Abuso psicológico, físico y estafa económica: la historia de los padres dictatoriales en el tenis

La lista es larga e incluye a nombres de campeones del tenis, como Andre Agassi, Mary Pierce o la familia Pérez Roldán en Argentina

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(Shuttersttock)
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Superada la mitad de la década del ‘90, Guillermo Vilas dejaba de entrenar a una chiquita argentina que prometía un gran futuro en el mundo del tenis, pero que por la intromisión casi enfermiza de su padre, culminaba la relación con el mayor exponente argentino en este deporte. “Los tenistas tendrían que ser huérfanos”, dejaba su comentario el Gran Willy en el torbellino que formaba su cuchara, mientras revolvía su taza de café casi frío. Ocho años más tarde, volví a ver a aquella pequeña, ya saliendo de la adolescencia, que había llegado de España para competir en un torneo de tenis. Ex campeona mundial en categorías de menores, ahora portaba consigo un físico excedido en peso y un raquetero cargado de frustraciones.

A diferencia de las matemáticas, el desarrollo de un deportista no es una ciencia exacta y, la mayoría de las veces, la sumatoria de las presiones y los vínculos con sus padres no suele ser una buena fórmula.

Estas relaciones nocivas están en todos lados, no reconocen de nacionalidades y, por eso, superan las fronteras. No tienen límites. Las hay, y muchas, pero algunas destacan por los excesos físicos, psíquicos, verbales y económicos.

A nivel local, en la Argentina se dieron algunos casos de padres que golpeaban a sus hijos por perder un partido en categorías juniors o que peleaban con los rivales de sus hijos.

Natalia Garbelotto fue una de esas hijas. En 1999, cuando ella tenía apenas 15 años y luego de haber perdido la final de un torneo COSAT ante Sabrina Eisenberg, su padre Juan Angel Garbelotto fue visto por un periodista cuando le dio una cachetada, razón por la que luego no fue a buscar el premio a la finalista. Posteriormente, Juan Angel le diría a Clarín que su hija no fue a la entrega de premios “por una discusión que tuve con ella. Era el partido más fácil que tenía porque a esa chica siempre le ganaba sin complicaciones. Entonces ella se puso a llorar y como tenía los ojos muy rojos no quiso ir. No está acostumbrada a recibir segundos puestos”.

Sin embargo, la historia más conocida y trascendente es la de los Pérez Roldán, una familia que surgió desde las carencias, con un padre, Raúl, que creció en el seno de una familia de policías y que tal vez radique allí la rigidez autoritaria con la que no sólo crió a sus hijos, sino con la que llevó adelante una escuela de tenis que sentó raíces y dio tantos tenistas exitosos como sus hijos, Franco Davín, Patricia Tarabini, Mariano Zabaleta, Máximo González, Diego Junqueira, Juan Mónaco y hasta Juan Martín del Potro.

“Mi papá creó un método en el que iba sumando cosas paulatinamente a medida que iba creciendo el potencial tenístico de cada chico”, cuenta Mariana Pérez Roldán, su hija, que llegó a estar entre las mejores 40 del mundo, “pero lo hacía de una manera muy rígida –continúa-. Y, por eso, a mucha gente no le gustaba. Yo nunca estuve de acuerdo con sus ‘métodos’ y soy una de las pocas personas que lo enfrentó”.

-¿Tu papá ejerció violencia con ustedes cuando eran chicos?

-No sé si decirle violencia, era a la vieja usanza. Una mirada de mis abuelos no es una mirada de los abuelos de ahora. Los tiempo cambiaron, así que no sé si llamarlo violencia, pero sí existía un exceso de respeto. Además, tener un padre que es tu entrenador hace que llegues a tu casa y, si las cosas no salieron bien, continuara el tema y se siguiera hablando de tenis.

Guillermo Pérez Roldán fue quien más sufrió la relación con su padre y formador, con heridas que persisten pese al paso de los años. (@perezroldantenis)
Guillermo Pérez Roldán fue quien más sufrió la relación con su padre y formador, con heridas que persisten pese al paso de los años. (@perezroldantenis)

Guillermo se había llevado la peor parte todo el tiempo, golpes de puño, inmersiones, cintazos y hasta paseos poco decorosos para la figura de un padre delante de un hijo. Pero él pudo seguir jugando hasta entrados los ‘90. En cambio, la carrera de Mariana culminó abruptamente a causa de una lesión en la rodilla, por la que también se responsabilizó a su padre, al menos, de no haberla cuidado o asesorado correctamente.

“Mi mejor momento fue cuando me lesioné. Estaba 39 del mundo y jugaba la semifinal en Ginebra, con Lori McNeil, a dos días de comenzar Roland Garros. Venía de ganarle a Mary Jo Fernández y tenía chances de meterme dentro de las 20 primeras del mundo, pero venía con una molestia en mi rodilla. Todos me decían que tal vez era cansancio y nadie le dio importancia. Abandoné durante la semifinal para tener algunos días de descanso antes de jugar en París, pero me tuve que infiltrar para poder hacerlo. Durante esa primera ronda, en los cambio de lado usaba hielo y eso me ayudaba. Era un partido accesible, había ganado el primer set y eso me animaba, hasta que en el 4-4 del segundo fui a buscar una pelota hacia adelante y sentí que la rodilla se me corrió. Terminé jugando en una pierna, sin peloteo y tirando hasta el final, y así gané. No me obligaron a hacerlo, estaba imposibilitada de correr pero le puse amor propio, voluntad y mucha garra. Pero todo eso después me terminó jugando en contra. Resultó ser la misma lesión que tuvo Del Potro en Shanghai, la misma fractura, aunque lo mío fue con desplazamiento de rótula. Mi papá me alentaba a que terminara el partido, pero no, no fue una obligación”, confesaba Mariana, desde el escritorio de su centro de belleza en Tandil.

Su padre terminó llevándola en brazos hasta el vestuario, en donde recibió atención médica, porque ya no podía apoyar su pierna. Había jugado su último partido en el Abierto francés.

Sin embargo, el ejercicio del abuso de autoridad y maltrato de Raúl Pérez Roldán sobre sus hijos no se limitó sólo a lo físico o psicológico, también se extendió sobre las ganancias económicas generadas por cada victoria en el circuito. “Nunca me metí en la parte económica, mi madre (Liliana Sagarzazu) y mi padre siempre manejaron ese tema y nosotros no teníamos acceso a nuestras propias cuentas. Mi viejo también hacía los contratos. Nosotros le firmamos un poder y no nos dejaba meternos más. Así se quedó con todo lo que habíamos generado nosotros”, comentaba la ex tenista sobre el proceder de su padre. “Todo entraba en un embudo –prosigue- y salía por un solo lugar. Pero nosotros nunca lo vimos”, en referencia a una suma cercana a los 4 millones de dólares que Raúl habría dilapidado y que provenía de los recursos generados por sus hijos, mayormente por Guillermo.

- ¿Tu papá apostaba a los caballos?

- Sí (reafirma con su leve movimiento de cabeza)

- ¿Esa era una parte baja del embudo?

- ¡Ajá!

“¿Se equivocó? Sí, se equivocó. ¿Y dentro de su equivocación fuimos todos en la misma bolsa? Sí. ¿Y que tuvimos que pagar carísimo, pero carísimo, literalmente? ¡Sí! Y lo pagamos nosotros, nuestros hijos y nietos. Y con lo bien que nos fue”, se lamenta, pero reconoce que hizo lo que pudo: “Nunca, absolutamente nunca estuve de acuerdo con sus formas y, de hecho, considero que fui la única que lo enfrentó cada una de las veces que consideré que era oportuno, y como pude. No sé si fueron las mejores maneras, pero en su momento, cuando lo tuve que enfrentar lo enfrenté y cuando me tuve que ir de su lado, me fui. Estuve 14 años sin verlo”.

La mirada de Mariana, en la actualidad, pasa por el filtro de una hija más contemplativa con el pasado. La enfermedad de su padre Raúl ha colaborado con esa aproximación. “No sé si usar palabras como perdonar u olvidar, no sé si están dentro. Ahora que las aguas ya pasaron por debajo del puente uno aprende a decir que la familia no se elige, se tiene, y aprendés a convivir, a decir las cosas de manera diferente. Aparte, siempre que le aparecen esos problemitas de salud, como hija, ciertas cosas se van masticando y tragando por nuestra relación de sangre, porque está mi madre a su lado y mis hijos, que son los nietos. Entonces, hoy, hay respeto de ambos lados. Respeto y no mucho más”.

Emanoul Aghassian y su hijo Andre

Este iraní no sólo fue el padre, sino también el formador y primer entrenador de Andre Agassi, uno de los N°1 más carismáticos que ha tenido la historia del tenis moderno. Sin embargo, los comienzos del campeón no fueron de los más felices al lado de su padre. Mike, como se lo conocía, habló siempre de sus tres hijos mayores (Rita, Phillip y Tami) como los “conejillos de indias” que posibilitaron el desarrollo tenístico del menor de la familia y sobre los que fue armando los métodos que utilizó para entrenar a Andre, a quien le fabricó la máquina “Dragón”. Era un lanzapelotas de alta repetición, para que el pequeño pudiese practicar. “Muchos criticaron mis métodos y mi invento. Un día le pagué a un tipo para que se la llevara. Si hubiera sabido que se iba a convertir en el símbolo del mal, la habría guardado en un museo”, comentó.

Andre Agassi, luego de triunfar en Australia en 2003. Su padre, de carácter dictatorial, utilizó todo tipo "tratamiento" para disciplinar al su hijo.
Andre Agassi, luego de triunfar en Australia en 2003. Su padre, de carácter dictatorial, utilizó todo tipo "tratamiento" para disciplinar al su hijo.

De un carácter fuerte y dictatorial, sólo obtenía satisfacción con el logro del objetivo planteado, sin importar, muchas veces, la forma en que lo consiguiera. Como lo consignara Andre en su autobiografía Open, cuando su hermano Philly le advirtió que no tomara las pastillas que le daría su padre al día siguiente, porque eran metanfetaminas, lo que violaría la reglamentación antidopaje, al consumir estimulantes para su sistema nervioso y para aumentar la resistencia física.

- Andre, tienes que escuchar bien lo que te digo. Es un muy importante. No dejes que papá te dé pastillas. No las tomes.

- ¿Qué son esas pastillas?

- Una droga. Te da mucha energía.

Años más tarde, en una nota publicada en La Repubblica, Mike reconocía su autoritarismo: “Seamos directos. ¿He sido un tirano? Sí. ¿He sido duro y severo? Sí. Pero mejor un padre al lado de un hijo deportista que un entrenador… Un padre ama a su hijo, un entrenador lo hace por dinero. Esa es la diferencia. Pero siempre a los ojos del hijo el entrenador sabe más que el padre”.

En esa misma entrevista, el padre de quien sería múltiple ganador de torneos de Grand Slam recordaba que fue a buscar a su hijo a la Academia de Nick Bollettieri y no le gustó lo que presenció allí: “¿Dónde fue que mi hijo comenzó su alcoholismo y a hacer cosas extrañas? Pelo teñido, maquillaje en los ojos, esmalte de uñas… Allí”.

Era tan agresivo su carácter, que en un par de ocasiones desplegó un martillo en medio de un partido de tenis de Andre. “Lo hacía porque estaba descontento por el juego de Andre. Le pegué un martillazo a la valla y le grité a los árbitros”, reconoció.

Vehemente, Mike tuvo muchas acciones cuestionables, como cuando su hijo perdió con Jim Courier una final en categoría Junior y le tiró al río el trofeo por el segundo puesto, o cuando en vez de felicitarlo le reprochó haber perdido el cuarto set frente a Ivanisevic, luego de obtener el título de Wimbledon frente al croata. O aquella ocasión en que casi se va a las manos con Peter Graf, padre de su mujer Steffi, mientras discutían cuál de los dos hijos campeones tenía mejores golpes.

“Seré un monstruo, pero no me arrepiento. Digo lo que pienso”, dijo en más de una oportunidad. “Detrás de cada gran campeón hay siempre alguien de la familia que ha perseguido una obsesión. Sólo me arrepiento de haber escogido el tenis, hoy hubiese elegido el golf, porque te permite jugar hasta mayor edad y ganar más dinero”, siguió comentando, para cerrar diciendo: “Si soy un monstruo, lo he hecho bien”.

Mientras que el pensamiento de Andre contrastaba con el de su padre: “Mi papá me vendía como el número uno, y cuando llegás ahí no te queda para dónde voltear, era el número uno más infeliz del mundo”.

Bobby Glenn Pearce, el primer indeseable

El padre de la tenista francesa Mary Pierce, nacida en Canadá, engrosó un frondoso prontuario antes de ser expulsado de Roland Garros, en 1993, luego de protagonizar un escándalo en la cancha N°11, en la que jugaba su hija de tan sólo 18 años frente a Kimberly Po.

Nick Bollettieri con Mary Pierce en 1994 en París. El año anterior, el padre Jim fue expulsado del estadio por su mal comportamiento y la tenista rompió relaciones con su padre.
Nick Bollettieri con Mary Pierce en 1994 en París. El año anterior, el padre Jim fue expulsado del estadio por su mal comportamiento y la tenista rompió relaciones con su padre.

Tal vez, la conducta que desarrolló en el tenis haya que buscarlo en los extravíos de su juventud. Jim Pierce, tal el nombre que adoptaría más adelante, buscó refugio y un sustento ingresando a los Marines de su país, Estados Unidos, luego de haber dejado los estudios y haber superado una breve etapa de delincuencia. Pero sólo duró año y medio en las fuerzas y volvió a las calles. Tiempo después, en Nueva York, el disparo de un policía acertó en su espalda, luego de haber efectuado un asalto y terminó en prisión. Recuperó la libertad en 1964 y 10 años después terminó huyendo a Montreal, Canadá, en donde se casó con Yannick Adjadj y en la ciudad que, un año más tarde, nacería Mary. Un dato que no puede pasarse por alto es que, parte de su encarcelamiento lo había pasado en una sala de prisión psiquiátrica.

Pero aquella tarde en Roland Garros fue la culminación de una historia de abusos dentro del mundo del tenis. Primero lo sacaron de la tribuna mientras se le escuchaba vociferar: “Sólo le grité que le pegara más fuerte a la pelota". Luego, la supervisora de la WTA Georgina Clarke hizo que los miembros de seguridad del torneo lo llevaran hasta una de las salidas, le retuvieran su acreditación y lo expulsaran del predio, previa advertencia de que no podría ingresar más.

Con cada paso que daba su padre hacia la calle, Mary avanzaba otro hacia la victoria, después de haber perdido el set inicial.

Días más tarde, la jugadora rompía vínculos con su padre y su madre se divorciaba de Jim. A partir de allí, la familia comenzó a sufrir el asedio y el acoso de un perseguidor abusivo.

Mary debió contratar y rotar guardaespaldas; se acostumbró a registrarse en hoteles bajo identidades falsas y presentó órdenes de restricción, para protegerse de su padre, que los perseguía por los distintos países y ciudades en los que la tenista debía presentarse a disputar un torneo.

En el aeropuerto de Córcega, su madre Yannick debió recurrir a la Policía para recuperar los pasaportes que Jim les había arrebatado de un bolso para evitar que pudieran viajar. En Latina, Italia, Jim ingresó al hotel en donde estaba alojada su familia y atacó fuera de la habitación a Michel, guardaespaldas de Mary, con un cuchillo. Detrás de la puerta, la jugadora se ocultaba encerrada en el baño de su cuarto. Esa pelea, en la que terminó su padre con algunos cortes, hizo que Jim regresara a Delray Beach y los dejara tranquilos por un tiempo.

A partir de ese momento, la tenista se sintió un poco más aliviada y pudo contar su padecimiento de abusos, que ya habían generado años antes la expulsión de la Academia de Tenis Harry Hopman, en Florida. Durante un partido de Juniors frente a Magdalena Maleeva, Jim le había gritado a su hija "¡Mata a la perra!", a lo que Mary respondió tirándole con la raqueta a su padre.

“El me abofeteaba por perder un partido o por un mal entrenamiento. Pero yo no podía contárselo a mi madre, porque eso también causaba peleas”, recordaba Mary Pierce. “Entonces, eso hace que te dé miedo de hablar, de decir algo”.

En 1996, Jim demandó a su hija por ruptura de contrato, alegando que se le había prometido el 25% de las ganancias. Ella lo calificó como el Dr. Jekyll y Mr Hyde.

Ivica John Tomic, Taxi Driver

“Si le dan todas las facilidades, mi hijo les dará entre 10 y 15 títulos de Grand Slams", les arrojó el padre de Bernard Tomic a los miembros de Tennis Australia, en 2007. Con tan sólo 15 años, el camino del pequeño Bernard empezaba a estar marcado.

Tomic y su cara de derrota ante Nadal en un Abierto de Australia. El padre de Bernard había dejado de ser taxista para entrenar a su hijo.
Tomic y su cara de derrota ante Nadal en un Abierto de Australia. El padre de Bernard había dejado de ser taxista para entrenar a su hijo.

Ivica John Tomic había dejado el asiento de conductor de taxis para dedicarse a entrenar a la joya de la familia y nueva estrella del tenis australiano, pero no hizo más que causarle un problema tras otro a su hijo.

Un año más tarde, el australiano se encontraba jugando en Perth frente a Marinko Matosevic y papá Tomic le gritaba a su hijo que se retire de la cancha porque los jueces de ese future no cobraban los foot-faults que cometía su rival. Tomic fue suspendido por un mes por la Federación Internacional de Tenis (ITF). Para descomprimir, John salió a amenazar a la federación australiana con que su hijo dejaría de representar a Australia y representaría a Croacia, si no le daban la atención debida.

En el Masters 1000 de Miami, Bernard Tomic se dirigió a sentarse en su silla en un descanso, enfrentó al umpire y le dijo: “Estoy harto de tener que escucharlo, es mi padre pero es insoportable. ¿Cómo puedo hacer para que se vaya? ¿Pueden echarlo?" El movimiento de cabeza del juez indicando la negativa dejó a cada uno en su lugar, John en la platea y Bernard en la cancha. El pescador de la historia pasó a ser David Ferrer quien, a río revuelto, se llevó la victoria en sets corridos.

Unos meses después, durante una práctica en Marsella, en 2012, ocurrió uno de los tantos momentos de gritos entre padre e hijo, cuando Bernard quería entrenar y llamaba a su sparring Marcel Drouet, mientras John le exigía al francés que no ingresara a pelotear con su hijo.

Justo un año después, durante el Masters 1000 de Madrid, en la puerta del hotel en donde se alojaban, en el Paseo de la Castellana de la capital española, una discusión con ese mismo sparring fue subiendo de tono y terminó con la nariz de Drouet fracturada, producto del preciso cabezazo que el ex taxista bosnio le había efectuado. John fue detenido por la Policía y acusado de lesiones. Estos incidentes en la vía pública llevaron a que la ATP emitiera un comunicado y le negara la acreditación a papá Tomic en todos los torneos de su circuito. En septiembre de 2013, John fue condenado a 8 meses de prisión y al pago de 435 mil dólares.

Para no desentonar, la conducta del jugador fue acompañando la tortuosa relación con su padre, que lo llevaron a suspensiones, retiros de acreditación, lo mezclaron en fiestas de mujeres, alcohol e, inclusive, drogas

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