Todavía había humo de los habanos en el aire y un poco de champagne desparramado en el vestuario del Delta Center cuando todos los integrantes del plantel sabían que el Último Baile había llegado a su final. Aquel 6 de junio de 1998, Michael Jordan y sus Bulls se consagraron por sexta vez como los monarcas de la NBA. Con una actuación superlativa del número 23, que terminó con 45 puntos y el doble ganador a segundos del cierre del juego, Chicago superó a los Utah Jazz para marcar la historia con una dinastía inolvidable.
Esa fue la última escena de un equipo que para el año siguiente se desmanteló casi por completo. Como ya había anticipado Jerry Krause, el gerente general de la franquicia, esa iba a ser la temporada definitiva de Phil Jackson como entrenador de los Bulls. El coach que condujo al éxito a Jordan y compañía se tomó un año sabático para luego ser elegido por Los Ángeles Lakers con el fin de liderar a una dupla explosiva como la formada por Shaquille O’Neal y Kobe Bryant.
¿Qué sucedió con los compañeros de MJ? En el marco del cierre patronal que atravesó la NBA de cara a la siguiente temporada, la competición se atrasó y comenzó a principios de enero. Se jugaron sólo 50 partidos en la fase regular una vez que se firmó el acuerdo entre la liga y la Asociación de Jugadores para el nuevo convenio colectivo de trabajo. Así fue que Scottie Pippen, principal ladero de Jordan, fue canjeado a los Houston Rockets, el equipo que ganó los dos títulos cuando Michael estaba retirado del básquet. La excursión duró poco para el número 33, ya que a la siguiente temporada se mudó a Portland. Finalmente, antes del retiro, volvió a los Bulls para jugar un puñado de partidos en el 2002/03.
La otra figura saliente del segundo tricampeonato para Chicago fue la de Dennis Rodman, que al terminarse su contrato fue liberado y firmó con los Lakers. Al año siguiente, se mudó a Dallas para despedirse profesionalmente en el 2000 con la camiseta de los Mavericks.
Steve Kerr también debió atravear la puerta de salida: se mudó a San Antonio y terminó la corta temporada otra vez campeón en lo que fue el primer título de los Spurs con la figura del emblemático David Robinson y el joven Tim Duncan.
El pivot australiano Luc Longley, titular en gran parte de los tres años victoriosos de los Bulls, cambió de conferencia y se fue a jugar a los Phoenix Suns. Uno de los más apuntados por Jordan en los entrenamientos, Scott Burrell, cambió Chicago por Charlotte.
Sólo quedaron cinco jugadores activos del plantel campeón para la nueva versión de los Bulls. Toni Kukoc se convirtió en la estrella de Chicago, aunque su trayectoria se repartiría poco tiempo después entre Philadelphia, Atlanta y Milwaukee hasta elegir el retiro.
El otro que se mantuvo en el equipo fue el ya veterano Ron Harper, quien junto a Randy Brown, Dickey Simpkins y Bill Wennington lideraron la reconstrucción en el primer año post Jordan. Y, como era de esperarse, la nueva realidad fue tan cruda como un puñetazo al mentón de un buen boxeador.
La temporada fue un fiasco para los nuevos Bulls: la franquicia dirigida por Tim Floyd, reconocido entrenador en aquellos tiempos del básquet universitario, terminó con el tercer peor récord en toda la NBA. El equipo ganó sólo 13 de 50 partidos y acabó en la última posición en la Conferencia del Este. Algo similar sucedió con Chicago durante los siguientes cinco años. Salió del mapa de los mejores conjuntos, pero todavía le duró la estela de popularidad que tuvo al final de la gloriosa década del 90.
Fue recién para temporada 2004-05 que los Bulls volvieron a ser protagonistas. Ya sin Krause como el estratega en la selección de jóvenes talentos y con Scott Skiles en el banco, sumado a la incorporación de buenas selecciones del draft como el británico Ben Gordon y el sudanés Luol Deng, Chicago se transformó en uno de los mejores equipos defensivos de la liga y, gracias a la sangre joven que le aportaron jugadores como Tyson Chandler y el argentino Andrés Nocioni en su desembarco en la NBA, el conjunto volvió a combatir por ingresar a los playoffs.
Así se mantuvieron los Bulls hasta el comienzo de la nueva década, cuando la consolidación de una joven estrella de la NBA pareció devolverle a la ciudad aquellos años dorados de Jordan y compañía. Derrick Rose, un base de poco más 1.90 metros y con una capacidad atlética impactante, rápidamente se hizo dueño del equipo. En su tercera temporada en la liga, el jugador que sólo disputó una temporada en la Universidad de Memphis, hizo erupción en ataque y lideró a Chicago a tener el segundo mejor registro de la competición con 60 triunfos.
Con un promedio de 25 puntos, casi 8 asistencias y 4 rebotes, el número 1 condujo a los Bulls hasta las finales del Este, donde se toparon con los Miami Heat de LeBron James, Dwyane Wade y Chris Bosh, que luego perderían las finales ante Dallas. Gracias a su actuación individual, Rose fue elegido como el jugador más valioso de la NBA en esa temporada, transformándose en el más joven en ganar el premio con 22 años y el único en la historia de la franquicia, además de Jordan que lo consiguió en cinco ocasiones.
La temporada siguiente, otra vez más corta por otro lockout entre los jugadores y la NBA por el tope salarial de contratos, fue decisiva para el futuro de los nuevos Bulls. En un partido de playoffs, Rose sufrió la rotura del ligamento cruzado anterior en unas de sus rodillas, una lesión que marcaría un quiebre para el resto de su carrera. A pesar de no contar con su jugador franquicia por largo tiempo, Chicago siguió clasificando a la postemporada, pero sin convertirse en un serio contendiente al título.
La llegada de Jimmy Butler, otra buena selección en el Draft, sumó otro talento joven a las aspiraciones de un equipo que se terminó desvaneciendo en 2016, cuando la dirigencia encabezada por John Paxson, aquel tirador que fue clave en el primer tricampeonato de los Bulls de Jordan, traspasó a Rose los New York Knicks. A pesar de que para la campaña siguiente Chicago logró que un hijo de la ciudad como Wade dejara su lugar de superestrella en Miami para mudarse a un equipo con expectativas, la fórmula no funcionó.
En la actualidad, los Bulls siguen en el modo de reconstrucción que se inició en aquel 1998. Con valores como Zach LaVine, el finlandés Lauri Markkanen y Coby White, su última selección en el sorteo, otro Michael tomó la posta para intentar cambiar el futuro. El hijo de Jerry Reinsdorf, histórico dueño de la franquicia, renovó a todo el personal encargado del armado del equipo. Con la llegada del lituano Arturas Karnisovas como nuevo gerente general del equipo, Chicago inició una nueva búsqueda para intentar volver a ser lo que fue hace 22 años cuando el legendario número 23 levantó el trofeo de campeón por última vez.
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