste logrando casi todo en la institución.

—Sí, realmente es una felicidad enorme. Sé que los hinchas me aman y ese sentimiento, mutuo, es muy especial. Haber alcanzado lo que logré con el equipo de mis amores es grandioso. Me hubiese gustado ganar más, pero recuerdo todo lo bueno. A veces cierro los ojos y pienso si es verdad lo que conseguí…

—Lo máximo debe haber sido ganar la Libertadores del 89, atajando cuatro penales en la final con Olimpia y metiendo uno. ¿Qué locura, no? Ser héroe así.

—Sí, realmente es algo muy emocionante, que hoy lo disfruto mucho más que cuando lo realicé. Cuando sos jugador, a ese nivel, ganás y a las 24 horas tenés que cambiar el chip, porque nada dura para siempre. Pero hoy, en cuarentena, es otra cosa. Estoy en casa, recordando, me mandan videos y partidos viejos. Y me emociono como un hincha más. Y hasta me pongo nervioso con los penales, como si ya no los hubiese atajado (ríe). Y como si fuera un espectador en la tribuna.

—Fuiste pionero en el rol de portero-líbero pero también en ser un arquero capaz de meter goles. ¿Cuándo se te ocurrió la idea de patear penales y tiros libres con el riesgo que eso conlleva?

—Para mí fue natural, porque lo hacía en los entrenamientos. Esto es como un examen de colegio. Uno rinde con lo que estudió. En el fútbol, uno lleva a los partidos lo que practicó. Ni más ni menos. Yo ensayaba mucho y le pedía a Dios que me ayudara a alcanzar mi potencial en los partidos. Empecé con los penales, creo que en un clásico contra Independiente de Medellín, y cuando comencé a meter goles, fui avanzando hasta ser el arquero que más había anotado. Recuerdo que me premiaron en Alemania, aunque a Chilavert no le gustó mucho (se ríe).

—¿Por qué? Te dijo que él llevaba más goles que vos, imagino.

—Sí (se ríe). En la gala de premiación compartimos la misma mesa. También estaba el arquero mexicano Jorge Campos. Estábamos ternados. Y Chila me dijo que a él no le habían computado unos goles y me discutía… Luego Rogerio Ceni, el brasileño, nos superó a ambos. Hoy estoy tercero, pese a los años que hace que me retiré.

—¿Nunca pensaste “¿y si mi tiro pega en la barrera y me hacen el gol?”. Tenías que salir corriendo para el arco…

—No. Nunca. No hay tiempo para ir para atrás. Si vos pateás y la pelota rebota, tenés que ir hacia el balón. Estar lo más cerca posible, no darle tiempo ni espacio al rival para que saque el contraataque. Nunca me pasó eso, por suerte.

—Te pregunto por el famoso Escorpión de 1995 en Wembley, una jugada que luego repetiste en varios partidos más... ¿Cómo se te ocurrió?

—Volvemos al tema del trabajo y a la preparación para un examen... Aquella jugada no salió de la noche a la mañana. Recuerdo que todo nació años antes cuando hice una publicidad del refresco Frutiño en la cual yo jugaba con niños... Estaba pautado que la grabación se realizara en dos días, pero duró unos minutos (se ríe). Recuerdo que el nene recibe un balón, la para con el pecho y hace una chilena… Cuando veo que la pelota viene me ilumino... Pensé “tengo que hacer una chacala (NdeR: así llaman a la chilena en Colombia) pero al revés”. Y la tiré… Me salió perfecta y quedó para la publicidad. Luego, en los entrenamientos, estuve practicándola durante años. Hasta que llegó Wembley, siete años después de aquel comercial.

—¿Es verdad que aprovechaste que viste que el lineman levantaba la bandera, lo que te permitía no correr el riesgo de que fuera gol si no te salía el Escorpión?

—Sí, así fue. Lo vi que había levantado la bandera cuando la pelota venía hacia el arco y pensé ‘bueno, si pasa, no cobran gol’. Cuando llegaba el balón, vi venir el trabajo de tantos años y pensé que era el momento. Fueron milésimas de segundo. Con tanta suerte que salió perfecta y la pelota terminó afuera del área. Nadie entendía nada, sobre todo porque varios se desentendieron de la jugada. Pero el línea bajó la bandera y el juego siguió. Creo que le gustó la jugada y de esa forma permitió que la acción valiera, que no fuera invalidada por offside...

—Atajaste en tres décadas distintas, ¿cómo fue cambiando el puesto?

—Muchísimo. Hoy todos los arqueros deben jugar, ser protagonistas de otra forma y siento que, de alguna manera, colaboré con esta evolución.

—Hoy sos entrenador de arqueros en Atlético Nacional. ¿En qué hacés hincapié, qué te gusta transmitir más que nada?

—Depende del técnico. Aunque todos conocen cuál fue mi estilo, yo me adapto a lo que nos pida el entrenador principal. Pregunto si pretende que salgamos jugando o si vamos a reducir espacios, tirar pelotazos y buscar los rebotes. En base a eso yo trabajo con los arqueros. Le pregunto cómo quiere que juegue el portero de nuestro equipo, si en los 5.5 metros (área chica), si en los 16.5 (área grande) o más allá. Necesito saber qué tipo de arquero debo desarrollar.

Higuita, en la figurita del álbum del Mundial 1990 (Colorsport/Shutterstock)
Higuita, en la figurita del álbum del Mundial 1990 (Colorsport/Shutterstock)

-Pero hoy se necesitan arqueros-jugadores, ¿no?

-Sí, claro. Lo mínimo que hoy se requiere es que jueguen con los pies, que se adelanten a las jugadas y sean un jugador más. Yo, lógicamente, trabajo para que los arqueros puedan salvar un gol no solo con sus manos.

—¿Qué arquero joven de Colombia te gusta más?

—Yo voy por los del Atlético Nacional: Aldair Quintana y Juan Fernando Cuadrado. Pero está claro que Ospina nos representa muy bien y (Alvaro) Montero también es muy bueno. Realmente tenemos muy buenos arqueros en Colombia.

—Sos muy fanático y amigo de Franco Armani, un ídolo también en Nacional.

—Es que lo de Armani fue impresionante, la huella que dejó acá. Y además es una persona que admiro, por su humildad, su trabajo y constancia. Yo conocí a Franco cuando estaba de cuarto arquero, lesionado… El trabajo que realizó para estar no se dio cuenta mucha gente. Por suerte la directiva lo aguantó y cuando se recuperó, ya no lo paró nadie. Le sacó el puesto a otro arquero argentino, Gastón Pezzuti, y ahí fue cuando lo agarré yo. Trabajamos, compartimos mucho y construimos una muy buena amistad que dura hasta hoy. Hablamos seguido.

—Fue ídolo teniendo un estilo opuesto a vos.

—Sí, claro. No hay un solo estilo. Franco no tenía necesidad hacer el Escorpión o salir jugando. Es otro tipo de arquero. Pero demostró su valía. Aquí y en River. Lo ha ganado todo. Llegó a la Selección argentina. Pudo jugar en la de Colombia, ese es un secreto entre nosotros (se ríe), pero su ilusión era Argentina y lo concretó.

—Tuviste muchos duelos contra equipos argentinos. ¿Cuáles recordás más?

—Siempre fueron duelos muy especiales. Recuerdo más aquellos contra River, porque fue al que más enfrentamos. Creo que fuimos una piedra en el zapato de aquel River lujoso que tenía a Francescoli, al Burrito Ortega…

—¿Te quedó pendiente jugar en el fútbol argentino, te hubiese gustado?

—Sin dudas que me quedé en la deuda de jugar en el fútbol argentino.

—¿Tuviste alguna chance?

—Sí, me llamaron una vez pero el sueldo era muy bajo, muy inferior al que tenía en Colombia y decidí quedarme.

René tuvo muchos momentos gloriosos en su revolucionaria carrera, pero hay uno que lo hizo sufrir y que lo puso en el centro de la escena sin ser un tema deportivo. Era 2 de junio de 1993 cuando la Policía lo detuvo como un delincuente, acusado de ser intermediario en un secuestro a partir, dicen, de su amistad con el capo narco Pablo Escobar Gaviria. La Fiscalía de Medellín lo acusó de haber sido el nexo para liberar a la hija (de 15 años) de Luis Carlos Molina Yepes, condenado por lavar dinero para el cartel de la ciudad. Higuita, según la prensa colombiana, declaró primero que no había recibido dinero a cambio, que solo había sido un acto inocente, de buena fe, pero luego admitió haber recibido 50.000 dólares “solo porque la familia insistió mucho”.

Aquella acción quedó encuadrada en un delito grave contemplado por la Ley Antisecuestro que llevaba sancionada apenas meses. Eso lo llevó siete meses a la cárcel, hasta su salida el 3 de enero de 1994. Tras las rejas vio el 5-0 de Colombia sobre Argentina en las Eliminatorias –en los festejos hubo muchas manifestaciones populares para que Higuita recuperara su libertad- y esa inactividad lo hizo quedar sin chances para ser el arquero en el Mundial 94 que terminó en fracaso y con el posterior asesinato del defensor Andrés Escobar. Es un tema difícil pero, como siempre, Higuita pone la cara en el final de la amena charla con Infobae.

Mi reflexión es que, cuando las autoridades le quieren encontrar argumentos a una persona, se los encuentran. Yo solo puedo decir que me siento feliz de cómo he sido. Hoy tengo muchos más amigos que antes y vivo con la conciencia tranquila. Las cosas que hice, las hice con amor. Yo no juzgo a nadie, pero resulta que el acusado de algo grave salió a los siete meses de la cárcel luego de haber entrado como el peor delincuente… Y no salió tan rápido por ser conocido o ídolo, sino por ser inocente. Y luego le ganó la demanda al estado. Claro, eso no sonó tan fuerte como cuando lo detuvieron. Pero bueno, así se manejan las políticas en el mundo. Fui castigado. Pero al mal tiempo, buena cara”, expresa René.

¿Cómo resultó la experiencia en la cárcel: fue dolorosa, sufriste?

—No fue fácil, pero tampoco me devastó… La superé bien. No haber hecho nada malo y tener la conciencia tranquila fue algo importante. Y luego el reconocimiento popular, la amistad… Hoy soy una persona muy feliz porque todos quieren ser mis amigos. Y todos saben quién es René Higuita. Yo me muevo como con cuatro principios que se volvieron reglas de mi vida. El primero, tener respeto hacia los demás. Lo segundo, no tomarse nada a pecho. El tercero, no hacer suposiciones, y el cuarto, cumplir esos tres anteriores de la mejor manera posible.

—Quizás todo aquello te pasó por ser amigo de Pablo Escobar, por haberlo ido a visitar a la cárcel.

—Es posible que me hayan marcado por eso, por haberlo ido a visitar a La Catedral (NdeR: la cárcel que Escobar mandó a construir para su reclusión). Y de hecho me lo dijeron, que si yo entregaba a Escobar, quedaba libre, no tendría delito. Ahí les dije que prefería que me juzgaran por ser Ley Antisecuestro y no por sapo (delator). Nunca me molestó que me relacionaran con él, porque cuando yo era niño, él iluminaba las canchitas para que jugáramos al fútbol. ¿Por qué no agradecer eso si antes no existía? Ser su amigo no quiere decir que yo fuera narcotraficante. Como no fui guerrillero por haber sido amigos de muchos que participaron en la guerrilla. No tengo dudas de que fui el chivo expiatorio de un caso muy político.

—Imagino que debe haber sido duro perderte el 5-0 del Monumental y el Mundial 94.

—No, la vida te da y te quita. En este caso, me quitó eso, pero me dio otras cosas. Mirá lo que pasa hoy con el Covid-19. Qué mensaje fuerte nos está dando esta pandemia. Lo más importante es la vida. Y la libertad. Lo que sigue, lo que se puede hacer después, lo que viene de aquí en adelante.

—¿Y qué se viene de aquí en adelante para Higuita?

—Seguir siendo feliz. Y pedir, si me permitís, para que en Argentina se libere a Higui (NdeR: se refiere a Ave Analía de Jesús, la mujer que se defendió de una violación grupal en 2016 y terminó acusada de homicidio por matar a uno de los agresores). Desde acá sabemos que está por empezar el juicio. Y que debe ser libre. Ojalá se haga justicia.

René Higuita, siempre distinto. En la cancha y afuera de ella.

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